Las horas de visita del hospital hacía mucho que habían pasado, pero una enfermera comprensiva dejó entrar a Stone en la sala después de que se identificara.
—Es verdad —dijo la chica—. El doctor Warner me lo comentó. ¿Quién habría dicho que el motor de un coche sirve para reanimar el corazón de una persona?
«Alguien que haya estado en una guerra».
Willie estaba incorporado en la cama y conectado a un gota a gota. Llevaba otros cables acoplados al cuerpo, que enviaban la información a un monitor en el que aparecía una sucesión de líneas y números.
Cuando Stone entró, el muchacho abrió los ojos.
—¿Quién coño eres?
—Ben. Ayudé a tu abuelo a traerte aquí.
Willie le tendió la mano.
—Mi abuelo me lo contó. Supongo que te debo la vida.
—Parece que estás mejor.
—No me siento demasiado bien.
—¿Te han dicho cuánto tiempo vas a estar aquí?
—No. Todavía no sé qué demonios pasó.
—Tomaste una sobredosis.
—Eso ya lo sé. Lo que no sé es cómo pasó.
—¿Qué te han encontrado en la sangre?
—Los módicos dicen que oxicodona mezclada con otras sustancias.
—Eso lo explicaría.
—Pero no tomé nada de eso. Esa mierda es cara si no la compras con receta. En la calle, una pastilla vale un par de cientos de pavos.
Stone acercó una silla y se sentó al lado de la cama. Willie Coombs tenía el pelo castaño y largo y facciones agradables, aunque alrededor de los ojos y labios ya habían empezado a asomarle pequeñas líneas de expresión. Se parecía a Danny Riker, pero más ajado.
—Bueno, ¿qué tenías y qué tomaste?
—Oye, ¿eres de la secreta o qué?
—Si lo fuera sería un caso claro de confesión inválida.
Willie exhaló un largo suspiro.
—Estoy demasiado cansado como para que me importe una mierda. Lo que hago normalmente es conseguir unos parches de fentanilo, los parto en dos, exprimo el jugo, lo caliento y me lo inyecto en los pies. Te da un buen subidón, como la heroína.
—¿El fentanilo? China blanca, ¿no?
—Hablas como si supieras de drogas.
—¿Dices que eso es lo que haces normalmente?
—Se me acabaron las recetas. Así que compré crack en la calle, normal y corriente. Nunca me había pasado algo así.
—Bob ya me dijo que era crack.
Willie se sorprendió.
—Pues si te lo dijo, ¿por qué coño me lo preguntas?
—Me gusta confirmar las cosas con una fuente fidedigna.
—¿Seguro que no eres poli?
—Qué va. Pero el crack es un estimulante. Las pupilas se te habrían dilatado, no contraído.
—Y yo qué sé.
—¿Cómo puedes tomar crack y luego ir a trabajar a las minas?
—Tenía un par de días libres. Estaba de baja —se apresuró a añadir.
—¿Seguro que esa noche no tomaste oxicodona?
—No la habría tomado aunque hubiera tenido.
—¿Por qué no?
—El doctor Warner me la recetó cuando me rompí el brazo en la mina hace un par de años. Me provocó una especie de reacción, así que no tomo esa mierda.
—¿Tomaste algo más? ¿Algo que recuerdes? De comer o beber.
—Tomé un par de birras. Compré algo de comida para llevar en el Rita’s.
Stone se puso alerta.
—¿Qué comida?
—Hamburguesa con patatas y nachos a la plancha.
—¿O sea que comiste, bebiste y luego te metiste el crack?
—Sí. Empecé a ponerme nervioso y divagar y tal, pero como estaba solo no me preocupé. Antes de acostarme tomé un poco de Tylenol. De todos modos, siempre lo tomo, cada noche. Acabo de cumplir veintitrés años, pero hay días que me siento como si tuviera sesenta.
—¿Tylenol?
—Entonces recuerdo que apareció el abuelo. Y es cuando la cosa empezó a ponerse rara.
—¿Quién sabía que tomabas Tylenol todas las noches?
—Pues no es que fuera ningún secreto. Aquí mucha gente toma pastillas.
—Sí, he empezado a darme cuenta —repuso Stone con sequedad—. ¿O sea que cualquiera podría haberlo sabido?
—¿Adónde coño quieres ir a parar, tío?
—Si alguien hubiera sustituido el Tylenol por pastillas de oxicodona eso explicaría cómo acabó en tu organismo. ¿Cuántas tomaste?
—Un par por lo menos, me parece.
—¿Quedó alguna en el bote?
—Unas cuantas.
—¿Recuerdas si eran como las pastillas de Tylenol?
Willie se incorporó, por lo que tensó los tubos del gota a gota y los cables.
—¿Insinúas que alguien intenta matarme? ¿Quién coño querría hacer tal cosa?
—Eso debes de saberlo tú mejor que yo, Willie.
—Dudo que alguien vaya a por mí para robarme la caravana, las armas y el arco de caza. Aparte de eso, no tengo mucho más.
—Olvídate del factor económico. ¿Alguien te guarda rencor?
—¿Sobre qué?
—¿Has cabreado a alguien? ¿Le has robado la novia a otro?
—Tenía novia —espetó Willie—, ¡pero está muerta!
—¿Debby Randolph?
—¿Cómo diablos lo sabes?
—Es un pueblo pequeño. Me he enterado de que se suicidó.
—Sí, eso dicen.
—¿Tú no lo crees?
—¿Qué putos motivos tenía ella para suicidarse? A ver, dime.
—Vi alguna obra suya en la tienda de artesanía. Tenía talento.
Willie adoptó una expresión orgullosa.
