La espaciosa casa que el capitán Jack había alquilado en las afueras de Brennan estaba situada lejos de la carretera principal, aislada de las casas vecinas. También disponía de una gran sala de cine a la que sacaba provecho en esos momentos.
Introdujo en el reproductor el DVD que Hemingway le había dado pero todavía no lo puso en marcha porque los hombres que habían venido se estaban sentando. Ninguno de ellos comía palomitas, ni les habían ofrecido refrescos. No era una velada de cine convencional.
El capitán Jack dedicó un minuto a examinar el público. Eran hombres buenos y capaces. La vida les había curtido a falta de momentos de felicidad o de cosas que otras personas daban por supuestas, como comida, agua limpia, una cama y una vida sin el temor constante a la persecución y la amenaza de una muerte violenta. Ahí estaban sus fabricantes de explosivos e ingenieros, sus tiradores, francotiradores, sus fedayin, sus mecánicos, sus infiltrados y sus chóferes. Sin embargo, Djamila no estaba presente. Su misión era muy distinta. Además, el capitán Jack tampoco sabía cómo reaccionarían los varones si se enterasen de que una mujer era una pieza clave de la operación. Sólo unos pocos miembros de su equipo estaban al corriente del asunto y él sabía que era mejor así.
El aspecto de los hombres había cambiado. Pelo corto o más largo. Barbas afeitadas. Más delgados o gordos. Todos vestían prendas de estilo occidental. Algunos llevaban gafas y otros se habían teñido el pelo. Aunque ninguna de sus imágenes «reales» estaba en las bases de datos del NIC, la operación era demasiado trascendente como para relajarse en ningún detalle, por nimio que fuese. Por mucho que las fotos del NIC fueran diferentes, los agentes de inteligencia estadounidenses que los habían visto en persona hacía años quizá los reconocieran.
Se situó delante de la pantalla y se dirigió a ellos por el nombre como muestra de respeto y camaradería. Pidió informes de los progresos y cada hombre le proporcionó los datos de forma sucinta e inteligente.
El capitán Jack, Tom Hemingway y una tercera persona habían seleccionado a esos hombres entre un grupo proporcionado por ese tercero, un hombre de confianza para ambos. No habían escogido a los musulmanes más violentos y fanáticos del grupo. Por irónico que pareciera, la compostura era la cualidad que más valoraban.
Los terroristas del 11-S procedían de orígenes diversos. Catorce de los quince piratas aéreos que acompañaron a los cuatro «pilotos» de los aviones eran de Arabia Saudí. Procedían de familias de clase media no especialmente activas en temas políticos ni religiosos. No obstante, esos jóvenes dejaron sus cómodos hogares y familias, se adiestraron con Al Qaeda, se empaparon de la práctica del radicalismo islámico y la yihad y ejecutaron sus órdenes con precisión militar, sin duda con la esperanza de recorrer el curioso camino que les llevaba al paraíso en un avión. Los terroristas del 11-S no habían tenido que tomar decisiones por cuenta propia, todo estaba planificado. La situación que se estaba desarrollando en Brennan era completamente distinta. Cada hombre tendría mucha información sobre lo que ocurriría.
Así pues, Hemingway y el capitán Jack habían buscado hombres mayores y cultos que hubieran llevado una vida normal. Estos hombres no se habían adiestrado con Al Qaeda. No habían entregado sus vidas a la yihad por motivos relacionados con esa mentalidad fanática. Y aunque varios de ellos habían tenido roces con la policía en Europa y América, y les habían hecho fotos y registrado sus huellas dactilares, motivo por el que necesitaban estar encubiertos ante el NIC, ninguno llegaba al nivel de que su foto apareciese en los periódicos. El más joven tenía treinta años, el mayor cincuenta y dos y la media de edad era de cuarenta y un años. Estos hombres, si bien tenían experiencia en matar, no estaban ansiosos por quitar la vida a nadie. Todos ellos habían perdido al menos a tres parientes cercanos en guerras y otros conflictos a lo largo de los años. De hecho, media docena había perdido a toda su familia en esos episodios de violencia. Se habían ofrecido voluntarios para esta misión por motivos distintos a los que normalmente se dan por supuestos en la mente del terrorista de Oriente Medio. En realidad, todos estos hombres se consideraban soldados, no terroristas. Daban el perfil del «guerrero santo», en el que tanto había insistido Hemingway.
—Recordad esto —indicó el capitán Jack a sus hombres—. Mientras estamos aquí sentados planeando esta operación, en alguna otra sala habrá muchas más personas planeando cómo detenernos. Son excelentes en su trabajo, así que nosotros debemos ser mejor que excelentes. Tenemos que ser perfectos. —Hizo una pausa y miró a los ojos a cada uno de ellos—. Un error en cualquier eslabón de la cadena y todo se irá al garete. ¿Entendido?
