24

Erlendur miraba a Stefanía mientras sus palabras atravesaban su mente. No se mostraba tan arrogante como en su primer encuentro, cuando Erlendur le recriminó su falta de sentimientos hacia su hermano, y pensó que quizá se había precipitado al juzgarla. No la conocía, ni su historia, lo suficiente como para adoptar una posición de superioridad, y de pronto lamentó las palabras que le había dirigido, reprochándole su insensibilidad. No era asunto suyo juzgar a los demás, aunque acababa cayendo una y otra vez en la trampa. En realidad no sabía nada en absoluto de aquella mujer, a la que de pronto veía tan desdichada y tan espantosamente sola. Se dio cuenta de que la vida de aquella mujer no debía de haber sido un camino de rosas: primero creció a la sombra de su hermano, después fue una joven sin madre y por último una mujer que no podía alejarse del lado de su padre y que, probablemente, había sacrificado su vida entera por él. Así pasó un buen rato, mientras cada uno permanecía enfrascado en sus propios pensamientos. La puerta del cuartucho estaba abierta y Erlendur salió al pasillo. De pronto había sentido la necesidad de asegurarse de que no hubiera nadie allí, de que nadie hubiera escuchado la conversación. Inspeccionó el corredor pobremente iluminado, pero no vio a nadie. Dio media vuelta y observó el final del pasillo; la oscuridad era total. Pensó que para llegar hasta allí habría sido necesario pasar por delante de la puerta de la habitación, y entonces él se habría dado cuenta. En el pasillo no había nadie. Sin embargo, cuando regresó al cuarto tenía la clara sensación de que no estaban solos allí abajo. Había en el pasillo el mismo olor que sintió al bajar la primera vez allí, un olor a quemado que era incapaz de reconocer. No se encontraba a gusto en aquel lugar. El hallazgo del cuerpo estaba incrustado en su mente. La imagen era cada vez más dolorosa, y sabía que jamás podría librarse de ella.

—¿Algo va mal? —preguntó Stefanía, que se mantuvo inmóvil en su silla.

—No, todo va bien —dijo Erlendur—. Tonterías mías. Me pareció que había alguien en el pasillo. ¿No sería mejor irnos a otro sitio? ¿A tomar un café, quizá?

Ella pasó los ojos por el cuchitril, asintió con la cabeza y se puso en pie. Los dos recorrieron en silencio el pasillo y subieron la escalera, atravesaron el vestíbulo y entraron en el comedor, donde Erlendur pidió dos cafés. Se sentaron en una mesa apartada, intentando no dejarse distraer por los extranjeros.

—Mi padre se enfadaría mucho conmigo —dijo Stefanía—. Me tiene prohibido hablar de la familia. No tolera intromisiones en su vida privada.

—¿Goza de buena salud?

—Está fuerte para su edad. Pero no sé si…

Sus palabras se apagaron.

—No hay vida privada que valga en el contexto de una investigación policial —dijo Erlendur—. Y menos aún cuando se trata de un asesinato.

—Ya me voy dando cuenta de ello. Queríamos quitarnos este asunto de encima como si no tuviera nada que ver con nosotros, pero me temo que no hay forma de quedarse al margen en estas horribles circunstancias. Imagino que no es posible librarse.

—Si te he comprendido bien —dijo Erlendur—, tu padre y tú habíais roto toda relación con Gudlaugur pero él entraba a escondidas en la casa sin que os dierais cuenta. ¿Qué pretendía? ¿Qué hacía? ¿Por qué lo hacía?

—Nunca me dio una explicación clara. Se limitaba a sentarse en el salón durante una o dos horas sin moverse. De otro modo, me habría dado cuenta de su presencia mucho antes. No es que viniera todas las noches. Luego hubo una noche, hace unos dos años, que yo estaba despierta por algún motivo, y hacia las cuatro de la madrugada creí oír un crujido abajo, en el salón. Me llevé un buen susto, como es lógico. La habitación de mi padre está en el piso de abajo y siempre tiene la puerta abierta por la noche, y supuse que quizás estaba intentando llamar mi atención por algún motivo. Volví a oír un crujido y pensé si habría entrado algún ladrón, así que bajé la escalera con mucho cuidado. Vi que la puerta del cuarto de mi padre estaba igual que la había dejado, pero cuando llegué abajo vi a una persona que echaba a correr por la escalera del sótano y le grité. Para gran espanto mío, se detuvo, se dio la vuelta y empezó a subir por la escalera.

Stefanía calló y miró al infinito, como se hubiera desplazado a otro lugar y a otro tiempo.