—Sabía dibujar y pintar, y modelar con arcilla. Se había montado un taller en un cobertizo detrás de la casa de sus padres. Allí es donde la encontró su madre —añadió con voz queda—. Por eso cogí la baja. Volví al trabajo después del funeral, pero, tío, estaba hecho un lío.
—Lo entiendo, Willie. De verdad que sí.
—¿Quieres ver una foto de ella?
Stone asintió y Willie abrió el cajón de la mesita y extrajo la cartera. Sacó una foto y se la pasó.
Willie y Debbie estaban uno al lado del otro. Willie, que era alto, le sacaba más de una cabeza a la menuda Debby. Tenía un pelo rubio ceniza, una sonrisa contagiosa y ojos que transmitían toda la calidez del mundo.
—Viéndole la cara queda claro que era una persona agradable.
Willie asintió lentamente mientras contemplaba el rostro de la difunta.
—¿Estaba deprimida?
—¡No, joder! Le había pedido que se casara conmigo y había dicho que sí. Más contenta que unas pascuas. Y de repente resulta que está muerta. —La boca le tembló y las lágrimas empezaron a surcarle las delgadas y pálidas mejillas—. Por eso recaí en las drogas. No me quedaba nada.
—¿Contasteis a alguien que ibais a casaros?
—No, le pedí que no dijera nada hasta que le comprara un anillo. Quería demostrar a sus padres que iba en serio. Había ahorrado prácticamente todo el dinero. Acababa de salir del turno de la mina cuando me enteré. No me lo podía creer.
—¿A qué hora la encontraron?
—A primera hora de la mañana. Llevaba muerta varias horas, dijeron.
—Y nadie oyó el disparo.
—Viven en un pequeño valle. No hay vecinos cerca.
—Pero dices que fue en un edificio detrás de la casa.
—Su madre no oyó nada porque no llevaba los audífonos puestos. Toby, su padre, es camionero y estaba camino de Kansas cuando ocurrió. O sea que, a no ser que tenga orejas de elefante, tampoco oyó nada.
—¿De quién era la pistola?
—La del calibre diez de Toby.
—¿Le contaste al sheriff Tyree tus dudas?
—Hasta que me harté. Él no dejaba de decir: «¿Dónde están las pruebas, hijo?». En la pistola sólo estaban sus huellas y las de su padre. Estaba sola. Nadie tenía motivos para matarla, así que decretaron que se había suicidado. Qué listos.
—¿Se te ocurre algún motivo por el que alguien quisiera matar a Debby?
—Nunca hizo daño a nadie. Era la mujer más dulce del mundo. Y era todo lo que yo tenía.
—Antes de morir, ¿estaba nerviosa o disgustada por algo?
Willie se encogió de hombros.
—No, yo no advertí nada.
—¿Cuándo hablaste con ella por última vez?
—A eso de las once de esa noche. Parecía encontrarse bien.
Sollozó discretamente unos momentos y Stone guardó silencio.
Cuando Willie se recuperó, Stone preguntó:
—¿Te sorprende si te digo que a Danny Riker le afectó mucho su muerte?
Willie hizo una bola con los pañuelos de papel y la lanzó a la papelera.
—Supongo que no.
—¿Supones?
—Danny y ella habían salido juntos antes. Pero él salió con todas las chicas del instituto, así que en realidad no hubo nada.
—Danny también está aquí en el hospital.
—¿Qué? ¿Qué ha pasado?
—Unos tíos le dieron una buena paliza. ¿Se te ocurre por qué?
—No. Danny y yo ya no somos tan amigos.
—Pero lo fuisteis.
—Íntimos. —Hizo una pausa—. Vino a verme aquí.
—¿Cuándo?
—Ayer por la tarde. Charlamos un rato. Del fútbol americano de la época del instituto y tal.
—Fuisteis compañeros de equipo.
Willie sonrió y de repente Stone atisbó su juventud bajo las huellas de la mina.
—Tío, éramos el alma del equipo. Lanzó treinta y siete pases de ensayo en su último año y veintiocho fueron para mí. Los dos podíamos haber jugado para la Virginia Tech. Pero me acusaron de conducir bajo los efectos del alcohol y me rescindieron la beca, y Danny se lesionó la rodilla. Nuestros días de gloria son agua pasada. —La sonrisa se esfumó y la juventud se desvaneció con la misma rapidez con que había aparecido.
—¿Y Danny no te contó nada que explique por qué le agredieron?
—Nada. Me dijo que sentía mucho lo de Debby. Y me aconsejó que dejara las pastillas. Dijo que estaba pensando en marcharse otra vez y que quería que lo acompañase. Iríamos hacia el Oeste y empezaríamos de nuevo.
—¿Te interesaba la propuesta?
—Quizás. Aquí no hay nada que me retenga.
—Tengo entendido que la relación que teníais cambió cuando los Riker cobraron la indemnización, ¿no?
—Nuestra situación dio un giro radical por eso. Me refiero a que ellos tenían mucho y yo no tengo nada. Pero tendría que haberlo aceptado. No me debían nada. Y él perdió a su padre a cambio y tal. Sé lo que eso supone.
—Me han dicho que tu padre murió en un accidente de caza. ¿También trabajaba en las minas?
—No, era guarda en la prisión de Blue Spruce. Uno de sus mejores amigos fue quien le disparó, por equivocación.
—¿Quién?
—Rory Peterson.
—¿Peterson? Y luego acabó asesinado.
—Sí, pero eso fue hace poco. Mi padre murió hace más de dos años.
Stone comprobó la hora y se levantó.
—Tengo que marcharme.
—¿Danny se recuperará?
—No lo sé. Le han dado una paliza brutal. Pero mejor que te preocupes por ti.
—¿Qué quieres decir?
—Si alguien intentó matarte dándote el cambiazo con las pastillas, es probable que vuelva a intentarlo.