Cuando el tren salió de la estación, que no era más que unos cuantos tablones ensamblados y mal iluminados, Stone miró al quarterback. A continuación, echó una mirada a los tres gamberros, que los observaban con expresión de querer zanjar aquel asunto inacabado.
Stone levantó la talega y cogió al joven del brazo.
—Vamos.
Él se soltó bruscamente.
—Yo no voy a ningún sitio con usted.
—Entonces puedes quedarte aquí y dejar que acaben lo que empezaron. —Stone no les dijo nada al cachas y sus muchachos.
—Tienen más ganas de pegarle a usted que a mí. Les ha dado una buena.
—A ti sí que te estaban dando una buena. Así pues, ¿qué crees que van a hacer ahora? —Stone advirtió cierto atisbo de sensatez en la expresión del joven—. De acuerdo, ¿por qué no empiezas a contarme de dónde has salido?
—Me he largado de mi casa. Quiero hacer mi vida.
—Ya. Pero tal como están las cosas ahora mismo, quizá sería más sensato volver a casa, recuperarte y luego empezar el viaje otra vez. ¿Tienes padres?
—Tengo madre.
—¿Dónde vives?
El joven miró ceñudo hacia aquellos tres, que no habían movido ni un solo músculo.
—No quiero volver allí. Acabo de largarme de ese maldito sitio.
Stone observó la cazadora del joven.
—Al parecer eras todo un atleta.
—El mejor que ha salido jamás de ese sitio de mala muerte, y mire de qué me ha servido.
—No mucha gente llega al deporte profesional. Eso no significa que no valiera la pena, ni que seas una especie de fracasado.
—Gracias por darme coba, me ha cambiado la vida —dijo el joven con desdén.
Stone resopló.
—Mira, chico, yo también tengo problemas, así que si no cambias de actitud ahora mismo, estoy por dejar que seas pasto de esas hienas.
—¿Qué quiere que haga?
—Dime cómo te llamas y de dónde eres.
—Danny. Danny Riker —dijo a regañadientes—. ¿Satisfecho? ¿Y usted cómo se llama?
Stone no vaciló.
—Ben. —Era el nombre de su padre—. ¿De dónde eres, Danny Riker?
—De Divine, Virginia. Un pequeño pueblo minero a este lado del infierno.
—¿A cuánto está de aquí?
—A tres horas.
—¿Dices que tu madre sigue allí?
—Así es.
—¿Y la dejaste sola en ese sitio de mala muerte?
—No está sola.
—¿Tienes dinero para volver a casa? —A lo mejor.
—¿Estás seguro o lo perdiste jugando al póquer? Han dicho que hacías trampas.
—Lo han dicho porque no tienen ni puta idea de jugar a las cartas. —Lanzó una mirada al cachas y le dedicó una sonrisa maliciosa—. ¿Verdad que sí, tío?
—¿Adónde te dirigías? —preguntó Stone.
—A donde no haya minas de carbón.
—¿Has trabajado en las minas?
Danny miró alrededor.
—Tengo hambre.
Se encaminó hacia un garito que se veía a una manzana. Lucía un rótulo de neón rosa con la palabra «restaurante», pero sólo la última T estaba iluminada. Stone lo apodó el «T Sola» para sus adentros.
Volvió a mirar al cachas y sus compinches apaleados. El cachas tenía una navaja en la mano. Si dejaba solo a Danny acabarían con él. Stone había matado a muchos hombres. Tal vez valiera la pena demorarse un poco para salvar una vida.
Comieron en la barra. De vez en cuando, Stone miraba por encima del hombro para controlar al cachas y sus muchachos, que se habían sentado en un reservado y engullían hamburguesas y patatas fritas mientras les lanzaban miradas asesinas por encima de las jarras de cerveza.
Cuando Stone fue a pagar, Danny dejó el dinero de su pedido y se levantó.
—Gracias por ayudarme —dijo con humildad.
—De nada.
—Para ser un vejestorio hay que ver cómo pelea. —En cierto modo, no se tomó aquel calificativo como un insulto.
