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—¿Qué coño haces aquí, Jackie? —le espetó Alex.

Ella lo miró ceñuda.

—Te he estado llamando pero no contestas. Así que he venido a verte y me parece haber topado con una conspiración. ¿Qué está pasando, Alex?

Stone no había apartado la mirada de Simpson.

—Estamos tratando de averiguar qué ocurre en el NIC.

—Lo sé, lo he escuchado, y que Reinke y Peters entraron en casa de alguien. —Simpson miró a Alex—. Si sabes algo sobre el secuestro del presidente, debes comunicárselo al servicio. Alex, podrías tener muchos problemas si no revelas esta clase de información.

—No me parece buena idea —intervino Stone.

Simpson lo miró con desdén.

—¿Y tú quién demonios eres?

Él le tendió la mano.

—Oliver Stone.

—¿Cómo dices? —repuso Simpson con incredulidad.

—Se llama Oliver Stone —confirmó Alex—. Y estos son sus amigos, Reuben, Milton y Caleb. Ya conoces a Kate Adams.

—Y tú eres Jackie Simpson, única hija del senador Roger Simpson, de Alabama, y ahijada de Carter Gray, secretario de Inteligencia.

—¿Y eso es un problema? —preguntó ella con frialdad.

—En absoluto, pero acudir a las autoridades en estos momentos sería un terrible error, agente Simpson.

—Escúchame bien, Oliver Stone o como diablos te llames, haré lo que me dé la gana. Soy poli y…

—Y muy inteligente —la interrumpió Stone—. Por tanto, estoy seguro de que ya has tenido en cuenta lo más obvio.

Simpson puso los ojos en blanco, pero Stone siguió mirándola hasta que ella replicó:

—¿Es decir?

—Si tenemos razón y los archivos del NIC se han modificado, el lamentable resultado ha sido que se permitió que un ejército de terroristas fuera a Brennan, Pensilvania, y secuestrara al presidente. Eso no augura nada bueno para tu padrino, que dirige la agencia, ni para tu padre, que supervisa las operaciones como presidente del Comité de Inteligencia del Senado. Supongo que no querrás perjudicarles, pero si acudes a las autoridades ahora es muy posible que arruines sus carreras.

Todos estaban pendientes de ambos, que mantenían un prolongado duelo de miradas. Finalmente, Simpson apartó la vista y miró a Alex en busca de ayuda.

—Alex, ¿qué está pasando, joder? ¿Qué se supone que debo hacer?

—Estamos tratando de averiguarlo, Jackie. Hasta entonces no podemos contar nada a nadie.

Caleb consultó la hora.

—Nos quedan siete horas y cuarenta y un minutos para encontrar a Brennan y evitar un posible Apocalipsis.

—Entonces mejor crucemos los dedos de las manos y los pies —dijo Reuben.

—¡Joder! —exclamó Alex—. ¡Dedos! —Le arrebató el portátil a Milton y reprodujo la grabación de nuevo—. Ahí —dijo señalando—. Ahí mismo, ¿lo veis?

Todos parecían perplejos porque no señalaba ni a Reinke ni a Peters, sino al hombre enmascarado que había derribado al guardia de seguridad.

Stone lo miró sin entender.

—Sólo veo a un hombre con una máscara, Alex. ¿Qué hay que ver?

El agente congeló la imagen y señaló con el dedo.

—Esto.

Todos miraron entornando los ojos.

—¿El cuello del guardia? —preguntó Simpson.

—No, la mano derecha en el cuello. Se quitó el guante para comprobar el pulso del guardia.

Reuben se encogió de hombros.

—Sí, ¿y qué?

Alex parecía exasperado.

—Mirad la mano. No me digáis que no la reconocéis.

—¿Reconocer una mano? —preguntó Kate—. ¿Lo dices en serio?

—Como ya te he dicho, Kate, las manos son mi especialidad. Reconozco esa mano. Tiene unos nudillos inconfundibles y los dedos más gruesos que he visto en mi vida. —Pulsó una tecla e hizo un zoom sobre la mano—. Y en la parte superior izquierda de la uña del pulgar tiene una mancha negra triangular. Cuando la vi por primera vez me pareció una especie de tatuaje extraño.

