20

Te dije que no te acercaras a mí.

—Ah, vamos, Meara, no fue más que una cerveza en el bar.

—Los rumores corren como la pólvora, Connor, así que sé cómo pasas el tiempo en el bar. —Le lanzó una mirada de puro asco—. Y mientras tanto yo apenas era capaz de mantenerme en pie después de lo que me pasó. Después de lo que me pasó por tu culpa.

—Joder, Meara, solo flirteé un poco. Un poco de conversación, un poco de diversión.

—Diviértete y conversa cuanto quieras, pero ni se te ocurra venir a acurrucarte junto a mí después. —Apretó el paso adrede—. Ya me conozco tus mañas. ¿Quién mejor que yo?

—¿Qué quieres? —Encorvó los hombros mientras subían la suave loma—. Necesitaba un respiro, es todo, después de estar encerrado en casa día tras día o hasta arriba de trabajo en la escuela de cetrería. Tú no podías hacer otra cosa que dormir durante horas.

—¿Y por qué era eso? —Se detuvo, emprendiéndola con él—. Tú y tu magia me dejasteis postrada, ¿no es así?

Connor se mantuvo firme, fulminándola también con la mirada.

—¡Fuimos mi magia y yo quienes te salvamos la puñetera vida!

—Y mientras yo me aferraba a esa vida, tú estabas de cháchara con Alice Keenan en el bar.

—¡Basta, basta, basta! —les espetó Branna a los dos—. No tenemos tiempo para esto. ¿No os he dicho que mi carta astral dice que la mejor oportunidad que tenemos de ponerle fin a esto es esta noche? No podemos hacer lo que hay que hacer si vosotros dos andáis a la greña.

—Estoy aquí, ¿no? —Meara levantó la cabeza—. Estoy aquí, arriesgando mi vida otra vez porque dije que lo haría. Yo cumplo con mi palabra. A diferencia de otros.

—Un hombre invita a una chica a tomar una cerveza, ¿y ya es un mentiroso?

—Coloca las velas, Connor. —Branna se las entregó con brusquedad—. Y concéntrate en lo que tienes entre manos. Por los dioses, ¿no podías haber esperado hasta que terminásemos esto para rondar a Alice Keenan?

Con un bufido de indignación, Meara arrojó su mochila al suelo.

—Oh, ¿así que está bien que ligue a mis espaldas después de que yo os haya sido útil?

—Eso no es lo que quería decir —repuso Branna, en tono brusco y displicente—. Deja de portarte como una imbécil.

—¿Así que ahora soy una imbécil? Te pones de su parte aun sabiendo que estaba con esa pelandusca.

—Parad. ¿Queréis parar todos? —Iona se tapó las orejas con las manos.

—Será mejor que no te metas —le aconsejó Boyle.

—No puedo quedarme al margen. Son mi familia y no puedo soportar más que se peleen así. Dame eso. —Le arrebató las velas a Connor y comenzó a colocarlas formando un círculo en la colina—. ¿Cómo vamos a trabajar juntos, cómo vamos a hacer lo que hemos jurado hacer si nos peleamos?

—Qué fácil es para ti decirlo. —Meara golpeó con la mano la empuñadura de su espada—. Cuando tienes a Boyle, que se comporta como un perrito faldero.

—No soy el perrito faldero de nadie, y métete en tus asuntos.

—¿No te dije que esta noche no era el momento? —Fin desenvainó su daga ceremonial y la examinó a la luz de la luna menguante.

—Si yo digo blanco, tú dices negro —replicó Branna—. Solo para llevarme la contraria.

—¿No fuiste tú quien dijo que tenía que ser en el solsticio? Y aquí estamos otra vez, meses después, porque tú lo dices.

—Y yo me sigo preguntando cuánto te contuviste aquella noche. Si hiciéramos lo que yo digo, tú no estuvieras aquí, jamás estarías con nosotros.

—Branna, te has pasado. —Connor le puso una mano en el hombro.

Ya viene, le dijo a ella y a los demás. Y deprisa.

—Pasarse o no llegar no es la cuestión ahora. Estamos aquí.

Branna extendió la mano y encendió las velas. Colocó el caldero en el punto situado más al norte.

Detrás de ella, Connor rozó con sus dedos los de Meara.

Ella contuvo el aliento y se preparó.

La niebla se levantó en una densa cortina, trayendo consigo un frío capaz de calar los huesos. Un rugido la atravesó, vibrando sobre la alta hierba.

Justo cuando ella desenvainaba la espalda, Connor la empujó a un lado.

