17

Alex detuvo el coche en el paseo George Washington antes del pronunciado ascenso a lo largo del río Potomac, y estacionó en la zona de aparcamiento de la isla Roosevelt. El único acceso a la isla desde el aparcamiento era un largo puente peatonal.

El aparcamiento estaba lleno de coches de policía y vehículos federales camuflados. Había un grupo de forenses de Washington, así como el equipo propio del FBI. Alex sabía que tendría que aguantar el acoso de agentes trajeados o uniformados antes de concluir su visita.

—Cuánta gente —comentó Simpson.

—Sí, será divertido ver al FBI y a la policía del parque peleándose por ver quién tiene competencia en este caso. Los policías de Washington sólo pueden aspirar a la tercera posición.

Llegaron al puente y mostraron sus credenciales al agente allí apostado.

—¿Servicio Secreto? —preguntó el uniformado con expresión confundida.

—Nos envía el presidente. Asunto de alto secreto —respondió Alex sin dejar de caminar.

Enseguida llegaron a la escena del crimen siguiendo los senderos marcados. A medida que se acercaban Alex iba oyendo retazos de conversaciones y la cacofonía de melodías descargadas para móviles. Alex se enorgullecía de que su teléfono se limitara a hacer ring cuando alguien le llamaba.

Los dos agentes entraron en la zona enlosada situada delante de la estatua de Theodore Roosevelt, donde Alex miró alrededor para ubicar a los investigadores del homicidio.

La policía del parque y la de Washington destacaba por su uniforme y sus modales un tanto deferentes. Los técnicos forenses también eran fáciles de distinguir. Los que iban trajeados se comportaban como los dueños del lugar y sin duda eran los chicos del FBI. No obstante, había otro grupo de personas que Alex no identificaba.

Se acercó a quien consideró el oficial de mayor rango del parque. Poner a los uniformados del lado propio siempre era recomendable.

—Alex Ford, Servicio Secreto. Ella es la agente Simpson.

El oficial les estrechó la mano.

Alex inclinó la cabeza en dirección al cadáver.

—¿Qué tenemos de momento?

El oficial se encogió de hombros.

—Probable suicidio. Al parecer se disparó en la boca, pero no lo sabremos con seguridad hasta que el forense practique la autopsia. El cadáver ya está totalmente rígido. No podemos abrirle la boca sin estropearle la mandíbula para la autopsia.

—¿Esos son del FBI? —Alex señaló con la cabeza a los dos trajeados que permanecían de pie junto al cadáver.

—¿Cómo lo has adivinado? —respondió el oficial con expresión divertida.

—La capa de Superman les sobresale por debajo de la chaqueta —respondió Alex—. ¿Y esos de allí? —preguntó señalando a los hombres en que se había fijado antes y que hablaban entre sí discretamente.

—Los chicos de Carter Gray del NIC. Probablemente están analizando lo que Al Qaeda tiene en contra de Tedd Roosevelt.

Alex sonrió.

—¿Te importa informarnos de todo lo que encontréis? Mi jefe es de los que sufre estreñimiento.

—Claro, aunque este caso tampoco interesa demasiado. Lleva la cartera encima, y tiene una nota de suicidio y una pistola con un disparo realizado. Además parece que se había tragado casi un litro de whisky. Todavía huele. Hay huellas en la pistola y en la botella, y el arma está registrada a su nombre. Comprobaremos las huellas para verificar que se corresponden con las del difunto.

—¿Restos de pólvora en la mano? —preguntó Simpson.

—No hemos encontrado nada. Pero el arma parece muy nueva y bien cuidada. Y a veces las pistolas no dejan residuos.

—¿Alguna señal de forcejeo? —preguntó Alex. El oficial negó con la cabeza.

—Una cosa —intervino Simpson—. ¿Condujo hasta aquí para suicidarse?

—No hay coche en el aparcamiento —le respondió el oficial.

—Bueno, alguien podría haberle disparado y marcharse después —dijo Simpson—. Pero si fue un suicidio, ¿de qué otro modo consiguió llegar hasta aquí?

—Hay un puente peatonal en el extremo norte del aparcamiento. Cruza el paseo Washington y conecta con el Heritage Trail y el Chain Bridge. Y el carril-bici cruza el puente y termina en la zona de aparcamiento para venir a la isla. Pero no creemos que llegara así. Si hubiera ido por alguno de esos caminos le habría visto alguien. —Vaciló—. Tenemos otra teoría. Tiene la ropa empapada, demasiado para tratarse tan sólo del rocío.

Alex captó el mensaje.

—¿Quieres decir que llegó aquí nadando?

—Eso parece.

