A medida que septiembre daba paso a octubre, Branna obligó a Connor y a Iona a ayudar a recoger las verduras del huerto de atrás. Puso a Iona a recolectar las gordas vainas de guisantes, a Connor a sacar patatas en tanto que ella cogía zanahorias y nabos.
—Huele muy bien. —Iona se enderezó para oler el aire—. En primavera, cuando sembramos, todo huele a fresco y a nuevo, y es maravilloso. Y ahora huele a maduro y a listo, y también es maravilloso aunque diferente.
Connor lanzó a Iona una mirada torva mientras apartaba la tierra con la pala.
—Repite eso mismo cuando tengas que pelar todo esto y cocer o escaldar o como coño se diga.
—Poco te quejas cuando te comes las comidas que preparo todo el invierno con las verduras que envaso o congelo. De hecho… —Se acercó, arrancó un tomate bien maduro de la mata y lo olisqueó—. Tengo intención de preparar mi sopa de queso azul y tomate para esta noche.
Sabiendo lo mucho que le gustaba a Connor, Branna esbozó una sonrisa cuando este la miró.
—Esa es una forma muy astuta de conseguir que siga trabajando.
—Soy una persona astuta.
Recoger las verduras la puso de buen humor. Tal vez recogiera durante todo el verano, pero la cosecha básica que iba a envasar para el siguiente invierno le proporcionó una maravillosa y gran satisfacción.
Y el trabajo, por lo que concernía a Branna, solo la potenciaba.
—Iona, puedes coger un buen par de pepinos. Prepararé unas cremas de belleza después y voy a necesitarlos.
—No sé cómo consigues hacer tantas cosas. Atiendes la casa, un huerto, cocinas, elaboras los productos para tu tienda…, diriges un negocio. Haces planes para destruir el mal.
—Quizá sea magia. —Disfrutando del aroma, de la sensación en su mano, Branna metió más tomates en el cubo—. Pero lo cierto es que adoro lo que hago, así que la mayoría de las veces no me supone ningún esfuerzo.
—Dile eso al hombre de la pala —se quejó Connor, y fue ignorado.
—Tú ya tienes bastantes cosas de que ocuparte —le dijo Branna a Iona—. No parece que te moleste pasarte los días retirando excrementos de caballo, cargando balas de heno y paja, cabalgando por el bosque mientras parloteas con turistas que sin duda te hacen las mismas preguntas todos los días. Y a eso hay que sumarle todo lo que has estudiado y la magia que has practicado desde el invierno pasado, cuando apenas eras capaz de encender una vela.
—Yo también lo adoro. Tengo un hogar y un lugar, un propósito en la vida. Tengo familia y un hombre que me quiere. —Levantando la cara al cielo, Iona inspiró hondo—. Y tengo magia. Antes de venir aquí solo tenía una pizca, y Nana era mi única familia de verdad. —Se acercó a los pepinos y eligió dos—. Y me encantaría poder poner un pequeño huerto. Si aprendo a hacer las cosas, sentiré que he cumplido con mi parte cuando Boyle acabe siendo quien se ocupe de cocinar casi siempre.
—Hay espacio suficiente para que pongas uno en casa de Boyle. ¿Tenéis pensado quedaros ahí cuando os caséis?
—Oh, por el momento está bien. Más que bien para nosotros dos, y está muy cerca de todo y de todos aquellos a quienes queremos cerca. Pero… queremos formar una familia, y pronto.
Branna se colocó bien el sombrero de paja que llevaba más por tradición que para protegerse del sol que se ocultaba y asomaba entre las mullidas y blancas nubes en un día que recordaba más al verano que al otoño.
—Entonces querréis una casa, y no solo unas habitaciones encima del garaje de Fin.
—Lo estamos pensando, pero ninguno de los dos quiere renunciar a estar cerca de todos vosotros ni del picadero, así que solo lo estamos pensando. —Retomando su trabajo, Iona cogió un calabacín de un amarillo vivo—. Primero hay que organizar la boda, y aún no he decidido ni el vestido ni las flores.