—Pensé que iba a atacarme —dijo al fin—. Yo estaba en la puerta de la cocina y encendí la luz, y entonces lo vi con claridad. No lo había visto cara a cara en muchos años, desde que era joven, y necesité cierto tiempo para darme cuenta cabal de que se trataba de mi hermano.

—¿Cómo reaccionaste? —preguntó Erlendur.

—Me quedé completamente estupefacta al reconocerlo. También estaba muy asustada, porque de haberse tratado de un ladrón, no debería haber hecho lo que hice, sino llamar inmediatamente a la policía. Estaba temblando de miedo, y se me escapó un grito al encender la luz y verlo. Debió de ser divertido verme tan asustada y tan nerviosa, porque se echó a reír.

—No despiertes a papá —dijo, poniendo un dedo en sus labios y nublándole en un susurro.

Ella no podía creer a sus propios ojos.

Estaba muy cambiado con respecto a la imagen que había conservado de él en su juventud, y vio que había envejecido mal. Tenía bolsas debajo de los ojos y los finos labios parecían descoloridos, los mechones de su cabello estaban despeinados y la miraba con ojos de infinita tristeza. Parecía mucho mayor de lo que era.

—¿Qué haces aquí? —le dijo en un susurro.

—Nada —respondió él—. No hago nada. Pero a veces echo de menos la casa.

—Aquella fue la única explicación que me dio de sus visitas nocturnas a escondidas —dijo Stefanía—. Que a veces echaba de menos su hogar. No sé lo que quería decir. Si tenía algo que ver con su infancia, antes de morir mamá, o si se refería a los años antes de que empujase a papá por la escalera. No lo sé. Quizá la casa tenía para él un significado especial, porque nunca llegó a tener ninguna otra casa. No tenía más que un sucio cuchitril en este hotel.

—Deberías marcharte —le dijo ella—. Puede despertarse.

—Sí, lo sé —respondió él—. ¿Cómo está? ¿Está bien?

—Se conserva estupendamente. Pero necesita atención constante. Hay que darle de comer, lavarlo, vestirlo, sacarlo de casa, y ponerlo delante de la televisión. Le gustan mucho las películas de dibujos.

—No sabes hasta qué punto aquello me ha hecho sentir mal —dijo él—. Durante todos estos años. No quería que las cosas fueran así. Todo fue un terrible error.

—Sí, claro —dijo ella.

—Nunca quise ser famoso. Ese era su sueño. Lo único que yo tenía que hacer era cumplirlo.

Callaron.

—¿Pregunta por mí alguna vez?

—No —dijo ella—. Nunca. He intentado hacer que hable de ti, pero no quiere ni oírme.

—Sigue odiándome.

—Creo que nunca se le pasará.

—Porque yo soy como soy. No me aguanta por ser como soy.

—Eso es algo entre vosotros, que…

—Yo quise hacerlo todo por él, tú lo sabes.

—Sí.

—Siempre.

—Sí.

—Las exigencias que me imponía. Ejercicios sin pausa. Conciertos. Grabaciones. Todo eso era para conseguir lo que él soñaba, no yo. Si él estaba contento, entonces todo iba bien.

—Lo sé.

—¿Por qué no puede perdonarme? ¿Por qué no puede reconciliarse conmigo? Le echo de menos. ¿Se lo dirás? Echo de menos el tiempo en que estábamos juntos. Cuando yo cantaba para él. Vosotros sois mi familia.

—Intentaré hablar con él.

—¿Lo harás? ¿Le dirás que le echo de menos?

—Lo haré.

—No me aguanta por ser como soy.

Stefanía calló.

—A lo mejor fue una forma de rebelarme contra él. No lo sé. Intenté ocultarlo, pero no puedo ser lo que no soy.

—Deberías irte ya —dijo ella.

—Sí.

Él vaciló.

—¿Y tú? —dijo él.

—¿Yo?

—¿Tú también me odias?

—Deberías irte. Podría despertarse.

—Porque todo ha sido culpa mía. El estado en que se encuentra, tener que ocuparte constantemente de él. Tú tienes que…

—Vete —dijo ella.

—Perdona.

—¿Qué sucedió cuando se marchó de casa, después del accidente? —preguntó Erlendur—. ¿Sencillamente lo borrasteis de la memoria, como si nunca hubiera existido?

—Más o menos. Sé que mi padre escuchaba a veces sus discos. No quería que yo me enterara, pero lo vi algunas veces al volver a casa del trabajo. Había olvidado esconder la funda o quitar el disco del tocadiscos. A veces oíamos algo sobre él y, en una ocasión, hace muchos años, leímos una entrevista con él en una revista. Hablaba de antiguos niños prodigio. «¿Dónde están ahora?», era el titular, o algo más o menos igual de horrible. La revista había logrado localizarlo y él parecía dispuesto a hablar de su antigua fama. No sé por qué se prestó a hacerlo. Lo único que decía en la entrevista era que había sido una época estupenda, cuando todos se fijaban en él.

