Elecciones generales 1996. El Bustar seguía con el arrechucho. Una día llamó el alcalde, Lago, el que nos había dado aquel gran cocido el día de la huelga, el que le cortó al Bustar en seco el ciclo de conferencias en el ayuntamiento, que tenía que hablar urgente con Bustarviejo, se interesó por su salud y anunció su visita para la tarde, a las ocho estábamos todos allí reunidos, la señora María le recibió con amabilidad, pero un poco seria, no olvidaba la censura a su marido, de modo y manera que Flavia y ella se fueron a las habitaciones interiores, el doctor Fernández dijo que volvería más tarde y el alcalde abrazó a medias al Bustar, que estaba sentado en la cama, le presentamos al médico y le dijo:
—Muy oportuno porque me gustaría hablar con usted dentro de un rato, saber su parecer, y tú, Asís, quédate aquí con nosotros, que quizá puedas echarme una mano.
El doctor Fernández dijo que iba a visitar a otro enfermo y volvía, se miró las uñas brillantes antes de dar la mano al alcalde y en seguida se fue, yo me senté en una silla, el alcalde iba de gabardina clarita, muy nueva, arrimó una silla cerca de la cama y empezó con su misteriosa visita, que ya la veíamos venir:
—Como bien sabéis, las elecciones se acercan y los datos no nos favorecen. Tenemos que echar el resto en el poco tiempo que nos queda.
—¿Un poco más de dóberman? —dijo Bustarviejo con su rara ironía.
—Yo, como alcalde de este pueblo, quiero aportar mi granito de arena y por mí que no quede.
—Claro.
Luego se hizo un silencio.
—¿Te molesta que fume, Bustar? Bustar se limitó a mostrarle su pipa encendida, el alcalde encendió un Marlboro, ofreciéndome a mí primero, que agradecí mucho la atención, pero nunca había fumado y menos lo iba a hacer ahora, liado con una ecologista.
—La cuestión es que te necesitamos, Bustar. Tú eres un viejo militante, un viejo maestro. Yo había pensado en ti para cerrar la campaña en este pueblo, si te encuentras con ánimos, que yo creo que sí, tú has vivido siempre la política y un poco más de política te ayudará y te dará ánimos.
Los dos se callaban y fumaban, entonces comprendí lo importante que es el tabaco en la vida de un hombre, servía para tomarse tiempo, para pensar las cosas, para llenar las pausas, y yo allí como un gilipollas, haciendo molinete con los pulgares.
—Mira, alcalde, no voy a recordarte ciertas cosas, y me gustaría ayudaros en estos momentos, que a mí también me parecen malos, pero estoy realmente grave y el doctor te lo explicará cuando vuelva.
El alcalde se volvió a mí:
—Asís, tú conoces bien al Bustar y a ti te hace más caso que a nadie, sabes que eres como un hijo para él, te ruego que me ayudes a convencerle. Le llevamos y traemos en coche, un rato de charla en local cubierto no le sentará mal. Piensa lo que sería para este pueblo su presencia en el mitin de cierre. Bustarviejo, un histórico, un gran histórico, un hombre que se levanta del lecho del dolor para defender a su partido. ¿Por qué creéis que he pensado en él? Yo no tuve el temple que tuvo el Bustar para callarse.
—Señor alcalde, no olvidemos que usted cortó la serie de conferencias de mi amigo, en el ayuntamiento, porque no le gustaban las verdades que iba diciendo, ahora, como le necesitan, como no les basta con eso del perro, como sabe usted que mi amigo y maestro tiene más crédito que todos ustedes, vienen a utilizarle como último recurso, sin reparar en su estado, qué más da que mañana se muera si hoy les saca de un apuro, bueno, usted perdone y no me entienda mal, que es que uno a veces se embala, la vena como si dijéramos, y eso que yo soy de pocas palabras, pero siento el partido tanto como el Bustar, mi maestro, él me hizo socialista, realmente, y sólo él, y como creo en él creo que podría levantar a las masas del pueblo y, de paso, conquistar en un día la gloria que ustedes le han negado siempre, que llevo ya unos años presente, ahora lo que falta es convencer a las mujeres y al doctor Fernández, que ésa es otra.
—Joder, Asís —dijo el alcalde—, yo también te creía de pocas palabras, pero has estado como un templo, habrá que ir pensando en hacerte algo. Bueno, ahora tengo que irme y veo que el doctor no llega. Ustedes se reúnen, lo piensan y a la noche te echo un teléfono, Bustar, maestro, para que me digas, si es positivo ya concretaremos detalles. Otro abrazo y piensa en todo lo que depende de ti, ahora es el momento de hablar y quizá antaño era el momento de callar, la política es así, ya sabes que disfruto como el primero con tu oratoria, remamos en la misma nave y no digo que vayas a ganar batallas después de muerto, como el Cid, pero a ti te queda mucha vida. Anda, viejo zorro, que el partido te necesita.
Le besó al Bustar en la barba y se fue abrochándose la gabardina, salí detrás de él a despedirle y cerrar la puerta.
—Bueno, Asís, has estado muy justo y muy valiente, casi me has convencido a mí también, ahora llama a las mujeres y a ver cómo se lo explicamos.
—Se van a poner como unas furiosas, que las conozco.
—Bueno, en todo caso, será lo que diga el doctor.
Entraron la señora María y Flavia, que las tuve que ir a buscar a la cocina, Bustarviejo se lo estuvo explicando todo y yo me hacía el frenopa, no vayan a enterarse de que también yo he estado animando al viejo, la señora María se tapó la cara con las manos, llorando dulcemente, Flavia la cogía por los hombros, muy entera, y yo veía a mi amigo revolviéndose en la cama, revisando los periódicos, muy animado por la fiebre política, sin tabaco y sin vino, con la droga de la oratoria y el mitin, que es el veneno de estas cosas, me parece, o sea, que a éste no lo para nadie, el alcalde es un zorro y ha tenido un acierto, pero al final será lo que tase un sastre.