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Tras un largo trayecto en coche, Annabelle y Caleb llegaron al pueblo donde Stone se había apeado con Danny. Ella hizo un reconocimiento de la pequeña zona del centro y luego se sentó a la barra del venerable T Sola. Había unos cuantos traseros aposentados cerca del de ella, todos masculinos. A más de un joven de la barra se le fueron los ojos al verla. Ella dedicó una sonrisa aquí y un asentimiento allá para mantener el interés latente, por si lo necesitaba más tarde.

—¿De dónde vienes? —le preguntó la camarera cuando le sirvió el café.

—Winchester, Virginia. —Para Annabelle aquello bastaba para otorgarle cierta credibilidad rural.

—Un primo mío vive allí arriba. Tiene una granja de caballos.

—Es una zona bonita —reconoció Annabelle, sorbiendo el café y mirando la carta—. Me recuerda un poco a esta zona, aunque es un poco más llano.

El hombre que estaba a su lado se rio por lo bajo. Era alto y corpulento y vestía camisa a cuadros, cazadora tejana y botas deslucidas.

—Cualquier sitio es más llano que esto.

—¿Has estado en las Rocosas? —preguntó Annabelle.

—No, señora, la verdad es que no.

—Son más altas que estas montañas, pero ni de lejos tan bonitas. Son macizas y marrones y están coronadas con nieve. Pocos árboles. Estas montañas son verdes.

—¿Estás de paso o vienes a agenciarte un trozo de verde? —preguntó la camarera a Annabelle cuando volvió después de ordenar en la cocina su pedido.

—Ninguna de las dos cosas, la verdad. Estoy buscando a una persona. A lo mejor la habéis visto.

La camarera y el hombre intercambiaron una mirada.

—¿De quién se trata? —preguntó él con recelo.

—Del cabronazo de mi ex marido, que se ha largado adeudándome un año de pensión alimenticia de nuestros dos hijos.

—Menudo cabrón —dijo el hombre—. ¿Qué aspecto tiene?

Annabelle les describió a Knox.

—Me suena al tío que estuvo aquí haciendo preguntas —dijo la camarera mientras hacía garabatos en la libreta de pedidos—. Es agente federal, al menos eso dijo. Pero no me gustan los que vienen a hacer preguntas.

—Y el Tío Sam le paga lo suficiente para dar de comer y vestir a sus hijos, os lo aseguro —dijo Annabelle—. Me han chivado que estaba trabajando en algo por aquí. Por eso he venido. Estoy harta de que aparezca y desaparezca a su antojo. ¿Creéis que le importa que yo ni siquiera pueda pagar las medicinas para nuestro pequeño? Tiene ataques de asma muy fuertes. Incluso estuvo a punto de morir una vez.

—Qué cabrón —repitió el hombre de la chaqueta tejana mientras se llevaba a la boca una tortita con salsa; la masticó con una fuerza equiparable a sus palabras.

—Si lo veis, no hagáis nada —advirtió Annabelle—. Va armado y es peligroso. No le cabreéis. Creedme, sé lo que me digo por experiencia.

—¿Me estás diciendo que ese gilipollas te ha pegado? —preguntó el vaquero mientras engullía otro bocado y casi levantaba el ancho culo del estrecho asiento.

—Tened mucho cuidado si lo veis, ¿entendido? —insistió Annabelle. Cada vez que hablaba, su voz impostaba el típico acento de la zona. Lo hizo sentarse de nuevo en el taburete con un gesto de la mano.

—¿Y qué plan tienes? —preguntó la camarera, mostrando creciente interés en aquel drama doméstico.

—Pienso encontrarlo. —Annabelle le tendió un papel—. Si lo ves, llámame a este número, por favor.

La camarera asintió.

—Mi ex me hizo lo mismo. Tardé ocho años, pero al final conseguí el dinero.

—Espero tener la misma suerte. ¿Hay algún sitio para alojarse por aquí?

—No vayas al Skip’s Motel, que está calle abajo —dijo la camarera, con una sonrisa en los labios.

—¿Por qué no?

—Porque él se aloja allí, cielo. O por lo menos preguntó por un sitio donde pasar la noche y le dije que fuera allí. Prueba en casa de Lucy, en el otro extremo del pueblo. Tiene un par de habitaciones bonitas para alquilar.

—Gracias. Skip’s, ¿eh?

—Eso mismo, cielo.

La camarera cogió el plato de Annabelle de la ventanilla que daba a la cocina y se lo colocó delante.

—¿Y cómo esperas pillar a ese pedazo de mierda?

—He venido con un amigo —dijo Annabelle—. Trabaja para los federales y está especializado en pescar a otros federales que se comportan como cerdos.

—Joder —se asombró el hombre de la cazadora tejana—. ¿También tienen un departamento para eso? No me extraña que paguemos tantos impuestos.

—Cállate, Herky —dijo la camarera—. ¿No ves que esta señora está angustiada?

—Lo siento, señora —dijo Herky bajando la mirada, y se metió media salchicha en la boca.

—¿O sea que vas a darle su merecido a esa sanguijuela? —dijo la camarera.

—Algo así. Llámame si lo ves. Iré a echar un vistazo por el Skip’s. Gracias por la información.

Annabelle acabó de comer y pidió algo para llevarle a Caleb.

Salió del restaurante mirando alrededor con ojo avizor. Regresó a la furgoneta y le contó a Caleb lo sucedido.

—Al parecer, se aloja en el Skip’s Motel. Podemos acercarnos discretamente y seguirle el rastro. De todos modos, ahora tengo amigos en las altas esferas de por aquí.

Caleb observó el plato de comida.

—Es pura fritura —se alarmó.

—Lo siento, Caleb, no tenían otra cosa.

—¿Ni siquiera yogur? ¿O fruta? ¿Tienes idea de cuánto colesterol malo tengo? Y tengo los triglicéridos disparados. Podría caerme muerto en cualquier momento, Annabelle.

—Es un restaurante barato, Caleb. Está lleno de grandullones zampándose medio buey sin nada de fruta a la vista, ¿vale? Además, ¿qué ha sido del nuevo Caleb? ¿El Caleb peligroso que no teme a nada y va armado con dos pistolas?

Él la observó con expresión siniestra.

—Oh, qué coño. Probablemente acabemos muertos de todos modos. —E hizo una mueca antes de zamparse una loncha gruesa de beicon frito.