—¿Por qué? Si ya estaba en el agua y quería suicidarse, ¿por qué no desaparecer tragándose unos litros de Potomac?

—Bueno, si cruzó a nado el canal Little desde el lado de Virginia, no está muy lejos —observó el oficial.

—Sí —replicó Alex—. Pero si uno piensa venir desde esa dirección, ¿por qué no tomar el puente peatonal que cruza el Little en vez de chapotear por él? Y si estaba borracho como una cuba se habría ahogado.

—No si bebió el whisky al llegar aquí —objetó el oficial—. Y hay algo más. —Gritó unas instrucciones a un miembro del equipo forense que escudriñaba la zona. El hombre trajo algo y se lo entregó al oficial, quien lo sostuvo en alto—. Hemos encontrado esto.

Era una bolsa de pruebas con otra bolsita de plástico en su interior.

Alex y Simpson la observaron detenidamente. Alex fue el primero en encontrarle una explicación.

—La utilizó para llevar la pistola de forma que la munición no se mojara mientras nadaba.

—Bingo. Era una pistola del veintidós con cartuchos recubiertos.

—Tengo entendido que hay una nota de suicidio —dijo Alex.

El oficial extrajo su bloc de notas.

—La he copiado tal cual. —La leyó en voz alta y Simpson la copió en su libreta.

—¿Y quiénes sois vosotros? —preguntó una voz estridente.

Alex se volvió y se encontró con un hombre fornido y bajito que vestía un traje de Brooks Brothers, corbata discreta y zapatos relucientes con cordones.

Alex mostró su placa, se presentó e hizo otro tanto con su compañera.

El otro apenas se molestó en mirar las credenciales antes de anunciar:

—Soy el agente especial Lloyd del FBI. Aquí ya tenemos a agentes del NIC que representan los intereses del Servicio Secreto.

Alex adoptó la pose de agente de la ley federal atribulado.

—Cumplimos órdenes, agente Lloyd. Y la verdad, al servicio le gusta representar sus propios intereses. Estoy seguro de que el FBI entiende que perder a alguien del N-TAC es un asunto delicado, sobre todo teniendo en cuenta que formamos parte de Seguridad Nacional y no del Departamento del Tesoro. —Alex sabía que Seguridad Nacional imponía mucho más que el Tesoro en los círculos policiales. Y, por lo menos, el peso pesado que era el FBI tendía a respetar al peso super-pesado en que se había convertido Seguridad Nacional.

Dio la impresión de que Lloyd iba a soltar algún comentario cáustico, pero al parecer se lo pensó mejor y se encogió de hombros.

—Bueno, pues jugad a Sherlock Holmes. El cadáver está ahí mismo. Pero no contaminéis la escena del crimen.

—Muy amable, agente Lloyd. Estaba preguntando por la nota encontrada.

Lloyd hizo una seña a otro agente del FBI trajeado y le trajeron la nota.

—Van a fumigar la ropa y otros objetos para ver si hay huellas latentes, aunque no creo que encuentren gran cosa. Se trata de un suicidio.

—Los tejidos no suelen retener latentes —intervino Simpson—, pero esa chaqueta que lleva no es mala superficie, sobre todo porque estaba húmeda y el tiempo que hizo anoche es bueno para retener huellas. ¿Sus técnicos llevan una barra de su perfume en el vehículo? El ciano es inmejorable para revelar latentes en superficies como esa.

—No sé si lo llevan —reconoció Lloyd.

—De hecho sería mejor que llevaran la ropa al laboratorio. Se puede fumigar en una cámara de aceleración térmica o megafume. Sé que el FBI las tiene. —Señaló la nota de suicidio—. Póngala en una cámara con ninhidrina o DFOSPRAY y revelará cualquier cosa que haya.

—Gracias por la idea —dijo Lloyd lacónicamente, aunque impresionado por sus conocimientos sobre técnicas de revelación de huellas dactilares.

Alex miró a Simpson con renovado respeto y volvió a dirigir la vista hacia Lloyd.

—Tendrán que confirmar que la letra de la nota es de él —añadió Alex.

—Sí, lo sé —respondió Lloyd.

—Puedo llevarla al laboratorio del Servicio Secreto y ver qué huellas aparecen.

—Los laboratorios del FBI son insuperables —espetó Lloyd.

—Pero el nuestro tiene menos trabajo atrasado. Jugamos en el mismo equipo, agente Lloyd.

Este comentario pareció tocar algún nervio cooperador en el tozudo hombre, que cambió radicalmente de actitud.

—Se lo agradezco, agente Ford.

—Llámame Alex, y ella es Jackie —dijo Alex con una inclinación de la cabeza hacia Simpson.

