Caleb Shaw y Reuben Rhodes ya estaban deprimidos antes de que Alex Ford fuera al edificio de apartamentos de Caleb y les comunicara las últimas noticias. Tenían los ánimos por los suelos.
Caleb se sirvió una copa de jerez y empezó a engullir patatas fritas grasientas, una costumbre que tenía, entre otras muchas, cuando se ponía nervioso.
—¿Cuántas tragedias más tendremos que soportar? —exclamó.
—¿O sea que mató a Simpson y a Gray?
—No es que lo dijera así de claro en la carta, pero eso parece —repuso Alex.
—Esos cabrones se lo merecían —aseveró Reuben.
—De todos modos sigue siendo un crimen, Reuben —señaló Alex.
—¿Y lo que le hicieron a él? ¿Alguien ha pasado un solo día en la cárcel por ello? Pues no.
Alex parecía dispuesto a rebatir aquel argumento al igual que había hecho con Annabelle, pero se lo pensó.
—¿Dónde crees que está? —preguntó Caleb.
—Ha huido —respondió Alex—. Y no os extrañe que el FBI se presente en vuestra casa a hacer preguntas.
—Si aparecen, yo no sé nada —afirmó Reuben.
—Andaos con cuidado en ese sentido —advirtió Alex—. Por perjurio os pueden caer varios años en una prisión federal.
—No pienso decir nada que permita a esos cabrones atrapar a Oliver, Alex. Y espero que tú hagas lo mismo.
—Mi situación es un poco distinta.
—¿No eres amigo de Oliver? ¿No te salvó la vida?
—Sí. Y le devolví el favor, por si no te acuerdas.
—¿Y no fue gracias a él que te concedieron un reconocimiento especial al descubrir esa red de espionaje?
—Sé por dónde vas, Reuben.
—No, es obvio que no —repuso el grandullón mientras se levantaba para situarse junto al alto agente del Servicio Secreto—. Porque sí dices algo que les ayude a encontrar a Oliver, serás un traidor, así de claro.
—Yo no lo veo tan claro, Reuben. Sigo siendo agente federal. Juré que haría respetar la ley.
—¿Qué opina Annabelle de todo esto? —preguntó Reuben.
—¿Y a ti qué coño te importa?
—A ella le pareció una putada, ¿verdad?
—Por favor —suplicó Caleb—. Estoy seguro de que Oliver no querría que esto abriera una brecha entre nosotros.
—No hay ninguna brecha, Caleb. Se trata de ser un buen amigo o no serlo —señaló Reuben—. Sólo quiero que nuestro superagente secreto deje claro de qué lado está.
Alex repasó de arriba abajo a Reuben.
—¿Me estás amenazando?
—Oliver las ha pasado canutas por culpa de Simpson y Gray. Me alegro de que estén muertos. Yo mismo les habría pegado un tiro en la cabeza.
—Entonces habrías ido a la cárcel.
—Sí, según tu forma de pensar supongo que Hitler se merecía un juicio.
—¿Qué cojones te pasa? Hablas como si yo estuviera en contra de Oliver.
—¡Es la impresión que me das!
—Alex, a lo mejor deberías irte, antes de que los ánimos se caldeen demasiado —dijo Caleb—. Por favor.
Alex miró a Reuben, que tenía los ojos enrojecidos, y luego a Caleb, angustiado. A continuación se puso el abrigo y se marchó.
«Ahí se queda el Camel Club», pensó. Se había acabado. Fin. Y estaba convencido de que jamás volvería a ver a Annabelle.
Estaba tan ensimismado que no vio a los dos hombres que le observaban desde un coche. Le siguieron cuando Alex arrancó el suyo. Mientras tanto, otros dos esperaban en el exterior del apartamento de Caleb. Al parecer, la cacería había empezado.