10

Forcejear de forma apasionada no era el estilo de Connor, pero aquello era algo tan… explosivo que perdió el ritmo y el estilo. Se agarró a lo que pudo, tomó cuanto le fue posible. Y había mucho de ella, de su alta y voluptuosa amiga.

Prácticamente le arrancó la camisa buscando más.

Ya no iban a detenerse, pues ahí regían necesidades e impulsos que iban más allá de la cautela y el pensamiento racional. Ese era el momento, y el siguiente y el otro tendrían que esperar.

Debía saciar aquel nuevo y ávido deseo por ella, solo por ella.

Pero no de pie en su salón ni rodando por el suelo, comprendió Connor.

De modo que la cogió en brazos.

—Ay, Señor, no intentes llevarme en brazos. Te partirás la espalda.

—Mi espalda es muy fuerte. —Volvió la cabeza para buscar su boca mientras la llevaba al dormitorio.

Locos, pensó Meara. Los dos se habían vuelto completamente locos. Y le importaba una mierda. Connor la llevó en brazos, y aunque su propósito, y el de ella, era darse prisa, resultaba perdidamente romántico.

Si se tropezaba, bueno, terminarían las cosas allí donde cayeran.

Pero no se tropezó. Se dejó caer en la cama con ella de modo que los muelles chirriaron y cedieron con un gruñido para acogerlos en un hueco del colchón y la colcha.

Y aquellas manos, aquellas manos mágicas y hermosas comenzaron a moverse.

Meara usó las suyas para tirar y empujar las distintas prendas hasta que, alabado fuera Dios, por fin encontró piel. Caliente, suave, con los músculos firmes y duros de un hombre que los ejercitaba.

Rodó con él, esforzándose igual que él por eliminar todas las barreras.

—Jodida ropa —farfulló Connor, haciéndola reír mientras ella trataba de desabrocharle el cinturón.

—Los dos trabajamos al aire libre.

—Menos mal que merece la pena desvestirte. Ah, ahí estáis —murmuró, y se llenó las manos con sus pechos desnudos.

Turgentes, suaves y generosos. Hermosos, abundantes. Podría escribir una oda ensalzando el esplendor de los pechos de Meara Quinn. Pero por el momento solo deseaba tocarlos, saborearlos. Y sentir cómo su corazón emprendía el galope ante el roce de sus dedos, sus labios, su lengua.

Solo faltaba…

Prendió una luz en la oscuridad, un suave y pálido resplandor dorado como su piel. Cuando los ojos de Meara se enfrentaron a los suyos, Connor esbozó una sonrisa.

—Quiero verte. Bella Meara. Ojos de cíngara, cuerpo de diosa.

La tocó mientras hablaba. Ya no con ansia; había recuperado su ritmo. ¿Por qué apresurar algo tan placentero cuando podía alargarlo? Podía pasar media vida dándose un festín con sus pechos. Y estaban sus labios, suaves y carnosos…, e impacientes contra los suyos. Y sus hombros, fuertes, capaces. La sorprendente dulzura de su largo cuello. Ahí, justo ahí, bajo su mandíbula, era tan sensible que se turbó cuando la besó.

Le encantaban sus reacciones —se estremecía, contenía la respiración, dejaba escapar un gemido gutural— mientras él se aprendía su precioso cuerpo centímetro a centímetro.

En la calle alguien profirió un saludo un tanto ebrio, seguido por una risa estentórea.

Pero allí, en aquel nido de la cama, solo había suspiros, murmullos y el quedo chirrido de los muelles debajo de ellos.

Meara se percató de que él había tomado las riendas. No sabía cómo había pasado, ya que nunca se las había entregado a nadie. Pero en algún momento entre la prisa y la impaciencia se las había entregado a él.

Sus manos la recorrían como si dispusiera de siglos para acariciarla, para demorarse en ella. Prendieron pequeños fuegos a lo largo del camino, hasta que su cuerpo parecía resplandecer de calor, refulgir bajo la piel como la luz que él había conjurado.

