Ese mismo día, Alex averiguó que lo habían asignado a la avanzadilla para el acto de Brennan. Le molestó bastante porque significaba que no podría ver a Kate. Sin embargo, no estaba en situación de quejarse. Como mucho, podía contar con la pensión del servicio. Es más, Alex intuía que le enviarían a los lugares más remotos donde Brennan haría campaña para la reelección. Cuando acabara todo aquello sería un zombi.
Kate y Alex quedaron en un restaurante de Dupont Circle. Ella se había recuperado del mal momento pasado la noche anterior y estaba resuelta a averiguar la verdad. A Alex aquellas agallas le produjeron admiración y pavor a la vez.
—Sé cómo te sientes, Kate, pero no te precipites. Esos tipos van armados y está claro que no tienen reparos en apretar el gatillo.
—Razón de más para atraparlos —se obstinó ella—. Entonces, ¿cuándo te marchas?
—Al alba. Es un vuelo corto, pero hay que hacer muchas cosas. La avanzadilla se ocupa del trabajo duro para que no le ocurra nada al presidente, pero me fastidia no estar por aquí por si me necesitas.
Kate colocó la mano sobre la suya.
—Bueno, por si te consuela, creo que anoche estuviste genial.
Justo entonces llegó el joven camarero con la comida y oyó por encima lo que decía Kate. Sin duda malinterpretó el contenido y le guiñó un ojo a Alex.
—¿Alguna novedad? —preguntó Kate mientras comían.
—Sólo una. —Le contó la conversación con Adelphia sobre Stone.
—Dijiste que no sabías nada del pasado de Stone, pero a juzgar por lo que Adelphia vio, no cabe duda de que tiene un pasado, tal vez de lo más interesante.
Alex asintió y luego pensó un momento.
—¿Qué te parece si después de comer damos un paseo hasta la Dieciséis con Pennsylvania Avenue?
—Me han dicho que es un sitio bonito. ¿Crees que me dejarán entrar?
—Ahora mismo ni siquiera sé si me dejarán entrar a mí, pero me refería a la Dieciséis con Pennsylvania al otro lado de la calle.
Al cabo de cuarenta y cinco minutos los dos llegaron a Lafayette Park.
—Parece que no está por aquí —dijo Alex mientras observaba la tienda de Stone. Se acercaron a ella, la abrieron y vieron que estaba vacía.
—¿Tienes otra dirección de Stone? —preguntó Kate.
—Pues sí.
Unos veinte minutos más tarde aparcó el coche delante del cementerio Mount Zion.
Había luz en la casita del cuidador.
—¿Vive aquí? —inquirió Kate—. ¿En el cementerio?
—¿Qué te esperabas? ¿Un ático de lujo cerca del MCI Center?
La verja del cementerio estaba cerrada, pero Alex ayudó a Kate a encaramarse al muro y luego él también saltó al otro lado.
Llamaron a la puerta y Stone no disimuló su sorpresa al verlos.
—¿Alex? —dijo, y miró con curiosidad a Kate.
—Hola, Oliver, te presento a Kate Adams, una amiga. Es abogada en el Departamento de Justicia y la mejor camarera del planeta.
—Encantado, señorita Adams —dijo Stone mientras le estrechaba la mano. Miró a Alex inquisitivamente.
—Se nos ocurrió pasar a saludarte —dijo este.
—Ya veo. Entrad, por favor.
Preparó café mientras ellos echaban un vistazo a la pequeña casa. Kate sacó un libro de un estante y lo hojeó.
—¿Los has leído todos, Oliver? —preguntó.
—Sí, aunque me temo que la mayoría sólo dos veces. Por desgracia, uno nunca tiene tiempo para leer tanto como desea.
Kate miró a Alex.
—Solzhenitsin. Caballería pesada.
—Creo que leí un ensayo sobre él en la universidad —dijo Alex.
Kate sostuvo el libro en alto.
—Sí, pero ¿en ruso?
Stone salió de la cocina con dos tazas de café.
—Me gusta la casa —dijo Kate—. Me imaginaba que así sería la de un profesor universitario.
—Sí, desordenada y llena de libros viejos. —Stone miró a Alex—. Estás en la avanzadilla que va a Brennan, ¿verdad?
Alex se quedó boquiabierto.
—¿Cómo coño lo sabes?
—Las misiones de protección en la Casa Blanca suelen ser muy aburridas y la gente se pasa el tiempo hablando del trabajo. Y las voces llegan muy lejos si uno se para a escuchar, cosa que, me temo, cada vez se hace menos.
Kate sonrió a Stone mientras se sentaban alrededor de la chimenea.
—Alex me ha dicho que eres extraordinario, Oliver, y he descubierto que puedo confiar en su opinión sobre la gente.
—Bueno, señorita Adams, le aseguro que Alex es muy especial.
—Llámame Kate, por favor.
—Sí, y si me vuelvo más especial —comentó Alex—, acabaré trabajando en una gasolinera. —Miró a su amigo—. Parece que tienes la cara mejor.
