Stone y los demás acababan de subir al bote y habían zarpado. La niebla era suficientemente densa para dificultar la navegación. Quizás estaban a tres metros de la isla en el pequeño canal cuando los dos hombres irrumpieron entre los árboles y los vieron.
—Rema con todas tus fuerzas y mantén la cabeza gacha —indicó Stone a Reuben, a quien no le hacían falta tales instrucciones. Sus anchos hombros y brazos gruesos realizaron un esfuerzo hercúleo y el pequeño bote se alejó rápidamente de la orilla.
Stone se volvió hacia los demás.
—Que no os vean las caras —susurró—. ¡Caleb, quítate el sombrero!
Se agacharon y Caleb se colocó el bombín entre las temblorosas rodillas. Milton había empezado a contar en cuanto subió al bote. Los dos hombres de la orilla apuntaron pero la niebla hacía que su objetivo fuera muy escurridizo. Ambos dispararon pero las balas fueron a parar al agua a una distancia considerable del bote.
—Rema, Reuben, rema —farfulló un aterrorizado Caleb mientras se agachaba todavía más.
—¿Qué coño crees que estoy haciendo? —espetó Reuben mientras el sudor le perlaba la cara.
Los perseguidores dispararon dos veces más. Una bala arrancó unas astillas del bote que alcanzaron a Stone en la mano derecha. La sangre le corría por los dedos, pero la contuvo con el mismo pañuelo que había utilizado para registrar el cadáver de Patrick Johnson.
—¡Oliver! —gritó Milton desesperado.
—Estoy bien —respondió Stone—. ¡Mantente agachado!
Los dos pistoleros, conscientes de la futilidad de su ataque, se alejaron corriendo.
—Van en busca de su embarcación —advirtió Stone.
—Pues entonces sí que tenemos un problema porque la suya tiene motor —replicó Reuben—. Voy lo más rápido posible pero ya no me quedan muchas fuerzas.
Stone tiró de la manga de Caleb.
—Caleb, coge un remo y yo cogeré el otro.
Reuben se apartó y los dos hombres remaron con todas sus fuerzas.
Normalmente, después de salir del brazo de agua habrían ido hacia el norte por el río y regresado al lugar donde guardaban el bote. Pero ahora lo único que querían era llegar a tierra lo antes posible, lo cual significaba navegar directamente hacia el este. Pasaron por el extremo occidental de la isla y giraron hacia Georgetown.
—¡Mierda! —Reuben miró hacia la isla al oír el motor de una embarcación—. ¡Remad como si os fuera la vida en ello! —gritó a Stone y Caleb—. Porque es cierto.
Al ver que Caleb y Stone estaban cansados, Reuben los apartó y se sentó de nuevo a los remos, accionándolos con todas sus fuerzas, lo cual no era nada despreciable.
—Creo que nos están alcanzando… —jadeó Caleb. Un disparo le pasó rozando y el pobre se encogió de miedo junto a Milton en el fondo del bote.
Stone agachó la cabeza cuando otro disparo silbó junto a su oído. En ese momento Reuben gritó.
—¿Reuben? —Se volvió hacia su amigo.
—No pasa nada, sólo ha sido un rebote, pero se me había olvidado lo mucho que escuecen —dijo Reuben—. Nos han pillado, Oliver. Esos cabrones tendrán cinco cadáveres esta noche.
Stone miró las tenues luces del adormecido Georgetown. Aunque el río era bastante estrecho, debido a la niebla estaban todavía demasiado lejos para que alguien viera desde la costa lo que estaba sucediendo. Volvió la vista hacia la embarcación que se acercaba y distinguió las siluetas de los dos hombres que iban a bordo. Recordó la sangre fría con que habían despachado al desventurado Patrick Johnson. Stone se imaginó la pistola en su propia boca y que apretaban el gatillo.
De repente, la lancha motora cambió de dirección y se apartó de ellos.
—Pero qué… —dijo Reuben.
—Debe de ser la patrullera de la policía. Escucha —susurró Stone señalando en dirección sur y llevándose la mano a la oreja para oír mejor.
