Stone se levantó mientras se desabrochaba el cinturón con una mano. Se lo quitó y lo sujetó por el extremo opuesto de la hebilla, que quedó colgando a pocos centímetros de la carretera.
Los hombres lo rodearon con los bates preparados.
—Creo que la cosa no pinta bien, abuelete —dijo uno de ellos.
Al cabo de unos instantes, estaba en el suelo con la cara ensangrentada después de que la hebilla le impactara en un ojo.
Mientras se retorcía y gemía tapándose la cara con las manos, uno de sus compinches dio un paso adelante y blandió el bate con violencia. Stone lo esquivó y le atizó con el cinturón en un lado de la cara. El tipo chilló de ira y contraatacó, agitando el bate a diestro y siniestro. Stone se apartó, pero recibió un golpe en el brazo. Soltó el cinturón, rodó por el suelo y, con el otro brazo, le arrebató el bate al hombre caído. Le golpeó primero en las rodillas para tumbarlo y luego le atizó en la nuca para que ya no se moviera.
El agresor que quedaba soltó el bate y echó a correr. Stone se giró y lanzó el bate que tenía. Voló por los aires y alcanzó al tipo en la espalda. Gritó, cayó al suelo, se levantó y logró llegar al camión. Stone se dispuso a atraparlo, pero se paró cuando Danny gimió. Corrió a su lado mientras el vehículo se marchaba a toda velocidad.
—Danny, Danny, ¿me oyes? ¿Puedes levantarte?
Stone miró alrededor. Un hombre inconsciente, y el otro retorciéndose en el suelo. Le preocupaba que el tercer agresor hubiera ido a buscar refuerzos. Y el brazo le dolía horrores.
—Danny, ¿puedes caminar?
El joven lo miró y asintió. Stone lo puso en pie a pesar del intenso dolor que sentía en el brazo. Logró sujetar a Danny mientras caminaban por la carretera. Llegaron a la caravana de Willie. Stone entró en la caravana y encontró las llaves del coche de Willie. Subió al chico, puso en marcha el vehículo y salió a toda prisa.
Primero se dirigió a la consulta del doctor Warner, pero no encontró a nadie. Condujo hacia el hospital.
El muchacho iba apoyado contra el asiento delantero. Tenía la cara ensangrentada y un brazo le colgaba de forma extraña.
—Aguanta, Danny, vamos al hospital.
Danny masculló algo.
—¿Qué?
—Llama a mi madre.
Stone vio que introducía lentamente la mano en un bolsillo y extraía el móvil. Sujetando el volante con las rodillas, Stone lo abrió, encontró el número en el menú de marcación rápida y pulsó la tecla.
Sonaron unos cuantos tonos, pero al final contestó.
—¿Sí?
—Abby, soy Ben. Estoy con Danny. Unos tíos lo han atacado con bates de béisbol. Nos dirigimos al hospital. Reúnete con nosotros allí.
Abby no se puso a gritar ni llorar, lo cual decía mucho de ella.
—Voy para allá —se limitó a decir.
Al cabo de menos de una hora Stone entró otra vez en el aparcamiento del hospital. Prácticamente cargó a Danny hasta Urgencias. Mientras lo examinaban, Abby frenó en seco en el aparcamiento, salió del Mini Cooper y entró corriendo. Stone la recibió en la puerta y la llevó junto a Danny, que yacía en una camilla en la sala de urgencias.
Las lágrimas le afloraron a los ojos al tomar la mano de su hijo.
—Danny, ¿qué demonios ha pasado? ¿Quién te ha hecho esto?
—Sólo ha sido un accidente, mamá —murmuró—. No te preocupes. Saldré de aquí enseguida. Recibí golpes peores los viernes por la noche cuando había partido.
Abby miró a Stone.
—¿Un accidente?
Él negó con la cabeza.
—Tenemos que ingresarlo y hacerle algunas pruebas —informó el médico—. Ahora parece estable, pero podría tener una hemorragia interna.
—¿Se pondrá bien? —preguntó Abby angustiada.
—Señora, tenemos que hacerle unas pruebas. Cuidaremos de él. Ya le informaremos de cómo evoluciona.
Se lo llevaron.
Abby se quedó allí, un poco tambaleante. Stone la rodeó con un brazo y la condujo hasta una silla de la sala de espera.
—Ha dicho que había sido un accidente.
—No ha sido ningún accidente. Tres hombres. Grandullones y malintencionados, armados con bates.
—¿Cómo lo sabes?
Stone no respondió de inmediato. Se le acababa de ocurrir una cosa. Uno de los hombres al que había apaleado le había resultado familiar. Intentó acordarse de dónde lo había visto, pero no lo ubicaba.
—¿Ben?
—¿Qué? Oh, porque han venido a por mí en cuanto han acabado con Danny.
—¿Cómo os habéis escabullido?
Él se tocó la cintura.
—Me ha costado el cinturón, aunque he dejado malheridos a dos de ellos. El otro ha escapado. Tengo que llamar a Tyree para informarle. ¿Tienes su número?
Ella le pasó el teléfono y Stone hizo la llamada.