Todos asintieron en silencio.
El capitán Jack repasó de nuevo los detalles de la ceremonia. El ejército de agentes del Servicio Secreto y la policía local dispondrían de dossieres impresos con toda la labor de preparación para la visita del presidente. El capitán Jack y su equipo no podían permitirse ese lujo. La pérdida de una página tendría resultados catastróficos. Así pues, había que memorizar todos los detalles. Para que todo quedara bien claro, el capitán Jack pasaba del árabe al inglés y viceversa, dependiendo de la sutileza de lo que intentaba comunicar.
—Antes de que el presidente pise Brennan, un grupo de avanzada del Servicio Secreto llegará aquí para empezar a planificar el evento junto con la caravana de vehículos más compleja y segura del mundo. Normalmente, la caravana está formada por veintisiete vehículos incluyendo los escoltas policiales, una furgoneta de comunicaciones, un vehículo de prensa, una furgoneta para los VIP, una ambulancia, un vehículo de los SWAT con un equipo completo en el interior, y dos Bestias. En una viajará el presidente y en la otra los agentes del Servicio Secreto. Habrán registrado a conciencia todas las carreteras que van desde el aeropuerto hasta el recinto de la ceremonia en Brennan y el día de la visita estarán cerradas.
»En el recinto ceremonial el presidente entrará por la derecha del escenario y saldrá por el mismo sitio. Mientras hable, estará tras un podio de cristal a prueba de balas y bombas llamado Ganso Azul. Los tiradores de élite estarán apostados a lo largo del perímetro de la línea arbolada. Cuando el presidente se mueva, estará rodeado en todo momento por un muro de agentes que no dejarán ni un centímetro al descubierto. El área que ocupa el hombre se denomina zona de muerte y el Servicio Secreto se toma ese concepto muy pero que muy en serio. Habrá mucha gente, por lo que los magnetómetros se colocarán en todos los puntos de entrada de peatones al recinto ceremonial. Tenemos exactamente los mismos magnetómetros que utilizará el Servicio Secreto y los hemos probado con los niveles de detección más elevados. —Hizo una pausa y añadió—: Tiradores, podéis pasar por estos puntos sin problema.
»Debéis tener en cuenta que el Servicio Secreto se fija en los comportamientos, es decir: personas que no encajan, que no participan en la ceremonia y que no se relacionan con otras personas del público. Como sois de Oriente Medio, os someterán a un escrutinio especial. Tienen una base de datos dedicada a asesinos que elabora perfiles teniendo en cuenta hasta el detalle más insignificante. Como sabéis, vuestras fotos ya no están en sus archivos, y vuestro aspecto ha cambiado mucho, por lo que el riesgo de identificación es muy bajo. Pero eso no es motivo para descuidarse. Por consiguiente, se os indicará la vestimenta y el comportamiento para la ceremonia, y cumpliréis todos los detalles, sin excepción. Cuando entréis en ese recinto, pareceréis médicos, abogados, profesores, comerciantes, tenderos, ciudadanos respetables en vuestro país de adopción. —El capitán Jack miró a cada uno de los hombres—. El vídeo que estoy a punto de enseñaros muestra de forma clara cuán en serio se toma su misión el Servicio Secreto.
Pulsó un botón del mando a distancia y la pantalla cobró vida. Hemingway había suministrado a su colega un vídeo público sobre el Servicio Secreto y sus técnicas de protección generales, secuencias excepcionales de intentos de asesinato y, más excepcionales todavía, un vídeo sobre los entrenamientos de los agentes en el centro de Beltsville, Maryland. Allí era donde aprendían a hacer virguerías con el coche, a inmovilizar sospechosos, y también donde practicaban técnicas de protección una y otra vez hasta que los pensamientos débiles eran sustituidos por la memoria de los músculos ejercitados a fondo.
Los hombres observaron fascinados las secuencias sobre los intentos de asesinato de Gerald Ford y Ronald Reagan. El asesinato de John Kennedy no estaba incluido en el DVD, puesto que los presidentes ya no se desplazaban en coches abiertos. Y todos los errores que el Servicio Secreto y los políticos cometieron aquel día en Dallas se habían corregido hacía mucho tiempo.