Adoraba su tacto, su larga espalda, las caderas estrechas, las ásperas palmas de un trabajador. Olía a bosque, a tierra y a libertad, y su sabor —sus labios, su piel— era igual.

Sabía a hogar.

La tocó donde ansiaba ser tocada, la saboreó donde anhelaba sentir sus labios. Y halló otros lugares secretos que Meara había ignorado que deseaba que les prestaran atención. El pliegue del codo, las corvas, el interior de las muñecas. Le murmuró dulces palabras que le llegaron al corazón. Otra luz que resplandecía.

Parecía saber cuándo el resplandor se convertía en un pálpito y el pálpito, en imperiosa necesidad. De modo que atendió esa necesidad, aumentando más y más el placer antes de desbordarla y llevarla al clímax.

Débil por su causa, aturdida por la avalancha y el caudal, se aferró a él y trató de enderezarse.

—Un momento. Dame un momento.

—Ahora —le dijo Connor—. Ha de ser ahora.

Y se deslizó en su interior. Tomó su boca igual que la tomó a ella, de manera profunda y pausada.

Tiene que ser ahora, pensó de nuevo. Pues Meara estaba abierta a que él la llenara. Caliente y húmeda para él.

Su gemido, una bienvenida; sus brazos, fuertes sogas para aferrarle con fuerza.

Salió a su encuentro, rodeándolo con sus largas piernas. Se movió con él, como si se hubieran unido así, justo así, durante más de cien vidas. La contempló a la luz del resplandor que él había creado, que se alimentaba ahora de lo que hacían juntos.

«Dubheasa». Belleza morena.

La observó hasta que lo que hacían lo dominó y el placer se volvió tan profundo como sus ojos negros. En la oscuridad y en la luz, Connor se entregó a ella igual ella se había entregado a él. Y dejó que Meara lo llevara consigo.

Meara estaba tendida, disfrutando. Una vez aceptó que estaba practicando sexo con Connor había esperado un polvo divertido. En cambio la había… atendido, complacido, incluso seducido, y con delicadeza.

Y no tenía la más mínima queja.

Ahora sentía su cuerpo relajado y débil de mil adorables maneras.

Sabía que a Connor se le daría bien —Dios, sabía que tenía práctica—, pero no había imaginado que fuera brillante.

De modo que en esos momentos podía suspirar con absoluta satisfacción, con la mano descansando sobre su impresionante trasero.

Justo cuando dejó escapar un suspiro, se le pasó por la cabeza que era imposible que hubiera estado a la altura. La había pillado por sorpresa, pensó, y sin duda no había hecho su mejor actuación…, por así decirlo.

¿Era esa la razón de que él estuviera tumbado encima de ella como si estuviera muerto?

Movió la mano, sin saber qué decir o qué hacer.

Connor se agitó.

—Supongo que quieres que me baje de encima de ti.

—Ah… Bueno.

Rodó a un lado, tumbándose boca arriba. Al ver que él no decía nada, Meara se aclaró la garganta.

—Y ahora, ¿qué?

—Estoy pensando —dijo— que una vez que me tome un respiro, lo haremos otra vez.

—Puedo hacerlo mejor.

—¿Mejor que qué?

—Mejor de lo que lo he hecho. Me has pillado por sorpresa.

Connor le acarició el costado con el dedo de manera perezosa.

—Si lo hubieras hecho mejor, necesitaría tomarme un respiro de semanas.

Sin saber qué significaba eso con exactitud, se incorporó lo suficiente para verle la cara. Dado que sabía qué aspecto tenía un hombre satisfecho, se relajó de nuevo.

—Así que ha estado bien para ti.

Connor abrió los ojos y los clavó en los de ella.

—Estoy pensando en cómo responder a eso, porque si te digo la verdad, puede que me digas «Como todo ha ido tan bien, se acabó por esta noche». Y te deseo de nuevo aun antes de haber recuperado el aliento. —Deslizó un brazo debajo de ella y la atrajo contra sí de modo que quedaron nariz con nariz—. Bueno, ¿ha estado bien también para ti?