—Pero tienes en mente lo que quieres en ambos casos.
—Tengo una especie de visión del vestido que quiero. Creo que… Connor, te hago una advertencia justa; esto va a hacer que te aburras como una ostra.
—Las patatas ya se han ocupado de eso. —Las sacó de la tierra y las echó en el cubo.
—Bueno, quiero un largo vestido blanco, pero creo que más de estilo clásico que elegante y moderno. Sin cola ni velo, más sencillo aunque precioso. Como algo que habría podido llevar la abuela…, solo que un poco actualizado. Nana me daría el suyo, pero es color marfil y yo lo quiero blanco, y ella es más alta… y bueno, no es lo que quiero, por mucho que me encantara llevar un vestido que pertenezca a la familia. —Cogió un tomatito cherry y se lo metió en la boca—. Dios mío, qué rico. En fin, he estado mirando en internet y tengo la idea, y después de Samhain espero que Meara, tú y yo podamos ir a buscarlo.
—Me encantaría. ¿Y las flores?
—También le he estado dando una y mil vueltas a eso, y entonces me he dado cuenta de que… quiero tus flores.
—¿Las mías?
—Me refiero al aspecto de tus flores, a tus jardines. —Enderezándose de nuevo, Iona agitó la mano hacia las zinnias, las dedaleras, las begonias y las capuchinas—. No especies o colores concretos. Todo ello. Todo ese colorido y alegría, la manera en que consigues plantarlas para que parezca algo natural y alegre, y deslumbrante a la vez.
—Entonces buscas a Lola.
—¿Lola?
—Es florista y tiene una tienda justo a este lado de Galway. Es una clienta. Yo le envío litros de crema de manos porque trabajar con flores es matador para estas. Y ella suele encargarme velas por ese valor que armonicen con sus arreglos para bodas. Te prometo que es una artista con las flores. Te daré su número si quieres.
—Vale. Suena estupendo.
Iona dirigió la mirada hacia Connor. Estaba acuclillado en el suelo, estudiando una patata como si tuviera la respuesta a todas las preguntas impresa en la piel.
—Te advertí que te ibas a aburrir como una ostra.
—No, no es eso. Me ha hecho pensar en la familia, en jardines y en flores. Y en el jacinto silvestre que Teagan me pidió que plantara en la tumba de su madre. No lo he hecho.
—Ir a la cabaña de Sorcha ahora es muy arriesgado —le recordó Branna.
—Lo sé. Y aun así es lo único que me pidió. Ayudó a sanar a Meara y solo pidió que plantara la flor.
Branna dejó el cubo en el suelo y se acercó a él, poniéndose en cuclillas para mirarlo a la cara.
—Y lo haremos. Plantaremos el jacinto silvestre; una hectárea entera si es lo que quieres. Honraremos a su madre, que también es nuestra. Pero nadie va a acercarse a la tumba de Sorcha hasta después de Samhain. Prométemelo.
—No me arriesgaría, y si hiciera eso estaría corriendo un riesgo. Pero es algo que me pesa, Branna. No era más que una niña. Y se parecía a ti, Iona. Y te miro —le dijo a Branna—, igual que miré a Brannaugh, la hija de Sorcha, y puedo ver cómo será ella dentro de otros diez años y cómo eras tú a su edad. Había mucha pena y responsabilidad en sus ojos, como tan a menudo los hay en los tuyos.
—Cuando hayamos hecho lo que juramos hacer, la pena y la responsabilidad desaparecerán. —Le dio un apretón a su mano llena de tierra—. Ellos lo sabrán al mismo tiempo que nosotros. De eso estoy segura.
—¿Por qué no podemos ver, tú y yo juntos? ¿Y con Iona, los tres? ¿Por qué no podemos ver cómo termina?
—Ya conoces la respuesta. Mientras haya elección, el final no está escrito. Lo que él tiene, y todo lo que pasó antes, empaña la visión, Connor.
