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La cena estaba deliciosa, compuesta por fritos y platos suculentos en su mayor parte. Abby la había cocinado y Stone le había ayudado a servirla. Estaban los dos solos. Se había duchado en un cuarto de baño en la planta superior que parecía sacado de una revista de diseño. La compañía minera debía de haberles pagado una fortuna.

—¿Así que eres admiradora de Shakespeare? —preguntó Stone.

—Leí sus obras en el instituto, aunque nunca me había identificado con ellas.

—¿Y ahora sí?

—Tal vez. Tratan sobre todo lo que ofrece la vida, sobre todo lo negativo, pero lo he vivido demasiado en mis propias carnes como para que una obra de ficción me impresione al respecto.

Danny apareció en mitad de la cena, lanzó una mirada a Stone y su madre en el comedor, con las servilletas de lino y la lujosa vajilla, y se giró sin mediar palabra. Luego se oyó un portazo. Bien fuerte.

Stone miró por dónde se había ido y luego se giró hacia Abby.

—Estoy seguro de que te mantiene ocupada.

—Es una forma de decirlo. ¿Tienes hijos?

—Tuve una hija, pero murió.

—Lo siento. Danny ha utilizado cinco de sus siete vidas y tengo la sensación de que se ha llevado las mías junto con las suyas.

—¿Te opusiste a que se marchara? Has dicho que lloraste mucho.

—¿Qué madre no llora cuando se le va su único hijo?

—Entonces, ¿te alegras de que haya vuelto?

—Yo no diría tanto. Además, es muy probable que se marche otra vez en breve. No volverá a partirme el corazón, por lo menos eso me digo una y otra vez.

—¿Se había marchado con anterioridad?

—Había amenazado varias veces, pero nunca se había atrevido. Supongo que me convencí de que no eran más que palabras. Pero luego me puso en un aprieto. —La voz le tembló un poco.

—¿Decidió hacerlo esta vez por algún motivo en concreto?

—Es difícil saber cuáles son las motivaciones de Danny. Es terco como una mula, igual que su padre.

—Danny me dijo que había muerto en la mina.

Abby se tomó su tiempo para llevarse el último trozo de tarta a la boca.

—Sí. Antes has dicho que perdiste a una hija. ¿Y tu mujer?

—También murió. Hace mucho tiempo.

—¿Y qué has hecho en la vida desde entonces?

—Cosillas por aquí y por allá. Nunca he permanecido en el mismo sitio demasiado tiempo.

—¿Dejaste el ejército justo después de Vietnam?

—Me quedé un tiempo. Nada emocionante.

—¿No cobras una pensión del Tío Sam?

—No estuve alistado el tiempo suficiente.

La conversación fue decayendo y, al cabo de un rato, tras negarse a que Abby le llevara en coche al pueblo, Stone se despidió. En esa casa había pesadumbre a pesar del lujo y los detalles de diseño, por un simple motivo: el origen de la riqueza era la muerte.

—Supongo que te marcharás pronto —dijo ella cuando lo acompañó hasta la puerta de entrada.

—Soy mucho mayor que Danny y todavía no he decidido qué hacer con lo que me queda de vida. Así que será mejor que ponga manos a la obra.

—Gracias por ayudar a mi hijo.

—Parece un buen chico, Abby. Sólo necesita un poco de orientación.

—Habría sido ideal que la orientación le hubiera llevado, y retenido, lejos de aquí.

Abby cerró la puerta y Stone se quedó allí, desconcertado. Volvió a decirse que aquello no era asunto suyo, salió a la carretera y caminó hasta el pueblo.

El cielo estaba tachonado de estrellas, que proporcionaban la única luz existente. Cuando se estaba acercando al pueblo, Stone oyó algo. Al principio le pareció que era el gemido de un animal y le pasó por la cabeza que en aquella zona no sería extraño encontrarse con un oso negro o quizás un puma. A medida que avanzaba le resultó más fácil identificar el gemido.

Stone aceleró. La iglesia y el cementerio estaban un poco más adelante.

Cruzó la carretera, entró en el camposanto, fue directamente a la lápida y se paró al verla. O, mejor dicho, verlo.

Danny lloraba desconsoladamente tumbado encima de la tumba de Debby Randolph.