—De acuerdo, yo soy Don. De hecho aceptamos tu oferta. El laboratorio del FBI está a tope de asuntos relacionados con terrorismo. Tendrás que firmar para responsabilizarte de su custodia. El forense es muy puñetero con eso.

Alex firmó y luego examinó el papel detenidamente a través del plástico antes de dárselo a Simpson para que lo sujetara.

—¿Tenemos alguna razón para el suicidio? Me han dicho que estaba a punto de casarse.

—Eso sin duda lleva a algunos hombres al suicidio —dijo el oficial.

Todos rieron, menos Simpson, quien por un instante pareció a punto de desenfundar su pistola y cargarse a unos cuantos hombres.

—Demasiado pronto para saberlo —declaró Lloyd—. Investigaremos, pero está claro que todo apunta a que Patrick Johnson se suicidó.

—¿No hay rastro de otras personas que hubieran estado aquí? —preguntó Simpson.

—Podría ser —respondió el oficial—, pero resulta que por la mañana han venido cincuenta colegiales. Todavía había niebla. Casi tropiezan con el cadáver. Se han llevado un susto de muerte. Las losas de piedra no serán de gran ayuda para encontrar huellas de pisadas u otros restos.

—¿Qué sendero tomó para llegar aquí? —preguntó Alex.

—Probablemente ese. —El oficial señaló a su izquierda—. Si cruzó Little Channel a nado, ese sendero sería el elegido después de caminar entre los árboles y tal.

—Estamos buscando su coche por la orilla —añadió Lloyd—. Vivía en Bethesda, Maryland. Tuvo que venir en coche y luego nadar hasta la isla. Si encontramos el coche, podremos establecer por dónde se lanzó al agua.

Alex miró hacia el lado de Virginia.

—Chicos, si cruzó el canal Little a nado, el único lugar para dejar el coche sería el aparcamiento.

El oficial se encogió de hombros.

—Pues no lo dejó ahí. A no ser que alguien lo trajera hasta aquí y luego se marchara. Pero eso no tiene mucho sentido.

—La patrullera de la policía suele pasar por aquí —observó Simpson.

Lloyd asintió.

—De hecho anoche vinieron. Pero la niebla era tan densa que no vieron nada.

—¿Cuánto tiempo lleva muerto? —preguntó Alex.

—El forense piensa que unas doce horas.

—¿Alguna idea de por qué eligió la isla Roosevelt?

—Es un sitio recogido y tranquilo, pero está cerca de todas partes. Tal vez fuera fan de Roosevelt —añadió Lloyd, y lanzó una mirada a los hombres del NIC, frunció el ceño y luego se dirigió a Alex—. Nos vamos al NIC para formular algunas preguntas, a ver si descubrimos por qué Johnson quiso quitarse la vida. Lo que descubramos hará que estos tipos —señaló a los del NIC— se pongan un poco más paranoicos de lo que ya están.

—¿Te refieres a que quizá Johnson estuviera haciendo algo en el NIC que no debería? —sugirió Alex.

—Para mí es difícil saberlo porque tampoco sé muy bien a qué se dedican los del NIC —comentó Lloyd antes de marcharse.

—Bienvenido al club —murmuró Alex. Le hizo una seña a Simpson para que le siguiera hasta el cadáver—. ¿No te entrarán ganas de vomitar? —le preguntó.

—Fui agente de homicidios en Alabama. He visto un montón de heridas de bala y de cadáveres.

—No sabía que en Alabama fueran tan aparatosos.

—¿Bromeas? En Alabama hay más armas que en todo el ejército.

Alex se agachó y observó el cuerpo de Johnson. Palpó uno de los brazos rígidos. La manga estaba empapada y el cuerpo aún conservaba el rigor mortis.

Tenía sangre seca en las orejas, la nariz y alrededor de la boca.

—Fractura basilar —dedujo Simpson—. La sangre se filtra por la base del cráneo fracturado. El forense probablemente encuentre la bala cerca de la parte superior o trasera de la cabeza. Dado que sólo es del calibre veintidós, tendría que haber empujado hacia arriba para conseguir una trayectoria limpia.

—Tiene manchas de sangre en la manga pero sólo una gota de sangre en la mano derecha —observó Alex—. Es un poco raro.

—Sí, pero a veces hay menos hemorragia cuando la bala se aloja en la cabeza.

—Ya. ¿Dónde encontraron la nota y el arma? —preguntó Alex por encima del hombro.

—La pistola estaba a la derecha del cuerpo —respondió el oficial—, a unos quince centímetros. La nota estaba en el bolsillo lateral derecho del cortavientos.

