Otoño, 2013
Cuando Connor despertó más temprano de lo que le gustaba, no esperaba encontrarse con un antepasado ni con el mayor enemigo de los suyos. Sin duda no había previsto empezar el día con una explosión de magia que casi lo había tirado al suelo.
Pero, en general, le gustaba lo inesperado.
El día apenas había despuntado, por lo que no había la más mínima esperanza de que su hermana estuviera trajinando en la cocina. Y le tenía demasiado aprecio a su pellejo como para arriesgarse a despertarla y plantearle si le apetecería preparar el desayuno.
Además, no tenía hambre, y él siempre despertaba listo para desayunar enseguida. En vez de eso le embargaba una extraña energía y una acuciante necesidad de salir, de ponerse en marcha.
De modo que silbó a su halcón y, con Roibeard como compañía, se adentró en el nebuloso bosque.
Y en su quietud.
No era un hombre que necesitara una excesiva tranquilidad. La mayor parte del tiempo prefería el ruido y las conversaciones, el calor de la compañía. Pero aquella templada mañana le bastaba con el grito de su halcón, el murmullo de un conejo escabulléndose en la maleza y el susurro de la brisa matutina.
Se le ocurrió que podía dar un paseo hasta el castillo de Ashford, dejar que Roibeard volara en cielo abierto sobre los verdes jardines… y que así los clientes madrugadores del hotel se llevaran una grata sorpresa.
Las sorpresas a menudo favorecían los negocios, y él tenía uno que dirigir: la escuela de cetrería.
Esa había sido su intención hasta que lo sintió; el poder vibrando dentro y fuera. Sus propios poderes alzándose sin que él hiciera nada, la negrura de Cabhan contaminando la dulzura de los pinos cubiertos de rocío.
Y algo más, algo más.
Debería haber llamado a su círculo; su hermana, su prima, sus amigos, pero algo lo empujó a seguir por el sendero, a atravesar los árboles, a aproximarse al muro de enredaderas y al árbol caído más allá de las ruinas de la cabaña que fue de Sorcha. Más allá de donde su círculo y él habían luchado con Cabhan la noche del solsticio de verano.
La niebla se extendió; el poder vibraba, negro contra blanco. Vio al chico y lo primero, lo único en lo que pensó fue en protegerlo. Ni podía ni quería permitir que se le causara daño alguno a un inocente.
Pero el chico, aunque inocente, tenía más. Ese algo más.
Ahora, disipada la niebla, y Cabhan con ella, con el chico de nuevo en su tiempo y en su lugar, Connor se quedó como estaba; de rodillas sobre la empapada tierra, esforzándose por recuperar el aliento.
Todavía le pitaban los oídos a causa de lo que había parecido el estallido de unos cuantos planetas. Y los ojos aún le escocían por culpa de la deslumbrante luz de una docena de soles.
Y el poder que se había fusionado al unir sus manos con las del chico reverberaba dentro de él.
Se puso de pie despacio; era un hombre alto, delgado, con una buena mata de pelo castaño rizado, la cara aún pálida y el reflejo de aquello que seguía agitándose dentro de él en sus penetrantes ojos verde musgo.
Más le valía irse a casa, pensó. Regresar. Pues lo que se había manifestado en el solsticio y se ocultaba hasta la llegada del equinoccio aún estaba al acecho.
Se dio cuenta de que las piernas aún le temblaban un poco, sin saber si eso debería hacerle gracia o sentirse abochornado. Su halcón descendió en picado, posándose en una rama. Replegó las alas, observó, esperó.
—Vámonos —le dijo—. Creo que hemos hecho lo que teníamos que hacer esta mañana. Y ahora me muero de hambre, por Dios. —El poder, pensó mientras echaba a andar. Su extrema fuerza lo había desbordado. Dio media vuelta en dirección a su casa, percibiendo la presencia del perro de su hermana segundos antes de que Kathel corriera hacia él—. Tú también lo has sentido, ¿a que sí? —Acarició de forma contundente la negra cabeza de Kathel y prosiguió—: Me sorprendería que todo Mayo no haya sentido el impacto. Yo aún siento un hormigueo, como si mis huesos estuvieran cubiertos de abejas.