Meara sintió que algo pasaba a su lado como un rayo, hiriéndole el brazo, provocándole dolor y una gélida quemadura. No tuvo que fingir miedo ni confusión. Ambas cosas se impusieron dentro de ella.

Entonces la voz de Connor resonó en su cabeza.

Estoy contigo. Te quiero.

Giró, colocándose espalda contra espalda con Boyle, y se preparó para atacar o defenderse.

El suelo tembló bajo sus pies cuando Fin invocó la tierra.

—Danu, Diosa y madre, por tu poder haz que esta tierra se sacuda y estremezca.

Aun estando protegida por el ritual, Meara casi cayó de bruces cuando la tierra se sacudió.

—Por Acionna, por Manannán mac Lit yo te invoco —gritó Branna—. Que sobre la cabeza de Cabhan descargue vuestra ira.

La lluvia manó del cielo, como si alguna deidad hubiera invertido el curso de un río revuelto.

Entre la niebla, entre el aluvión, vio brillantes rayos negros moverse como flechas. Y para su sorpresa, la niebla siseó. Se enroscó alrededor de su pierna como una serpiente. Cortó las volutas de forma instintiva y se las arrancó. Salpicaduras de negra sangre brotaban de la niebla.

Invocadas por Iona, bolas de fuego fueron catapultadas, reduciendo las negras flechas a cenizas.

—El poder del fuego invoco en nombre de Brighid para quemar la oscuridad con luz y llamas.

Sintió que Boyle se tambaleaba y giraba para defenderse, y acto seguido lo vio cercenar un espinoso zarcillo de niebla que se dirigía hacia Fin.

Se agachó para esquivarlo, blandió la espada con fiereza, y luego tuvo que pegarse al suelo cuando este se alzó bajo ella.

—Sidhe, atiende a tu siervo, a tu hijo, y con tu aliento llévale la perdición.

Observó a Connor, una llama dentro de las llamas, levantar los brazos en alto. Mientras luchaba por ponerse de pie vio abrirse el enfurecido cielo. Y lo vio arremolinarse.

Un relámpago salió disparado de la oscuridad para golpear la estremecida tierra. El fuego chispeaba incluso en la lluvia. Vio caer a Iona y a Boyle apresurarse a levantarla. Sus manos arrojaban llamas al lobo, al hombre, a los sinuosos y serpenteantes tentáculos de niebla.

Se abrió paso con uñas y dientes de nuevo hacia el círculo en donde las velas aún brillaban como faros. Hacia Connor, que había tomado la mano de Branna y luego la de Iona, de modo que los tres se iluminaron como si también fueran velas.

El lobo aulló.

El hombre rió.

Las velas, cera y mecha, chisporrotearon y comenzaron a debilitarse.

—¡Retirada! —gritó Branna—. Hemos perdido. Hemos perdido la noche. Nos la han arrebatado. Huyamos mientras podamos.

Connor agarró a Meara de la cintura; sus manos fuertes; su rostro fiero, cubierto de sudor, de sangre.

Una lluvia de estrellas, de chispas de fuego, atravesaba el aire. Una luz tan brillante que tuvo que cerrar los ojos con fuerza y volver la cabeza.

Estaba descendiendo muy rápido, demasiado rápido, tanto que la velocidad privó de aire sus pulmones.

Lo siguiente que supo fue que estaba tirada sobre Connor en el suelo de la cocina y su corazón latía acelerado bajo el de ella como un caballo desbocado.

Un espantoso rugido se extendió sobre ellos, a su alrededor, haciendo que las ventanas vibraran. Unos grandes puños aporrearon las puertas, las paredes, de forma que la casa se sacudía. Durante un momento Meara se preparó para que esta se derrumbara sobre sus cabezas.

Entonces todo quedó en silencio.

Los demás estaban en el suelo, como supervivientes de un terrible y violento choque. Kathel saltó por encima de ella para llegar a Branna, le lamió la cara y gimoteó.

—Estoy bien, tranquilo. Todos estamos bien.

—Eso debería convencerlo de que esta noche hemos ido a la guerra porque, joder, a mí sí que me ha convencido. —Connor acarició el cabello de Meara al moverla—. ¿Estás herida?

—No lo sé. Creo que no. Tú estás sangrando.

Connor se pasó los dedos por un corte en su sien.

—No lo esquivé lo bastante rápido.

—Vamos, deja que lo vea. —Branna se acercó con celeridad—. Iona…

—Sé lo que necesitas.

Mientras ella corría hacia el taller, Meara se subió la pernera del pantalón y vio el moratón que le rodeaba la pierna justo por encima del tobillo.

