Alex Ford salía para comprar algo de comer cuando el hombre le abordó en la calle de la oficina del Servicio Secreto, en Washington.
—¿Tienes un momento? —preguntó, enseñándole las credenciales.
Alex se estremeció al ver la insignia de la Agencia. «Perfecto, ya estamos».
—¿De qué se trata, agente Knox? —preguntó. Aunque, por supuesto, lo sabía a la perfección.
—Tenemos que hablar.
—¿Ahora?
—Ahora.
Echaron a andar hasta un pequeño parque, donde Knox se sentó en un banco e indicó a Alex que lo imitara.
Knox habló durante unos minutos y básicamente contó a Alex cosas que ya sabía.
—Su amigo no está en casa —declaró Knox.
—Ah, ¿no? La verdad es que últimamente no he pasado a verle.
—Pero según mis fuentes sí que ha pasado por allí a visitar a la mujer que se alojaba en la casa. Qué curioso que ella tampoco esté. ¿Qué puede decirme de ella?
—No mucho.
—Empecemos por el nombre.
Alex respiró hondo. «La situación se complica a marchas forzadas».
—¿Cuál es su implicación? ¿O la de mi amigo?
—Eso es lo que intentamos averiguar. ¿Cómo se llama?
—Susan. Susan Hunter.
—¿Sabe dónde está?
—No. —Por lo menos eso era verdad.
—¿Qué relación tiene con ella?
—Somos amigos.
—¿Y por qué se ha marchado su amiga?
—Yo qué sé. Hoy aquí, mañana allí. Es de ese tipo de personas.
—Su otro amigo, Oliver Stone, recibió una mención nada menos que del director del FBI por ayudar a desarticular una red de espionaje aquí en Washington.
—Así es. Yo participé en el tramo final de ese asunto. Pero el mérito es de él.
—Y había tenido una tienda plantada en el Lafayette Park. Un manifestante ante la Casa Blanca y cuidador de un cementerio. Y ayuda a desarticular redes de espionaje. Su versatilidad resulta, cuando menos, interesante.
—Es un tipo interesante.
—¿Qué más puede decirme sobre este hombre tan interesante? ¿Su relación con Carter Gray, por ejemplo?
—¿Carter Gray? —Alex se esforzó por simular desconcierto, aunque las axilas se le habían humedecido. Por mentir a un funcionario federal ya había cometido varios delitos. Con cada palabra cavaba su tumba profesional a mayor profundidad.
—Sí, Carter Gray. Stone fue a verle la noche que explotó su casa. Usted fue con él al día siguiente a la escena del crimen. He hablado con agentes del FBI que estuvieron allí con ustedes.
—Sí, sí. Bueno, sé que Oliver había ido a ver a Gray porque me lo contó. No sé por qué. Me pidió que fuera con él para hablar con los del FBI. Y eso hice. Que yo sepa, la cosa quedó ahí.
—¿Cómo se conocieron?
—Cualquiera que haya tenido misiones de protección de la Casa Blanca conoce a Oliver Stone. Durante mucho tiempo fue una figura omnipresente en el Lafayette Park.
—¿Sabe cuál es su verdadero nombre, o es que el director de cine está pluriempleado?
—Desconozco su verdadero nombre.
—Pensaba que los agentes del Servicio Secreto eran un poco más curiosos. ¿El tío estaba justo delante de la Casa Blanca y ni siquiera sabe su nombre verdadero?
—Vivimos en un país libre. Nunca hizo nada peligroso. Se limitaba a ejercer su derecho a protestar. Lo considerábamos un excéntrico.
—¿Y el nombre de John Carr le suena de algo?
Alex había estado esperando esa pregunta.
—No, pero me resulta familiar por algún motivo.
—Es el nombre de un soldado cuya tumba se exhumó en Arlington. Por orden de Gray.
—Ya. Lo leí en los periódicos. Me pregunto a qué demonios vino eso.
Knox se lo quedó mirando.
Al final, Alex rompió el silencio.
—No sé qué decirle, agente Knox.
—La verdad resultaría de gran ayuda.
Alex empezó a sentir la migraña en la frente.
—Estoy diciendo la verdad.
Knox bajó la mirada y negó con la cabeza lentamente. Cuando alzó la vista tenía una expresión entristecida.
—¿Piensa echar por tierra su carrera por ese tío, Ford?
—Yo lo conozco como Oliver Stone. Eso es todo.
—Conoce a sus amigos Reuben Rhodes y Caleb Shaw.
—Sí. También son amigos míos.
—Y uno de ellos murió hace poco. —Knox consultó una pequeña libreta—. Milton Farb. Asesinado en su casa hace más de seis meses.
—Cierto. La verdad es que nos afectó mucho a todos.
—No lo dudo. ¿La policía no llegó a resolver el caso?
—Cierto, no está resuelto.
—Y también colaboró usted con los federales para pescar al magnate de los casinos Jerry Bagger. Pero acabó saltando por los aires y cayendo al río Potomac.
—Yo también estuve a punto de acabar allí.
—Es un hombre muy ajetreado. Y su amiga también. ¿Cómo la ha llamado? ¿Susan Hunter?
—La he llamado así porque ese es su nombre. Y es verdad, ella también estuvo allí.
—¿Y cómo se involucró usted en lo de Bagger? ¿Gracias a la mujer?
—Es bastante complejo y no puedo tomarme la libertad de divulgar lo ocurrido. Probablemente el FBI pueda informarle al respecto. Pero, insisto, estaba ayudando a un amigo.
—Hombre, tiene muchos amigos.
—Mejor que tener muchos enemigos —espetó Alex.
—Oh, creo que de esos también tiene unos cuantos. —Knox se levantó y le tendió una tarjeta—. Si se le ocurre alguna otra tontería y quiere contármela, llámeme. Mientras tanto, comprobaré todo lo que me ha dicho. Y para que vea que actúo de buena fe, le avisaré con dos minutos de antelación antes de que le entreguen la orden de arresto por obstrucción a la justicia. ¿De acuerdo, Ford? Ahora sí que la ha hecho buena. —Y se marchó.
Alex se quedó sentado en el banco, porque, en ese momento, las piernas no le respondían. «Gracias, Oliver. Muchas gracias».