—Mira, Asís, ya está bien de tanto dóberman y tanta cosa. Cuando Felipe insiste tanto en el dóberman es porque no tiene programa que presentar. Se trata de satanizar a la derecha por derecha, lo cual en principio me parece bien, pero, conseguido eso, hay que presentar un plan socialista alternativo. Felipe no tiene tal cosa y entonces se asegunda en lo del dóberman, es decir, en presentar a la derecha como un residuo fascista del franquismo. No digo que no lo sean, pero eso hay que especificarlo con datos, no mediante metáforas fáciles como la del perro.
Bustarviejo estaba otra vez con el arrechucho. Y se lo curaba con más cachimba y más vino.
—Y mejor si me llevasen al hospital —decía—. Una monja siempre es mejor que una madre, que una esposa, porque le da todo igual. Donde se fuma bien es en los sanatorios para no fumar.
—Es que podemos perder las elecciones, Bustar. Hay que jugarse el todo por el todo.
—Ya estás con tus frases hechas. Parecemos don Quijote y Sancho.
—Un día me dijo usted que parecíamos el Lazarillo y su ciego.
—Viene a ser lo mismo. Toda la novela española, de Cervantes a la picaresca, o a la inversa, es un largo diálogo entre el hidalgo y el villano, porque eso fue el Renacimiento español, los hidalgos levantando cabeza y los villanos yéndose a conquistar América, con lo cual quedó muy difícil el servicio.
—¿Y en el PSOE somos socialistas o villanos?
—En el PSOE, como en cualquier institución española, hay una cosa y otra. Villano es Felipe e hidalgo es Guerra. Villano es Roldán e hidalgo es Nicolás Redondo. Villano es Solchaga e hidalgo es Morán. Villano es Mariano Rubio e hidalgo es Pablo Castellano.
—¿Perdemos estas elecciones, Bustar, con dóberman y todo? Bustarviejo tascó la pipa, miró el vino al trasluz, sin beber, me pidió que le ahuecase la almohada y volvió a sentarse en la cama.
—Yo creo que estas elecciones las perdemos y Felipe ya lo sabe. Se está preparando para las siguientes.
—¿Y cómo es que un fascista enano puede derrotar a un socialista preparado? Hoy en error, pero preparado.
—Muy sencillo. Porque Aznar cree en lo que está haciendo y Felipe no. Porque Aznar tiene necesidad de tocar poder y Felipe, aunque no lo diga, está cansado de tanto poder.
—¿Y el partido, y España, y la gente?
—Perdona, Asís, pero me fatigo. Llama a las mujeres.
Las mujeres eran la señora María, Flavia y la criada, que estaban en la cocina preparando postres, las mujeres tienden a creer que todo se cura con postres.
Le dieron las medicinas y las friegas al Bustar, yo me retiré a la biblioteca y estuve terminando un episodio de Galdós, que en casa lo tenía a medias, lo del dóberman me parecía un disparate, pero me jodía mucho que los fachas fueran a ganar las primeras elecciones, desde la democracia, esperaba yo, o sea, una campaña socialista dura y con datos, una denuncia total del partido de Fraga, que ya no era de Fraga, o no sé, y me salían con un perro rabioso, eso hasta el más tonto ve que es un recurso, ¿es que no tienen nada más que decirle a la gente?, todo el personal estará tan tieso como yo, el Bustar me parece a mí que no llega a ver la derrota, el Bustar está en buenas manos, estas mujeres son unos ángeles, pero lo suyo viene muy fuerte y él no se cuida, qué coños se va a cuidar, en esto que llamaron a la puerta, era el doctor Fernández, el médico, avisado por la señora María, salgo y me encuentro con que es el mismo que me compró a mí el armario de la Susan, o sea, el espejo, el mundo es un pañuelo y da muchas vueltas, usted es el mismo, el mismo, pues tanto gusto nuevamente, tanto gusto, el espejo me va muy bien en la consulta, los enfermos siempre fingen ante el médico, pero ante un espejo no fingen, no se dan cuenta.
El doctor Fernández, con sus uñas lacadas de tahúr (controlaba los casinos de Torrelodones, San Sebastián y Bilbao), le tomaba el pulso al Bustar y para tomarle el pulso cerraba los ojos, se concentraba, como llegando hasta lo más profundo de aquel corazón escacharrado y noble que tenía mi amigo.
—¿Cómo le encuentra, doctor? —le pregunté al doctor Fernández, llevado de la confianza de haberle vendido una puerta de armario con espejo.
—Cuadro enfisematoso completo.
—¿Y eso?
—Será muy difícil que siga respirando.
—A mí me hablaba hasta hace un momento.
—Conozco al enfermo. Habla bien y respira bien, lo uno es consecuencia de lo otro, ¿me sigue?
—La verdad es que no, doctor.
—Quiero decir que, como es un orador político, sabe guardar las pausas y respirar a tiempo, para no ahogarse. Pero, aparte la oratoria, este hombre se está muriendo.
El doctor Fernández, ya se ha dicho, era tirando a bajo y regordete, con buena ropa y aquellas uñas que eran el terror de varios casinos, llevándose la pasta en crudo, aunque tenía las manos gordas, tenía las uñas finas y brillantes.
Cuando a Bustarviejo le vino la paz, se habló de política, a ver, era el tema del día, y el doctor Fernández parecía preocupado por la paz en el País Vasco, lo primero es la paz en el País Vasco, decía, y yo pensé en sus pequeños casinos de Bilbao y San Sebastián, que el doctor dominaba, acostumbrado al gran casino de Madrid/Torrelodones.
La televisión empezó a dar información de las elecciones y todos la mirábamos, perplejos, el Bustar se puso la pipa en la boca y el doctor acudió a encendérsela, como si no fuera su médico ni nada, lo primero la cortesía, la cortesía también cura, Flavia me cogió una mano.