—Estoy pensando en cómo responder a eso —repitió Meara, haciéndole sonreír.

—He echado de menos verte desnuda.

—No me has visto desnuda antes de esta noche.

—No es posible que te hayas olvidado de la noche en que Branna, Boyle, Fin, tú y yo nos escapamos para ir a nadar al río.

—Nunca… Ah, eso. —Contenta, enredó las piernas con las de él—. ¡No tenía más de nueve años, mamonazo!

—Pero estabas desnuda igualmente. He de decir que te has desarrollado muy bien. —Le acarició la espalda, descendiendo sobre su trasero y dejando allí la mano—. Pero que muy bien.

—Y tú, si la memoria no me falla, eras un palillo. También te has desarrollado muy bien. Aquella noche lo pasamos genial. —Recordó—. Acabamos congelados, pero fue la monda. Qué inocentes éramos todos; no teníamos ni una sola preocupación en el mundo. Pero él debía de estar vigilándonos incluso entonces.

—No. —Connor le puso el dedo sobre los labios—. No lo traigas aquí; esta noche no.

—Tienes razón. —Le acarició el pelo—. ¿Cuántos que hayan vivido todos esos años juntos y compartan tantos recuerdos crees tú que están donde estamos nosotros esta noche?

—Imagino que no muchos.

—No podemos perder eso, Connor. No podemos perder lo que somos el uno para el otro, para Branna, para todos. Tenemos que jurarlo. No perderemos ni una pizca de la amistad que siempre hemos tenido pase lo que pase.

—Entonces yo te lo juro a ti y tú me lo juras a mí. —Tomó su mano, entrelazando los dedos con los de ella—. Un juramento sagrado que jamás se ha de romper. Siempre hemos sido amigos y siempre lo seremos.

Meara vio la luz resplandecer entre sus dedos unidos y sintió su calor.

—Te lo juro.

—Y yo te lo juro a ti. —Le besó los dedos, luego la mejilla y, por último, los labios—. Debería decirte algo más.

—¿De qué se trata?

—Ya he recuperado el aliento.

Y cuando ella rió, Connor se colocó de nuevo encima de Meara.

Había desayunado con él antes un sinfín de veces. Pero nunca en la pequeña mesa de su apartamento… y nunca después de ducharse con él.

Meara resolvió que Connor podía considerarse afortunado de que hubiera comprado unos ricos cruasanes en la cafetería cuando había ido a por el postre para la cena de su madre.

Para acompañarlos había preparado lo de costumbre —gachas de avena— mientras él se ocupaba del té, ya que no tenía café en la despensa.

—Esta noche nos reunimos —le recordó, y mordió un cruasán—. Están buenísimos.

—Sí que lo están. No voy a menudo por la cafetería porque compraría una docena de cada cosa. Iré a tu casa directamente desde el picadero —agregó—. Y ayudaré a Branna a cocinar si puedo. Está bien que nos reunamos con regularidad ahora, aunque no creo que a ninguno se nos ocurra de repente la genial idea de qué hacer y cuándo hacerlo.

—Bueno, estamos pensando, y lo hacemos juntos, así que algo se nos ocurrirá. —Connor lo creía así, y los cruasanes sirvieron para aumentar su optimismo—. ¿Por qué no te llevo al picadero de camino al trabajo y luego te recojo cuando hayamos terminado? Así ahorraremos combustible, y me parece una tontería que los dos nos llevemos el camión.

—Entonces tendrías que llevarme a casa después.

—Esa era la parte astuta de mi plan. —Alzó su taza de té como si hiciera un brindis—. Te traeré y me quedaré contigo otra vez si te parece bien. O podrías quedarte tú en mi casa.

Se tomó el té, que Connor había hecho tan fuerte como para romper piedras.

—¿Qué pensará Branna de esto?

—Lo averiguaremos muy pronto. No se lo ocultaríamos aunque pudiéramos. Cosa que no podríamos hacer —añadió, encogiéndose de hombros como si tal cosa—, ya que ella lo sabría.