—Somos la luz. —Iona estaba de pie, con su cubo de judías verdes y las rodilleras de los vaqueros manchadas de tierra. Y el anillo que Boyle le había regalado brillaba en su dedo anular—. Consiga lo que consiga, venga como venga, lucharemos. Y ganaremos. Eso es lo que yo creo. Y lo creo porque vosotros lo creéis —le dijo a Connor—. Porque cuando toda tu vida te ha llevado a esto, sabiendo que era así, uno cree. Es un abusón y un cabrón que se esconde tras el poder que intercambió con algún demonio. ¿Qué somos nosotros? —Se llevó la mano al corazón—. Lo que tenemos procede de la sangre y de la luz. Lo derrotaremos con esa luz y lo enviaremos al infierno. Lo sé.
—Bien dicho. Y ahí lo tienes. —Branna le dio un empujón a Connor—. Ese es el discurso del Día de San Crispín de nuestra Iona.
—Has hablado muy bien. Lo que pasa es que no estoy de humor. Es una promesa sin cumplir.
—Una promesa que cumpliremos —repuso Branna—. Y no es solo eso y sacar patatas lo que te pone de ese humor; un humor de perros, cosa rara en ti. ¿Os habéis peleado Meara y tú?
—En absoluto. Todo va genial. Puede que de vez en cuando me preocupe porque Cabhan se haya interesado tanto en ella. Cuando se trata de uno de nosotros, es arma contra arma, magia contra magia. Ella solo cuenta con su ingenio y su coraje, y una espada, si es que la lleva.
—La cual le resulta muy útil, y lleva puestas tus piedras protectoras y los amuletos que le preparamos. Es cuanto podemos hacer.
—Tuve su sangre en mis manos. —Se las miró y vio la roja sangre de Meara en ellas en vez de rica y oscura tierra—. Resulta que no puedo superarlo, no puedo dejarlo atrás, así que le mando media docena de mensajes al día, inventándome alguna razón estúpida, solo para asegurarme de que está a salvo.
—Te va a pegar un puñetazo que vas a acabar en el suelo.
—Ya lo sé, ya.
—Yo también me preocupo por Boyle. Y eso que Cabhan no le ha prestado demasiada atención. Es natural —agregó Iona— que nos preocupemos por dos personas que nos importan y que no disponen del mismo arsenal que nosotros. —Miró a Branna—. Tú también te preocupas.
—Sí, me preocupo. Aun sabiendo que no hay nada que podamos hacer que no hayamos hecho ya, me preocupo.
—Si te sirve de ayuda, te prometo que paso mucho rato con ella durante la jornada laboral. Y cuando sale con un grupo, desde que el lobo la siguió, trenzo un amuleto en la crin de su caballo.
Connor esbozó una sonrisa.
—¿En serio?
—Ella me sigue la corriente, y Boyle también. Se los he estado poniendo a todos los caballos siempre que puedo. Hace que me sienta mejor cuando tenemos que dejarlos por la noche.
—El otro día le di un poco de loción y le pedí que la usara cada día para probarla. —Branna sonrió—. Le lancé un encantamiento.
—¿La que huele a melocotones y a miel? Es genial. —Besó a Branna en las mejillas—. Así que eso es gracias a una especie de equilibrio mágico y romántico. Debería haber sabido que las dos tomaríais precauciones extras. En cuanto a mí, Roibeard nunca la pierde de vista a no ser que yo la tenga en mi campo de visión.
—Bueno, confíasela a Merlín durante una hora o así; Fin estará más que dispuesto. Y sal de caza con el halcón. —Apoyando la mano en su hombro para tomar impulso, Branna se levantó—. Deja las patatas en la bodeguilla y ve a sacar un rato a tu halcón. Imagino que a los dos os vendrá bien.
—¿Y qué hay de hervir y escaldar y todo lo demás?
—Estás perdonado.
—¿Y la sopa?
Branna rompió a reír, propinándole un suave coscorrón en la cabeza.
