Stone esperó en el exterior del edificio de apartamentos observando a la gente bien vestida que salía y se marchaba, seguramente a trabajar, a juzgar por el número de maletines que vio. Entonces salió ella; Jackie Simpson sólo llevaba un pequeño bolso colgado del hombro. No miró a Stone al pasar junto a él, que esperó un lapso razonable y luego la siguió. Sus zancadas eran largas y las de ella cortas, por lo que tenía que aflojar el paso continuamente. En un par de ocasiones se planteó abordarla, pero le ocurrió algo que nunca antes le había sucedido: no se atrevió. Sin embargo, cuando ella se detuvo para comprar el periódico, se le cayó el cambio y Stone corrió a ayudarla y le puso las monedas en la palma. Se le aceleró el pulso, pero se limitó a sonreír cuando ella le dio las gracias y se marchó.
Cuando Jackie Simpson llegó a la oficina de Washington, Stone se detuvo y la observó entrar en el edificio.
Menuda, de tez aceitunada y con carácter. Ya había conocido a una mujer así.
Se volvió y se dirigió a la estación de metro. Tenía que acudir a una reunión muy importante. Al salir del metro en el lugar convenido vio que le esperaban los otros miembros del grupo.
Habían decidido que el modo más seguro para que Milton recuperara la grabación del allanamiento era que la empresa de seguridad le escoltara hasta su casa. Se preparó todo y Milton, seguido a una distancia prudencial por los demás en el Malibu de Caleb, se reunió con los dos guardias cerca de su casa y los tres entraron.
Al cabo de una media hora, Milton regresó al coche de Caleb.
—¿Lo has conseguido? —preguntó Stone.
Milton asintió y sacó el DVD de la mochila.
—Se activó, por lo que seguramente se ha grabado todo.
Lo introdujo en el portátil y, al cabo de unos instantes, estaban observando el oscuro interior de la casa de Milton.
—¡Ahí! —exclamó Stone y señaló a un hombre que surgía de un rincón.
—Es Reinke —dijo Caleb.
—Y ese es su cómplice —añadió Reuben—. Al que le diste con el casco, Oliver.
Siguieron viendo cómo la pareja iba sigilosamente de una habitación a otra.
—Por Dios, Milton —dijo Reuben con sarcasmo—. Eres Míster Desorden en casa, ¿no?
—¿Qué está sacando de esa caja? —inquirió Caleb.
Milton volvió a poner esa parte.
—Parece la caja de recibos, pero no veo qué ha sacado.
—Mirad, ahí está el guardia de seguridad —dijo Stone.
Le observaron avanzar y, de repente, algo salió de la oscuridad, lo golpeó y derribó.
—¿Qué coño era eso? —inquirió Reuben.
—Un enmascarado —dijo Stone—. Al menos uno de ellos fue lo bastante sensato para entrar con la cara tapada.
—Pero no fue Reinke ni el otro tipo —señaló Milton.
—Lo cual significa que había un tercer hombre —dijo Stone lentamente—, pero este DVD nos dará el poder que… —El zumbido del móvil de Milton le interrumpió.
—Ah, hola, Chastity —respondió Milton. El semblante se le demudó—. ¿Qué? ¡Oh, Dios mío! ¿De qué estás hablando…?
Stone le arrebató el móvil.
—¡Chastity!
Sin embargo, al otro lado de la línea había una voz de hombre.
—Creo que, dadas las circunstancias, ahora mismo estamos en paz. No pasaremos a la acción siempre y cuando vosotros tampoco lo hagáis.
La llamada se cortó.
Stone observó a Milton, que tenía los ojos anegados en lágrimas.
—Lo siento, Milton.
Kate se había pasado la mañana y tarde siguientes investigando a Milton Farb, Reuben Rhodes y Caleb Shaw. También había realizado búsquedas en Google y había encontrado material sobre Milton y su participación en El sabor del riesgo. Sin embargo, Oliver Stone seguía siendo un enigma. Kate estaba segura de algo: esos hombres habían visto quién había asesinado a Johnson. El orificio de bala y la sangre del bote parecían indicar que también ellos habían estado a punto de perder la vida.
Regresó al cementerio esa tarde y tuvo la suerte de encontrar a Stone trabajando en el jardín.
—Hola, Oliver. Soy Kate Adams. Nos conocimos la otra noche.
—Me acuerdo —replicó con sequedad.
—¿Estás bien? Pareces preocupado.
—Nada importante.
—Bueno, como ya sabes, Alex no está en la ciudad. Espero que no te parezca muy descarado por mi parte, pero me gustaría invitarte a cenar esta noche.
—¿A cenar? —Stone la miró como si le hablara arameo antiguo.
—En mi casa. Bueno, no exactamente en mi casa; vivo en una cochera. Es la casa de Lucille Whitney-Houseman, en Georgetown. ¿La conoces?
—No he tenido el placer —respondió boquiabierto.
