45

La recepción del juzgado estaba vacía. Stone esperó un momento y entonces vio las pilas de cajas contra una pared. Se acercó y cogió una de arriba. Estaba llena de documentos legales. Debía de ser uno de los envíos de documentación sobre la recertificación minera de la que el juez Mosley le había hablado. Cogió lo que parecía un manifiesto de envío. Ochenta cajas grandes. Stone contempló la montaña de cartón y se preguntó cómo podía Mosley conservar la cordura después de repasar aquella pila de jerigonza legal soporífera.

Oyó que alguien se acercaba, dejó el manifiesto encima de una caja y se acercó al mostrador de recepción, en medio del vestíbulo. Al cabo de unos instantes Shirley Coombs apareció por una puerta interior con la mirada puesta en unos papeles que llevaba en la mano. Alzó la vista y soltó un gritito al ver a Stone.

—¿Trabajas aquí? —le preguntó él.

Ella asintió llevándose una mano al pecho.

—Me has asustado.

Stone echó un vistazo alrededor.

—¿Eres la recepcionista del juzgado?

—La secretaria. Hace años que lo soy. ¿Por qué? ¿No tengo aspecto de secretaria judicial? —preguntó con frialdad—. ¿O es que parezco una mera recepcionista?

—He ido a ver a Willie. Se recuperará.

Shirley se entretuvo con otros papeles que tenía en la mesa.

—Pronto iré a hacerle una visita.

«Ya». —Hay un Cadillac aparcado ahí fuera con una matrícula personalizada.

—¿AEEJ?

—Sí.

—Es el coche del juez Mosley.

—¿Qué significa «AEEJ»?

—«Aquí está el juez» —dijo, como si Stone fuera imbécil por no haberlo deducido por sí solo.

—Por cierto, ¿encontraste todo lo que necesitabas en la caravana de Willie?

—¿Perdón?

—Creo que te dejaste un bote de Tylenol —dijo Stone—. Lo cogí pero luego lo perdí. —La miró con toda la intención y luego se frotó la nuca. «¿Para qué andarse con sutilezas a estas alturas?». Shirley lo observó como si él estuviera apuntándola con una pistola.

—No me dejé nada.

—¿Estás segura?

—Segurísima. Y yo tomo Advil desde el susto que nos llevamos con el Tylenol.

—Willie creía que en el bote quedaban pastillas, pero cuando lo encontré estaba vacío. Y ahora ha desaparecido. Quizás alguien lo quisiera recuperar.

—¿Un bote vacío? ¿Para qué?

—Bueno, quizás hubiera algún residuo.

—¿Un residuo de qué?

Stone se dio cuenta de que mentía. Lo notaba en cada movimiento de la cara y por el temblor de la voz. Había sido ella. Había intentado matar a su propio hijo.

«¿Y quién me habrá metido a mí en aquel nido de serpientes? —suspiró para sus adentros—. Desde luego, no ha sido doña Secretaria Judicial con sus tacones de aguja y un pitillo de Pall Mall». —No te creas nada de lo que dice Willie. El chico siempre está colocado.

—Estaba colocado de un estimulante y no de un depresivo. Pero en el hospital le hallaron oxicodona en el organismo. Es un depresivo.

—Willie no sabe qué es la mitad de lo que se mete. Probablemente se olvidó de que lo había tomado.

—O alguien quiso que pareciera precisamente eso.

Ella lo miró con severidad.

—¿Qué insinúas?

—Pues que quizás alguien quiso que pareciese que había tomado una sobredosis por equivocación.

—¿Quién iba a perder el tiempo intentando matar a Willie? —repuso ella en tono de burla—. Me refiero a cuál sería el móvil. No es que tenga dinero.

—No es el único motivo para querer matar a alguien.

—¿Y entonces cuál? —dijo ella con un atisbo de temor en la voz.

—Willie me contó que había pedido a Debby Randolph que se casara con él. ¿Lo sabías?

Shirley se sonrojó. Rebuscó en el bolso y extrajo un cigarrillo y un encendedor.

—No, supongo que a Willie no le parecía oportuno contármelo, a mí, que soy su madre.

—Deduzco que conocías a Debby…

—En Divine todo el mundo se conoce —dijo con resignación mientras encendía el pitillo.

—¿A alguien del pueblo podría haberle parecido mal tal cosa?

Exhaló una bocanada de humo y lo miró de hito en hito.

—¿Y a ti qué coño te importa? No eres de aquí. No nos conoces. Y el hecho de que ayudaras a Willie no significa que tenga la obligación de responder a tus puñeteras preguntas.

—Pensé que te interesaría ayudarme, ya sabes, por si resulta que alguien intenta matar a tu hijo.

—Oye, nadie intenta matar a Willie.

—Pues teniendo en cuenta que estuvo a punto de morir y que dice que no tomó la droga que casi acaba con él… da que pensar.

Shirley lanzó una mirada a la pila de cajas.

—Tengo mucho trabajo.

—Ya. ¿Necesitas ayuda? Mi tarifa es barata.

—Será mejor que te marches. Ahora mismo.

Stone se giró y salió del edificio.

En cuanto se marchó, se abrió otra puerta y el juez Dwight Mosley entró lentamente en la recepción. Llevaba el nudo de la corbata deshecho e iba en mangas de camisa.

—Shirley, ¿ha venido alguien? Me ha parecido oír que hablabas.

—Hablaba sola, señoría. Ya me conoce.

—Sí, te conozco. —Sonrió y regresó a su despacho.

Shirley le dio una calada al cigarrillo mientras contemplaba la pared con aire pensativo.