—Alguien lo recordaba, entonces. No fue olvidado por completo.

—Siempre hay alguien que recuerda.

—¿En esa revista no hablaba de las burlas en el colegio, de las exigencias de vuestro padre, de la muerte de vuestra madre, ni de cómo las esperanzas que había albergado su padre se quedaron en nada, ni del hecho de que tuviera que abandonar su hogar?

—¿Qué sabes tú de las burlas en el colegio?

—Sabemos que se metían con él porque le consideraban diferente. ¿No es cierto?

—Yo creo que mi padre no tenía unas expectativas irrazonables. Es un hombre con los pies en el suelo, muy realista. No sé por qué utilizas esos términos. En aquella época, parecía que mi hermano llegaría muy lejos con su voz, iba a cantar en el extranjero y despertaba un interés poco habitual en esta sociedad nuestra tan pequeña. Mi padre se lo hizo ver con claridad. Creo que le dijo también que para conseguirlo era imprescindible trabajar muy duro y con mucha dedicación y aplicación, y que no tenía que hacerse demasiadas ilusiones. Mi padre no es idiota. No se te ocurra pensar semejante cosa.

—No pienso semejante cosa —dijo Erlendur.

—Bien.

—¿Gudlaugur no intentó nunca ponerse en contacto con vosotros? ¿O vosotros con él? ¿En tanto tiempo?

—No. Creo que he respondido ya a esa pregunta. Lo único que pasó fue que de vez en cuando venía a nuestra casa sin que nosotros nos diéramos cuenta. Me dijo que llevaba años haciéndolo.

—¿Tu padre y tú no lo buscasteis?

—No, nunca.

—¿Quería mucho a vuestra madre? —preguntó Erlendur.

—La idolatraba —dijo Stefanía.

—Su muerte debió de causarle un enorme dolor.

—A todos nos causó un enorme dolor.

Stefanía dejó escapar un profundo suspiro.

—Imagino que algo debió de morir dentro de todos nosotros cuando falleció. Algo que nos convertía en una familia. Creo que no me di verdadera cuenta hasta mucho después, de que era ella la que nos mantenía unidos, la que garantizaba el equilibrio. Ella y mi padre no estaban de acuerdo sobre Gudlaugur, y discutían sobre su educación, si se puede llamar discusión a eso. Ella quería dejarle ser como él quisiera, y aunque cantara tan bien, aquello no tenía por qué convertirse en algo tan importante.

Miró a Erlendur.

—Creo que nuestro padre nunca lo vio como un niño, sino más bien como un proyecto. Algo a lo que él y solo él tenía que dar forma.

—¿Y tú? ¿Cuál era tu posición?

—¿Mi postura? Nunca me la preguntó nadie.

Callaron, escucharon el murmullo de la sala y miraron a los extranjeros charlar y reír. Erlendur miró a Stefanía, que parecía haber desaparecido en su propio interior y en los recuerdos de su familia rota.

—¿Tuviste algo que ver con la muerte de tu hermano? —preguntó Erlendur con precaución.

Fue como si ella no oyese lo que le decía, así que repitió la pregunta. Ella levantó la vista.

—Nada en absoluto —dijo—. Ojalá siguiera con vida y pudiera…

Stefanía calló.

—¿Que pudiera qué?

—No lo sé, quizá reparar…

Volvió a callar.

—Fue todo tan horrible. Todo. Empieza con insignificancias y luego va aumentando y empeorando hasta que se vuelve insoportable. No quiero minimizar el hecho de que tirase a nuestro padre por la escalera. Pero uno adopta una posición y no hace nada para modificarla. Porque no deseamos hacerlo, supongo. Y va pasando el tiempo, y con los años uno acaba por olvidar los sentimientos, la razón por la que lo comenzó todo. De manera voluntaria o involuntaria, vamos dejando pasar las oportunidades de reparar lo que se torció, y de repente es ya demasiado tarde para intentar arreglar las cosas. Han transcurrido todos estos años y…

Exhaló un profundo suspiro.

—¿Qué sucedió después de que te lo encontraras en la cocina?

—Hablé con papá. No quería saber nada de Gudlaugur y ahí se acabó todo. No le mencioné las visitas nocturnas. Intenté hablar con él de reconciliación. Le conté que me había encontrado casualmente a Gulli en la calle, y que quería ver a su padre, pero papá se mostró absolutamente inflexible.

—¿Tu hermano no volvió más a casa?

—No que yo sepa.

Miró a Erlendur.

—Aquello fue hace dos años, y esa fue la última vez que le vi.