—Todos tienen que saberlo. —Meara decidió que no tenía sentido ser discretos—. Es lo correcto. No solo porque somos amigos y familia, sino porque somos un círculo. Lo que somos unos para otros… eso es el círculo, ¿no?

Connor estudió su cara mientras ella se echaba gachas en un cuenco.

—No debería preocuparte, Meara. Tenemos derecho a estar juntos mientras ambos queramos. Nadie que nos quiera pensará ni considerará lo contrario.

—Es cierto. Pero en cuanto a mi otra familia…, la de sangre…, preferiría no meterla en esto.

—Eso lo decides tú.

—No es que me avergüence, Connor; no debes pensar eso.

—No lo pienso. —Enarcó las cejas mientras metía la cuchara en las gachas de Meara y se la llevaba a la boca a ella—. Te conozco, ¿no es así? Y conociéndote, ¿por qué iba a pensar tal cosa?

—Esa es una ventaja entre nosotros. Es que mi madre empezaría a agobiarse y a invitarte a cenar. No podría soportar otro estropicio en la cocina tan pronto después del último… y mis finanzas no pueden sobrellevar una cuenta mayor en el hotel Ryan. De todas formas pronto se irá a visitar a Maureen…, y a menos que sea otro desastre, será una mudanza permanente.

—La echarás de menos.

—Me gustaría tener la posibilidad de hacerlo. —Resopló, pero se comió las gachas antes de que a él se le metiera en la cabeza darle de comer de nuevo—. Y eso parece mezquino, pero es la pura verdad. Creo que lo pasaría mejor con ella si hubiera cierta distancia. Y…

—¿Y?

—Hubo un momento ayer, mientras corría hacia allí sin saber qué iba a encontrarme… De repente pensé, ¿y si Cabhan la había atacado igual que había hecho conmigo? Fue una tontería, ya que no tenía razones para hacerlo, y nunca las tendrá. Pero además de eso pensé en lo que tú dijiste, que te sentías mejor sabiendo que tus padres estaban lejos de esto. Estaré más tranquila sabiendo eso de mi madre. Esto hemos de hacerlo nosotros.

—Y lo haremos.

Connor la dejó en el picadero y luego dio la vuelta hacia su casa para cambiarse la ropa del día anterior.

Encontró a Branna ya levantada; no estaba vestida aún, pero se estaba tomando su café, con el libro de hechizos de Sorcha abierto ante ella una vez más.

—Vaya, buenos días, Connor.

—Buenos días, Branna.

Lo estudió por encima del borde de su taza.

—¿Y cómo está nuestra Meara en esta bonita mañana?

—Está bien. Acabo de dejarla en el picadero, pero quería cambiarme de ropa antes de ir a trabajar. Y quería ver qué tal estabas.

—Estoy perfectamente, aunque puedo decir que tú pareces estar aún mejor. Imagino que ya has desayunado.

—Sí, ya lo he hecho. —Pero le gustaba la pinta de las relucientes manzanas verdes que ella había colocado en un frutero, de modo que cogió una—. ¿Te molesta esto, Branna? ¿Qué Meara y yo estemos juntos?

—¿Por qué iba a molestarme si os quiero a los dos y os he visto a ambos eludir durante años lo que, gracias a mi brillante cerebro, deduzco que sucedió anoche?

—Nunca había pensado en ella de esa forma antes de… Antes.

—Sí que lo hacías, pero te decías a ti mismo que no debías, lo cual es muy diferente. Jamás le harías daño.

—Claro que no se lo haría.

—Y ella no tiene intención de hacerte daño a ti. —Lo que era algo muy distinto, pensó Branna—. El sexo es poderoso, y creo que aumentará la fortaleza y el poder del círculo.

—Es evidente que deberíamos habernos acostado antes.

Branna profirió una carcajada.

—Los dos teníais que estar dispuestos. ¿Practicar sexo solo para obtener poder? Es un acto egoísta y que a la larga resulta perjudicial.

