El móvil de Knox sonó. El número aparecía como «privado». Vaciló antes de responder.
—¿Diga? —Knox tardó unos instantes en reconocer la voz de su interlocutor—. ¿Finn?
—He pensado en lo que me dijiste y creo que quizá te interese saber una cosa.
Knox cogió un pequeño bloc y un bolígrafo de la encimera de la cocina.
—Soy todo oídos.
—Estuve en el Centro de Visitantes con Oliver. Eso no es ninguna sorpresa para la gente de la CIA. Carter Gray también estaba allí, al igual que el senador Simpson.
—¿Qué estabais haciendo todos allí? ¿Celebrando una fiesta previa a una inauguración?
—Realizando un intercambio. Mi hijo a cambio del senador Simpson.
Knox se quedó de piedra.
—¿La CIA secuestró a tu hijo?
—Y nosotros secuestramos a un senador.
—¿Por qué Simpson?
—Él, Gray y Stone tienen una historia en común. Y no es buena.
—Ya me parecía que no eran amigos íntimos.
De todos modos, realizamos el intercambio, le dimos a Gray todo lo que quería, incluyendo un móvil que Stone tenía con una grabación.
—¿Grabación de qué?
—No lo sé, pero es el motivo por el que Gray dimitió de su cargo de zar de los servicios de inteligencia.
—¿Algún trapo sucio?
—Eso parece.
—Deduzco que después de realizar el intercambio no pensaban dejaros marchar así como así.
—Podría decirse que Gray tenía una idea distinta acerca de cómo saldríamos de allí. Vivos o muertos.
Knox escribía rápido y garabateaba preguntas en los márgenes.
—Una pregunta: ¿Milton Farb fue víctima de esa pequeña escaramuza?
—Está muerto, ¿no? Stone iba a sacarnos a todos de allí por una ruta planificada previamente. Sabía que Gray intentaría jugársela, por lo que tenía un plan alternativo. Pero mientras estábamos saliendo de allí, uno de los hombres de Gray mató a Milton. Stone decidió volver a entrar. —Finn hizo una pausa—. Yo le acompañé.
—¿Por qué?
—Salvó a mi hijo. Me salvó a mí junto con todas las personas que me importan. Estaba en deuda con él.
—Bueno, es comprensible. —Knox apretó el extremo del boli con los dientes.
—Otra cosa. Antes de que Simpson saliera del edificio, le gritó algo a Stone.
—¿Qué le dijo?
—Que él había sido quien había ordenado atacar a Stone y su familia cuando él pertenecía a la Triple Seis y Simpson estaba en la CIA. En ese ataque, su mujer fue asesinada y su hija desapareció. Stone se salvó y ha estado huyendo desde entonces. Le arrebataron todo lo que tenía, Knox. Todo.
—¿Por qué querían acabar con uno de los suyos?
—Él quería dejarlo. Se había hartado. Pero no pensaban permitírselo —se limitó a decir Finn.
Knox se acomodó en una silla y miró por la ventana hacia el pequeño jardín delantero mientras asimilaba la información.
—¿Por qué me cuentas todo esto?
—Por dos motivos. Debido a algo que sucedió hace mucho tiempo relacionado con Gray y Simpson, mi familia y yo somos intocables para el gobierno de Estados Unidos. No van a venir por nosotros, independientemente de lo que diga o deje de decir.
—Sí, ya me lo había parecido. ¿Y el segundo motivo?
—Todavía tengo contactos y me he informado sobre ti. Te considero un buen tipo que está en un aprieto. Antes de que acabe todo esto quizá necesites un salvavidas más que cualquier otra persona.
—Espero que te equivoques, pero te agradezco la ayuda.
—Otra cosa más. Si intentas encontrar a Oliver Stone, no pienso desearte suerte.
—Lo entiendo.
—No es sólo por el motivo que crees.
—¿Cómo dices?
—Como he dicho, estuve con él la noche del Centro de Visitantes del Capitolio. Tenía un rifle de francotirador de hace treinta años y un objetivo mierdoso. Al otro lado había un grupo de expertos paramilitares de la CIA armados hasta los dientes con una ventaja de seis a uno. Pero nosotros salimos ilesos y ellos no. Nunca he visto nada igual, Knox, y he estado como SEAL en prácticamente todos los lugares del mundo donde hay conflictos. Oliver Stone es el hombre más honesto que conozco. Nunca decepciona. Es un tipo de palabra y daría su vida por sus amigos sin pensárselo dos veces. Pero con una pistola o un cuchillo en la mano, deja de ser humano. Conoce métodos para matar inimaginables. Así pues, si te cruzas con él tienes muchas posibilidades de palmarla. Pensaba que debías saberlo.
Finn colgó y Knox se quedó mirando por la ventana mientras trazaba garabatos absurdos en el papel.
La información que Finn acababa de proporcionarle, si bien resultaba apremiante e interesante, no tendría por qué afectarlo en lo referente a la misión que le habían encomendado.
Pero sí le afectaba.
A Knox no le había extrañado que su agencia no tuviera, ni mucho menos, las manos limpias. Su trabajo era sucio por definición. Pero aunque él era un veterano del mundo de la inteligencia, había algo en su interior —quizás en el fondo del alma, si es que todavía tenía— que se le había encogido de rabia al oír lo que Finn le había contado sobre John Carr y cómo su país lo había maltratado una y otra vez.
Hay cosas que están bien y otras que están mal, pero a veces cuesta diferenciarlas. También sabía que la justicia y la injusticia se confundían muy a menudo. No había respuestas fáciles y, fuera cual fuese el camino que uno tomara, el de arriba, el de abajo o, lo más probable, el del medio, muchas personas odiarían el resultado y muchas otras lo aplaudirían. Lo curioso del caso es que, en cierto modo, todas tendrían razón.
Sin embargo, mientras Knox cavilaba sobre todo aquello, le pareció que John Carr, independientemente de lo que hubiera hecho aquella mañana gris y lluviosa de hacía unos días, se merecía vivir como un hombre libre, si bien no atañía a Knox tomar esa decisión. Se dijo que tendría que verificar lo que le habían contado. Entonces actuaría en consecuencia.