Más tranquilo ya con el perro y el halcón, salió de la sombra del bosque hacia la nacarada mañana. Roibeard volaba en círculos sobre su cabeza mientras él recorría la carretera con Kathel hacia la casa. Un segundo halcón gritó, y Connor vio a Merlín, la rapaz de su amigo Fin.
Luego el estruendo de unos cascos de caballo rompió la quietud, de modo que se detuvo y esperó, sintiendo una nueva agitación al ver a su prima Iona y a su amigo Boyle a lomos del gran Alastar. Y también a Fin, aproximándose a toda velocidad con ellos en su negro Baru.
—Vamos a necesitar más huevos —gritó, sonriendo—. Y unas cuantas lonchas más de beicon.
—¿Qué ha pasado? —Iona, con su corto pelo despeinado por el sueño, se inclinó para acariciarle la mejilla—. Sabía que estabas a salvo, o habríamos venido aún más rápido.
—Prácticamente habéis venido volando… y ninguno habéis ensillado a los caballos. Os lo cuento dentro. Podría comerme tres cerdos además de una vaca.
—Cabhan —dijo Fin, que tenía el cabello tan negro como el animal que montaba y los ojos del mismo verde oscuro que Connor cuando el poder lo dominaba, mientras se volvía para mirar hacia los árboles.
—Él y algo más. Pero Iona tiene razón. Estoy bien, aunque me estoy muriendo de hambre aquí, en la carretera. Lo habéis sentido —agregó cuando reemprendió la marcha.
—¿Que si lo hemos sentido? —Boyle miró a Connor—. Estaba como un tronco y me ha despertado, y eso que yo no tengo poderes como vosotros tres. No poseo nada de magia y sin embargo lo que sea que fuera me atravesó como una flecha. —Señaló la casa con la cabeza—. Y parece que a Meara también.
Connor vio a Meara Quinn, amiga suya de toda la vida y la mejor amiga de su hermana, aproximándose a pie a ellos; alta y seductora como una diosa, con unos pantalones de dormir de franela y una vieja chaqueta y el largo cabello castaño enredado.
Estaba preciosa, pensó, pero siempre lo estaba.
—Ha pasado aquí la noche —les dijo a los demás—. Como tú te quedaste en casa de Boyle, ha dormido en tu habitación, prima. Buenos días, Meara.
—Buenos días, y una mierda. ¿Qué coño ha pasado?
—Es lo que quiero contaros. —Connor le rodeó la cintura con un brazo—. Pero necesito comida.
—Branna ha dicho que así sería, y ya se está ocupando de eso. Está alterada y finge no estarlo. Ha sido como un maldito terremoto… pero dentro de mí. Menuda forma de despertar.
—Yo me ocupo de los caballos. —Boyle se bajó de Alastar—. Ve adentro y mete algo en el estómago.
—Gracias. —Sonriendo de nuevo, Connor levantó los brazos para que Iona pudiera bajarse de la grupa de Alastar. Luego la abrazó.
—Me has asustado —murmuró Iona.
—No eres la única. —Le dio un beso en la coronilla a su preciosa prima estadounidense, la última de los tres, y cogiéndole la mano, entró en la casa.
El olor a beicon, a café y a pan caliente lo asaltó, como un puñetazo en el estómago. En ese momento deseaba comer más que vivir…, y necesitaba comer si quería vivir.
Kathel encabezó la comitiva hasta la cocina, donde Branna se afanaba en el fogón. Se había recogido su negra melena y aún llevaba los floreados pantalones de franela y la holgada camiseta con que dormía. Ese único detalle demostraba su amor, pues se habría tomado algo de tiempo para cambiarse y acicalarse un poco sabiendo que tendrían compañía…, y sobre todo si se trataba de la de Finbar Burke.
Se dio la vuelta sin decir nada y le entregó un plato con huevos fritos y tostadas.
—Bendita seas, cielo.
—Con eso llenarás parte del agujero. Hay más. Tienes frío —le dijo en voz queda.
—No me había dado cuenta, pero sí, lo tengo. Tengo un poco de frío.
Fin agitó la mano hacia la chimenea de la cocina antes de que Branna pudiera hacerlo y surgió un pequeño fuego.