—¿Cuándo la viste por primera vez? ¿A qué te refieres? ¿Cuándo la viste por primera vez?

—Aquella noche en el bar, cuando me presentaste a Tom Hemingway. Y volví a verla cuando nos reunimos en el NIC.

Kate lo miró boquiabierta y luego observó la pantalla.

—¿Estás diciendo que esa es la mano de Tom Hemingway?

—No tengo duda. Para mí las manos son tan válidas como las huellas dactilares, Kate.

—Me parece que tiene razón —dijo Simpson—. Creo que es la mano de Hemingway.

—Entonces ¿el tal Hemingway podría haber secuestrado al presidente? —conjeturó Stone—. ¿Por qué?

—¡Vete a saber! —exclamó Alex—, pero podríamos averiguar dónde le retienen. Tal vez Kate sepa la respuesta.

—¿Yo? ¿Cómo?

—Me dijiste que Hemingway y tú trabajabais juntos en un proyecto.

—Sí.

—Si no me equivoco, era sobre un edificio antiguo.

—Exacto, cerca de Washington, en Virginia. Creo que solía usarlo la CIA, pero lleva mucho tiempo abandonado. El NIC quería utilizarlo como un complejo de interrogatorios para presos extranjeros, pero con todos los problemas en Guantánamo, Abu Ghraib y el Pozo de Sal, el Departamento de Justicia se ha negado en redondo. ¿Por qué lo mencionas?

—Porque creo que ahí es donde retienen al presidente Brennan. Explícame todo lo que recuerdes del edificio.

—No será necesario —dijo Stone.

Todos le miraron.

—¿Por qué no? —preguntó Alex.

—Porque conozco el edificio a la perfección.

—¿Quién es este tipo? —exclamó Simpson.

—Cállate, Jackie —le espetó Alex—. Oliver, ¿de verdad sabes cuál es?

—Sólo hay un viejo edificio de la CIA en esa zona de Virginia.

—Alex —protestó Simpson—, no te lo tragarás, ¿no?

El agente no le hizo caso.

—¿Sabrías llevarme hasta allí, Oliver?

—Sí, pero ¿seguro que quieres ir?

—Secuestraron al presidente mientras yo lo vigilaba, así que tengo que intentar rescatarlo sano y salvo.

—No será fácil. El edificio fue diseñado para que con pocos recursos interiores se pueda repeler una infinidad de recursos exteriores indefinidamente.

—¿Qué clase de edificio es ese? —preguntó Reuben.

—Era un complejo de formación de la CIA para… agentes especiales.

Alex consultó la hora.

—Si salimos ahora llegaremos dentro de unas dos horas.

—Un poco más —replicó Stone—. El complejo está bastante apartado.

—¿Por qué no avisamos al FBI? —sugirió Milton.

Stone negó con la cabeza.

—No sabemos hasta dónde llega la conspiración. Es posible que ese Hemingway tenga espías por todas partes que le mantienen informado.

—Ni siquiera sabemos con certeza si el presidente está allí —precisó Alex—. Es una corazonada. Pero, por Dios, la cuenta atrás de los misiles nucleares ya ha comenzado.

—Bueno, yo tengo una furgoneta —dijo Kate—. Podríamos ir todos.

Alex la miró.

—Olvídalo, tú no vienes.

—Entonces tú tampoco —replicó ella con brusquedad.

—No puedes ir, Kate —intervino Stone—, ni Caleb ni Milton. —Todos lo miraron y empezaron a quejarse, pero levantó la mano—. El nombre extraoficial del complejo era Montaña Asesina, y es un nombre apropiado. —Hizo una pausa—. Llevaré a Alex y Reuben, pero a nadie más.

—Puede que tres personas logren llegar allí inadvertidas —dijo Alex.

—Cuatro —corrigió Simpson. Todos la miraron—. Que sean cuatro personas. —Miró al agente con expresión desafiante—. Yo también soy del Servicio Secreto.