El coche del alcalde llegó con tiempo, mucha movida de guardias, público y abrazos, sacamos al Bustar, que andaba muy bien, cogido del brazo de la señora María, con una bufanda que le tapaba la boca, un chapiri y una cachava, delante iban el conductor y un guardaespaldas, detrás iba mi amigo entre la señora María y la mujer del alcalde, que se presentó muy alcaldona, aquello era el poder y la gloria, joder con Bustarviejo, nos decían adiós con la mano y nos íbamos a ver a los veinte minutos, Flavia y yo y las vecinas y el doctor Fernández fuimos dando un paseo, aunque yo creo que el doctor debiera haber ido junto a su enfermo, pero los políticos no miran nada, el salón de actos estaba así, televisiones de Madrid y toda la hostia, le vi a Bustarviejo su cara de muerto a la luz de aquellos focos, le hacían entrevistas y el alcalde le conducía como si llevase el relicario, no molesten al señor Bustarviejo, por favor, no le molesten, vamos primero a sentarle en la tribuna y luego hablará con ustedes, se hará una rueda de prensa, yo me escondía de la mirada del Bustar, no sé por qué.

Flavia y yo cogimos buena fila y la gente andaba a lo que podía, el Bustar, en la tarima, con el alcalde y otras autoridades, lo miraba todo como si no viese nada, la señora María le quitaba la bufanda a su marido y luego se bajó de la tarima, el Bustar sin bufanda, con la hermosa barba revuelta, volvía a ser un revolucionario, un miope que las veía todas, le pregunté a Flavia:

—¿Tú crees que el Bustar tendrá en el bolso las pastillas del médico?

—Sí, se las he dado yo.

La sala de bote en bote, primero habló una señora joven, alta y delgada, o más bien leyó una cosa un poco larga, donde decía cosas ya sabidas, el alcalde presentó al Bustar como «socialista histórico», «gran dialéctico político» y gloria del partido, y se reservó para cerrar luego el acto, Bustarviejo se tiró de los puños de la camisa, muy pulcro, carraspeó, ahora saca la pastilla, me dije digo, pero no, y empezó su mitin entre banderas del PSOE, puños y rosas, grandes letras y muchas consignas. Lo primero que hizo fue soltar todo lo que aquel mismo alcalde le había hecho callar algún tiempo atrás.

«Queridos vecinos, camaradas y compañeros: lo que tengo que exponer aquí es lo que vivimos en este pueblo todos los días, no voy a deciros nada que no sepáis, nosotros vivíamos en un pueblo castellano de cabras y de pequeños huertos, éramos artesanos, éramos pastores y éramos industriales y taberneros, que en este pueblo se bebe más de lo que parece (risas), y un día vino la democracia y otro día vino el socialismo, que era nuestra esperanza, nuestra fe, y se hicieron algunas reformas municipales, pero vino también la especulación del suelo, la venta de terrenos inedificables a las grandes inmobiliarias de Madrid, vino, en fin, la utopía capitalista de los adosados y los supermercados, los ricos de Madrid tomaron posesión de las mejores colonias, se asfaltó la ciudad, hubo y hay mucha especulación, los viejos ya no salen a la calle por miedo a que les mate un coche, esto ya no es el hogar comunal de los cabreros y los socialistas jubilados, esto es una orgía de dinero y política, lo que no veo es el socialismo en la calle, saludando a los pobres, remediando a los viejos, socializando nuestro pequeño y hermoso pueblo, que tiene tanto cielo todo el año, cielo que ahora lo muerden las casas de altura que no es legal y que nadie denuncia.» (Aplausos.) «Desgraciadamente, nuestro socialismo no ha llegado en España adonde esperábamos, y en este pueblo se ha quedado corto, muy corto, mejorando las apariencias y callando los grandes negocios, nadie ha pensado en respetar aquel perfil de pueblo castellano y montés, aquella morada natural del hombre que trabaja y juega, sino que el capitalismo lo ha arrasado todo como si no tuviéramos unos ayuntamientos socialistas…» (Grandes aplausos.) La voz del Bustar era espesa, fuerte y sincera.

Bustarviejo llegó hasta el final sin meterse la pastilla debajo de la lengua, el doctor Fernández estaba en las últimas filas, pero dispuesto a intervenir, seguro, Bustarviejo se había ido cambiando casi en otro hombre mientras hablaba, la emoción le subía a él primero por el cuerpo, y por eso podía transmitírsela a los demás, estaba hermoso y cansado, poderoso y muy viejo. Me lo dijo Flavia:

—Parece un antiguo profeta, yo también podría amar a ese viejo.

—No me pongas celoso, tía.

El público en pie aclamaba a mi amigo, lo sacaron casi a hombros, como a los toreros, yo miraba la cara del alcalde y le veía satisfecho, pues, aunque él era el más denunciado, con aquel discurso borraba su culpa, sumándose a eso que en Madrid llamaban el «sector crítico».

Había una cena programada para después del mitin, pero Bustarviejo dijo que estaba cansado y prefería cenar en su casa, en la cama, nos abrazó a todos los amigos y el alcalde, como si la cosa no fuera con él, devolvió al Bustar a su casa en el coche de los guardaespaldas, mientras el gentío andaba por la calle levantando el puño y cantando La Internacional.