24

Stone estaba a punto de abordar a Danny Riker cuando alguien apareció por el otro lado del cementerio. Stone se agazapó detrás del muro de piedra mientras el hombre salía de la penumbra y quedaba iluminado por la luna. Stone pensó que el hombretón agrediría a Danny, dado el sigilo con el que se movía, se preparó para intervenir, pero el otro hombre tocó suavemente el hombro del muchacho.

—Vamos, chico, no es bueno que estés aquí.

Danny alzó la vista y vio al sheriff Tyree, que se inclinó para ayudarlo a levantarse.

—No hay derecho. No hay derecho —farfulló el chico mientras se apoyaba en el corpachón del policía.

—Hay muchas cosas injustas en la vida, Danny. Pero no puedes dejar que esto acabe contigo, muchacho.

—Quiero morirme.

Tyree le dio un bofetón.

—No quiero volver a oírte decir eso, Danny. La chica está muerta. No puedes hacer nada para resucitarla.

El muchacho señaló la tierra.

—¿Y eso te parece justo?

—Hazte cargo de la situación. Ella eligió. Se suicidó. Esto no es bueno para nadie. ¿Quieres que te lleve a casa?

Danny se seco la cara y negó con la cabeza.

—Si te crees eso, es que eres imbécil —espetó.

Tyree lo miró de hito en hito.

—¿Sabes algo que yo no sepa?

—Sé un montón de cosas que tú no sabes. ¿Y qué? Lo que yo sé no sirve una mierda.

—Me refiero a Debby.

Danny inclinó la cabeza y dejó de hablar en tono desafiante.

—No, no sé nada. Sólo estaba hablando. Hablando y no diciendo nada en realidad.

—Has dicho que era un imbécil si me creía eso. ¿El qué? ¿Qué se suicidó?

—Yo no he dicho eso, sheriff.

—Sólo quiero oír lo que tengas que decir.

Como respuesta, Danny dio media vuelta y se alejó.

—¡Danny, vuelve aquí!

—Deja de gritar, sheriff, vas a despertar a los muertos.

—Ahora mismo, chaval.

—No soy un chaval, Tyree, por si no te has dado cuenta. —Se volvió para mirarlo—. Y a no ser que quieras pegarme un tiro en la espalda, me voy a casa.

Tyree colocó la mano sobre la pistola y Stone se agazapó cuanto pudo. No quería que ninguno de los dos lo viera.

Esperó a que Danny desapareciera por la carretera y luego observó a Tyree caminar hacia el coche patrulla y volver al pueblo.

«¿Debería marcharme ahora? ¿Por qué esperar a mañana?». Stone fue andando hasta el pueblo y decidió pasar la noche en la pequeña pensión que Danny le había recomendado.

Subió las escaleras, dejó la bolsa y se sentó en la cama blanda a mirar por la ventana hacia la calle principal de Divine.

La escena del cementerio lo había desconcertado. ¿Acaso Danny estaba enamorado de Debby Randolph? ¿Se había suicidado? ¿Por qué se había marchado Danny y luego había vuelto?

—No es asunto mío —acabó diciendo Stone en voz alta, sorprendiéndose por la fuerza de sus palabras.

Comprobó la hora. Eran casi las diez. Llevaba un pequeño transistor en la bolsa. Lo sacó y lo encendió. Tuvo que girar varias veces el dial, pero al final encontró una emisora que daba noticias de alcance nacional cada hora. Se sentó otra vez en la cama. Los asesinatos no eran la noticia del día por bien poco; sólo los superaba otro brote de salmonella en algunas verduras.

Al locutor parecía faltarle el aliento cuando relató las últimas noticias sobre los asesinatos de alto nivel perpetrados en la capital.

«El FBI y el Departamento de Seguridad Interior han combinado esfuerzos en esta investigación. No cabe duda que los asesinatos del senador Roger Simpson y el jefe de inteligencia Carter Gray están relacionados y, al parecer, vinculados a acontecimientos de hace décadas, cuando ambos trabajaban en la CIA. Todo apunta a que el asesino es un ex colega de Simpson y Gray, al que se creía muerto desde hace años. Las autoridades vigilan todos los aeropuertos, estaciones de tren y autobuses, así como los pasos fronterizos. Les seguiremos informando a medida que haya más novedades sobre lo que será la persecución de la década». Stone apagó la radio, se levantó y volvió a mirar por la ventana. No habían anunciado el nombre del asesino, pero no les habría costado demasiado.

«Saben que fue John Carr y saben qué aspecto tengo y han establecido controles en todas las vías de escape». Nunca se había parado a pensar en su posible captura. Incluso imaginaba que podría llegar a Nueva Orleans, empezar una nueva vida y pasar el resto de sus días en un apacible anonimato. Pero, al parecer, no era eso lo que sucedería. Lo único que le preocupaba era que todo el mundo creería que era un criminal. ¿Acaso vengarse estaba mal siempre? ¿Acaso nunca era justificable terminar con una injusticia saltándose la ley? Sabía la respuesta a esas preguntas. Nunca disfrutaría del lujo de contar con un juez y un jurado. Nunca le permitirían contar su versión de los hechos. No, eso no lo permitirían.

Se puso la chaqueta. Necesitaba aire. Necesitaba pensar. ¿Acaso podía marcharse ahora de Divine? Tenía que llamar a Reuben, pero tendría que esperar hasta la mañana siguiente. En ese momento lo único que le apetecía era dar un paseo por la serena oscuridad de Divine.

Llegó a la calle principal, giró a la derecha y avanzó a paso ligero, alejándose del centro. Cada vez había más árboles, y las luces de las pequeñas casas que salpicaban el perímetro de Divine acabaron desapareciendo.

Al cabo de cinco minutos, Stone decidió regresar, pero justo entonces oyó un grito un poco más adelante. Era de un hombre, y parecía más que horrorizado.

Stone echó a correr.