—Ya veis —comentó el capitán Jack— que las acciones de los agentes son las mismas en cada caso. Se protege al presidente por completo y casi se le saca en vilo de la escena a la mayor velocidad posible. En el caso de Reagan, lo introdujeron en la limusina presidencial y desapareció en cuestión de segundos. El 11-S, cuando parecía que un avión iba directo a la Casa Blanca, el Servicio Secreto evacuó al vicepresidente de su despacho; se dice que no llegó a tocar el suelo hasta que estuvo en un lugar totalmente seguro. Velocidad. Tenedlo en cuenta. Lo tienen interiorizado y grabado en sus reflejos. Actúan según rutinas memorizadas sin perder un segundo en pensar. Nada puede invalidar ese instinto. Y el principal impulso que experimentan es salvar la vida del presidente. Sacrificarían cualquier cosa por eso, incluso su propia vida. Podemos contar con ello con toda certeza. Nos es imposible igualar su potencia armamentística, recursos humanos, adiestramiento o tecnología; pero podemos comprender su psicología y sacar el máximo provecho de ella. De hecho, aparte del elemento sorpresa, esa es la única ventaja que tenemos. Y será suficiente. Nos bastará si ese día no cometemos el menor error.
Repasó otra vez esa parte del vídeo y lo analizó fotograma a fotograma, mientras sus hombres lo iban memorizando todo. Hubo numerosas preguntas, lo cual los dos americanos consideraron una buena señal.
A continuación apareció en pantalla un diagrama del recinto ceremonial. El capitán Jack, provisto de un puntero láser, fue cuadrícula por cuadrícula señalando los elementos estratégicos generales, los puntos de entrada y de salida y las posiciones de la Bestia y otros vehículos importantes en la caravana.
—Tened en cuenta que la limusina presidencial siempre está estacionada en un sitio cuya salida está totalmente despejada. Eso es crucial para nuestros planes.
A continuación asignó números a cada uno de los hombres que estarían en el recinto ceremonial y señaló los números correspondientes en la pantalla, comprobando la posición de cada uno en su sitio. Acto seguido señaló la ambulancia.
—Este vehículo debe quedar inutilizado. Los que seáis encargados de ello tenéis que aseguraros bien.
El fotograma siguiente mostraba a un hombre delgado de pelo cano con gafas.
—El presidente viaja con su médico personal, este hombre, el doctor Edward Bellamy. Estará en el podio con el presidente. Hay que eliminarlo el primero, sin falta.
El siguiente fotograma mostraba una simulación de la línea acordonada.
El capitán Jack resiguió la línea lentamente y con cuidado, como si fuera un cirujano practicando una incisión precisa en la carne.
—He aquí la peor pesadilla del Servicio Secreto. Si por ellos fuera, nunca lo permitirían, pero la savia de un político consiste en estrechar manos y besar bebés —explicó el capitán Jack—. Está aquí, en la línea acordonada, donde es más vulnerable. También es una espada de doble filo, porque precisamente es aquí donde los guardaespaldas están en alerta máxima.
En la siguiente imagen apareció el guardia nacional a quien los hombres del capitán Jack habían proporcionado una mano nueva. Iba con el uniforme completo. Era una foto un tanto antigua y por tanto aparecía con los dos ganchos en lugar de las manos.
—No dispondremos de comunicaciones electrónicas porque el servicio instalará un entramado de interferencias e interceptores. Por tanto, todo se hará al estilo antiguo, mediante ojos y oídos. —Señaló al hombre de la pantalla—. Esta persona os marcará las pautas. Llevará este mismo uniforme. Pero habrá otras personas uniformadas, así que no os confundáis. Cada uno de vosotros recibirá una copia de este DVD y un reproductor de DVD portátil. Tenéis que estudiarlo durante cuatro horas al día para memorizar todos sus elementos y los detalles que os estoy enseñando esta noche. Sin embargo, a este hombre tenéis que localizarlo rápido y no perderle nunca de vista. Los organizadores del evento han dispuesto que todos los soldados estadounidenses discapacitados ocupen la primera fila de la línea acordonada, una especie de homenaje. Es muy positivo que los representantes de la ciudad lo hayan decidido. Y sin duda nos ayuda en nuestro plan.
Miró al ingeniero y el químico que habían dado la nueva mano al ex guardia nacional.
—Se ha confirmado que el efecto deseado se producirá en menos de dos minutos. —Los hombres asintieron y el capitán Jack continuó—: Cuando eso ocurra, seguiremos la siguiente pauta inmediatamente. —Chasqueó los dedos—. Secuencia uno para tirador. Luego fedayin A y B. Luego secuencia dos para tirador, seguida de fedayin C y D. Acto seguido, secuencia tres para tirador. Luego el último fedayin y entonces secuencia cuatro para tirador. Como sabéis, cada secuencia tiene objetivos concretos. Si no se alcanza un objetivo durante su secuencia, la secuencia siguiente debe añadirlo a sus responsabilidades. Hay que dar en todos los blancos, sin excepciones. Todos los agentes llevarán chalecos antibalas de última generación, al igual que buena parte de los policías, así que apuntad bien. ¿Está claro?