—Tengo una idea. Dile a Boyle que voy a necesitar a Meara aquí dentro de… —Branna levantó la vista hacia el sol y calculó la hora—. Tres horas servirá. Luego los demás tendréis que estar aquí a las seis y media. Tendremos tu sopa y ensalada de rúcula, ya que he hecho que Iona la recoja fresca, un poco de pan negro y tarta de crema.
—¿Tarta? ¿Qué celebramos?
—Haremos una céili. Ya es hora de que celebremos una fiesta.
Frotándose las manos en los pantalones, Connor se puso en pie.
—Ya veo que tengo que ponerme de mal humor más a menudo.
—No funcionará una segunda vez. Guarda esas patatas, ve a buscar a tu halcón y vuelve aquí a las seis y media.
Branna volvió, cogió más patatas, ya que ahora iba a preparar sopa para seis, y miró a Iona después de que Connor se hubiera ido.
—Él no lo sabe aún —dijo Iona—. Te lo contaría si lo supiera. A ti al menos. No sabe que está enamorado de ella.
—Aún no lo sabe, pero empieza a vislumbrarlo. Es obvio que la ha querido toda su vida, por lo que comprender que se trata de un amor distinto del que creía sentir requiere su tiempo. —Branna miró hacia la casa y pensó en él, pensó en Meara—. Es la única con quien querrá tener una vida, o toda una eternidad. Otras han podido llegar a su corazón, y lo han hecho, pero solo Meara podría rompérselo.
—Jamás lo haría.
—Ella lo quiere, y siempre lo ha querido. Y él es el único con quien querrá tener una vida, o toda una eternidad. Pero ella no tiene su fe en el amor ni en su poder. Si puede confiar en sí misma y en él, estarán juntos. Si no puede, le romperá el corazón a él y también a sí misma.
—Creo en el amor y en su poder. Y creo que si se le da la oportunidad, Meara se aferrará a ella con todas sus fuerzas y la valorará.
—Espero con toda mi alma que estés en lo cierto. —Branna exhaló un suspiro—. Entretanto los dos siguen sin haber descubierto por qué nadie más en el mundo les ha hecho sentir como ahora. El corazón tiene razones que la razón no entiende. Vamos a meter todo esto dentro y a limpiarlo. Te enseñaré a preparar la sopa y luego veremos cuántas conservas podemos hacer antes de que llegue Meara.
Llegó a tiempo y de mal humor.
Una vez fue a la cocina con paso airado, plantó los brazos en jarras y miró ceñuda los relucientes botes de coloridas verduras enfriándose en la encimera y la sopa que cocía a fuego lento en el fogón.
—¿Qué es todo esto? Si me habéis llamado para hacer trabajo de cocina, os vais a sentir profundamente decepcionadas. Ya he trabajado bastante por hoy.
—Casi hemos terminado —repuso Meara en tono agradable.
—Voy a tomarme una cerveza. —Meara fue a la nevera y sacó un botellín de Smithwick’s.
—¿Todo bien en el picadero?
—¿Todo bien? —espetó a Iona—. Oh, claro, mejor que bien: con un día de verano en pleno mes de octubre, todo hijo de vecino a cincuenta kilómetros a la redonda ha decidido que lo mejor era montar a caballo hoy. Cuando no estaba guiando a un grupo, estaba cepillando a los animales o cargando con las sillas y sacándolas fuera. —Meneó la cerveza en el aire antes de abrirla—. ¡Y a César va y se le ocurre morder a Rufus en el culo!, y esto después de que le dijera a la mujer española que lo montaba que les dejara un poco de espacio a los caballos. Así que me vi con una mujer casi histérica entre manos, y apenas podía entenderla porque hablaba en español y la mitad lo hacía por señas, de modo que movía las riendas sin control, haciéndole creer a César que quería ir a todo galope.
—¡Ay, Dios! —Iona arruinó el intento de simular preocupación al soltar una carcajada.
—Oh, a ti te hace mucha gracia.
—Solo un poco, porque sé que no ha pasado nada y que no le habrías asignado a César si la mujer no supiera cabalgar.