—Venga, deja que me ocupe de eso. —Al tiempo que Branna lo atendía a él, Connor alargó las manos y las sostuvo sobre el moratón.

—La niebla… se convirtió en serpientes. Y tenía espinas. Le salieron espinas.

—Espinas no; dientes —corrigió Fin, sentado en el suelo de la cocina, con la espalda apoyada contra un armario y el rostro empapado en sudor.

—Estás herido. Ponle un poco de eso en la cabeza a Connor —le espetó Branna a Iona, levantándose para ir con Fin—. Asegúrate de que esté bien limpia. ¿Te ha mordido? —le preguntó a Fin sin miramientos.

—Solo me he quedado sin aire.

Branna apoyó la mano en su pecho.

—Es más que eso. Déjame verlo.

—Yo mismo me ocuparé cuando haya recobrado el aliento.

—Oh, joder. —Agitando la mano, lo desnudó de cintura para arriba.

—Si quieres desnudarme, nos vendría bien un poco de intimidad.

—Cierra el pico. —Volvió la cabeza y dijo con apremio—: ¡Iona, el ungüento!

—Yo me ocuparé —comenzó Fin.

—Te dejaré inconsciente si no te estás quieto y calladito. Sabes que puedo hacerlo y lo haré. Connor, te necesito.

—¿Es muy grave?

Lo vio por sí mismo cuando atravesó la cocina.

Unas negras punciones recorrían el torso de Fin por ambos lados, como si unas monstruosas fauces se hubieran cerrado sobre él.

—No son profundas. —Branna mantuvo la voz baja y firme—. Gracias a los dioses por ello. Y el veneno… —Levantó la vista con brusquedad—. ¿Qué has hecho para impedir que se extienda?

—Soy de su sangre. —Respirando con dificultad, Fin hablaba despacio, de forma casi demasiado concisa—. Lo que él hace con la sangre se debilita en mí.

—Sientes dolor —dijo Connor.

—Siempre hay dolor. —Pero apretó los dientes cuando Branna trabajó a un nivel más profundo—. Joder, mujer, tus cuidados son peores que la herida.

—Tengo que extraerlo, debilitado o no.

—Mírame, Fin —le ordenó Connor.

—Yo soportaré mi propio dolor, gracias.

Connor se limitó a agarrarle de la mandíbula y a volverle la cabeza.

Meara se dio cuenta de que estaba asumiendo el dolor. Estaba asumiendo el dolor de Fin con el objeto de que la curación fuera rápida. Y para que así Branna no pudiera asumirlo ella misma.

Boyle sacó el whisky, de modo que se levantó para ir a por vasos. Luego se sentó de nuevo en el suelo y los repartió cuando Branna se sentó también y asintió.

—Me vendrá bien.

—La pelea ha sido mayor de lo que habíamos previsto. —Connor se apoyó contra los armarios enfrente de Fin. Su cara brillaba de sudor a causa del esfuerzo, del dolor—. Pero le hemos chamuscado el culo y nosotros estamos de una pieza y a salvo.

—Creerá que nos hemos acobardado —sugirió Branna—. Creerá que nos estamos peleando entre nosotros, lamiéndonos las heridas, dudando de si debemos intentar algo así otra vez.

—Y cuando lo ataquemos dentro de dos días lo reduciremos a cenizas antes de que se percate de que lo hemos engañado. Un buen espectáculo por parte de todos. —Levantó su vaso—. Una idea brillante, mi querida Meara, y que puede haber inclinado la balanza. No es de extrañar que te quiera.

Bebió, igual que hicieron los demás, pero Meara sujetó su vaso en el aire y lo estudió.

—¿No te apetece el whisky? —le preguntó.

—Estoy esperando a que mi corazón tiemble. Puede que esté en estado de shock. ¿Por qué no me lo repites? Veremos si aguanta.

Connor dejó el vaso y fue gateando hasta donde ella estaba sentada.

—Te quiero, Meara, y siempre te querré.

Meara se bebió el whisky de un trago, dejó el vaso y se puso de rodillas frente a él.

—No, no tiembla. Pero claro, ¿qué clase de corazón débil y estúpido tiembla de miedo ante el amor? ¿Lo haría el tuyo? —Posó la mano en su pecho—. Veamos si tiembla. Te quiero, Connor, y siempre te querré.

—Puede que se haya parado durante un segundo. —Asió sus manos, y las apretó contra sí—. Pero no hay miedo, no hay dudas. ¿Sientes eso? Está bailando de felicidad.

Meara rió.

—Connor O’Dwyer, el del corazón bailarín. Te acepto. —Lo rodeó con los brazos y reclamó su boca.

