21

Cuando Alex y Simpson llegaron a la residencia de Patrick Johnson en Bethesda se llevaron dos sorpresas. Una, que no se apreciaba la presencia policial, ni siquiera había un vehículo oficial o la típica cinta amarilla de la policía; los dos monovolúmenes aparcados en el camino de entrada eran la única prueba de que hubiera alguien. Otra, la casa en sí.

Alex se detuvo en la acera, puso las manos en jarras y observó la vivienda unifamiliar. No era enorme, pero tampoco era una casa adosada y el distinguido barrio se encontraba a pocos minutos andando del próspero centro de Bethesda.

—Teniendo en cuenta el rango de Johnson, pensaba que nos encontraríamos con un pequeño apartamento parecido al de su novia. Caray, esta casa tiene jardín, y con césped.

Simpson meneó la cabeza.

—Cuando me destinaron a la oficina de Washington y no tenía ni idea del mercado inmobiliario en la capital, estuve mirando algunas casas por aquí. Esta vale por lo menos un millón de dólares.

El agente Lloyd les aguardaba en el interior.

—¿De dónde sacaba el dinero para pagar esta casa? —preguntó Alex.

Lloyd asintió.

—Y no es sólo la casa. Hay un Infiniti QX56 en el garaje. Cuesta cincuenta de los grandes. Y encontramos su otro coche. Lo dejó en la orilla de Virginia antes de darse su último baño. Un sedán Lexus, otros cuarenta mil dólares.

—¿Vendía secretos? —inquirió Simpson.

—No. Creemos que se trata de una fuente de ingresos ilegales más fiable.

—¿Drogas? —dijo Alex.

—Subid y lo veréis con vuestros propios ojos.

—¿El FBI ha modificado la manera de proteger las escenas del crimen? —preguntó Alex mientras seguían al agente escaleras arriba.

—Tenemos órdenes especiales para este caso.

—A ver si lo adivino. Dado que está relacionado con el NIC, la discreción se valora por encima de todo.

Lloyd se limitó a sonreír.

En el armario del dormitorio principal había una escalera desplegable que conducía a un desván. En el suelo del armario había fardos de algo envuelto en plástico transparente.

—¿Coca? —preguntó Simpson.

Lloyd negó con la cabeza.

—Heroína. Diez veces más rentable que la cocaína.

—¿Y su novia no sabía nada? ¿De dónde se creía que sacaba el dinero?

—Aún no se lo he preguntado, pero lo haré —añadió Lloyd.

—¿Cómo descubristeis lo de la droga tan rápido? —preguntó Alex.

—Cuando vimos dónde vivía, introdujimos su nombre en las bases de datos de SEISINT y extrajimos los registros de propiedad de esta casa. La compró el año pasado por un millón cuatrocientos dólares y entregó un depósito de medio millón en efectivo de una fuente financiera que aún no hemos identificado. Financió la compra de los coches y los pagó poco después, también a través de una cuenta bancaria que no hemos localizado. Supuse que se trataba de una herencia, drogas o venta de secretos. El camino más fácil era la droga, así que traje a un perro de la DEA. Empezó a ladrar como un loco al entrar en el armario. No encontramos nada hasta que vimos la trampilla del desván. Llevamos al perro arriba y ¡bingo! La tenía apilada entre las vigas y con el aislamiento por encima.

—Bueno, supongo que es mejor que vendiera drogas antes que a su país —ironizó Simpson.

—Ni siquiera estoy seguro de que tuviera acceso a secretos que valiera la pena vender —replicó Lloyd—. Y ahora va no hace falta que investiguemos por ahí. Pero lo que tenemos ya supone un buen lío. Joder, yo mismo podría escribir el titular del periódico: «Carter Gray, ¿zar de la inteligencia o de la droga?».

Alex tuvo la impresión de que su homólogo del FBI tenía muchas ganas de ensuciar el nombre de la única agencia federal que competía con la suya en cuanto a presupuesto y poder.

—Ahora la duda está en si se suicidó porque era traficante de drogas e iba a casarse con una mujer respetable y de repente la situación le pareció insostenible, o si sus compinches en el negocio de la droga lo mataron e intentaron que pareciera un suicidio.

—Me decanto por la primera opción —dijo Lloyd—. Murió en el lugar de la primera cita con su prometida. Los traficantes de drogas se habrían limitado a pegarle un tiro en la nuca mientras iba en el coche o dormía en la cama. Eso de matarlo y simular un suicidio me parece demasiado sofisticado para esos tipos.

Alex caviló sobre sus palabras.

—¿Habéis encontrado algo más relacionado con las drogas? Un registro de transacciones, lista de puntos de entrega y recogida, archivos informáticos, ¿algo así? —preguntó.

—Seguimos buscando. Pero dudo que fuera tan poco cuidadoso como para dejar cosas de esas. Ya os informaremos de lo que encontremos para que podáis liquidar vuestro expediente.

Mientras Alex y Simpson regresaban al coche, ella lanzó una mirada a su compañero.

—Bueno, aquí está el hueso duro de roer que no necesitas a estas alturas de tu carrera. Felicidades.

—Gracias —respondió él con sequedad.

—Pero el hecho de que hubiera un traficante de drogas en el NIC no va a gustarles demasiado.

—Así son las cosas a veces.

—¿Volvemos a la oficina?

Él asintió.

—Escribiré el informe, seguido de otro más detallado en el que el amigo Lloyd tendrá que rellenar los huecos. Luego volveremos a trincar falsificadores y apostarnos en las puertas para ver si pillamos alguna bala.

—Suena emocionante.

—Espero que lo digas en serio porque vas a pasarte muchas horas haciéndolo.

—No me quejo. Yo elegí este trabajo, nadie me obligó. —Pero no sonó muy convincente.

—Mira, Jackie, no suelo meterme en los asuntos de los demás pero aquí tienes un consejo de alguien que lo ha visto todo en el Servicio para que hagas carrera sin problemas.

—Soy toda oídos.

—Haz tu parte de trabajo basura independientemente de quién sea tu padrino en las alturas. Uno, eso te hará ser mejor agente, y dos, te marcharás del servicio por lo menos con un amigo.

—¿Ah sí? ¿Quién? —preguntó Simpson molesta.

—Yo.