Cada semana había más personal en las charlas de Bustarviejo, y a algunas asistía hasta el alcalde, aquel hombre que nos había dado hospitalidad cuando lo de la huelga general, anda que no ha llovido, el Bustar se iba calentando con la crecida del público y yo le veía que se iba metiendo en profundidades, aquella tarde estaba allí el alcalde, ya digo, y yo le miraba de reojo, a ver cómo encajaba la cosa, pero el tío estaba como pintado, nada, ni un gesto, no se alteraba, un buen político, o sea:

—Estos pueblos del noroeste, que se pensó transformar en viviendas baratas para la gente, en el retiro digno y saludable que necesita un hombre después de la jornada, o incluso después de la jubilación, estos pueblos, digo, han sido víctimas de la especulación más crudamente capitalista, incluso bajo el mandato socialista, de modo que las grandes urbanizaciones nos van invadiendo, con lo que se pierde una oportunidad de mejorar la calidad de la vida y se pierde el paisaje, el entorno, el medio ambiente, del que eran una reserva nuestro propio pueblo y otros. Es decir, que un gran proyecto de progreso se ha convertido en una fuente más de especulación.

»No digo que se hayan hecho negocios sucios con los terrenos que hasta hace poco eran cañada y majada de las ilustres cabras de Virgilio. Sólo digo que una buena idea de transformación social se ha convertido en otra idea: en un proyecto capitalista que quizá enriquezca las arcas de nuestros municipios, lo cual siempre es bueno, pero el destino primero del noroeste de Madrid ya se ha olvidado y todos vemos como natural la erección de urbanizaciones cada vez más caras y lujosas, con lo que estamos volviendo a trabajar para los de siempre, o sea, para los que pueden pagarlo…

El Bustar iba embalado y así siguió todo el rato. Tuvo muchos aplausos y la gente se acercaba a conocerle, se lo presenté a Flavia, es la nueva maestra del pueblo, le dije digo, y va a abrir unas clases nocturnas donde usted podría dar alguna conferencia, cuando descanse de este ciclo, no sé, si no le parece mal.

—Muy ebúrnea la señorita docente —dijo el Bustar con su ramalazo de caballero antiguo, presentando a su vez a la señora María, que iba muy arregladita y con aquella sonrisa tan dulce, todos los dientes sanos a los sesenta años—. En cuanto a lo de Flavia, es una hermosa palabra latina para nombrar a una mujer de hechura tan romana, tan clásica.

Flavia asentía, como dando por sabido lo que decía Bustarviejo, y yo me puse rojo, supongo, pues le había declarado a ella, el primer día, mi ignorancia sobre tan bello y extraño nombre.

En esto que se acercó el alcalde a saludar a Bustarviejo y se lo llevó a un lado sin dificultad, ya que todos habíamos abierto el círculo ante la autoridad:

—No puede ser, compañero, por muy decano y muy sabio que seas, no puedes hacer contrapropaganda del partido desde dentro. Vengo escuchando tus disertaciones desde el primer día, como sabes, unas me han complacido y otras menos, pero me parece que lo de hoy ha rebasado todos los límites, o estás con nosotros o estás con el enemigo, nada de lo que has dicho es cierto, pero ya sólo el hecho de decirlo revela mala fe por tu parte, falta de táctica, falta de oportunidad, inconveniencia…

El alcalde encendía y apagaba cigarrillos. Bustarviejo encendió lentamente su pipa:

—Mira, compañero, yo no puedo dar una conferencia con comisarios políticos, yo no puedo hablar para la censura de mi propio partido, o confiáis en mí o dejo este ciclo, aunque es lástima porque la expectación iba en aumento, aunque me esté mal el decirlo.

—No hace falta que cortemos, Bustar, eso sería peor, basta con que moderes y calcules un poco tus intervenciones, piensa que el partido está hablando por tu boca, y en cuanto a este público que te aplaude, piensa que aquí tenemos a mucho facha, están deseando que este ayuntamiento pase al aznarismo, y ese día, a mí, si no salgo por pies, me cortarán las orejas, que son los de siempre, Bustar, que te lo digo yo, que son los de siempre…

»Querido Bustar, no veo otra solución que moderar las conferencias o hacerlas extensivas a temas culturales diversos, que a fin de cuentas es para lo que se te contrató en un principio, tú has ido desviando la cuestión, llevando el ascua a tu sardina…

—No tengo ascua ninguna ni me gustan las sardinas. Quiero decir que no uso frases hechas y que en el partido debiéramos inventarnos un lenguaje nuevo, con tópicos no vamos a ganarnos a la gente, por mi parte sólo tengo que decirte que estoy al día, he cobrado puntualmente todas las conferencias, hasta hoy, y no pienso dar más, podéis anunciar que esto se interrumpe por enfermedad, en mi caso, desgraciadamente, eso casi siempre es verdad, lo que tú mandes, alcalde.

Y así fue como terminó el ciclo de conferencias de Bustarviejo, pensado para tres meses, dentro de los planes de renovación del partido y dentro de las necesidades económicas del veterano camarada, que vivía muy modestamente, lo cual que fuimos dando un paseo en grupo hasta su casa y allí nos quedamos los de confianza, más Flavia, la maestra, que venía conmigo, a ver, y que por una tarde no había pasado de política, llena de entusiasmo hacia aquel viejo ecologista que defendía unos pueblos naturales y sanos contra la invasión de las inmobiliarias de Madrid.

La señora María sirvió pastas y vino dulce, que es lo que reservaba para las ocasiones, y Flavia ponía cara de estar descubriendo el pueblo profundo, que no era precisamente el de los chicos futbolistas que asistían a la escuela, yo casi me olvidaba de lo nuestro, a ver, pues sabía que aquella ultima salida del Bustar a la vida pública, como las de don Quijote, con su fracaso correspondiente, le podía costar la vida, y mientras, él se desahogaba ante los reunidos, en torno a la mesa camilla, que tenía bordados y flores naturales de la señora María:

—No por lo que han visto y oído vayan a pensar ustedes que el partido socialista está en derribo o haga cosas que no se deben hacer. Lo de hoy no son más que alcaldadas de un alcalde de pueblo.

El socialismo gobierna hoy en España y debemos felicitarnos de que siga haciéndolo.

Cuando Flavia y yo salimos dando un paseo, la maestra me decía:

—Es un viejo maravilloso. Me ha gustado mucho conocerle.

Y pensé, cosas que se le ocurren a uno, en el imposible amor de Flavia y en que yo, por muchos años que viviese, nunca sería un viejo maravilloso.