El Crescencio era el portero de las oficinas del señor Garay, o sea, todo el inmueble, y viniendo el anochecer cerraba todo aquello por fuera y se ponía delante del garaje, a ver, era la orden que tenía, cuando ya habían salido todos los coches, menos el del señor Garay, hasta que salía también el señor Garay y el Crescencio cerraba el parking, que yo me había aprendido todo este juego frecuentando por allí como si fuera del barrio, cosas en que da uno con el no hacer nada, que en casa, al salir del banco, sólo me esperaba Caperucita, o ni eso, y el Bustar andaba malo, o sea, que seguía malo, y por la sede ya me aburría pasarme, de modo que me inventé lo de bajar a Madrid y espiar un poco a la Susan, qué cosas, el Crescencio era de pelo blanco amarillento, con cara de rico, siendo tan pobre, y ademanes muy finos, los que ponía para caer bien al señor Garay y a todos los superiores, el Crescencio iba como medio de uniforme y hablaba muy redicho, amariconado como si dijéramos, que la primera vez que me lo contó la Susan me entró la risa y casi devuelvo la cena encima de la tele, el Crescencio no me conocía de nada y debía creer que yo era el portero de otra casa del barrio, como l, el Crescencio era diabético y todos los días iba a ponerse la inyección de insulina en una clínica que había orilla, por aquellas horas, y cuando yo me dejaba caer me decía dice si tuviera usted la bondad de echar aquí un ojo, que no entre ningún coche, el señor Garay me lo tiene prohibido, vaya usted a ponerse la insulina, hombre, que esto lo hago yo con mucho gusto por un amigo, Crescencio, en cuanto le ponían la insulina, aprovechaba la mejoría para meterse en el tabernón de al lado a tomarse un vaso o dos, que le iba la priva, tiempo que aprovechaba yo para bajar al garaje y enterarme un poco de aquello, ya no quedaban casi coches a aquella hora, uno grande y plomizo era el del señor Garay, y había otro, siempre arrinconado, averiado por lo que se veía, debajo del cual pensaba meterme yo en plan película, de espionaje como si dijéramos, si Crescencio vuelve antes de que yo suba, pensará que me he tenido que ir a lo mío, de modo y manera que un día, mejor una noche, bajé a oscuras, me metí debajo del coche roto, que allí olía a gasolina vieja y a polvo, y estuve mirando entre las ruedas hasta que bajó la Susan, muy vivaracha, colocándose el pelo y la falda, y detrás el señor Garay, corpulento él, con cara de fascista, poniéndose la chaqueta de un traje claro, ella le llevaba la cartera y a mí me palpitaba el corazón como en el cine, contra el asfalto del garaje, todavía estuvieron dentro del coche, con la luz encendida, haciéndose unas monerías, y luego la Susan se pintaba los labios en el retrovisor y apagaron y salieron zumbando, y cuando yo volví arriba todavía no había vuelto Crescencio, que debía de haber encontrado en la tasca alguien que le invitara a más vasos.
Bajaban de follar en la oficina, claro, la escena me la había imaginado yo tantas veces que era como una peli que ya has visto y te la echan por la tele, pero los cuernos duelen, joder que duelen, visto así en crudo, que anduve yo por las calles sin orientarme, aparte que conocía poco el barrio, imposible parar la cabeza y pensar en un autobús o en el tren, Madrid era una ciudad desconocida, lo cual que paré un taxi y le dije el pueblo, la braga, la braguita blanca con lacitos azules que le había yo comprado a la Susan en los buenos tiempos, me entraron las prisas por encontrar la braga, miré cuatro o cinco veces la hora antes de saber que era las nueve, la Susan solía llegar a las once, se conoce que después del polvo iban a cenar, tenía yo dos horas para encontrar la braga, el taxista quería hablar de política y me dijo que esta vez los de la gaviota lo tenían chupado, le dije que sí que bueno, porque si me pongo a discutir, con lo que llevaba dentro, le piso la vista allí mismo, la casa vacía, claro, que estuve registrando los armarios, el cuarto de la plancha, hasta el armario aquel de mi señor suegro de los cojones, el armario donde meaba Cánovas del Castillo, como decía Bustarviejo, pero ni ganas tenía yo de reírme, pues si la braga no está es que la lleva puesta, así son las putas mujeres, usando mi regalo para follar con otro, ni siquiera se me ocurría que de aquel regalo hacía mucho tiempo y las mujeres gastan muchas bragas y las mías ya las habría tirado por viejas, ¿y si se las ha dejado al fascista del señor Garay como recuerdo?, los cuernos duelen, joder que duelen, me fui a la calle dejando todas las luces encendidas y estuve tomando unos vasos con los últimos parroquianos, uno borracho y otro un compañero de la sede, que se te ve poco por la sede, Asís, el señor Bustarviejo, que anda achuchado y me voy a hacerle compañía, al pobre Bustar le queda poco, Asís, para lo que vosotros le habéis dado, jodíos, tampoco te pongas así, Asís, anda, tómate otro vaso, de modo y manera que estuvimos tomando vasos hasta no sé y volvía yo a casa muy cargado, la Susan ya estaba apagando la tele, me metí en la cama y me puse a dormir con un ojo abierto, la Susan subió despacio, dejó sólo la luz de la mesilla y se sacó el vestido por la cabeza, el mismo del parking, claro, no llevaba bragas, no te digo lo que hay, o le ha regalado las braguitas a ese guarro fascista o ya las ha tirado por viejas, vaya manía que me ha entrado a mí con aquella mierda de bragas, los cuernos duelen, joder que duelen, a don Gabriel Garay tengo yo que cortarle los huevos en cuanto que los socialistas hagamos la revolución, pero iba yo muy cargado, ya digo, y me dormí en seguida con la feliz idea de cortarle los huevos al señor Garay muy lentamente y en nombre del socialismo, todavía alcancé a oír a la Susan que me decía con su voz de bruja, podías cuidarte de no dejar todas las luces encendidas cuando te vas a emborracharte, y ahora yo sonreía en la oscuridad, no parecía que eso me hubiese pasado a mí, los cuernos se los ponen siempre a otro, a ver.
Por la mañana me desperté media hora tarde, que el vino hay que dormirlo, la Susan ya se había ido a Madrid y me di prisa para llegar al banco, bueno, esto se ha terminado, se lo tengo que contar al Bustar, pero me da corte, él me dirá si la separación tiene que ser urgente o cómo nos lo hacemos, los cuernos duelen, joder que duelen, en el retrete del banco me miré al espejo y era yo y me puse dos dedos en las sienes, como cuernecitos, el Crescencio, con su insulina, todavía me estará esperando, y este pensamiento me hizo reír y me estuve riendo solo delante del espejo, pobre Crescencia la maricona, aquí el que no es cabrón es maricón, vaya una mierda de país que vamos a hacer, ni socialismo ni hostias, los cuernos duelen, joder que duelen.