—Estás tiritando un poco. Siéntate, por Dios, y come como las personas. —Con voz crispada, Meara prácticamente lo sentó en una silla junto a la mesa.
—No soy de los que renuncian a algunos mimos, y a decir verdad mataría por un café.
—Yo te lo traigo. —Iona se apresuró hasta la cafetera.
—Ah, qué hombre podría quejarse con tres hermosas mujeres desviviéndose por él. Gracias, mo chroi —agregó cuando Iona le dio el café.
—No te mimaremos demasiado tiempo, eso te lo prometo. Sentaos todos —ordenó Branna—. Ya casi he terminado de freír esto. Cuando haya llenado el estómago lo suficiente como para calmarse, nos contará de una vez por qué no me ha llamado.
—Ha sido muy rápido. Te habría llamado, os habría llamado a todos. Creo que no era yo quien estaba en peligro. No vino a por mí esta mañana.
—¿Y a por quién iba si el resto estábamos durmiendo? —preguntó.
Cuando Branna se disponía a coger una enorme fuente de comida para llevarla a la mesa, Fin se limitó a quitársela.
—Siéntate y escucha. Siéntate —repitió Fin antes de que ella le replicara—. Estás temblando tanto como él.
En cuanto la fuente tocó la mesa, Connor comenzó a servirse huevos, salchichas, beicon, pan tostado y patatas en su plato, formando una pequeña montaña.
—Me he despertado temprano, y con una sensación rara —comenzó, y les relató todo mientras comía con apetito.
—¿Eamon? —exigió Branna—. ¿El hijo de Sorcha? ¿Aquí y ahora? ¿Estás seguro de eso?
—Tan seguro como que tú eres mi hermana. Al principio creía que era un chaval cualquiera que se había cruzado en el camino de Cabhan, pero cuando lo cogí de la mano… Jamás he sentido nada parecido. Ni siquiera contigo, Branna, ni con Iona y contigo juntas. Ni siquiera en el solsticio, cuando el poder era tan intenso, no era tan grande, tan brillante, tan pleno. No podía contenerlo, no podía controlarlo. Simplemente me recorría como un cometa. También al chico, pero él se aferró a mí, se aferró al poder. Es excepcional.
—¿Qué hay de Cabhan? —exigió Iona.
—Lo atravesó —dijo Fin—. Lo he sentido. —De manera distraída se llevó una mano al hombro, donde el símbolo de su sangre, de la sangre de Cabhan, marcaba su carne. Su corazón—. Os prometo que lo sorprendió, lo dejó tan aturdido como a ti.
—Así que ¿se escabulló? —inquirió Boyle, atacando los huevos—. Como la serpiente que es.
—Eso mismo hizo —confirmó Connor—. Desapareció, y con él, la niebla, y solo quedamos el chico y yo. Luego solo yo. Pero… él era yo y yo era él; partes de un todo. Lo supe cuando unimos nuestras manos. Más que sangre. No es lo mismo, pero… más que sangre. Por un momento pude ver dentro de él… como en un espejo.
—¿Qué viste? —preguntó Meara.
—Amor, pena y valor. Temor, pero también el corazón para hacerle frente, por sus hermanas, por sus padres. Por nosotros, llegado el caso. Era solo un niño de no más de diez años, diría yo. Pero en ese momento rebosaba de un poder que aún no había aprendido a controlar.
—¿Se parecía a cuando yo voy a visitar a Nana? —Se preguntó Iona, pensando en su abuela en Estados Unidos—. ¿Una especie de proyección astral? Pero no del todo, ¿verdad? Es similar, pero con la alteración del tiempo, es mucho más que eso. El cambio de época que puede producirse junto a la cabaña de Sorcha. Tú no estabas junto a su cabaña, ¿no es así, Connor?
—No, aún estaba fuera del claro. Aunque sí muy cerca. —Connor lo pensó—. Puede que lo bastante cerca. Todo esto es nuevo. Pero sé con total seguridad que no era lo que Cabhan esperaba.
—Puede que él trajera al chico, a Eamon —sugirió Meara—. Que lo sacara de su época y lo metiera en la nuestra, tratando de separarlo de sus hermanas, de enfrentarse a un chico en vez de a un hombre como el jodido cobarde que es. Por la manera en que has dicho que ha ocurrido, Connor, si tú no hubieras aparecido, podría haber matado al chico o haberle hecho daño.