—A pesar del ataque de histeria, cabalgaba como una puñetera conquistadora, y tengo la sospecha de que en todo momento andaba persiguiendo una galopada. Por suerte yo montaba a Alastar y no tuve problemas para alcanzarla. Tenía una sonrisa de oreja a oreja, aunque intentó disimularla cuando agarré la brida de César e hice que frenara. Y os juro que… —Señaló, con la cara lívida—. Os juro que los dos caballos se carcajearon de todo ello. —Dio unos tragos a su cerveza—. Y después de esa mujer tuve a cinco adolescentes. Cinco chicas adolescentes. Y de eso no puedo hablar o me dará un ataque de histeria como a la española. Y tú. —Señaló de nuevo a Iona con un dedo acusador—. Tú tienes un día libre para jugar en el huerto porque te acuestas con el jefe.
—Soy un putón.
—Así que ahí lo tienes. —Meara bebió otra vez—. Y por eso no pienso hacer nada en la cocina ni en el huerto, y si hay que lanzar un hechizo o un encantamiento, necesitaré otra cerveza como mínimo.
Branna miró hacia los tarros justo cuando sonaron tres débiles ruidos secos; una señal de que se habían sellado al vacío.
—Ese es un buen sonido. No hay trabajo por hacer. Nos estamos tomando el día libre.
Esa vez Meara tomó un trago despacio.
—¿Es que ha caído presa de un hechizo? —le preguntó a Iona—. ¿O del whisky?
—De ninguna de las dos cosas, pero más tarde deberíamos tomarnos un whisky. Vamos a celebrar una céili.
—¿Una céili?
—Ya he recogido los primeros frutos de mi cosecha y también he hecho conserva. Hemos tenido un día de verano en octubre. —Branna se secó las manos y dejó el trapo extendido—. Así que prepara la voz, Meara, y ponte los zapatos de bailar. Tengo ganas de fiesta.
—¿Estás segura de que no se encuentra bajo un hechizo?
—Hemos trabajado y nos hemos preocupado, hemos hecho planes y hemos conspirado. Es hora de que nos tomemos una noche libre. Esperemos que él oiga la música y le ardan los oídos.
—No voy a protestar. —Meara tomó otro sorbo de cerveza, un tanto pensativa—. Odio arriesgarme a aguarte el buen humor, tan raro en ti, pero debería decirte que hoy lo he visto dos veces…, a la sombra. Primero del hombre, y luego del lobo. Solo observaba, nada más. Pero basta para ponerte de los nervios.
—Por eso lo hace, así que vamos a enseñarle que no puede impedirnos vivir. Y hablando de eso, os necesito a las dos arriba.
—Estás llena de sorpresas y misterio —decidió Meara—. ¿Saben los demás que vas a dar una fiesta? —preguntó mientras subían.
—Connor les avisará.
Branna las condujo a su dormitorio, en el que, a diferencia del de Connor, todo estaba en su sitio.
Tenía el cuarto más espacioso, construido según sus indicaciones cuando Connor y ella ampliaron la casa. Había pintado las paredes de un intenso tono verde bosque, y con las oscuras molduras de madera a menudo pensaba que era como dormir en las entrañas del bosque. Había elegido los adornos con esmero, siguiendo la fantasía con cuadros de sirenas y hadas, dragones y duendes.
Se había dado un capricho con la cama, con un nudo de la Trinidad celta tallado en el alto cabecero y a los pies. Un despliegue de almohadones se amontonaba sobre el grueso edredón blanco. Había una cómoda construida y pintada por su bisabuelo situada a los pies, y que contenía las herramientas más valiosas de su oficio.
Sacó un largo gancho de su armario y, encajándolo en la pequeña ranura del techo, tiró de la puerta y la escalera del desván.
—Necesito coger una cosa. Solo tardaré un minuto.
—Aquí siempre se respira mucha paz. —Iona fue hacia las ventanas que daban a los prados y al bosque, hasta las onduladas y verdes colinas más allá.
