Knox abordó a Annabelle Conroy mientras salía del hotel. Se identificó y le pidió que lo acompañara.
—No pienso ir —dijo ella.
—¿Perdón?
—Esas credenciales podrían ser falsas y tú un violador. Ve a llamar a un policía e iré con los dos si él cree que eres quien dices ser. Pero hasta entonces, ni se te ocurra ponerme las manos encima.
—¿Qué me dices si tomamos un café en ese restaurante? Si te meto mano por debajo de la falda puedes gritar y darme una patada en los huevos.
—Que sepas que mis patadas duelen de verdad.
—No me cabe duda.
—¿Vamos a tardar mucho? Es que tengo cosas que hacer.
—Tanto o tan poco como tú quieras.
Frente a dos tazas de café cargado, Knox explicó lo que quería.
—No sé dónde está Oliver —reconoció ella con sinceridad—. Nos hicimos amigos y me alojé un tiempo en su casa, pero se marchó y no dijo adónde iba.
—¿Cómo os hicisteis amigos y por qué te alojaste en su casa?
—Muy sencillo. Me ayudó con un problema que tenía y, después de que se marchara, quise mantener su casa por si volvía.
—¿El problema era con el difunto Jerry Bagger?
—Veo que has hecho los deberes.
—No fue muy difícil, la verdad. ¿Qué problema tuviste exactamente con Bagger, Susan Hunter? —Knox no se creía que ese fuera su verdadero nombre, pero por ahora quería seguirle el juego.
—¿Y a ti qué más te da?
—Dímelo.
—¿Por qué coño tendría que hacerlo?
Knox señaló la taza que ella sostenía.
—¿Qué te parece si extraigo las huellas dactilares y las paso por una base de datos? ¿Me saldría el nombre de Susan Hunter?
—No existe ninguna ley que prohíba cambiarse el nombre.
—Cierto, pero el motivo por el que uno se lo cambia sí podría ser ilegal.
—Bagger le hizo daño a un ser querido y quería pillarlo por eso, que es lo que hice.
—¿Con la ayuda de Alex Ford y Oliver Stone?
—Sí. Bagger era un granuja y un psicópata. Hacía tiempo que el FBI y el Departamento de Justicia le iban detrás. Tuvo su merecido. ¿Qué tiene eso de malo?
—Jerry Bagger me importa un bledo. Me interesa Oliver Stone. O John Carr. No sé por qué nombre le conoces.
—Le conozco como Oliver Stone. No tengo ni idea de quién es John Carr.
—¿Cuándo lo viste por última vez?
—Hace unos seis meses.
—¿Te has enterado de los asesinatos de Carter Gray y el senador Simpson?
—Veo las noticias.
—Stone conocía a Gray.
—No lo sabía.
—¿Alex Ford nunca se molestó en decírtelo? Porque él estaba al corriente de todo.
—Sólo somos amigos y los amigos no lo comparten todo.
—¿Por qué te marchaste de la casa?
—Me cansé de vivir con los muertos.
—¿No habrás tenido noticias de Stone, no? Quizá te pidió que lo mantuvieras en la clandestinidad.
—¿Por qué iba a hacer tal cosa?
—Tú sabrás.
—¿Cómo voy a saber algo que no ha ocurrido?
—Creo que tu amiguito ha huido.
—¿De qué?
Knox se puso en pie.
—Bueno, mi detector de sandeces está pitando tan fuerte que me duelen los oídos. Así pues, igual que le dije a tu amigo Ford, seguiremos en contacto. Y no intentes salir de la ciudad. No me pondría nada contento.
Y se marchó.