—Puedo prometerte que los dos estábamos dispuestos. —Mordió la manzana, tan ácida y crujiente como parecía—. Y estoy pensando que anoche te dejé sola.

—No me ofendas. —Branna restó importancia a eso—. Soy más que capaz de cuidar de mí misma y de nuestra casa, como tú bien sabes.

—Lo sé. —Cogió la cafetera para llenarle la taza a su hermana—. Y aun así no me gusta dejarte sola.

—He aprendido a tolerar una casa llena de gente, e incluso a disfrutar de ello. Pero tú me conoces y sabes cuánto valoro estar sola en una casa en silencio.

—Dado que yo cambiaría tolerar por valorar y viceversa, a veces resulta asombroso que tengamos los mismos padres.

—Es posible que a ti te dejaran en la puerta y te acogieran por pena. Pero resulta muy útil tenerte cerca cuando gotea un grifo o chirría una puerta.

Connor le tiró del pelo y le dio un mordisco a la manzana.

—De todas formas no puedes pedirnos que te demos esa quietud y soledad con demasiada frecuencia hasta que esto haya terminado.

—Claro que no os lo voy a pedir. Voy a preparar estofado de ternera al vino tinto para esta noche.

Él enarcó las cejas.

—Qué sofisticado.

—Me apetece algo sofisticado, y tú ocúpate de que alguien traiga vino tinto en grandes cantidades.

—Yo me encargo. —Arrojó el corazón de la manzana al cubo para preparar abono, se acercó a ella y la besó en la coronilla—. Te quiero, Branna.

—Lo sé. Ve a cambiarte de ropa antes de que llegues tarde a trabajar.

Cuando se marchó, ella se quedó sentada mirando por la ventana con la vista perdida. Deseaba que Connor fuera feliz más aún de lo que deseaba la felicidad para sí misma. Y, sin embargo, saber que iba camino de encontrar lo que él aún ignoraba que deseaba hacía que se sintiera dolorosamente sola.

Kathel lo percibió, de modo que se levantó de debajo de la mesa y apoyó la cabeza en su regazo. Así pues se quedó ahí sentada, acariciando al perro, y retomó la atenta lectura del libro de hechizos.

Iona entró en el guadarnés, donde Meara estaba organizando el equipo necesario para su primera ruta guiada de la mañana.

—Habrá que darle otro repaso a todo esto en breve —dijo Meara con aire alegre—. Tengo un grupo de cuatro, dos hermanos y sus respectivas mujeres, que han venido a Ashford para una gran boda familiar el fin de semana. La sobrina va a casarse en la abadía de Ballintubber, donde Boyle y tú os casaréis la próxima primavera, y luego celebrarán la recepción en Ashford.

—Connor y tú os habéis acostado.

Meara levantó la vista, y mientras parpadeaba de forma teatral, comenzó a palparse por todas partes.

—¿Es que llevo un letrero?

—Llevas toda la mañana sonriendo y canturreando.

—Todo el mundo sabe que soy capaz de sonreír y canturrear sin tener sexo antes.

—No cantas continuamente mientras estás quitando excrementos de las casillas. Y pareces muy relajada, realmente relajada, y después del día que tuviste ayer no lo parecerías si no hubieras tenido sexo. Y como besaste a Connor, has tenido sexo con él.

—Se sabe que algunas personas se besan y no tienen sexo. Pero bueno, ¿tú no tenías que dar clase?

—Dispongo de cinco minutos, y esta es la primera vez que consigo pillarte a solas. A menos que quieras que Boyle lo sepa. Fue maravilloso, fue bueno, o no parecerías tan feliz.

—Fue maravilloso y bueno, y no es un secreto. Connor y yo estamos de acuerdo…, somos un círculo y algo como esto puede cambiar las cosas, aunque no lo hará…, en que todos debéis saber que estamos juntos. Ahora mismo. —Cogió las riendas, el bocado, la silla y el avío—. Lo estamos.

