Según se acercaban las elecciones iba quedando más claro quién iba a ganarlas, una cosa cantada, lo que yo te diga, el PSOE seguía con sus vídeos de terror y el PP con una campaña sosita, pero suficiente para los fanáticos de las banderas, y digo banderas porque los jóvenes andaban por el pueblo en motos abanderadas, insultándonos a los viandantes, mayormente a mí, que debo de tener pinta de rojo, quién me lo iba a decir, la Susan me llamaba jijas y poco hombre y me miraba, digo yo, como un incapaz mental de acción política, ni rojo ni nada, un hombre para dejarse llevar, y puede que tuviera razón, pero es que estos de las motos te lo ponían cada vez más crudo, venga de himnos, altavoces y pasadas por el pueblo, a toda galleta, comunista, cabrón, rojo de mierda, te vamos a colgar, te vamos a matar, que ya te hemos visto, y en este plan.

El doctor Fernández le dijo a Bustarviejo:

—Bien abrigado y sin esfuerzos, creo que no hay ningún problema. Si se cansa usted hablando, se toma esta pastilla, metiéndola debajo de la lengua y dejando que se disuelva.

Y le dio un frasco con pastillas, para el infarto, o sea, también el Bustar le iba a echar un par, irse al mitin con el infarto puesto, eso es un socialista, olé tus cojones.

A la señora María no le gustaba nada la idea, me lo roban, me lo matan, decía por los pasillos, me lo matan, me lo roban, y Flavia lloraba con ella, pero la hacía fuerte, Flavia comprendía, como si dijéramos, que en la vida hay más cosas que los pinabetos y las ballenas, que vivir es muy complicado y no basta con irse al monte, ella nos había dado el cursillo de ecologismo, pero ahora entre todos le estábamos dando a ella, mi Flavia, mi amor, un cursillo de vivir, no sé si me explico, un cursillo de sentimientos y de conflictos y de cosas, que eso de irse a los mares del sur a salvar tiburones enfermos hace muy bonito, pero lo nuestro, lo humano, lo de toda la vida, es un mundo de hombres y mujeres, que si la Susan y sus armarios, que si la Getafe y sus hombres, que si el Bustar y sus bronquios, que si el alcalde y su egoísmo, que si la señora María y sus amores tardíos, o sea, un poco pasados, como si dijéramos, a mí tampoco me gustaba mucho la excursión, como te digo una cosa te digo otra, me parecía bien por el partido y por el éxito que el Bustar iba a tener seguro, pero aquéllas no eran condiciones, un hombre que se ahoga a cada rato y hay que estar dándole de respirar, no veas, la televisión y entre unas cosas y otras, la teníamos puesta todo el día, y el Bustar zapeaba sentado en la cama, «no dicen nada nuevo, ni siquiera se concretan en la denuncia de la derecha, hacen el coco con el PP, pero no explican lo que haya hecho de malo el PP, que algo habrán hecho, digo yo, que son los hijos de Fraga y eso siempre se nota».

—Si me lo permiten, yo iré con usted al mitin, Bustarviejo —dijo el doctor, que era un hombre entre tímido y mundano, un entrefino de esos que salen entre los médicos y los abogados, pero con muy buen fondo, lo cual que a mí me pareció un detalle, Flavia estaba muy entera consolando a la señora María, y dejaban algo cociendo en el fogón mientras se venían a ver a Felipe o a Aznar, que Felipe estaba mayormente faltón, no elegante y dañino como es él, sino eso, o sea, faltón, hay palabras que lo dicen todo, y Aznar era un muñeco de un bazar infantil repitiendo el mismo disco de la paz y el orden y la prosperidad y el paro y el porvenir de España en Europa.

—No sé yo si en Europa van a aceptar a este mequetrefe —decía el Bustar, pero las motos atronaban por la calle, ya están ahí esos señoritos de mierda, hijos de su padre tenían que ser, como te digo una cosa te digo otra, que andaban en plan frenopa con las motos y los coches, sacando banderas que además no era la española, como me explicó el Bustar, que era la bandera real, por el escudo digamos, o sea, que no sabían ni lo que se hacían, pues más que monárquicos eran fascistas, españolistas, pero en ganando todo daba igual.

Entre unas cosas y otras, para arriba y para abajo, llegó el día del último mitin socialista en el pueblo, Bustarviejo me dijo que el alcalde le había llamado muy temprano:

—¿Cómo va esa fiebre?

—Fiebre no tengo, alcalde, tomo cosas para la fiebre.

—¿Y los bronquios?

—Estos bronquios ya no tienen solución, pero vamos a darles una última oportunidad.

—Así me gusta, Bustar, ¿cómo ves tu la cosa del domingo?

—Como tú, alcalde, y como todos, nos van a dar un voto de castigo, por guapos, pero hay que morir matando y advertir a los ciudadanos de que la derecha eterna, los legitimistas de España, como se hagan con el poderío del país, ya no hay quien los mueva.

—Bueno, Bustar, no te fatigues ahora conmigo, resérvate para la tarde, pasaremos a buscarte con el coche media hora antes, tienes que ambientarte, te advierto que tienes un público, pero todo un público, un llenazo que ni el Madrid, van a venir hasta los del campo, en los tractores, algunos ya andan por el pueblo con el tractor, para arriba y para abajo, como una final de copa. Bustar, eres la estrella, tienes que pegar duro, vara, mucha vara a la derecha, no hay que decepcionar, te mando un abrazo y hasta luego, aquí tienes un alcalde a tus órdenes.

Bustarviejo durmió una siesta como un rey, y la Flavia y yo también nos fuimos a mi casa a dormir la siesta, que el dormitorio parecía más grande sin el armario, lo cual que nos echamos una siestorra, pero en plan porno ya me entiendes.