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—Aquí es donde trabajaba Patrick Johnson —explicó Carter Gray, indicando la sala con un amplio movimiento de brazo.

Alex fue fijándose en todos los detalles. El espacio era más o menos la mitad de un campo de fútbol, con una gran zona abierta en el centro y cubículos a lo largo del perímetro. En todas las mesas había ordenadores de pantalla plana y los servidores bullían de actividad al fondo. Hombres y mujeres vestidos formalmente estaban sentados a escritorios y ensimismados en su trabajo, o caminando por los pasillos y hablando por auriculares telefónicos empleando una jerga críptica que ni siquiera Alex entendió, a pesar de su dilatada experiencia en las agencias federales. Una sensación de apremio se respiraba en el ambiente.

Mientras Gray los conducía hacia unos cubículos situados en una esquina, Alex vio imágenes de rostros que aparecían en algunas pantallas de ordenador, muchos con rasgos de Oriente Medio, con los datos de la persona desplazándose por el lateral de la pantalla. Lo que no vio fue ni una hoja de papel.

—No usamos papel —explicó Gray.

A Alex le sorprendió el comentario. «¿Acaso ha añadido la telepatía a su repertorio de talentos?», pensó.

—Por lo menos quienes trabajan aquí —añadió—. Yo todavía siento la necesidad de poder tocar el material. —Se detuvo en un cubículo más grande que los demás, cuyos tabiques, en vez de elevarse hasta la altura de la cintura, medían casi dos metros—. Es el despacho de Johnson.

—Supongo que era un supervisor o algo así —comentó Simpson.

—Sí. Su tarea consistía en supervisar nuestros archivos de datos de todos los sospechosos de terrorismo. Cuando asumimos la dirección del N-TAC, combinamos su personal y sus archivos con los nuestros. Era un arreglo ideal. Sin embargo, no queríamos anular la participación del Servicio Secreto. Por eso Johnson y otros eran empleados comunes a ambos servicios.

Gray lo dijo con tono magnánimo. Sin embargo, mientras Alex observaba el lugar, pensó: «Un buen hueso que lanzarnos al camino, pero inútil, dado que no ejercíamos ningún tipo de control sobre nuestro común empleado». Se fijó en el único efecto personal de todo el despacho: en la mesa, una pequeña foto enmarcada de Anne Jeffries. Alex advirtió que la mujer ganaba mucho maquillada. Se preguntó si ella se buscaría un abogado. Al cabo de unos momentos otro hombre se reunió con ellos.

Tom Hemingway desplegó su mejor sonrisa cuando le tendió la mano a Alex.

—Bueno, supongo que me he quedado sin tapadera, agente Ford.

—Supongo que sí —repuso Alex mientras torcía el gesto por el fuerte apretón de manos.

Gray arqueó una ceja.

—¿Os conocéis?

—A través de Kate Adams, la abogada de Justicia con que trabajé, señor.

Simpson se presentó.

—Soy Jackie Simpson, del Servicio Secreto.

—Tom Hemingway.

—Encantada, Tom. —Miró apreciativamente al apuesto Hemingway, hasta que se percató de que Alex la observaba con ceño.

—Les estaba enseñando el despacho de Patrick y explicándoles qué hacía para nosotros —dijo Gray—. Están investigando su muerte.

—Si lo desea, señor, puedo ocuparme yo. Sé que tiene usted una reunión.

—Tom sabe mucho más sobre ordenadores que yo —reconoció Gray. No era del todo cierto, pero él no era de los que se jactan de sus virtudes porque ese orgullo desmedido suele convertirlas en debilidades.

—No te olvides de contarle a tu padre lo que te he dicho, Jackie —añadió Gray antes de marcharse.

—¿Y qué buscáis exactamente? —preguntó Hemingway.

—Básicamente comprender la labor de Johnson aquí —respondió Alex—. El secretario Gray ha dicho que supervisaba los archivos de datos sobre sospechosos de terrorismo.

—Así es, entre otras cosas. Supongo que la mejor manera de describirlo es diciendo que él y los otros supervisores de datos son como controladores aéreos que se aseguran de que todas las piezas encajen a la perfección. Las bases de datos se actualizan constantemente. Y también hemos ido racionalizando los procesos. El FBI, la DEA, Seguridad Nacional, la ATE, la CIA, la DIA y otros organismos tienen bases de datos propias. Había mucho solapamiento e información errónea y ninguna forma de que una agencia accediera a los archivos completos de la otra. Ese es uno de los problemas que posibilitaron el 11-S. Ahora se mantiene todo aquí, pero el resto de las agencias tiene acceso continuo.

—¿No es un poco arriesgado tener toda esa información en un solo sitio? —preguntó Alex.

—Tenemos un centro de copias de seguridad, por supuesto —respondió Hemingway.

—¿Dónde está? —inquirió Alex.

—Me temo que es secreto.

«Ya me lo imaginaba».

—Y tened en cuenta que nuestro sistema no sustituye al AFIS del Bureau —dijo Hemingway, refiriéndose al sistema de identificación de huellas dactilares del FBI—. Perseguimos terroristas, no pederastas ni atracadores de bancos. También hemos comprado varias empresas privadas especializadas en la extracción de datos y otros campos tecnológicos.

—¿El NIC ha comprado empresas privadas? —preguntó Alex sorprendido.

Hemingway asintió.

—El gobierno no tiene por qué reinventar la rueda si ya existe en el sector privado. El software literalmente investiga miles de millones de bytes de información procedentes de numerosas bases de datos y crea patrones, firmas y comportamientos sospechosos, así como modelos de actividad que pueden emplearse en las investigaciones. Nuestros agentes disponen de dispositivos como el Palm Pilot, que les permiten el acceso instantáneo a dichas bases de datos. Con una única búsqueda pueden acceder a toda la información relevante sobre un tema. Es algo increíble.