—En fin, ¿queréis que nos vayamos? —replicó Boyle—. ¿Que os dejemos intimidad ahí, en el suelo de la cocina?

—Ya te avisaré —murmuró Connor, y volvió a besar a su amada. Acto seguido se levantó, tiró de ella y la cogió en brazos, lanzándola en el aire despacio para hacerla reír—. Pensándolo mejor, nos largamos nosotros.

Abandonó la cocina con ella, que volvió a reír.

—Es lo que siempre has querido —le dijo Fin a Branna.

—Lo que sabía que podía ser, lo que sentía que debía ser y sí, lo que quería. —Dejó escapar un suspiro—. Voy a poner la tetera.

—¿Ha sido la batalla o vivir una experiencia de vida o muerte lo que ha apaciguado tu corazón? —le preguntó más tarde, acurrucado en la cama con ella, con la casa en silencio y la luz de la luna entrando por la ventana.

—Tú asumiste su dolor.

—¿Qué? ¿De quién?

—En la cocina. Aunque él no quería eso de ti, tú no deseabas que sufriera, así que has asumido el dolor de Fin. He pensado que, en el fondo, ese eras tú. Un hombre que asumiría el dolor de un amigo… o de cualquiera. Un hombre poderoso, amable. Divertido, leal y amante de la música. Y que me ama. —Ahuecó una mano sobre su mejilla—. Te he amado desde que alcanzo a recordar, pero no podía permitirme aceptarlo, aceptar ese regalo del que hablabas, ni tampoco darlo. Eso era miedo.

»Y al verte esta noche en el espantoso fragor de la batalla, en la brillante luz de la cocina, he pensado cómo podía tener tanto miedo de aceptar lo que deseo. ¿Por qué sigo convenciéndome a mí misma de que podría ser igual que mi padre o por qué dejo que lo que él hizo defina toda mi vida? Estoy en deuda con Cabhan.

—¿Con Cabhan?

—Pensó que al traerme la imagen de mi padre me haría sufrir, haría que me avergonzara y temblara. Y lo consiguió, desde luego, pero salía de mí. Y al ver con toda claridad lo que guardaba en mi interior, pude empezar a ver la verdad. Él no nos abandonó ni a mi madre ni a mí ni a los demás. Él abandonó su propia vergüenza, sus errores y sus fracasos porque no podía quedarse y verlos en el espejo.

—Tú siempre te mantienes firme y siempre miras.

—Lo intento, pero no miraba desde el ángulo correcto. No me permitía inclinar el espejo. Fue mi madre quien se quedó, con la vergüenza que él le dejó, quien vivió…, a su manera insegura…, con los errores y fracasos que eran de él. Y se irguió y se quedó, por mí y por mi familia, aun después de que nos hiciéramos adultos. Ahora es feliz y está libre de eso, tanto si lo sabe como si no. Yo también soy libre. Así que estoy en deuda con Cabhan. Pero eso no me impedirá hacer lo que pueda para mandarlo al infierno.

—Entonces yo también estoy en deuda con él. Y juntos lo enviaremos al infierno.

Resultó difícil dejar de irradiar felicidad fuera del refugio de la casa durante los dos días siguientes. Tuvo que desempeñar su trabajo y evitar el contacto con Meara hasta que estaban dentro de ese santuario.

Sintió a Cabhan tantear una o dos veces, pero de manera suave y cautelosa. Y tenía heridas, oh, sí, le habían causado unas cuantas.

Se había metido en la lucha estando más débil de lo que lo había estado… y creyendo que el círculo estaba roto, cuando en realidad era más fuerte y más vital de lo que lo había sido jamás.

Y, sin embargo…

—Tienes dudas —le dijo a Branna. Solo quedaban unas horas, de modo que había ido a casa para ayudar en lo que pudiera.

—Es un buen plan.

—¿Pero?

Ella sacó la poción onírica y la guardó con cuidado en una caja de plata con el interior acolchado que era una reliquia de familia, dejándola junto a la pócima de color rojo sangre que esperaba acabase con Cabhan.

—Tengo un presentimiento y no sé si es fiable. Me pregunto si en el solsticio me mostré tan segura de mí misma que ahora dudo de cuándo es el momento de intentarlo otra vez. O si hay realmente algo que no veo, que no hago, y que hay que ver y hacer.

—Esto no es solo responsabilidad tuya, Branna.

—Lo sé. Piense lo que piense Fin, lo sé muy bien. —Recogió las herramientas que había limpiado y encantado para envolverlas en terciopelo blanco. Luego abrió el cajón y sacó una caja de plata más pequeña—. Tengo una cosa para ti, sea lo que sea lo que nos depare esta noche.

