18

Después de menos de un kilómetro, la carretera de asfalto daba paso a macadán. Stone pasó junto a una iglesia de piedra provista de una pequeña torre con un muro de piedra sin argamasa que rodeaba la finca. Como ex cuidador de cementerio que era, se detuvo y paseó sin prisas entre las lápidas. Los mismos apellidos se repetían una y otra vez. Vio la tumba de Samuel Riker. Había muerto hacía cinco años a los cuarenta y un años de edad.

También había varios Tyree. Una lápida, oscurecida por el tiempo, era la última morada de Lincoln Q. Tyree, fallecido en 1901. Stone pensó que debía de resultar desconcertante pasar junto a una lápida que ya tuviese el nombre de uno, pero quizás el bueno del sheriff no frecuentara demasiado el cementerio.

Había dos tumbas que todavía tenían flores frescas y los montículos de tierra se veían recientes. Rory Peterson había muerto hacía una semana. El nombre de la otra tumba hizo que Stone tardara un poco en reaccionar. Debby Randolph se había reunido con el Creador un día después de la muerte de Peterson. Al parecer por eso la mujer de la tienda se había comportado de forma un poco extraña. Peterson tenía cuarenta y ocho años mientras que Debby sólo contaba con veintitrés.

Siguió caminando, giró a la izquierda al llegar a un roble robusto con ramas gruesas y extensas que se asemejaba más a Atlas sosteniendo el mundo que a un mero árbol. De una rama colgaba un cartel: «Finca de una Noche de Verano», con una flecha que apuntaba a la izquierda. Recorrió otros cien metros escasos por un sendero de gravilla hasta la casa, aunque estaba claro que esa denominación no le hacía justicia. No sabía qué había imaginado encontrarse, pero desde luego no aquello.

Antebellum fue la primera palabra que le vino a la mente. Era grande, construida intercalando piedra y tablones blancos, con puertas y contraventanas negras y cuatro chimeneas de piedra. Un amplio voladizo frontal sostenido por columnas formaba un bonito porche con mecedoras, mesas robustas, plantas colgantes y un balancín tapizado que delimitaba un extremo. El patio ajardinado se extendía a lo lejos hasta el perímetro bordeado por muros de piedra. En un garaje adoquinado había una camioneta embarrada junto con un Mini Cooper verde de techo blanco.

«¿Todo esto con lo que da un restaurante de diez mesas, ocho taburetes en la barra y una máquina de discos?».

El trabajo por hacer estaba en los establos, que casi no se veían desde la casa. Pasó las siguientes dos horas limpiando compartimentos y ordenando bridas y riendas y otros aperos mientras varios caballos piafaban con los cascos en otros compartimentos.

Stone se estaba frotando la espalda dolorida cuando oyó que se acercaba un caballo. Un alto caballo zaino se detuvo cerca de él y Danny bajó de un salto. Sacó dos cervezas del bolsillo de la chaqueta y le tendió una a Stone.

—Mamá me ha dicho que estabas aquí.

Al abrir la lata se derramó un poco de líquido.

—Repartir cervezas a caballo no es una actividad lucrativa —bromeó.

—Parece que tienes la rodilla bien —observó Stone.

—Me curo rápido. ¿Qué estás haciendo?

—Limpiar establos, entre otras cosas.

—Te ayudaré.

—¿Seguro?

—Ahora mismo no tengo nada mejor que hacer.

Entraron en los establos y Danny cogió una pala después de amarrar el caballo a un gancho de hierro fijado al suelo de cemento.

Stone se fijó en un morado que tenía a un lado de la cara.

—¿El tío del tren ha vuelto a atizarte?

—Esta mañana Duke ha sido más rápido que yo en el compartimento. Me ha golpeado cuando intentaba embridarlo. Dichoso caballo.

—Es muy hermoso.

—¿Montas?

—No si puedo evitarlo. ¿Este lugar te parece de mala muerte? ¿Qué parte, la piscina, la mansión o el coche aparcado en la entrada?

—Soy de los que exageran —dijo el joven.

—En serio, ¿por qué quieres marcharte de un sitio como este?

—Es de ella, no mío. —Danny arrojó estiércol a una carretilla.

—Eres su hijo. Lo heredarás algún día.

Danny se quitó la camisa y dejó al descubierto un físico musculoso y fibroso.

—¿Quién ha dicho que lo quiera?

—Vale, tú ganas. ¿Eres hijo único?

—Sí.

—Al venir hacia aquí he visto la tumba de tu padre.

—Por eso conseguimos todo esto.

—¿Y eso?

—Una demanda contra la puta compañía minera que mató a mi viejo. Las empresas mineras casi siempre ganan estos juicios, o al menos los zanjan pagando una miseria porque tienen a todos los abogados buenos en su mano. Pero mamá aguantó y probó las acusaciones. La empresa minera interpuso una apelación, pero al final cedieron y ella consiguió su maldito dinero. Y lo único que perdimos fue ella a su marido y yo a mi padre.