—También querría invitar a Adelphia y tus otros amigos.
Stone arrojó unos hierbajos en una bolsa de basura.
—Muy amable por tu parte, pero me temo… —La miró con dureza—. ¿Qué otros amigos?
—Reuben Rhodes, Caleb Shaw y Milton Farb. He empezado a coleccionar libros raros y creo que sería fascinante hablar con Caleb. Soy una gran admiradora de El sabor del riesgo, aunque creo que nunca llegué a ver a Milton allí. ¿Y no te parece apasionante el trabajo de Reuben en la DIA? Y, claro, luego estás tú. —Hizo una pausa significativa—. Estoy convencida de que será una cena de lo más interesante. Antes eran muy habituales en Georgetown, o eso me ha dicho Lucky, es decir, la señora Whitney-Houseman —añadió, con la esperanza de abrumarlo de modo que aceptara la invitación, aunque sólo fuera por mera curiosidad.
Stone permaneció en silencio mientras parecía analizar cuanto Kate acababa de decir.
—Cuando uno se toma el tiempo de averiguar tanto sobre otra persona suele existir un motivo especial —dijo al cabo.
—No digo que no —replicó Kate.
—Sin embargo, no sé si hoy es un buen día. No hemos tenido buenas noticias últimamente.
—Lo siento. A Alex y a mí tampoco nos han sonreído las cosas. Intentaron matarnos. Curioso, ocurrió justo después de que encontráramos un viejo bote oculto en un desagüe pluvial de Georgetown que parecía tener un agujero de bala y sangre humana.
—Entiendo. —La serena reacción de Stone no hizo más que aumentar el aprecio que Kate sentía por él, junto con la curiosidad—. Bueno, entonces quizá deberíamos cenar juntos. Me pondré en contacto con mis amigos.
—A las siete sería una buena hora. ¿Necesitas la dirección?
—Sí. Seguro que la señora Whitney-Houseman reside en un barrio que la plebe no suele pisar.
Kate le anotó la dirección.
—Iré a invitar a Adelphia —dijo—. Podéis llevarla tus amigos y tú, ¿no?
—No me parece buena idea…
—Oh, pues a mí me parece magnífica —replicó ella.
—¿Y eso?
—Porque creo que ahora mismo necesitas al mayor número de amigos posible.
Caleb, Milton y Adelphia llegaron a la casa de Lucky en el Malibu; el tubo de escape humeaba y los amortiguadores rechinaban. Reuben y Stone aparcaron la motocicleta Indian detrás de ellos.
Kate les estaba esperando y abrió la puerta principal.
—Bonita moto —le dijo a Reuben, que llevaba una chaqueta de cuero raída, camisa, pantalones caqui arrugados y mocasines. Sin embargo, para la cena se había puesto un pañuelo azul alrededor del cuello a modo de fular.
Reuben le dio un buen repaso a la joven. Kate vestía pantalones negros y sandalias a juego con una blusa blanca y un collar de perlas. Llevaba el pelo rubio recogido en un moño que dejaba el descubierto su cuello largo y esbelto.
—Algún día te llevaré a dar una vuelta —le dijo—. En ese sidecar ha pasado de todo, te lo aseguro.
Adelphia saludó con frialdad a la anfitriona al entrar en la casa. Milton la siguió. Llevaba una chaqueta verde inmaculada, corbata a rayas y pantalones impecables. Le tendió el ramillete de flores que le había traído.
—Eres Milton, ¿no? Muchas gracias, son muy bonitas. —Kate vio que los ojos de Milton se humedecían al oír esas palabras.
A continuación llegó Caleb, que había decidido no ponerse el traje de Abraham Lincoln después de que Stone le dijera que no era conveniente que la anfitriona lo considerase un completo chalado. Sin embargo, en un sutil gesto de rebeldía se había colgado el pesado reloj de cadena.
—Encantado de conocerte, Caleb —le dijo Kate—. Pasa, pasa.
Stone cerraba la retaguardia. Llevaba ropa nueva y el casco de la motocicleta en la mano.
—¿Te importaría resumirme el programa de la noche?
—Pero eso le quitaría gracia a la velada —replicó Kate.
—Para nosotros este asunto no tiene ninguna gracia.
—Cierto, pero creo que todo te parecerá muy instructivo.
Lucky los recibió con una jarra de sangría. Mientras iba y venía hablando y sirviendo la bebida, saltaba a la vista que estaba como pez en el agua. Transcurrió una hora de agradable sociabilidad antes de que se sirviera la cena.
Reuben y Caleb comieron con ganas. Stone, Milton y Adelphia apenas tocaron los platos. El café se sirvió en la biblioteca. Lucky les ofreció puros, pero sólo Reuben lo encendió.
—Me gusta ver fumar a un hombre —le dijo mientras se sentaba a su lado y le daba una palmadita en el hombro—. Tengo la impresión de que vas armado.