Presa de la curiosidad, Connor la abrió y vio el anillo, el intenso brillo del rubí en oro forjado.

—Esto era de nuestra bisabuela y lo heredaste tú.

—Ahora es tuyo si lo quieres para Meara. Ella es mi hermana, y ese vínculo se estrechará más cuando le des el anillo. Otro círculo, y debería ser suyo. Pero solo si es lo que tú quieres.

Connor rodeó la encimera y la abrazó.

—Después de que termine la noche. Gracias.

—Ahora más que nunca, quiero que esto termine. Quiero veros a Meara y a ti construyendo una vida juntos.

—Le pondremos fin. Es nuestro destino.

—Es tu corazón el que habla.

—Lo es, y si tu cabeza no estuviera hablando tan alto, escucharías al tuyo. —La apartó de sí—. Si no confías en tu corazón, confía en tu sangre. Y en la mía.

—Eso hago.

Connor recogió sus propias herramientas y se preparó para la noche que tenían por delante.

Se reunieron en el establo grande y, a petición de Fin, Connor ensilló a Aine, la yegua blanca que había comprado para aparearla con Alastar.

—Creía que Fin iba a llevar a Baru, su semental.

Connor volvió la vista hacia Meara. Llevaba botas y pantalones resistentes y un ancho cinturón con su espada y la vaina. Sabía que Iona le había trenzado amuletos en el cabello.

Y llevaba puesto su colgante sobre una camisa de franela.

—Y así es. Nosotros tenemos que llevarnos a Aine, y Boyle e Iona a Alastar. El tercer caballo hace que llegar allí sea más fácil.

—Así que tenemos que cabalgar hasta la cabaña de Sorcha.

—En cierto modo… ¿Estás preparada para lo que se avecina?

—Tanto como es posible.

Pasó la mano por encima de la silla para tomar la de ella.

—Lo superaremos.

—Eso lo creo.

Juntos llevaron el caballo fuera para unirse a los demás bajo la pálida luz de la luna creciente.

—Una vez allí hay que actuar con rapidez, sin dar un paso en falso. Mi padre, la abuela de Iona y la prima de Fin controlarán las cosas y nos traerán de regreso si algo va mal.

—Tú me traerás a mí —dijo Meara.

Una vez que él montó, Meara se subió detrás. Connor miró a Boyle y a Iona, que ya estaban sobre un inquieto Alastar.

Quería ponerse en marcha, quería ponerse manos a la obra.

Vio que Fin cogía al pequeño chucho, montaba en el semental negro y luego le tendía la mano a Branna.

—Esto es duro para ella —murmuró Connor—. Ir con él así.

—También lo es para él.

Pero Branna montó y luego le hizo una señal a Kathel. El perro salió corriendo. Roibeard llamó desde el cielo y Merlín, el halcón de Fin, respondió.

—Agárrate a mí —le advirtió Connor, y los tres caballos emprendieron el galope.

De inmediato alzaron el vuelo.

—¡Madre del amor hermoso! —exclamó Meara, y acto seguido soltó una risotada—. ¡Es genial! ¿Por qué no lo hemos hecho antes?

El viento era frío y húmedo cuando las nubes pasaban de forma intermitente por delante de la luna. El aire se impregnó del olor a especias y a tierra, a cosas que se complicaban antes de que ellos les dieran descanso.

Volaron, surcando el aire por encima de esa tierra, internándose en las entrañas del bosque y atravesando las enredaderas hasta la cabaña de Sorcha.

—Y ahora hay que darse prisa —le dijo Connor.

Tuvo que dejarla para ir con Branna e Iona, para iniciar el círculo, con un centenar de velas, los cuencos y el caldero.

Branna abrió la caja de plata y sacó la poción onírica.

—Los espíritus deambulan esta noche. Venimos a unirnos a ellos con nuestra luz. En este lugar y en esta hora, invocamos a todo aquello que irradia luz y poder. Somos los tres, y tres más. Juntos cruzamos la puerta y nos adentramos en el sueño para encontrar el significado de nuestro destino. Así pues bebemos tres y tres, uno y uno. —Vertió la poción en un cáliz de plata y lo alzó. Luego lo bajó y bebió de él—. En cuerpo, sangre, mente y corazón al sueño partimos.

Le pasó la copa a Fin. Este bebió, repitió las palabras y se lo entregó después a Iona; así fue recorriendo el círculo.

Sabía a estrellas, pensó Connor cuando le llegó el turno; tres y tres.