—Hacéis buena pareja… Tú eres feliz —agregó Iona, cogiendo más aperos y siguiendo a Meara afuera—. Hacéis muy buena pareja. ¿Por qué has dicho ahora mismo?

—Porque ahora mismo es ahora mismo, y ¿quién sabe qué pasará mañana? Boyle y tú podéis mirar al futuro; los dos estáis hechos de esa forma. —Fue a la casilla de Maggie, la yegua que había elegido para una de las mujeres—. Yo soy más de ir día a día en este tipo de asuntos.

—¿Y Connor?

—Nunca lo he visto ser de otro modo en ningún asunto. Eso es para César. Déjalo ahí y yo me ocuparé. Tú tienes clase.

—Al menos dime una cosa: ¿fue romántico?

—Eres una blandengue, Iona, pero puedo decirte que sí. Y eso fue algo inesperado y muy bonito. —Durante un instante, un solo instante, apoyó la mejilla contra el suave cuello de Maggie—. Creía que, bueno, que una vez quedara claro que íbamos a seguir adelante nos limitaríamos al aquí te pillo, aquí te mato. Sin embargo… Connor hizo resplandecer la habitación. Y a mí con ella.

—Es precioso. —Iona se acercó y la abrazó con fuerza—. Sencillamente precioso. Ahora yo también estoy contenta.

Iona sacó de la casilla a Alastar, su gran y hermoso caballo gris, ya ensillado y a la espera, y lo condujo al cercado. Y esbozó una sonrisa al oír cantar otra vez a Meara.

—Está enamorada —le susurró al animal, y le frotó el fuerte cuello—. Solo que aún no lo sabe. —Rió cuando Alastar le dio con el morro—. Ya sé que también se ha ruborizado un poco. Yo también lo he visto.

Meara se puso a tararear mientras llevaba a los caballos al potrero y luego enrolló las riendas en la valla. Al girarse para volver a por el último divisó a Boyle, que ya se aproximaba con Rufus.

—Gracias. Como Iona tiene clase, voy a llevar al grupo al potrero durante un rato para asegurarme de que tienen tanta experiencia como dicen antes de comenzar. —Levantó la vista—. Hace buen día, ¿no? Es genial que hayan reservado una hora entera.

—Y acaban de telefonear para reservar otro grupo de cuatro para mediodía. Esta boda nos los está trayendo.

—También puedo ocuparme de ese grupo. —Tenía energía de sobra para cabalgar, limpiar y atender a los animales todo el día y la mitad de la noche—. Estoy en deuda por haberme tomado tanto tiempo ayer.

—No vamos a empezar con te debo esto, te debo aquello —replicó—, pero sería de agradecer si pudieras, ya que Iona tiene dos para las diez y media y Mick tiene una clase a las once, y como Patty ha ido al dentista y Deborah está ocupada para la una en punto, andamos un poco apurados. Aun así podría ocuparme yo mismo.

—Tú detestas hacer las rutas guiadas, y a mí no me importa encargarme. —Le dio una palmadita en la mejilla, que hizo que él la mirara con seriedad.

—Estás tú muy alegre esta mañana.

—¿Y por qué no iba a estarlo? —replicó mientras cuatro personas se encaminaban a las cuadras—. Por fin tenemos un día soleado, mi madre va a quedarse con Maureen una larga temporada, y hay muchas posibilidades de que sea algo permanente, y anoche tuve sexo ardiente y centelleante con Connor.

—Es bueno que tu madre se quede con… ¿Qué?

Meara tuvo que reprimir un bufido al ver que Boyle se quedaba boquiabierto.

—Tuve sexo con Connor anoche y también esta mañana.

—¿Has…? —Su voz se apagó y se metió las manos en los bolsillos en un gesto tan típico de Boyle que no pudo resistirse a darle otra palmadita en la mejilla.

—Sospecho que él también está alegre, pero puedes preguntárselo tú mismo cuando tengas ocasión. Ustedes son los McKinnon, ¿verdad? —afirmó Meara alzando la voz al echar a andar, con una sonrisa perpetua, para recibir a su grupo de la mañana.