—Muy cierto. Eamon era presa fácil, por Dios, era presa fácil; no ha huido cuando le he pedido que lo hiciera, pero aun así estaba confuso, temeroso, incapaz todavía de reunir poder suficiente para luchar él solo.
—Así que te has despertado y has salido —dijo Branna—, tú, que nunca pones un pie fuera de casa por las mañanas antes de llenar la andorga, y has llamado a tu halcón. ¿Y apenas había amanecido? —Meneó la cabeza—. Alguien te llamó allí. La conexión entre Eamon y tú, o la propia Sorcha. Una madre que sigue protegiendo a su hijo.
—Yo soñé con Teagan. —Les recordó Iona—. Soñé que cabalgaba a lomos de Alastar hasta la cabaña, hasta la tumba de su madre, y se enfrentaba a Cabhan allí… y lo hacía sangrar. Ella es mía del mismo modo que Eamon es de Connor.
Branna asintió cuando Iona la miró.
—Brannaugh es mía, sí. Sueño a menudo con ella. Pero nada parecido a esto. Es útil, debe de ser útil. Encontraremos la forma de utilizar lo que ha sucedido aquí, de utilizar lo que sabemos. Él se esconde desde el solsticio.
—Le hicimos daño —dijo Boyle, observando a los demás con sus ojos dorados—. Esa noche sangró y ardió igual que nosotros. Más aún, diría yo.
—Ha tardado todo el verano en sanar, en reagruparse. Y esta mañana lo ha intentado con el chico, ha intentado arrebatarle ese poder y…
—Acabar contigo. —Fin interrumpió a Branna—. Si matara al chico, ¿Connor jamás existiría? O es muy posible que ese sea el caso. Si cambias el pasado, cambias el presente.
—Bueno, pues ha fracasado estrepitosamente. —Connor se ventiló el beicon y exhaló un suspiro—. Y yo no solo vuelvo a sentirme persona, sino también en forma. Es una lástima que hoy no podamos enfrentarnos otra vez a ese cabrón.
—Necesitas más que una buena fritada en el estómago para acabar con él. —Levantándose, Meara recogió los platos—. Todos lo necesitamos. Le hicimos daño en el solsticio, y eso es algo muy satisfactorio, pero no terminamos con él. ¿Qué se nos pasó? ¿No es eso lo que necesitamos? ¿Qué fue lo que no hicimos y que teníamos que hacer?
—Ah, la mente práctica.
—Alguien tiene que pensar de manera práctica —le espetó Meara.
—Meara tiene razón. He estudiado con atención el libro de Sorcha. —Branna meneó la cabeza—. Lo que hicimos, lo que tuvimos, cómo lo planeamos, debería haber funcionado.
—Él cambió el terreno —le recordó Boyle—. Llevó el campo de batalla atrás en el tiempo hasta su época.
—Y aun así no consigo encontrar nada que tengamos que añadir. —Branna lanzó una mirada a Fin, apenas un instante. Él se limitó a negar con la cabeza de manera sutil—. Pues seguiremos buscando.
—No, tú siéntate. —Iona cogió algunos platos más antes de que Connor pudiera hacerlo—. Teniendo en cuenta tu aventura al amanecer, te has librado de las tareas de la cocina. A lo mejor yo no era lo bastante fuerte o hábil el verano pasado.
—¿Necesitas que te recuerden que invocaste un torbellino? —le preguntó Boyle.
—Fue más el instinto que la destreza, pero estoy aprendiendo. —Miró a Branna.
—Así es, sí, y mucho. No eres el eslabón más débil si es eso lo que piensas, ni lo has sido nunca. Él sabe más que nosotros, y eso es un problema. A su modo ha vivido cientos de años.
—Eso hace que sea más viejo —puntualizó Meara—, no más sabio.
—Nosotros tenemos libros y leyendas y lo que se ha transmitido de generación en generación. Pero él lo ha vivido todo, así que, sea o no más listo, sabe más. Y lo que tiene es profundo y oscuro. Su poder no se rige por ninguna regla como el nuestro. Daña aquello que le viene en gana sin pensar en nada más. Nosotros no podemos hacer eso y ser lo que somos.