Unió su mano con la de su hermana, con la de Meara y con su círculo recitó las palabras.

—Por derecho, con poder, con luz buscamos la noche. Un viaje onírico atrás en el tiempo para deshacer la maldad de Cabhan. A la época en que los tres de Sorcha regresaron. Hágase mi voluntad.

No estaban flotando, como él había experimentado antes, sino que más bien nadaban entre la bruma y colores, con un murmullo de voces a la espalda, al frente, e imágenes en su visión periférica.

Cuando la bruma se disipó, estaba donde había estado, con su círculo, y asiendo con una mano la de Meara, y con la otra la de Branna.

—¿Hemos retrocedido en el tiempo?

—Mira ahí —le dijo Connor a Meara.

La cabaña estaba cubierta de enredaderas, pero se encontraba en pie. Y jacintos silvestres florecían en la tierra junto a la tumba.

Los caballos se encontraban con los halcones, posados en ramas por encima de ellos. Kathel estaba sentado junto a Branna, con la placidez de un rey, mientras que Bicho temblaba un poco entre las botas de Fin.

—Estamos todos aquí, como tenía que ser. Llámale ya, Meara.

—¿Ya?

—Empieza —le confirmó Branna, y sacó el vial lleno de líquido rojo—. Atráelo hasta aquí.

Dentro del vial, la brillante pócima palpitaba y se arremolinaba. Luz líquida; fuego mágico.

—En el centro del círculo. —Connor la asió de los hombros y la besó—. Y canta, pase lo que pase.

Meara tuvo que serenarse, apaciguar su corazón y abrirlo acto seguido.

Había elegido una balada, que cantó en gaélico aunque Connor dudaba de que ella supiera el significado de las palabras. Eran desgarradoras, y tan hermosas como la voz que se elevó sobre el claro, en medio de la noche, y cruzó el onírico tiempo.

Connor decidió que le pediría que cantara para él cuando hubieran puesto fin a la oscuridad y estuvieran a solas. Ella cantaría esa balada de nuevo, y lo haría para él.

—Él te oye —susurró Fin.

—Es una noche que atrae a la oscuridad y a la luz, al negro y al blanco. Él vendrá.

Branna salió del círculo, luego lo hizo Connor y después Iona.

—Pase lo que pase —repitió Connor—. Canta. Ya viene.

—Sí. —Fin salió del círculo, dejando a Boyle para proteger a Meara.

Desenvainó una espada e hizo que ardiera.

Llegó con la niebla; una sombra que se convirtió en un lobo. Se aproximó a la hilera formada por las cuatro brujas y luego giró y se abalanzó sobre el círculo.

Boyle bloqueó el cuerpo de Meara con el suyo, pero el lobo retrocedió de un salto para esquivar la bola de fuego que Iona le lanzó.

Se paseó por el claro, mirando a los caballos hasta que Alastar piafó, y entonces se irguió como un hombre.

—¿Pensáis intentar acabar conmigo otra vez? ¿Pensáis destruirme con una canción y con vuestra débil magia blanca? —Agitó una mano y la llama de la espada de Fin se extinguió.

Fin se limitó a alzarla y a hacerla arder de nuevo.

—Ponme a prueba —le sugirió Fin, y dio un paso al frente.

—Mi hijo, sangre de mi sangre, tú no eres mi enemigo.

—Soy tu muerte.

Fin atacó blandiendo la espada, pero solo atravesó la niebla.

Aparecieron las ratas, una marea en movimiento de feroces ojillos rojos. Aquellas que corrieron en masa hacia el círculo chillaban al arder en llamas. Pero Meara vio que una de las velas parpadeaba con brusquedad y se apagaba.

Desenvainó la espada y cantó.

Aine se encabritó, enseñando los cascos. Tenía los ojos en blanco por el miedo. Fin agarró las riendas y se valió de la espada para trazar un círculo de fuego a su alrededor. Mientras los dos sementales aplastaban a las ratas, los halcones se lanzaban a por ellas.

Del cielo llovieron murciélagos.

Connor vio apagarse otra vela.

—Está atacando el círculo para llegar a ella. Tiene que ser ya, Branna.

—Tenemos que conseguir que se acerque más.

Connor echó la cabeza hacia atrás, invocando el viento. Su huracanada fuerza perforó las delgadas alas hasta que el aire se llenó de humo y chillidos.

La voz de Meara tembló cuando un retorcido cuerpo cayó junto al borde del círculo y se apagó una tercera vela.

—Tranquila, chica —murmuró Boyle.

