Aquella tarde entramos al debate de la sede porque era la primera salida de Bustarviejo, después de una broncoscopia que ya le daba curado, y el viejo tenía ganas de hablar.

La cosa iba de ese Aznar, que se estaba poniendo muy pesado con lo de «señor González, váyase», o sea, que era un tipo bajetillo y duro, con pocas luces y mucho aguante, que a veces son los más peligrosos.

—Ese tipo no le dura a Felipe dos telediarios —dijo el que hacía de moderador del debate.

Que fue cuando Bustarviejo se levantó y dijo:

—De momento ya le ha durado varios meses.

—El compañero Bustarviejo, tan aguafiestas como siempre. Le deseamos al compañero Bustarviejo que se reponga totalmente de sus enfermedades y se le disculpa, momentáneamente, de intervenir.

—Gracias, pero voy a seguir interviniendo. Me parece que con ese muchacho de Valladolid, o de donde sea, lo que asoma en el PP es el viejo falangismo franquista, y si no véase el historial del chico. No hay enemigo pequeño y Aznar no es como los anteriores. Se le ve con preparación, fuerza y ganas de luchar.

—Te van a contratar para la campaña por el vallisoletano, Bustar.

En la sede no agradaba la presencia de Bustarviejo porque estaban todos muy convencidos de que el socialismo era una cosa de jóvenes, al mismo tiempo que hablaban todo el rato de los cien años de honradez, de modo y manera que el moderador había querido retirar a mi amigo finamente, por razones de salud, con buenos modales y mala leche, pero eso puso todavía más bravo al Bustar, pues menudo es el Bustar.

—Gracias por vuestro interés en mi salud, pero no me he levantado de la cama para hacer campaña por un fascista, sino para avisar de que la España franquista está levantando cabeza en ese abogado del Estado, o lo que sea. La historia de nuestra derecha está llena de abogados del Estado.

Son los que conocen la burocracia del poder; mejor que nosotros, desde luego, y hay que tener en cuenta que trabajan así, desde dentro del Estado, aunque hoy estén en la oposición y en minoría.

El Bustar estaba magnífico, con la melena sin peinar desde la cama, que se debía de haber escapado al peine de la señora María, con chaqueta de pana, corbata republicana y las gafas en las manos, que se las quitaba y se las ponía.

—No podemos perder el tiempo, compañero, hablando de uno de los niños de Fraga.

—Ya, pero le habéis dedicado el debate de esta tarde, por algo será. Yo no soy profeta, pero me gustaría avisar al propio Felipe de que ese hombre bajito es el que puede acabar con él.

—Felipe no necesita de tus avisos, compañero Bustarviejo. Ya es él bastante avisado.

—Compañeros, aquí se practica el culto al jefe, y me parece bien, pero desde que Felipe ha perdido el consejo de hombres como Alfonso Guerra, necesita quizá que los más modestos le pasemos avisos desde las bases.

—No irás ahora a reivindicar el cese de Alfonso. Él se lo ganó.

—No juguemos a tomar atajos, por favor, ni juguéis conmigo. Sólo digo que la banca, el dinero, la sociedad, los medios, la gente, empiezan a estar cansados de corrupción y de todo el asunto de la roldanesca. La buena fe del partido ha sido sorprendida por unos cuantos golfos y eso es lo que va a aprovechar la derecha para hacernos daño, y eso es lo que yo veo en la cara y en el bigote de ese delfín de los aznares que ahora se enfrenta a la izquierda en nombre de España.

—Tenemos muchos más votos que ellos.

—Como dijo Schiller, los votos deben pesarse, pero no contarse.

—Eres un alarmista, compañero.

—Este debate no lo he convocado yo, sino vosotros, de modo que también sois unos alarmistas.

—Conviene no olvidar ningún punto de vista.

—Pues desde mi punto de vista, que no tenéis razón para ignorar, os digo que corremos el peligro de devolver España a la derecha.

—Eso es una barbaridad. Estamos haciendo socialismo todos los días.

—Pues habrá que hacerlo también todas las noches.

Bustarviejo me había dicho una vez que para ser político bastan tres cosas, ser abogado, ser alto y tener buena voz, yo soy alto y no tengo mala voz, salvo la Susan, la muy puta, que me dice a veces que a ella no le levante la voz, pero el Bustar reúne las tres cosas, porque estudió derecho y además me parece que es maestro nacional, aunque nunca ha ejercido, pero se le nota en la manera que tiene de aleccionarle a uno.

—El compañero Bustarviejo dice que estamos rodeados por cuatro señoritos de Fraga.

—El compañero Bustarviejo, o sea, yo, os dice que nuestro partido tiene fallos, agujeros negros, traiciones, filesas, cosas que se pueden subsanar con el tiempo, pero que son, hoy por hoy, los boquetes por donde se propone entrar a saco el señor Aznar, y tiene gente para hacerlo, si os informáis un poco.

El Bustar había dejado la pipa apagada sobre la mesa, pero de pronto la encendió dándole grandes chupadas, lo cual que yo me llevé un susto, pero luego me dio alegría, al verle envuelto en humo, como un profeta o no sé, porque Bustarviejo volvía a ser él, grandioso, hasta el punto y razón de que me olvidé de la puta Susan y los cuernos ya no me dolían.

—Si el partido sigue confiando en las bases y los votos, si el partido se perdona a sí mismo todos los errores, si el partido cree que España le ha sido dada a perpetuidad, yo os digo, compañeros, que a la larga estamos perdidos y que ese Aznar será el verdugo de nuestra centenaria historia.

Joder qué discurso para el Parlamento, me dije digo, este hombre tenía que estar en la tribuna de oradores, así es como están raleando con los mejores del partido, yo es que no lo entiendo, o sea.

En la reunión se había hecho el silencio, en el debate había sonado la hora, como diría el Bustar, estaban acojonados, sin palabras y deseando irse, el moderador dio por terminada la sesión y el Bustar se ponía las gafas, fumaba su pipa y salimos juntos, rodeados del silencio de los compañeros, que estaban como zumbados, cogidos por sorpresa como si dijéramos.