Mientras Reuben la miraba con perplejidad, la conversación, que Kate dirigía con astucia, pasó a temas de inteligencia.
—Un estómago delicado puede derrotar al mejor sistema de seguridad del mundo —afirmó Reuben.
—¿Y eso? —preguntó Kate.
—Lo que oyes. Supe antes que nadie el momento exacto en que comenzarían los bombardeos de Afganistán e Irak.
—¿Entonces estabas en la DIA?
—Qué va, me habían echado hacía tiempo. Lo supe porque era repartidor de Domino’s. Los pedidos de pizza para el Pentágono siempre se anulaban antes de que comenzaran los bombardeos, así que lo sabía antes que Dan Rather, Tom Brokaw e incluso quizás el presidente.
Mientras Reuben hablaba, Caleb repasaba los libros de las estanterías guiado por Lucky.
A Caleb se le iluminaba el rostro con cada descubrimiento.
—Oh, una buena edición de Moby Dick. Y la primera edición inglesa con la portada original de El sabueso de los Baskerville. Magnífico. Y allí está Apuntes sobre el estado de Virginia, de Jefferson, ¿es la de 1785? Sí, exacto. Tenemos un ejemplar en nuestra colección. Lucky, deberías dejarme que te trajera fundas esterilizadas para estos libros, las cortan por ordenador con la medida exacta del libro.
Lucky alucinaba.
—Vaya, fundas esterilizadas a medida, qué apasionante. ¿Lo harías por mí, Caleb?
—Sería un honor.
Reuben se sirvió más café y lo aderezó con la petaca que sacó del bolsillo de la chaqueta.
—Sí, el colega Caleb es toda una dinamo en el departamento de la pasión.
—Lucky —dijo Kate—, ahora iremos a la cochera. Tengo que hablar de algunas cosas con mis amigos.
—De acuerdo, querida —repuso ella y le dio unas palmaditas en el brazo a Caleb—, pero primero tienen que prometerme que volverán.
Reuben alzó la copa.
—No podrías impedir que viniera ni con un destacamento de las Fuerzas Especiales.
Kate les condujo hasta la cochera, donde se acomodaron en el sofá y los dos sillones de orejas.
—Supongo que ya les has contado nuestra conversación y el descubrimiento del bote, ¿no? —le dijo Kate a Stone con naturalidad.
—Sí —respondió él, y miró a Adelphia—. Y por algún motivo crees que estuvimos en el bote y en la isla, ¿no?
—No lo creo, lo sé. Y ahora quiero saber qué visteis.
—No existen pruebas de que viéramos algo —replicó sin alterarse—. Aunque Adelphia te haya dicho que nos siguió hasta el río y nos vio dirigirnos hacia la isla, eso no significa que presenciáramos el asesinato.
—Pero creo que lo visteis todo, y estoy segura de que quienquiera que matara a Patrick Johnson os vio y tuvisteis que escapar por piernas. Eso explicaría el agujero de bala y la sangre en el bote. Lo que no termino de entender es por qué no acudisteis a la policía.
—Para ti es fácil decirlo —intervino Reuben—. A ti te creerían. Pero ¿y a nosotros? Somos un grupo de impresentables con pasados turbios.
—Entonces ¿reconocéis que presenciasteis el asesinato?
Caleb fue a responder, pero Stone le interrumpió.
—No reconocemos nada.
—Oliver, intento ayudaros. Y no olvides que alguien trató de matarnos a Alex y a mí después de que descubriéramos el bote. Reuben miró desconcertado a Stone.
—Oliver, no nos habías contado eso.
—Pero ¿qué hay de Chastity? —espetó Milton—. ¡La han secuestrado!
Todos le miraron mientras las lágrimas se le deslizaban por el rostro.
—Si han secuestrado a alguien —dijo Kate—, habría que notificarlo a la policía de inmediato.
—No es tan sencillo —dijo Caleb mirando a Stone, que tenía la vista clavada en el suelo—. No podemos acudir a la policía.
Kate miró a Stone.
—Oliver —le dijo—, si actuamos como un equipo es posible que podamos hacer algo al respecto.
—Joder, claro que podríamos —dijo Reuben—. Trabajas en el Departamento de Justicia y consigues todo de primera mano, mientras que nosotros tenemos que conformarnos con cosas de segunda o tercera mano.
—Ha llegado el momento de cooperar —intervino Caleb.
Stone seguía sin replicar.
Reuben apagó el puro.
—Bien, dado que nuestro líder está más callado de lo normal, por la presente convoco una reunión especial del Camel Club. Propongo que le contemos todo a Kate. ¿Alguien secunda la moción?
—La secundo —dijo Caleb.
—Que voten los que estén a favor —pidió Reuben mirando a Stone.
Ganó el sí.
—El Camel Club se ha pronunciado a favor —declaró Reuben.
—¿Qué es el Camel Club? —preguntó Kate.
—Permíteme que te lo explique —dijo Stone finalmente.