A primera hora de la mañana siguiente casi todos los habitantes de Divine estaban al corriente de la heroicidad de Stone. Willie Coombs sobreviviría y su abuelo había contado a todo el mundo cómo le había salvado la vida.
—Con una sangre fría alucinante —repetía una y otra vez, refiriéndose a Stone.
—He oído decir que estuvo en Vietnam —dijo otro hombre—. Responde bien bajo presión.
—Todo un héroe americano —comentó una señora. Aunque añadió en voz más baja para una amiga—: Lástima que perdiera el tiempo con Willie Coombs.
El sheriff Tyree se presentó en la habitación de Stone esa mañana para felicitarlo y darle las gracias.
—Willie es un buen chico, lástima que consuma pastillas.
—Es minero, ¿verdad? —preguntó Stone.
—¿Cómo lo sabes?
—Por las cicatrices y las manos ásperas. Y tenía polvo de carbón incrustado en la piel. ¿Su madre se ha enterado?
—¿Shirley? Dudo que le importe.
Stone prefirió no preguntar al respecto.
—Bob Coombs me dijo que su hijo, el padre de Willie, murió.
—Sí. En un accidente de caza. No llevaba el chaleco naranja y lo tomaron por un ciervo. Abby me ha pedido que te diga que tiene más trabajo para ti. Por la misma tarifa.
—Ahora mismo iré. —Tras haber oído las noticias en la radio la noche anterior, se sentía incluso más incómodo en compañía de un agente de la ley.
Cuando Stone llegó al Rita’s Restaurant, Abby le había preparado el desayuno. Al entrar, los clientes le sonrieron y saludaron. Algunos mineros se le acercaron y le palmearon la espalda para agradecerle la ayuda prestada a su compañero de trabajo.
—¿Cómo se siente uno al ser un héroe? —preguntó Abby mientras le servía una taza de café.
—Me alegro de que esté bien. Pero tiene por delante un largo camino por recorrer. Según parece, tiene problemas con las drogas.
—Igual que la mayoría de los mineros. Lo cierto es que Willie Coombs es un buen chico. Él y Danny jugaban juntos al fútbol americano en el instituto. Eran íntimos, pero luego se pelearon.
—¿Por qué?
—Cuando todos éramos pobres no había ningún problema, pero cuando recibimos el dinero de la indemnización dio la impresión de que Willie pensaba que Danny le debía algo. Le dimos dinero, pero acabó esnifándoselo, así que dejamos de financiarle su adicción.
Un hombre alto y delgado se acercó a ellos. Era el único hombre del lugar vestido con traje y corbata. Llevaba la raya bien hecha en el pelo entrecano y un corte moderno. Tenía los ojos grises y vivos y un rostro surcado de arrugas que transmitían la circunspección propia de los eruditos.
—Ben, te presento a Charlie Trimble —dijo Abby—. Es el director del Divine Eagle, el periódico local.
Stone tuvo que contenerse para no levantarse de un salto y echar a correr.
—Me encantaría entrevistarte sobre tu episodio con Willie, Ben. No sólo porque es una historia encomiable, sino porque demuestra por qué tenemos que reinstaurar el programa de la brigada de voluntarios de salvamento —anunció Trimble sonriente.
Abby miró a Stone.
—¿Te parece bien, Ben?
Stone respondió pausadamente.
—Lo que hice no es tan especial, y creo que no me merezco tanta publicidad sólo por haber ayudado a una persona.
Trimble sonrió todavía más.
—Y encima modesto. Eso funcionará bien para el artículo. Sólo serán unas pocas preguntas, Ben. Podemos hacerlo aquí si quieres, o en mi despacho.
Stone se levantó.
—Abby, si tienes más trabajo para mí, sería perfecto. —Miró al periodista—. Lo siento, señor Trimble. Estoy seguro de que a Bob le encantará hablar con usted. Él ayudó tanto como yo, o incluso más.
Trimble puso cara de contrariado.
—¿Ni siquiera un par de preguntas?
—No, lo siento.
Abby le dio una lista de tareas por hacer mientras Trimble se sentaba a la mesa para tomar un café sin apartar la vista de Stone. Y este notaba su mirada resentida.
Stone trabajó media jornada en el restaurante y la otra media en casa de Abby, sin dejar de pensar en el mejor modo de huir. Si se marchaba de Divine probablemente lo pillaran. Si se quedaba, alguien ataría cabos y una mañana los federales irrumpirían en el pueblo. Stone no sabía qué hacer, algo a lo que no estaba nada acostumbrado.
Cuando volvía a la pensión se encontró con Bob Coombs delante del edificio.
El viejo estaba nervioso, se balanceaba sobre los talones y tenía las manos en los bolsillos con la mirada fija en la calzada. Stone cruzó la calle.
—Hola, Bob. ¿Willie está bien?
El viejo miró nervioso alrededor.
—¿Podemos hablar en privado?
Stone lo condujo a su habitación.
—¿Qué ocurre?
—He hablado con Willie esta mañana y con los médicos del hospital, y hay cosas que no se explican.
—¿Por ejemplo?
—Lo que tú dijiste. Las drogas que Willie dice que tomó no cuadran con lo que le pasó.
—¿Fue el crack?
—Eso es lo que Willie dice que tomó.
—A lo mejor se equivocó.
Bob negó con la cabeza.
—Sé que hay gente que piensa que Willie no es más que un drogadicto, pero no es verdad. Es un chico listo que se está matando en las minas. Empezó ahí nada más acabar el instituto y parece que lleve allí treinta años, así son las cosas. Pero si dice que era crack, seguro que era crack.
Stone se lo quedó mirando sin saber muy bien por qué aquel hombre le contaba todo aquello.
—Bueno, si crees que pasa algo raro, Bob, deberías contárselo al sheriff Tyree.
—Es que se me ha ocurrido que tú podrías intervenir.
—¿Yo? ¿Intervenir en qué, exactamente?
—Le salvaste la vida al chico. Salta a la vista que eres un hombre de mundo, que sabes cosas. Me gustaría que hablaras con Willie, que te diera su versión de los hechos e intentaras averiguar algo.
—No soy detective privado.
—Perdí a mi hijo, ¿sabes? Willie es lo único que me queda. No puedo perderlo también a él. Bueno, eso era lo que quería decirte. Si hablas con Willie te lo agradeceré; si no, te seguiré estando agradecido por lo que has hecho.
—¿Ha ido a verte el tal Trimble del periódico?
—Sí. Le conté lo que hiciste. Me ha dicho que está escribiendo el artículo pero que no quieres hablar con él.
—No me gusta darme bombo. ¿Es de Divine?
—Oh, no, se retiró aquí. Se compró una casita cerca del río y luego aceptó dirigir el periódico local.
—¿Antes ya se dedicaba al periodismo?
—Por supuesto.
—¿Dónde?
—El Washington Post.
«Mierda».
—Mira, Ben, puedo pagarte.
—Bob, ve a ver al sheriff. Es su trabajo, no el mío.
—Pero creía que…
—Lo siento, Bob. No puedo.