Después de explicarle lo ocurrido al sheriff y describir a los hombres y su camión, escuchó un momento y asintió.
—De acuerdo, estaremos aquí —respondió.
Stone le devolvió el teléfono a Abby.
—Vendrá a tomar declaración después de pasarse por el lugar de los hechos.
—Me cuesta creer todo lo que está pasando. —Sus palabras sonaron un poco falsas y Stone se sorprendió.
—Cuando te he llamado no pareció asombrarte que Danny hubiera sufrido una agresión.
Ella no lo miró.
—Abby, ya sé que soy un forastero, pero he visto a esos tíos. Si Danny no se hubiera arrojado del vehículo, estaría muerto. Y quizás habrían vuelto para rematarlo.
Abby se secó los ojos con una mano.
—Últimamente pasan muchas cosas en Divine. Cosas raras.
—¿Por ejemplo? ¿Danny se marchó por eso y ahora a alguien le molesta que haya vuelto?
—No sé por qué se marchó. No quiso decírmelo.
—Abby, vi a Danny llorando como un desconsolado encima de la tumba de Debby Randolph.
Ella lo miró extrañada.
—¿Debby Randolph?
—Sí. ¿La conocía? ¿La quería?
—Salieron un par de veces en el instituto. Pero era la novia de Willie.
—¿Cómo murió?
—Se suicidó. Con una escopeta en un pequeño cobertizo detrás de la casa de sus padres.
—¿Qué motivos tenía para matarse?
—No sé. Supongo que estaba deprimida. Tyree está investigando el caso.
—¿Danny se marchó de Divine justo después de que ella muriera?
Abby hizo una bola con un pañuelo de papel y asintió lentamente.
—¿Te había hablado de Debby recientemente? —insistió Stone.
—No. —Se secó otra vez los ojos.
—Entonces, ¿a qué cosas raras te refieres?
—Cosas.
—Abby, ¿podrías especificar un poco más?
—Justo antes de que Danny se marchara se cometió un crimen.
—¿Un asesinato? ¿De quién?
—Un tipo llamado Rory Peterson.
—También vi su tumba. ¿Quién lo mató?
—No sé. Tyree todavía está investigando al respecto.
—¿Quién era Peterson?
—Un contable. También ayudaba a gestionar el fondo de la localidad.
—¿El fondo de la localidad?
—Divine ha pasado por muchos altibajos y por eso decidimos probar otro sistema. Todo el mundo aportó algo de dinero, los empresarios, la gente corriente. Yo puse más que la mayoría porque tenía más dinero. Lo depositamos todo en un fondo de inversión que ha funcionado muy bien. Rory llevaba las cuentas. El fondo paga dividendos trimestralmente. Ha sido una bendición para la gente del pueblo. Ha permitido que algunos negocios que iban mal continúen abiertos. La gente ha podido conservar la casa, pagar deudas, sobrevivir en tiempos difíciles.
—Dices que Peterson llevaba la contabilidad. ¿Se estaba quedando dinero y a alguien le sentó mal?
—No lo sé. Sé que Rory tenía contactos en Nueva York. Él era de allí. Ese es otro de los motivos por el que el fondo iba tan bien. Nos consiguió buenas condiciones con algunos fondos de rentas patrimoniales privados de allí. Al menos eso dijo. Los conocía de la época en que había trabajado en Nueva York. Fondos que no están muy controlados a nivel oficial, por lo menos a juzgar por los dividendos que recibo.
—¿Es posible que Danny estuviera implicado en eso de algún modo? ¿O Debby?
—No veo la relación. Danny nunca ha sido espabilado para los negocios. Sus intereses son mucho más básicos. Debby era artista. No tenía nada que ver con el fondo.
—Pues los tíos de esta noche no parecían de Wall Street, la verdad.
El teléfono de Abby sonó. Respondió y se lo pasó a Stone.
—Es Tyree.
—Ben —dijo el sheriff—, he ido al sitio que me has indicado. No había nadie y no he encontrado nada. Ni bates, ni sangre ni cinturón.
—Deben de haber vuelto para no dejar ningún rastro.
—¿Qué tal está Danny?
—Le están haciendo unas pruebas.
—¿Sabes quién le atacó?
—Dijo que fue un accidente.
—¿Y estás seguro de que no lo fue?
—Sí, a menos que consideres un accidente el que tres tíos vayan por ahí atizando a chicos con bates de béisbol.
—Voy para allá para hablar con Danny. ¿Cómo está Abby?
Stone la miró.
—Resistiendo.
Colgó y le devolvió el teléfono.
—Voy a buscar un café. ¿Te apetece uno?
Ella negó con la cabeza e intentó sonreír.
—No, gracias. Me quedaré aquí hasta que me confirmen que Danny se pondrá bien.
Stone se marchó a buscar una máquina de bebidas y estiró el brazo herido. Entonces se le ocurrió lo obvio. Willie Coombs seguía allí.
Crack y pupilas encogidas. Y ahora Danny había recibido una paliza brutal. Y una mujer muerta en medio de todo aquello.
El café podía esperar. Tenía que hablar con Willie.