—Estoy tranquila. —Tomando aire, alzó la voz para que se escuchara por encima de los chillidos.

—Te desgarraré la garganta y te arrancaré el corazón a través de ella —le dijo Cabhan, arrojando un negro rayo al círculo; sus ojos eran casi tan rojos como su piedra.

Boyle aprovechó la ocasión para atacar con su cuchillo y herirlo por primera vez. La explosión de aire lo lanzó hacia atrás. La sangre en la punta de su cuchillo tocó el suelo, que se chamusco y se puso negro como el alquitrán.

—Tiene que ser ya —gritó Connor, y comenzó con el canto.

El poder brotó; un calor cristalino. Una vez más oyó voces, no solo las de Meara e Iona, sino otras. Lejanas, murmurando, murmurando a través del delgado velo. Por encima de ellas se alzaba la canción de Meara, llenando su corazón.

Fin blandió su espada para que las velas se encendieran otra vez, para que las llamas ardieran con fuerza.

Las ratas se alejaron, dirigiéndose hacia los tres. Cabhan se puso a cuatro patas, y en forma de lobo cargó contra Kathel.

Connor sintió el miedo de Branna, de modo que se giró junto con Iona para atacar al lobo con su poder. Pero la tierra se sacudió bajo el animal; obra de Fin. Entonces Kathel mordió al lobo en la cruz y Roibeard se unió al ataque.

El cánido gritó, luchó para zafarse y echar a correr hacia los árboles más allá del claro.

—¡Cortadle el paso! —gritó Connor—. ¡Traedlo aquí otra vez!

Pero se le paró el corazón cuando Boyle y Meara abandonaron el círculo para unirse a Fin.

El lobo salió disparado hacia la derecha, giró y, desesperado, comenzó a atacar. La espada de Meara llameó. La punta le chamuscó el pelaje antes de que el animal frenara y se diera media vuelta de nuevo.

Connor captó un movimiento con el rabillo del ojo. Volvió la vista y vio tres siluetas en la cabaña. Una imagen parpadeante, pues sus voces luchaban por atravesar el velo.

De repente solo veía a su hermana y a Iona, solo los tres y la ardiente andanada de poder.

Branna hizo que el vial quedara suspendido delante de ellos y, con las manos unidas, las mentes unidas, sus poderes unidos, se lo arrojaron al lobo.

Hubo una explosión de luz, como un millar de soles, que lo golpeó y lo atravesó.

—Por el poder de tres acabado estás. Con nuestra luz, tu oscuridad se desgarra. Con nuestra luz, esta telaraña se teje, con nuestra sangre perdido estás. No queda vida ni alma ni magia para ti. Hágase nuestra voluntad.

La luz centelleó de nuevo, aún más intensa. Brotaba en sus ojos, hervía en su sangre. Y una vez más, en medio del resplandor, vio tres figuras. Una le tendía la mano, tratando de llegar a él. Tratando de llegar a él.

Entonces desaparecieron, y también la luz. La oscuridad cayó, disipada solo por la luz de la luna y el círculo de velas. Rompiendo su vínculo con los tres, Connor corrió hacia Meara.

—¿Estás herida? ¿En alguna parte?

—No, ni un rasguño.

—No tenías que dejar de cantar, no tenías que salir del círculo.

—Se me quedó la garganta seca. —Esbozó una sonrisa, con la cara manchada de hollín, y lo rodeó con los brazos—. ¿Hemos acabado con esto? ¿Hemos acabado con él?

—Dame un momento. —Sobre la tierra se esparcían cenizas y sangre, y había diminutas manchas negras ardiendo aún—. Por los dioses que lo que queda de él tendría que estar aquí. Dame un momento.

—No está acabado. Puedo sentirlo. —Fin se limpió la sangre de la cara—. Puedo sentirlo, puedo olerlo. Puedo encontrarlo. Puedo terminar con él.

—No puedes abandonar el claro. —Branna lo agarró del brazo—. No puedes, pues corres el riesgo de no regresar.

Con expresión feroz, Fin se soltó de ella.

—¿Qué más da eso si acabo con él, si le pongo fin a esto?

—Eso no te corresponde.

—La decisión no es tuya.

—Ni puede ser tuya —replicó Branna, y le lanzó de nuevo al interior del círculo—. Connor.

—Joder.

Con considerable pesar, arremetió contra Fin y lo sujetó, pero recibió un puñetazo en la cara antes de que Boyle interviniera.

—Rápido. —Branna posó una mano en el hombro de Connor, y asió la de Meara con la otra, haciéndole una señal con la cabeza a Iona mientras los hombres forcejeaban en el suelo.