Danny vertió otra palada de estiércol en una gran carretilla y golpeó la herramienta contra el lateral de metal como si fuera una exclamación.

—¿Y tu madre sigue regentando el restaurante?

—Le gusta estar ocupada, y la gente tiene que comer.

—El pueblo parece próspero.

—Los precios del carbón son los más elevados de las últimas décadas y no hay suficientes mineros para trabajar. Cuando la demanda es superior a la oferta, los salarios suben. De hecho, en los últimos cinco años se han duplicado. Un sueldo elevado y un coste de vida bajo equivalen a prosperidad para un trabajador normal y corriente. Así de sencillo.

—Pareces un experto en economía.

—No soy más que un ex deportista tonto, pero tengo ojos, oídos y un poco de sentido común. ¿Dónde dormirás esta noche?

—¿Hay un motel o algo así por aquí?

—En el pueblo, a un par de manzanas del local de mi madre, al doblar la esquina del juzgado, hay un sitio donde alquilan habitaciones. Barato pero limpio. Lo lleva un tal Bernie Sandusky. —Soltó una risita—. Dile al viejo Bernie que vas de parte de Danny.

—¿Por qué? ¿Tendré tarifa reducida?

—Es más probable que te dé una patada en el culo.

—¿Por qué?

—Bernie tiene una nieta muy mona que se llama Dottie. Hace unos años nos pilló en una de las habitaciones haciendo los deberes de anatomía. —Se rio y arrojó una buena carga de estiércol en la carretilla—. Bueno, ya me he cansado de echar mierda a paladas. Sigue tú, tío.

Stone se quedó mirando hasta que perdió de vista al joven y su montura. Acabó el trabajo y tomó despreocupadamente un sendero que serpenteaba alrededor de una pequeña colina cubierta de pinos bajos. La finca de Abby parecía no tener fin. Llegó a otro camino de grava que discurría en otra dirección. Siguió la trayectoria del mismo con la mirada y calculó que debía de desembocar en la carretera principal, al otro lado de por donde él había llegado.

Al cabo de unos minutos siguió un camino de tierra ennegrecido por el tránsito y que llevaba a un viejo granero que parecía a punto de desmoronarse. En el interior había una vieja camioneta gris, balas de heno podrido y tractores oxidados, además de otros aperos de la granja.

Se sentó en el guardabarros y contó su escaso capital. La buena acción para ayudar a Danny le había costado cara. El billete de tren no había sido barato y el viaje en autobús hasta las inmediaciones de Divine le había costado unos preciados dólares. Danny se había ofrecido a pagar, pero Stone no había aceptado. Y todavía tenía que alquilar una habitación en el pueblo. Rezó para que la rica Abby fuera generosa al pagarle el jornal, para así poder reanudar el viaje.

Sin embargo, ¿acaso debía seguir huyendo? Quizá tenía que haber respirado agua después de tirarse por el acantilado para acabar con todo. A decir verdad, ¿qué motivos tenía para vivir?

«¿Qué motivos tengo para vivir?».

Oyó que un vehículo frenaba bruscamente en el exterior. Salió fuera y vio a Abby apeándose de un pequeño camión.

—¿Estás dando un paseo por aquí? —dijo seria.

—He acabado con los establos. Tienes una finca preciosa.

—Sí —respondió con expresión inescrutable.

—No parece que este sitio se utilice mucho —comentó él mirando hacia el granero.

—Aquí vivieron mis padres durante cincuenta años. Era una granja, pero no nos dedicamos a la ganadería desde hace treinta años. Su casa estaba allí abajo. —Señaló a la izquierda—. Se quemó hace muchos años. Lo único que queda es la chimenea. Tendría que derribarla, pero no me veo con fuerzas. Me refiero a que realmente es lo único que me queda de ellos.

—Lo entiendo.

—Ah, ¿sí?

—Es difícil desprenderse del pasado, sobre todo cuando el futuro resulta un poco incierto.

—Estás desperdiciando tu talento limpiando establos, Ben. Deberías ser profesor de filosofía.

—Estaba a punto de volver al pueblo.

—Tengo que pagarte. ¿Por qué no vuelves conmigo a la casa? Puedes cenar y cobrar.

—No tienes por qué invitarme.

—Ya. Sube. —Su tono parecía inapelable. Al cabo de unos minutos llegaron al camino de entrada.

—Bonita casa.

—Pagué un precio jodidamente elevado.

—Danny me ha contado algo al respecto.

—Supongo que querrás ducharte y cambiarte de ropa. Limpiar establos no es el trabajo más pulcro del mundo.

—Gracias. Lamento lo de tu esposo.

—Ya.

Cerró la puerta del camión de golpe y subió los escalones.

Stone salió despacio y caminó detrás de ella.

Podía haber aterrizado en cualquier pueblo del país. Y había tenido que ser en Divine, Virginia. «Maldita suerte la mía eligiendo pueblos».