Con el papeleo ya cumplimentado, y haciendo caso omiso de las miradas inquisitivas de Boyle, no tardó en tener al grupo vestido y montado.

—Bien, veo que saben qué tienen entre manos —les dijo después de que hubieran montado y trotado por el potrero. A continuación les abrió la puerta y se montó en Queen Bee—. Han elegido una mañana estupenda, y no hay mejor forma de ver lo que van a ver que a caballo. Bueno, ¿están disfrutando de su estancia en Ashford? —preguntó, iniciando una charla desenfadada mientras se los llevaba del picadero.

Respondió a sus preguntas, los dejó hablar entre ellos, girándose en la silla de vez en cuando solo para comprobar que todo iba bien… y para hacerles saber que contaban con su atención.

Era maravilloso cabalgar por el bosque con el cielo azul sobre su cabeza, con los terrenales olores del otoño meciéndose en la suave y agradable brisa, pensó. Los olores le recordaron a Connor, y su sonrisa se iluminó en el acto.

Y ahí estaba él, caminando con su grupo durante una salida para cazar con halcones. Llevaba un chaleco de bolsillos, pero no gorra, de modo que su pelo danzaba en torno a su cara, agitado por esa suave y agradable brisa. Él le brindó una sonrisa mientras cebaba el guante de su cliente y la esposa de este preparaba la cámara.

—¿Son familia suya? —preguntó Meara cuando su grupo y el de Connor se saludaron.

—Primos…, por parte de nuestros maridos. —La mujer, Deidre, se adelantó para cabalgar al lado de Meara durante un momento—. Nosotros también hemos hablado de probar el paseo con halcones.

—Claro, y deberían hacerlo. Es una experiencia maravillosa que llevarse consigo.

—¿Todos los cetreros están como ese?

—Oh, ese es Connor, que dirige la escuela. Y es único. —He tenido sexo con él antes de desayunar, pensó, y le dedicó una sonrisa mientras continuaba la ruta con su grupo.

—Connor. —Oyó decir a la mujer cuando volvió a rezagarse, dejando a Meara al frente—. Jack, deberíamos reservar un paseo con halcones.

Dadas las circunstancias, Meara no podía culparla.

Los condujo a lo largo del río, disfrutando con ellos, disfrutando del paseo. Luego se internó en el follaje donde las sombras se espesaban, y salió de nuevo a donde el cielo azul brillaba entre los árboles.

Cuando se disponía a dar la vuelta, vio al lobo.

Solo una sombra entre las sombras, con las patas cubiertas por la niebla. La piedra que llevaba al cuello centelleaba como un ojo aun cuando el lobo parecía agitarse como el humo.

Su yegua se estremeció.

—Tranquila —murmuró, con la vista fija en el animal salvaje mientras acariciaba el cuello de Queen Bee—. Estate preparada y los demás te seguirán. Eres la reina, ¿recuerdas?

El lobo los siguió, sin acercarse.

Los pájaros ya no cantaban en el bosque; las ardillas ya no correteaban por las ramas.

Meara se sacó el colgante que Connor le había dado de debajo del jersey y lo alzó un poco para que las piedras brillaran bajo la luz.

El grupo charlaba a su espalda, ajeno a todo.

El lobo le mostró los dientes; Meara apoyó la mano sobre el cuchillo que llevaba en el cinturón. Si se acercaba, lucharía con él. Protegería a la gente a la que guiaba, a los caballos y a sí misma.

Lucharía.

El halcón descendió… del cielo, a través de los árboles.

Meara parpadeó y la sombra del lobo desapareció.

—¡Oh, ahí hay uno de los halcones! —Deidre señaló a la rama en que el ave estaba posada, con las alas plegadas—. ¿Se ha escapado?

—En absoluto. —Meara se serenó, recuperó su sonrisa y se giró en la silla—. Es Roibeard, que pertenece a Connor, y se está divirtiendo un poco antes de volver a la escuela.

Se llevó la mano al colgante otra vez y salió del bosque sin más percances.