Cerró los ojos y rompió el hechizo.

Atravesaron de nuevo la oscuridad y la luz, los colores y la neblina hasta llegar al claro, con las ruinas de una cabaña y el ulular de un búho.

—No tenías derecho a detenerme.

—No solo lo tenía ella —repuso Connor, frotándose la mandíbula mientras miraba a Fin—. Lo teníamos todos. No podemos hacerlo sin ti.

—¿Estás seguro? —exigió Meara—. ¿Estás seguro de que no hemos acabado con él?

Sin decir nada, Fin se quitó la chaqueta y se sacó por la cabeza el jersey que llevaba debajo. La marca de su hombro estaba roja, en carne viva, y palpitaba como un corazón.

—¿Cómo? —inquirió Branna con brusquedad—. ¿Sientes su dolor?

—Tu antepasada se ocupó de que así fuera. Está herido, pero ¿quién puede decir si lo está de muerte? Yo podría haber acabado con él.

—Si hubieras salido del claro, te habrías perdido —adujo Connor—. Estás con nosotros, Fin. Tu lugar, tu tiempo, está aquí. No hemos acabado con él. Yo también lo sentí antes de que Branna rompiera el hechizo. Pero no aquí, no ahora. Y esta vez solo tenemos algunos rasguños y magulladuras…, si no contamos el puñetazo que me has pegado en la cara…, y él está maltrecho, sangrando y herido, y también medio ciego; eso lo sé. Puede que no sobreviva a esta noche.

—Puedo mitigar el dolor —le dijo Branna a Fin.

Él se limitó a mirarla.

—Prefiero que no.

—Fin. —Iona se acercó, poniéndose de puntillas para tomar su rostro entre las manos—. Mo dearthair. Te necesitamos con nosotros.

Después de debatirse un momento, Fin apoyó la frente en la de ella y exhaló un suspiro.

—En fin.

—Deberíamos regresar. —Meara entregó a Bicho a Fin, que se meneó en sus brazos y le lamió la cara—. Puede que no hayamos puesto fin a esto, pero esta noche hemos hecho un buen trabajo. Y en cuanto a mí, tengo la garganta más seca que la mojama.

—No ha terminado. —Branna fue hasta la tumba de Sorcha, dibujando con el dedo las palabras en ella grabadas—. Aún no ha terminado, pero lo hará. Juro que será así.

Se subieron a sus monturas, sucios y exhaustos. Connor se quedó un poco rezagado, volviendo la vista hacia el claro por encima del hombro antes de atravesar las enredaderas.

—Los he visto; tengo que decírselo a los demás.

—¿A quién has visto?

—A los tres. A los tres hijos de Sorcha; sus sombras. Eamon con una espada; Brannaugh con un arco; Teagan con una barita. Una parte de ellos estaba allí; se manifestó y entró en el sueño. Intentaron llegar a nosotros.

—Podríamos haberlos usado; más que a sus sombras.

—Eso es verdad. —Hizo girar a Aine en dirección a su casa—. Durante un momento, durante un instante pensé que lo habríamos logrado.

—Yo también. Querías ir con Fin. Querías ir con él y terminar con esto a cualquier precio.

—Así es, pero no podía.

—Porque no debía ser así.

—Más que eso. No podía dejarte. —Detuvo a Aine para poder volverse hacia ella, tocar su cara—. Ni podía ni quería dejarte, Meara, ni siquiera por eso.

»Tengo una cosa para ti.

Metió la mano en el bolsillo, sacó la cajita de plata y la abrió para que la luz de la luna se reflejara en el rubí.

—Oh, pero, Connor…

—Es un anillo precioso, y me ocuparé de que encaje bien… como tú encajas conmigo y yo encajo contigo. Es una herencia de familia. Branna me lo ha pasado a mí para que pudiera dártelo a ti.

—¿Me estás pidiendo matrimonio a caballo, mientras olemos a azufre?

—Me parece romántico y memorable. Mira. —Le puso el anillo en el dedo, dándole un suave golpecito—. ¿Lo ves? Encaja, tal y como he dicho. Ahora tendrás que casarte conmigo.

Meara miró el anillo y de nuevo a él.

—Entonces supongo que lo haré.

Connor le dio un beso tan dulce como torpe.

—Y ahora agárrate —le dijo.

Y emprendieron el vuelo.

Buscando su guarida, se arrastró por el suelo, más sombra que lobo, más lobo que hombre. Su negra sangre chamuscaba la tierra a su paso.

Solo conocía el dolor, el odio y una terrible sed.

Y esa terrible sed era de venganza.