—No fue nada. Bastó un poco de hielo. He pasado por cosas peores.
—¿De verdad? ¿Te importaría hablar de ello?
—Me temo que te resultaría muy aburrido.
—Comprobémoslo —le retó Alex.
Oyeron una voz procedente de la calle. Se levantaron y se dirigieron hacia la puerta. Adelphia estaba al otro lado de la verja cerrada, llamando a Stone.
—¿Adelphia? —Stone salió y la dejó pasar.
Se recolocaron alrededor de la chimenea y Alex presentó a Adelphia.
Kate le tendió la mano, pero Adelphia se limitó a asentir. Resultaba obvio que no esperaba que Stone tuviera compañía.
—Así que sabes dónde vivo —le dijo Stone.
—Tú sabes dónde yo vivir, servir para los dos —replicó ella bruscamente.
Stone se reclinó en el asiento y se miró las manos.
—Oliver nos estaba contando que tiene la cara mejor —se apresuró a decir Alex, creyendo que con ello propiciaría algún comentario de Adelphia.
Sin embargo, no dijo nada y se produjo un silencio incómodo que Kate acabó rompiendo.
—Conocí a un abogado de la ACLU que trabajó en el caso de vuestra reubicación en Lafayette Park. Dijo que fue una batalla muy dura.
—Creo que el Servicio Secreto insistió en que no volviéramos aduciendo motivos de seguridad —convino Stone.
—Pero ganar los derechos de la gente —intervino Adelphia de repente—. Aquí la gente tener buenos derechos, por eso este país es gran país.
Stone asintió.
—Sí —prosiguió Adelphia—. Mi amigo Oliver tener pancarta. Decir «Querer verdad».
—Como todos, ¿no? —Kate sonrió.
—Pero a veces la verdad deber venir de dentro de la persona —dijo Adelphia tocándose el pecho—. El que pedir la verdad, tener que ser sincero también, ¿no?
Resultaba obvio que a Stone le incomodaba el rumbo que estaba tomando la conversación.
—La verdad tiene muchas formas —replicó lentamente—, pero a veces hay quien no la ve aunque la tenga delante de las narices. —Se puso en pie—. Si me disculpáis, tengo que ir a un sitio.
—Es muy tarde —dijo Alex.
—Sí, lo es, y hoy no esperaba visitas.
El significado estaba más que claro. Todos se levantaron y se despidieron farfullando.
Alex y Kate llevaron a Adelphia de vuelta a su apartamento.
—Tener problemas, eso yo saber —dijo ella desde el asiento trasero.
—¿Por qué estás tan segura? —preguntó Alex.
—Él venir al parque hoy con su amigo, el gigante. Ir en motocicleta y sidecar. —Añadió esto último como si se tratara de un delito.
—¿Un gigante? Ah, te refieres a Reuben —aclaró Alex.
—Sí, Reuben. No caerme bien. Tener, ¿cómo se dice?, pantalones furtivos.
—Querrás decir expresión furtiva —corrigió Alex.
—No, ¡querer decir pantalones furtivos!
—Vale, Adelphia —dijo Kate—, te entendemos perfectamente.
Adelphia le dedicó una mirada de agradecimiento.
—Pero todavía no nos has contado por qué crees que Oliver tiene problemas —insistió Alex.
—Es por todo. No ser el mismo. Algo preocuparle mucho. Yo tratar de hablar con él, pero no querer. ¡No querer!
Alex la miró, perplejo por la intensidad de la respuesta, y de repente sus sospechas cobraron fuerza.
—Adelphia, ¿eso es todo lo que quieres contarnos?
Ella pareció asustarse y al punto adoptó una expresión de agravio.
—¿Querer decir que yo mentir?
—No, no quería decir eso.
—No mentirosa. Tratar de ser buena, eso es todo.
—No quería…
—No hablar más —le interrumpió—. ¡No decirte más mentiras!
Se detuvieron en un semáforo. Adelphia abrió la puerta del coche, salió y se marchó sin decir palabra.
—Adelphia —la llamó Alex.
—Será mejor que la dejes en paz por el momento —sugirió Kate—. Ya volverá.
—No tengo tiempo para eso. Me marcho mañana por la mañana.
—Y mañana empiezan mis vacaciones.
—¿Qué? ¿Y eso?
—Después de lo de anoche necesito un descanso, así que me cojo una semana. Tal vez vaya a verte a Brennan. He oído decir que allí pasan muchas cosas.
—Seguramente es una pradera para reses en la que nació un presidente, eso es todo.
—Y quizá tenga tiempo de investigar al señor Stone y sus amigos.
Alex la miró ceñudo.
—Kate, no me parece buena idea.
—O tal vez comience a buscar a quienes querían vernos muertos. Tú decides.
Alex levantó las manos en señal de rendición.
—Vale, vale. Ve por Oliver y compañía. Joder, vaya con el menor de los dos males.
—A la orden, mi capitán —repuso Kate y le hizo el saludo militar.