Cuando Alex se incorporó disimuló la punzada que sintió en el cuello. Casi siempre la notaba cuando se incorporaba demasiado rápido. Simpson lo miró.

—¿Te sientes bien?

—Una vieja lesión de yoga. ¿Qué te dice tu instinto de ex agente de homicidios en Alabama?

Ella se encogió de hombros.

—Aprendí que la primera forma de muerte que se sospecha suele ser la correcta.

—No he preguntado eso. ¿Qué te dice tu instinto?

—Que necesitamos saber bastante más antes de dar este caso por cerrado. No sería la primera vez que los hallazgos preliminares inducen a error. —Miró a los hombres del NIC—. Pero dudo que se muestren muy dispuestos a cooperar.

Alex también los observó. Si existía una agencia que estuviera más envuelta en un halo de secretismo que la CIA e incluso que la NSA, sin duda era el NIC. No le costaba imaginar las barreras que erigirían alegando que la seguridad nacional estaba por encima de todo lo demás. Si bien era cierto que el Servicio Secreto empleaba a veces esa misma táctica, Alex creía que su agencia invocaba esa autoridad cuando realmente debía. No se sentía igual de cómodo cuando el NIC guardaba en la recámara su bala de plata.

—¿Y tú qué opinas? —le preguntó Simpson.

Alex contempló, el suelo durante un largo momento y luego la miró.

—No quiero parecer egoísta pero tengo la impresión de que esto va a ser un hueso duro de roer. Y realmente no lo necesito a estas alturas de mi carrera.

Cuando Alex y Simpson se disponían a marcharse de la isla Roosevelt, los dos hombres a los que habían identificado como miembros del NIC se acercaron a ellos rápidamente.

—Sois del Servicio Secreto, ¿no? —dijo el alto y rubio.

—Así es —respondió Alex—. Somos los agentes Ford y Simpson de la oficina de Washington.

—Soy Tyler Reinke y él es Warren Peters, del NIC. Dado que Johnson trabajaba para ambas agencias, probablemente será mejor que colaboremos.

—Bueno, la partida acaba de empezar. Pero no me importa compartir, siempre y cuando reciba algo a cambio —respondió Alex.

Reinke sonrió.

—Esa es la única forma de jugar.

—De acuerdo. ¿Podéis conseguirnos una entrevista con los compañeros de trabajo de Johnson?

—Creo que sí —respondió Peters—. ¿Conocéis a alguien del NIC?

—Lo cierto es que sois las dos primeras personas que conozco que admiten pertenecer al NIC.

Tanto Reinke como Peters parecieron un tanto molestos por el comentario.

—Ten mi tarjeta —dijo Alex—. Ya me diréis cuándo podemos ir a veros. —Señaló la nota en la bolsa que tenía Simpson—. También haremos una comparación de la caligrafía, para asegurarnos de que es de Johnson.

—De hecho quería hablar con vosotros sobre la nota —dijo Peters—. Tenemos a muchos grafólogos expertos en plantilla. Lo pueden hacer muy rápido.

—En el servicio también podemos hacerlo muy rápido —replicó Alex.

—Pero el NIC tiene cientos de muestras de la letra de Johnson en el trabajo. Es sólo una sugerencia para ir más rápido. Hoy en día la cooperación es la clave, ¿no?

—Esta nota es una prueba de la investigación de un homicidio —intervino Simpson—. El forense quizá tenga reparos para dárosla. Es algo que debe estar en manos del FBI del Servicio Secreto. Os recuerdo que el cargo como agentes de la ley lo obtenemos bajo juramento.

—Nosotros también —repuso Reinke—. Y ya he hablado con el forense y le he dicho que los intereses de la seguridad nacional están en juego. No le importa que obre en nuestro poder siempre y cuando se respete la cadena de pruebas.

—Seguro que se ha asustado al oír eso —dijo Alex. Caviló unos instantes y luego se encogió de hombros—. De acuerdo, informadnos lo antes posible. Y comprobad también las huellas dactilares.

Cuando Peters hubo rellenado los formularios necesarios para el forense, tomó la nota con cuidado.

—Carter Gray se va a poner en pie de guerra. Probablemente ya lo esté.

—No me extraña —repuso Alex.

—¿Qué piensas realmente? —preguntó Simpson en cuanto los del NIC se hubieron marchado.

—Creo que son unos capullos que van a tirar mi tarjeta en la primera papelera que encuentren.

—Entonces ¿por qué les diste la nota?

—Porque ahora que controlan las pruebas materiales en un caso de homicidio, nos dan una excusa perfecta para ir al NIC y ver la situación con nuestros propios ojos.