Annabelle y Caleb entraron en Union Station y se dirigieron a la taquillera con quien Knox había hablado. Annabelle le mostró su placa falsa del FBI.
—Agentes Hunter y Kelso. ¿Ha venido aquí un hombre hace un rato a hacer preguntas y enseñar un retrato-robot? ¿Y ha dicho que se llamaba Joe Knox? ¿Y que pertenecía al Departamento de Seguridad Interior?
—Así es —respondió la mujer, nerviosa.
Annabelle dejó escapar un audible suspiro.
—Entonces tenemos un problema.
La mujer la miró angustiada.
—¿Cuál? Hemos ayudado al agente Knox lo mejor posible.
Caleb intervino.
—El problema es que no se llama Knox y no trabaja para Seguridad Interior.
La mujer palideció.
—Oh, Dios mío.
—Eso mismo digo yo —espetó Annabelle—. Debo entrevistar a todas las personas que han hablado con él. ¡Ahora!
Al cabo de unos minutos, Annabelle y Caleb estaban sentados en el despacho del supervisor. El revisor también estaba allí porque se había quedado en la estación para encargarse del papeleo.
—Pensábamos que era un agente federal.
—Claro. Probablemente les dijo que no dijeran nada a nadie sobre su presencia, ¿verdad? —dijo Annabelle.
—Es verdad.
—La típica excusa.
—Pero sus credenciales parecían auténticas —dijo el supervisor de Amtrak.
Caleb le mostró las credenciales para que las viera más de cerca. Todavía estaban un poco calientes porque Annabelle las había hecho durante el trayecto hasta la estación.
—Yo sí que pertenezco al Departamento de Seguridad Interior. ¿Se fijó si en el extremo superior derecho de la foto de su credencial había una «e» minúscula al revés, como en la mía?
Los ferroviarios intercambiaron una mirada y negaron con la cabeza.
—No sabía que tenía que mirar eso —reconoció el supervisor.
—Porque resulta que es un secreto —explicó Annabelle—. Para evitar que falsifiquen nuestras credenciales. Es una espada de doble filo, ¿saben? Es un secreto que se supone que la gente normal no debe saber. Pero creía que habían enviado una nota explicativa a los funcionarios públicos. Amtrak es una empresa pública, ¿no?
—Semipública —repuso el supervisor antes de añadir enfadado—: Y permítame que le diga que nadie del gobierno federal nos dice nada. Joder, muchos incluso cuestionan la necesidad de que exista servicio de trenes en este país. Teniendo en cuenta que las autopistas están colapsadas y los cielos repletos de aviones, y cuando todos los países civilizados construyen trenes y raíles a velocidad récord, cabe pensar que aquí también podrían planteárselo.
—En la siguiente reunión de presupuesto romperemos una lanza por Amtrak —dijo Caleb con sarcasmo—. Pero ahora mismo tenemos que encontrar a ese farsante.
—Un momento, ¿no se supone que llevan cazadoras con el acrónimo en la espalda? —preguntó el revisor de tren.
—Sí —respondió Annabelle con impaciencia—. ¡Cuándo derribamos una puerta para arrestar a alguien, joder! No cuando vamos de incógnito para intentar pillar a un espía.
Caleb le dedicó una ensayada mirada torva junto con un rápido asentimiento de la cabeza.
—¿Es un espía? —exclamó el supervisor.
—Sí, eso mismo —reconoció ella—. Ahora necesito saber exactamente qué le contaron.
Los dos hombres les informaron mientras Caleb tomaba notas. Cuando acabaron, Annabelle dijo:
—No les culpo de lo ocurrido, y espero que podamos localizarlo gracias a la información que nos han facilitado.
—Deséennos suerte —dijo Caleb con acritud—. La vamos a necesitar porque nos lleva bastante ventaja.
Se marcharon rápidamente de regreso a la furgoneta.
—Buen trabajo, Caleb —dijo Annabelle.
—En la universidad estuve en el grupo de teatro. Tenía sueños, ¿sabes? No de llegar a Hollywood, Dios no lo quiera, sino de estar en un escenario.
—¿Querías actuar en Broadway y acabaste de bibliotecario? ¿Cómo es eso?
—Me encantaba ser actor, pero había un inconveniente que no fui capaz de superar.
—¿Qué inconveniente?
—Miedo escénico. Me pasaba horas enfermo antes de cada representación. Perdí tanto peso y tuve que cambiar tantas veces de vestuario que al final me vi obligado a dejarlo.
—Pues hoy has brillado como una estrella.