—Entre Branna y Connor hicieron un buen trabajo. Envidio su baño integrado, con esa enorme bañera y la kilométrica encimera. Si yo tuviera semejante encimera en mi baño la tendría abarrotada. Y ella tiene… —Meara fue a la puerta y se asomó—. Un bonito jarrón de lirios cala, jaboncitos en un platito y tres gruesas velas sobre unos preciosos portavelas de plata. Diría que es brujería, pero no es más que una fanática del orden.
—Ojalá se me pegara un poco a mí —dijo Iona cuando Branna bajó la escalera con una gran caja blanca—. Oh, deja que te ayude.
—Ya puedo yo; no pesa. —Depositó la caja sobre el blanco edredón—. En fin, cuando hablamos sobre bodas, vestidos, flores y todo eso, pensé en esto.
Después de abrir la caja, apartó capas y capas de papel de seda y luego sacó un largo vestido blanco.
El grito ahogado de Iona era justo la reacción que había esperado.
—Oh, es precioso. Sencillamente precioso.
—Sí que lo es. Mi bisabuela lo llevó el día de su boda y a mí se me ocurrió que podría ser adecuado para la tuya.
Con los ojos como platos, Iona dio un paso atrás con celeridad.
—No podría. No podría, Branna; debería ser para ti, para la tuya. Era de tu bisabuela.
—Y ella es tu sangre tanto como lo es mía. A mí no me sentaría bien, aunque es precioso. No es mi estilo. Y ella era menuda, igual que tú. —Ladeando la cabeza, sostuvo el vestido delante de Iona—. Te pido que te lo pruebes; dame ese capricho. Si no te queda bien, si no es lo que buscas, no pasa nada.
—Pruébatelo, Iona. Lo estás deseando.
—¡Vale, vale! Oh, qué divertido. —Comenzó a desvestirse, casi bailando mientras lo hacía—. Nunca imaginé que hoy me probaría un vestido de novia.
—Ya tienes la ropa interior para la luna de miel. —Meara enarcó las cejas al ver el sujetador de encaje azul claro de Iona y las braguitas a juego.
—Me he comprado todo un nuevo surtido. Ha resultado ser una inversión magnífica. —Rió mientras Branna la ayudaba a ponerse el vestido.
—Abotona la espalda, ¿quieres, Meara? —dijo Branna cuando Iona metió los brazos en las finas mangas de encaje.
—Hay millones, y son tan diminutos y bonitos como perlas.
—Era de Siobhan O’Ryan, que se casó con Colm O’Dwyer, y fue tía para nuestra propia abuela, Iona, si no me equivoco. El largo está bien, ya que llevarás tacones, supongo. —Branna ahuecó las capas de tul rematado con encaje.
—Por cómo te queda, podrían haberlo hecho expresamente para ti. —Meara continuó abrochándole los botones.
—Oh, es tan hermoso…
Sonriendo ante el largo espejo de Branna, Iona acarició con las yemas de los dedos el corpiño de encaje, descendiendo por la falda de capas superpuestas.
—¡Ya está! Todos abrochados —anunció Meara cuando terminó con el último botón en la base del cuello de Iona—. Estás impresionante, Iona.
—Lo estoy. De verdad lo estoy.
—Creo que la falda es perfecta. —Asintiendo, Branna caminó alrededor de Iona mientras su prima giraba a un lado y otro para hacer que la falda volara—. Suave, romántica, con el vuelo justo. Pero estoy pensando que podrían venirle bien unos cambios al corpiño. Está demasiado pasado de moda y es demasiado modesto. Una cosa es que sea clásico, y otra que tape hasta la barbilla.
—Oh, pero no podemos cambiarlo. Lo has guardado todos estos años.
—Lo que puede cambiarse, se puede cambiar de nuevo. Gírate. —Ayudó a Iona, colocándola de nuevo de espaldas al espejo—. Esto debería esfumarse. —Branna bajó las manos por las mangas, haciéndolas desaparecer, y miró a Meara.