—¿Cómo se puede supervisar una operación de tal envergadura si la gente no para de enviarte información? —preguntó Alex.

—Cuando recibimos los archivos de las otras agencias tuvimos un atraso considerable. Y, en confianza, hubo algunos problemas técnicos y el sistema falló un par de veces. Pero ahora todo funciona bien. La tarea de Johnson y de otras personas consiste en supervisarlo y también garantizar la exactitud de los datos introducidos. Es un trabajo muy laborioso.

—Y no demasiado rápido —observó Alex.

—La velocidad no sirve de nada si la información es incorrecta —replicó Hemingway—. Aunque intentamos que todo esté lo más actualizado y sea lo más preciso posible, la perfección no existe.

—¿Podrías enseñarnos algunos archivos de muestra? —pidió Simpson.

—Claro. —Hemingway se sentó a la mesa de Johnson y colocó la mano en un lector biométrico. Acto seguido, pulsó varias teclas en el ordenador. En la pantalla apareció un rostro junto con una huella dactilar y otros datos identificativos.

De repente Alex se encontró mirándose a sí mismo, junto con todo lo que había hecho desde que saliera del vientre materno.

—Condena por consumo de bebidas alcohólicas siendo menor de edad —leyó Simpson uno de los apartados.

—Eso deberían haberlo eliminado de mi historial —espetó Alex.

—Estoy seguro de que lo eliminaron del historial oficial —asintió Hemingway—. ¿Qué tal el cuello, por cierto? Parece que tuviste una lesión grave.

—¿También tenéis mi historial médico? ¿Dónde demonios está la intimidad?

—No pareces haberte leído la letra pequeña de la ley antiterrorista. —Hemingway pulsó otras teclas y apareció otro campo de búsqueda—. Vas mucho al bar PDAL —dijo señalando una lista de pagos realizados con tarjeta de crédito en ese pub—. Seguro que la presencia de la encantadora Kate Adams tiene algo que ver.

—¿O sea que cada vez que utilizo la tarjeta de crédito sabéis qué estoy haciendo?

—Por eso siempre pago en efectivo —reconoció Hemingway con un guiño.

Tecleó más órdenes y apareció la foto de Jackie Simpson, las huellas digitalizadas e información básica. Ella señaló una línea.

—Eso está mal. Nací en Birmingham, no en Atlanta.

Hemingway sonrió.

—¿Lo veis? Ni siquiera el NIC es infalible. Me aseguraré de que lo corrijan.

—¿Tenéis algún delincuente en la base de datos o sólo espiáis a los polis? —preguntó Alex.

Hemingway pulsó unas teclas más y apareció otro rostro.

—Se llamaba Adnan al Rimi y fue abatido por otro terrorista en Virginia. Mirad: su muerte está confirmada. Eso es lo que significa el símbolo de la calavera y las tibias cruzadas en la esquina superior derecha. Es un poco cutre y no sé a quién se le ocurrió esa idea, pero deja muy claro cuál es la situación actual de la persona en cuestión. —Abrió una ventana desplegable—. Aquí vemos sus huellas dactilares. Pudimos identificar a Rimi a partir de ellas porque las teníamos archivadas.

—¿Johnson manejaba información que pudiese resultar valiosa para alguien?

—En términos generales, todos los empleados del NIC tienen información potencialmente valiosa para un enemigo de este país, agente Ford. Por eso comprobamos los antecedentes y llevamos a cabo un proceso de investigación profundo.

—Es lo mínimo —dijo Simpson.

—¿Pero el enriquecimiento repentino de Patrick Johnson no despertó sospechas? —preguntó Alex.

Hemingway arrugó la frente.

—Debería haberlas despertado. Rodarán cabezas por ello.

—Pero no la tuya —observó Alex.

—No, no era mi responsabilidad.

—Afortunado de ti. O sea que si las drogas no eran la fuente de ingresos de Johnson, ¿dices que es improbable que hubiera estado vendiendo secretos de aquí?

—Improbable pero no imposible. No obstante, las drogas se encontraron en su casa.

—¿Te importa si hablamos con algunos compañeros de Johnson?

—De acuerdo, pero las conversaciones tendrán que grabarse.

—Uau, igual que en la prisión, sólo que nosotros somos los buenos —dijo Alex.

—Nosotros también somos los buenos —replicó Hemingway.

Una hora después, tras haber hablado con tres compañeros de Johnson, llegaron a la conclusión de que ninguno de ellos conocía a Johnson a nivel personal.

Tras recoger sus pistolas, Hemingway los acompañó al exterior.

—Buena suerte —dijo antes de que las puertas automáticas se cerraran tras ellos.

—Sí, y gracias por tu ayuda —respondió Alex.

Regresaron andando hasta el coche seguidos de dos gorilas armados con sendos M-16, lo que molestó a Alex.

—Bueno, ha sido una pérdida de tiempo absoluta —declaró Simpson.

—Ocurre con el noventa por ciento de las tareas de investigación. Deberías saberlo —refunfuñó Alex.

—¿Por qué estás cabreado?

—¿Me estás diciendo que lo que tienen ahí dentro no te ha puesto los pelos de punta? Joder, casi esperaba ver una foto de cuando perdí la virginidad.

—Yo no tengo nada que ocultar. ¿Y por qué has estado tan desagradable con Tom?

—Porque resulta que ese cabrón me cae mal.

—Oh, vaya, eso explica la relación que tienes conmigo. Alex no se molestó en responder, pero dejó las ruedas marcadas en el asfalto impoluto del NIC al salir de la ciudadela del Gran Hermano.