Se calló y volvió a escudriñarlos uno a uno, algo que pensaba hacer muchas veces esa noche. Asintieron uno tras otro. Repitió los pasos del ataque una y otra vez y luego hizo que cada hombre se los repitiera con exactitud, confirmando también en qué paso estaban.
—Debido al alcance limitado de nuestras armas, veréis en la cuadrícula de posiciones que cada tirador está situado sólo a dos filas de la línea acordonada, y en ciertos casos sólo a una. Llegareis al evento según el turno que se os asigne y suficientemente temprano como para alcanzar estos puntos.
El capitán Jack dejó de hablar y miró a sus hombres durante un largo minuto. En muchos sentidos, lo que estaba a punto de decir era el quid de la cuestión.
—Cada uno de vosotros debe ser consciente de que en cuanto disparéis es posible que un tirador de élite os mate. La proximidad de la muchedumbre os proporcionará cierta protección, pero probablemente insuficiente. Según nuestras informaciones, los tiradores utilizarán el rifle telescópico con mecanismo de cerrojo de la serie Remington 700 con cartuchos 308. Los tiradores de élite estadounidenses son capaces de disparar en un radio de veinticinco centímetros a un kilómetro de distancia.
Se oyó un murmullo de admiración por la habilidad de sus contrincantes. Era una reacción interesante, visto que prácticamente les estaba explicando su propia muerte. Llegado el momento, no podían vacilar entre la vida y la muerte. El capitán Jack sólo quería que actuaran maquinalmente, igual que el Servicio Secreto adiestraba a su gente. Y cada uno de ellos debía comprender que su vida era el precio que debían pagar por formar parte de esa jornada histórica para el islam.
—Como ya sabéis, las balas que os alcanzarán os llevarán directamente al paraíso. Os habréis ganado con creces esa recompensa —les dijo en árabe.
Luego miró a cada uno de los fedayin. Les había dado ese título como muestra de reconocimiento. La palabra árabe era fedai, que originariamente significaba «aventurero». Actualmente solía emplearse para referirse a los guerrilleros árabes u «hombres de sacrificio». Era probable que todos los hombres del capitán Jack perecieran y, por tanto, todos merecían esa distinción.
Tras la reunión informativa los condujo a una sala del sótano que el dueño anterior había insonorizado para utilizar como estudio de grabación. Era otro motivo por el que el capitán Jack había arrendado la casa, aunque las armas que iban a utilizar tampoco fueran demasiado ruidosas. Había dispuesto una zona de tiro y los hombres recibieron sus armas y munición. Durante las dos horas siguientes practicaron con sus objetivos, mientras el capitán Jack lanzaba distracciones inesperadas por el equipo de vídeo y sonido, porque cuando empezaran los tiros de verdad todo se sumiría en un gran caos.
Aunque Adnan al Rimi no estaría en el recinto ceremonial, había asistido a esa reunión porque le gustaba estar al corriente de todo lo que guardara relación con una misión. Había luchado codo con codo junto al capitán Jack y este confiaba en Adnan igual que en los demás.
Adnan estaba situado detrás del iraní llamado Ahmed, que vivía en el apartamento con los dos afganos, enfrente del hospital Mercy, y que en el taller se encargaba de poner a punto el vehículo. Ahmed tampoco estaría en el recinto pero, al igual que Adnan, había insistido en asistir a la reunión de esa noche. Ahmed no dejaba de murmurar entre tiro y tiro. Dijo algo que llamó la atención de Adnan, que le habló en árabe.
—Mi idioma es el persa —respondió Ahmed—. Si quieres hablar conmigo, hazlo en persa, Adnan.
Adnan no respondió. No le gustaba que el joven le ordenara hablar en «su» idioma. Hacía tiempo que Adnan había llegado a la conclusión de que los iraníes eran una especie distinta de musulmanes. No dijo nada y se apartó unos pasos. Sin embargo, le echaba vistazos esporádicos y aguzaba el oído para discernir qué decía el airado iraní.
Media hora después de que se marchara el último hombre, el capitán Jack se dirigió en coche al centro de Pittsburgh. En el vestíbulo del hotel más caro de la ciudad le esperaba un hombre. Este parecía acusar el jet-lag tras su largo vuelo. Fueron en ascensor hasta una suite desde la que se dominaba el horizonte.
Aunque el hombre hablaba bastante bien inglés, inició la conversación en su coreano natal. El capitán Jack le respondió también en coreano.
Mientras charlaba con su colega norcoreano, pensó en una cita de un hombre por el que sentía gran admiración: «Conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo; en cien batallas nunca correrás peligro». El general chino Sun Tzu había escrito esas palabras en su libro El arte de la guerra. Aunque lo había escrito hacía siglos, el consejo conservaba su vigencia.