—Ya está mucho mejor. ¿Y la espalda? ¿No crees que…?
Branna frunció los labios mientras Meara dibujaba una escotada uve; acto seguido, asintiendo, la dibujó ella misma para abrir la espalda justo hasta la cintura.
—Sí, tiene una espalda fuerte, preciosa, y debe mostrarla. Ahora el corpiño. —Ladeando la cabeza a un lado y a otro, Branna se movió en círculo alrededor de Iona—. Quizá esto… —Cambió el corpiño por una línea recta justo por encima de los pechos, con delgados tirantes.
Meara cruzó los brazos.
—¡Me gusta!
—Mmm, pero falta algo.
Pensando, imaginando, Branna probó con un escote barco con manguita farol. Dio un paso atrás para estudiarlo con Meara.
Las dos menearon la cabeza.
—¿No puedo simplemente…?
—¡No! —Y ambas espetaron la negativa cuando Iona empezó a curiosear por encima del hombro.
—Lo primero que has hecho estaba mucho mejor.
—Lo estaba, pero…
Branna cerró los ojos otro instante hasta que la imagen se formó. Luego, después de abrirlos, agitó las manos despacio sobre el corpiño.
—¡Eso es! —Meara le puso la mano en el hombro a Branna—. No lo toques más. Deja que se vea.
—De acuerdo. Si no te gusta, solo tienes que decirlo. Date la vuelta y echa un vistazo.
Y la expresión lo decía todo. No solo una sonrisa satisfecha, sino además un grito ahogado seguido de un luminoso resplandor.
El encaje blanco formaba un corpiño con escote palabra de honor en forma de corazón. El tul bordeado de encaje caía en suaves y románticas capas desde la entallada cintura.
—Le gusta —dijo Meara con una carcajada.
—No, no, no. Me encanta, más de lo que puedo expresar con palabras. Oh, Branna. —Las lágrimas brillaban en sus ojos cuando se encontraron con los de su prima en el espejo.
—La espalda fue idea mía —le recordó Meara, haciendo que Iona se girara para mirarse.
—¡Oh! Oh, Meara. Es fabuloso. Es maravilloso. Es el vestido más precioso del mundo. —Dio una vuelta, riendo entre lágrimas—. Soy una novia.
—Casi. Juguemos un poco más.
—Oh, por favor. —A modo de protesta, Iona cruzó los brazos sobre el corpiño—. Branna, me encanta tal y como está.
—No con el vestido, porque no podría ser más perfecto para ti. Dijiste que no querías velo, y estoy de acuerdo. ¿Qué te parece algo así? —Pasó un dedo sobre el corto cabello rubio de Iona, de modo que apareciera un arcoíris de diminutos capullos en una centelleante cinta—. Eso va con el vestido, y creo que contigo… Y algo para las orejas. Puede que tu abuela tenga los pendientes perfectos, pero por ahora… —Añadió unos diminutos diamantes en forma de estrella.
—Queda muy bien. —Un vestido ideal para el sol resplandeciente y el brillo de la luna, pensó Branna. Ideal para un día lleno de amor y promesas, y una noche de fiesta—. No tengo palabras para agradecerte esto. No es solo el vestido, su aspecto, que supera todas mis esperanzas, sino que además pertenece a la familia.
—Eres mía —le dijo Branna— igual que eres de Boyle. —Le rodeó la cintura con un brazo—. Nuestra.
—También somos un círculo las tres. —Meara cogió la mano de Iona—. Es importante saber eso, valorarlo. Por encima de todo lo demás, nosotras también somos un círculo.
—Y eso supera todas las esperanzas que en otro tiempo tuve. El día que me case con Boyle, el día más feliz de mi vida, las dos estaréis a mi lado. Las tres estaremos juntas, las tres y los seis. Nada podrá romper jamás eso.
—Nada puede ni podrá —convino Branna.
—Y ahora entiendo por qué decidiste hacer una fiesta. A la mierda los ataques de histeria —declaró Meara—. Tengo ganas de cantar y ponerme los zapatos de bailar.