—La fuerza de su poder… es la piedra que lleva alrededor del cuello, tanto en forma humana como de lobo. Si la destruimos, le destruimos a él. Lo sé —aseveró Fin, cerrando el puño sobre la mesa—. Sé que es verdad, pero ignoro cómo puede hacerse. Todavía.
—Encontraremos la forma. Debemos hacerlo —dijo Connor—, así que lo haremos.
Fin se levantó cuando Connor estiró el brazo por encima de la mesa para posar la mano sobre la de Branna, y se unió a los demás al fondo de la estancia, con el ruido de los cacharros y el murmullo del agua en el fregadero.
—Preocuparte por mí no servirá de nada, y es innecesario. No tengo que mirar —agregó— para verlo.
—Y si él os hubiera herido al chico y a ti, ¿dónde estaríamos?
—Bueno, no lo ha hecho, ¿verdad? Y, entre nosotros, le pegamos una buena patada en los huevos. Estoy aquí, Branna, como siempre. Este es nuestro destino, así que estoy aquí.
—La mitad del tiempo eres como una piedra en mi zapato. —Volvió la mano debajo de la de él hasta que sus dedos se entrelazaron—. Pero estoy acostumbrada a ti. Ten cuidado, Connor.
—Lo tendré, por supuesto. Y lo mismo te digo.
—Todos lo tendremos.
Le divirtió y conmovió que Meara lo alcanzara cuando salió de casa para ir a la escuela de cetrería.
—Así que ¿no vas en el camión? —le preguntó.
—Pues no. Quiero bajar el desayuno.
—Así que eres mi guardaespaldas. —Le pasó el brazo sobre los hombros y la apretó contra él de forma que sus caderas chocaron.
Meara iba ataviada para trabajar en los establos con unos pantalones y una chaqueta resistentes, sólidas botas y la abundante melena recogida en una trenza que caía por el agujero de su maltrecha gorra.
Y a pesar de eso era una belleza, pensó; Meara, con sus ojos negros y sangre cíngara corriendo por sus venas.
—Puedes guardarte las espaldas solito. —Levantó la vista para ver a los halcones sobrevolar el plomizo cielo—. Y los tienes a ellos para que mantengan los ojos bien abiertos.
—Me alegro de contar con tu compañía igualmente. Y así dispones de tiempo para contarme qué es lo que te preocupa.
—Me parece que el que un hechicero loco se proponga destruirnos a todos es más que suficiente.
—Fue otra cosa lo que te llevó con Branna anoche e hizo que te quedaras. ¿Algún hombre te está haciendo pasar un mal rato? ¿Quieres que lo tumbe por ti?
Flexionó un brazo, cerró el puño y lo meneó con ferocidad para hacerla reír.
Entonces ella dio un respingo.
—Como si no pudiera tumbar a quien quisiera… u otra cosa… yo solita.
Connor rió de puro placer y chocó de nuevo la cadera contra la de ella.
—No me cabe duda. ¿Qué pasa entonces, cielo? Puedo oír el zumbido en tu cabeza como si fuera una colmena de avispas cabreadas.
—Podrías dejar de escuchar. —Pero se ablandó lo suficiente como para apoyarse en él un instante, de modo que Connor pudo captar el olor de su propio jabón sobre la piel de Meara. Algo extrañamente placentero—. Lo que pasa es que mi madre me está volviendo medio loca, lo cual es bastante normal en mi vida. Donal se ha echado novia.
—Eso he oído —repuso, pensando en el hermano menor de Meara—. Sharon, ¿no es así?, se mudó a Cong la pasada primavera. Una chica guapa por lo que he visto. Una cara bonita y una sonrisa espontánea. ¿Es que no te cae bien?
—Me cae estupendamente, y es más acertado decir que Donal está loquito por ella. Es una monada verlo tan colado y tan feliz, y lo mismo sucede con ella.
—¿Y entonces?
—Quiere irse de casa para vivir con Sharon.
Connor pensó en ello mientras caminaba en esa bonita mañana en dirección al trabajo que ambos amaban.
—¿Cuántos años tiene? ¿Veinticuatro?