—A lo mejor no soy tan viejo como parezco. Lo que pasa es que he tenido una vida dura.
—Igual que todos, ¿no?
—¿Adónde vas?
—Moverse o morir. Creo que lo dijo alguien importante.
No era un mal consejo para la vida, pensó Stone. «Ahora mismo soy un ave de paso». Al abandonar el T Sola, el cachas les salió al paso flanqueado por sus dos colegas.
—¿Adónde coño os creéis que vais?
—Si quieres puedo recolocarte la nariz —dijo Stone amablemente.
—Si vuelves a ponerme la mano encima, hijoputa, te rajo. Blandió la navaja.
Bueno, técnicamente era una navaja, pero tan pequeña y el upo la sostenía con tan poca destreza que a Stone le costaba hacerse a la idea de que realmente se trataba de un arma.
—Vale. Pues entonces buena suerte.
Él y Danny pasaron por su lado y el cachas los atacó con la navaja.
Al cabo de unos instantes, cayó de rodillas sujetándose el vientre. Danny se frotó el puño y bajó la mirada hacia su agresor.
—No es tan divertido cuando es uno contra uno, ¿verdad, musculitos?
El cachas le lanzó un débil puñetazo y apenas le alcanzó en la rodilla. Danny se dispuso a atizarle de nuevo, pero se detuvo y se limitó a apartarle. Sonrió a Stone.
—No hay que golpear a un hombre ya caído. No es jugar limpio.
Stone miró con expresión severa a los otros dos, que no sabían si atacarles o echar a correr.
—Ya me he hartado de vosotros, chicos. Así que o cogéis a vuestro amigo y os largáis de mi vista u os dejo para la UCI.
Se arrodilló, cogió la navaja y, con un giro de muñeca, la lanzó y la clavó limpiamente en la fachada de madera del T Sola, a tres metros. Al cabo de unos instantes los dos ayudaban al cachas a marcharse calle abajo.
Danny contempló boquiabierto el cuchillo clavado en la madera. Lo arrancó y lo tiró a un cubo de basura.
—¿Dónde ha aprendido a lanzar así?
—En los campamentos de verano. Bueno, ¿qué vas a hacer, chico? ¿Vuelves a casa a que te curen o vas a ir por ahí cojitranco cubriéndote las espaldas por si aparecen esos imbéciles?
—A casa. Un par de días como mucho.
—Parece un buen plan.
—¿Y usted?
—Me quedaré aquí una noche. Esperaré el siguiente tren en dirección sur. Estoy harto del frío. —«Simplemente harto», pensó.
Echaron a andar calle abajo.
—No he hecho trampa a las cartas.
—Te creo.
—¿Porqué?
—No pareces tan tonto como para hacer trampa cuando son tres contra uno. ¿Cómo vas a ir a Divine? ¿El tren llega allí?
Danny se echó a reír.
—Joder, nada llega a Divine. El autobús pasa cerca. Desde allí caminaré o haré dedo. No sería la primera vez…
La mirada de Stone se fijó en un sedán negro que recorría lentamente la calle. Se paró cerca de un coche de policía y el conductor bajó la ventanilla para hablar con el agente. Stone se fijó en la matrícula blanca del gobierno en el sedán.
«¿Un coche del FBI? ¿Aquí? ¿Acaso el revisor del tren sospechó algo y los llamó?». Stone miró a Danny.
—Divine es un sitio muy aislado, ¿no?
El chico observó los dos coches y luego miró a Stone. Se había dado cuenta de la reacción de Stone al ver a la policía.
—¿Aislado? Se lo diré de otro modo: Divine es un lugar muy difícil de encontrar, incluso esforzándose. Aunque no sé por qué alguien querría ir allí. Y cuando lo encuentras, entonces lo único que quieres hacer es salir corriendo.
—Perfecto.
—¿Qué?
—Vamos.
—Está de broma, ¿no? Ya le he dicho que es un pueblo de mala muerte.
—No tanto como crees, Danny.
—¿Por qué se considera tan experto?
«Porque ya he estado en un lugar de mala muerte. Y no fue en Virginia».