—¿La policía? ¡Rápido, llamadles la atención! —exclamó Caleb con voz aliviada.
—Ni hablar —respondió Stone—. Quiero que todos permanezcáis lo más callados posible. Reuben, deja de remar.
Reuben lo miró sin entender pero obedeció.
—Podemos darnos por satisfechos si no nos embisten de lleno —se quejó en voz baja.
Todos oían con claridad el zumbido del potente motor. Vieron las luces de estribor de la patrullera pasar a menos de diez metros de distancia. Los policías no habrían podido oír el motor del otro barco por encima del suyo, ni tampoco visto el bote de remos porque no tenía luces. Los miembros del Camel Club contuvieron la respiración y observaron cómo la patrullera navegaba lentamente.
—Bueno, Reuben, llévanos a la orilla —ordenó Stone cuando por fin la perdieron de vista.
Caleb se incorporó.
—¿Por qué no querías que avisáramos a la policía?
Stone esperó a ver la silueta de la orilla para contestar.
—Estamos en un bote que se supone no deberíamos tener, viniendo de un lugar al que no deberíamos ir. Un hombre ha sido asesinado y su cadáver está en la isla Roosevelt. Si le decimos a la policía que hemos sido testigos de un asesinato, reconoceremos que estábamos allí. Podemos decirles que vimos a dos hombres que luego intentaron matarnos, pero no tenemos ninguna prueba de ello.
Entonces Milton se incorporó.
—Pero tú y Reuben estáis heridos.
—Yo sólo tengo un arañazo y a Reuben sólo le ha rozado, por tanto no existe prueba concluyente de la presencia de una bala. Así pues, la policía constata que hay un cadáver que fue transportado a la isla en la que estábamos nosotros. Tenemos un bote que podría haber servido para ello sin mayores problemas y no hay ningún otro barco por aquí, dado que la lancha motora ya estará muy lejos para cuando expliquemos todo esto. Y somos personas a quienes la policía no otorgará demasiada credibilidad. Bien, ¿cuál creéis que sería el resultado más lógico de contarles nuestra historia? —Stone miró a cada uno de ellos.
—Nos detendrían y tirarían la llave —musitó Reuben mientras se rasgaba un trozo de camisa para atársela alrededor de la pequeña herida que tenía en el brazo—. Lo que me gustaría saber es cómo supieron esos cabrones que estábamos en la isla.
—Deben de habernos oído —conjeturó Stone—. O quizá volvieron por algún motivo y advirtieron algo raro. A lo mejor no dejé la nota o el pin tal como los dejaron ellos.
—No has dicho de qué era el pin —observó Caleb.
—Era el pin de solapa que suelen llevar los agentes del Servicio Secreto.
—¿Crees que era un agente? —preguntó Reuben mientras se dejaban llevar hasta la orilla.
—Supongo que alguna relación tendrá.
Cuando llegaron a la orilla, arrastraron el bote hasta tierra y lo escondieron en la vieja zanja de drenaje situada cerca del malecón.
—¿Y ahora qué? —preguntó Reuben mientras caminaban por las calles tranquilas de Georgetown.
Stone enumeró con los dedos.
—Descubrimos quién era la víctima. Descubrimos por qué alguien tenía razones para matarle. Y descubrimos quién le mató. Así pues…
Reuben adoptó una expresión de incredulidad.
—Y yo que pensaba que tu idea de neutralizar a Carter Gray era harto difícil. Dios mío, ¿eres consciente de lo que estás diciendo?
—Sí —respondió Stone impasible.
—Pero ¿por qué tenemos que hacer algo? —preguntó Caleb.
Stone lo miró.
—Los asesinos que matan de ese modo tienden a no dejar ningún cabo suelto, lo cual significa que harán todo lo posible para encontrarnos y matarnos también. No podemos ir a la policía por lo que ya os he dicho. Así que mi sugerencia es…
—Que los pillemos antes de que nos pillen a nosotros.
Stone echó a andar y los demás le siguieron a paso rápido.