—Veinticinco. Y sí, ya es hora de que se marche de casa de su madre. Pero ahora mi madre y mi hermana Maureen no dejan de maquinar, y han llegado a la conclusión de que yo debería mudarme a vivir con mi madre.
—Bueno, eso es del todo inaceptable.
—Lo es. —Exhaló un suspiro de alivio, ya que él comprendía la simple verdad—. Pero me lo están echando todo encima. La culpa, la presión, la puñetera lógica desde su perspectiva. Oh, Maureen dice que no podemos dejar sola a nuestra madre y que como yo soy la única libre de ataduras, por así decirlo, debería ser quien enderece el barco. Y mi madre dice lo mismo, y además que tendrá espacio para mí y que me ahorraría el alquiler, y que estará muy sola sin ninguno de sus hijos con ella. —Se metió las manos en los bolsillos—. Mierda.
—¿Quieres que te dé mi opinión o el pésame?
Meara lo miró de reojo, con sus descarados ojos castaños llenos de recelo y especulación.
—Me quedo con tu opinión, aunque puede que te la arroje a la cara.
—Pues aquí la tienes. Quédate donde estás, cielo. Nunca fuiste feliz, no de verdad, hasta que te largaste de casa.
—Eso es lo que quiero, y lo que sé que debería hacer por mi bien y por el bien de mi cordura, pero…
—Si a tu madre le preocupa estar sola y a Maureen le preocupa que tu madre…, que también es la suya, he de señalar…, esté sola, ¿no sería buena idea que ella se fuera a vivir con Maureen y su familia? ¿No sería de gran ayuda para Maureen tener a vuestra madre con ella, con los niños y todo eso?
—¿Por qué no se me ha ocurrido a mí? —Meara se apartó lo suficiente para darle un suave puñetazo a Connor en el hombro y hacer un bailecito—. ¿Por qué no se me ha ocurrido eso a mí?
—No habías superado tu sentimiento de culpa. —Le dio un tirón de la gruesa trenza siguiendo un antiguo hábito—. Maureen no tiene ningún derecho a presionarte para que renuncies a tu piso y cambies tu vida solo porque tu hermano cambie la suya.
—Lo sé, pero también sé que mi madre es prácticamente una inútil. Lo ha sido desde que mi padre nos dejó. Hizo lo que pudo en una situación terrible, pero no sabrá en qué ocupar los días y se morirá de preocupación durante la noche estando ella sola.
—Tienes dos hermanos y dos hermanas —le recordó—. Sois cinco para ayudar a cuidar de tu madre.
—Los listos se fueron bien lejos, ¿no es verdad? Aquí solo quedamos Donal y yo. Pero puedo sembrar en la mente de mi madre la semilla de mudarse a vivir con Maureen. Como mínimo eso espantará a Maureen y hará que esté calladita durante una temporada.
—Ahí lo tienes. —Giró cuando lo hizo ella en dirección al establo.
Meara se detuvo.
—¿Adónde vas?
—Te acompaño al trabajo.
—No necesito guardaespaldas, gracias. Vete. —Le plantó un dedo en el pecho y le dio un empujoncito—. Tienes trabajo que hacer.
No había peligro de día. Connor no percibía nada. Y después del enfrentamiento que había tenido lugar al amanecer, Connor presentía que Cabhan estaría acurrucado en alguna cueva oscura, reagrupándose.
—Tenemos cinco paseos reservados para hoy y puede que tengamos más antes de que termine el día. A lo mejor nos cruzamos.
—A lo mejor.
—Si me envías un mensaje de texto cuando hayas terminado, me reuniré contigo aquí y volveremos paseando a casa.
—Veremos cómo va todo. Cuídate, Connor.
—Lo haré. Lo hago.
La besó entre las cejas al ver que ella fruncía el ceño y acto seguido se marchó. En opinión de Meara, parecía un hombre sin preocupaciones en vez de un hombre que cargaba con el peso del mundo sobre sus hombros.
Un optimista hasta la médula, pensó, envidiándolo un poco.
Pero sacó su móvil del bolsillo cuando enfiló el camino hacia los establos para empezar su jornada laboral.
—Buenos días, mamá.
Y sonriendo para sí, se preparó para darle una buena patada en el culo a su irritante hermana.