Bustarviejo no anda bien de los bronquios y se ha quedado unos días en la cama, que he ido yo a verle, o sea que me he pasado, y allí está, sin dejar de fumar su pipa, que dice que eso le calma la tos, sentado en la cama y con la colcha llena de libros, hasta le he hecho algunos recados, como irle al estanco a por tabaco, y eso que no debiera, porque no le sienta, diga él lo que diga, pero quien le atiende es una vecina, por un jornal, claro, aunque parece que hace unos años tuvieron algo amoroso, viuda ella, pero con los años se pasan las ganas y cambias el amor por unos duros, me he dado cuenta de que la visita diaria cansa a un enfermo, de modo que me quedo en casa viendo la tele, que Cruz la panameña me trae la cena en una bandejita y me la pone encima de las rodillas, y luego ella se sienta frente a la pantalla, en el sitio de la Susan, es muy apañadita esta sudaca, me digo yo, y sus comidas saben distinto, como mejicanas o así, picante, y eso me gusta, lo que no me gusta es que se siente en el sillón de la Susan, pero tampoco me atrevo mayormente a decirle nada, uno es un socialista y ella es comunista, jódete, anda, el día que llegue la Susan más temprano y la coja en ese sitio se va a armar la de Dios es Cristo, un cirio total, porque encima la gata, Caperucita, ha cogido la manía de subirse al regazo de la panameña, y ahí se queda viendo la televisión como una persona o durmiendo, que la panameña tiene un regazo ancho, redondo, hermoso, como para que duerman siete gatos, yo estoy de perfil, claro, pero le echo algunos reojitos a los brazos, las piernas y el regazo de Cruz, que cada día está más buena yo creo que ha engordado un poco, a ver, se pasa el día en la cocina haciéndome comiditas, yo también he engordado, la otra noche era ya tarde, cerca de las once, y la Susan no había vuelto de Madrid y Cruz no se iba a la cama, que estaban echando Show Girls, con el morbazo que tiene eso, tías y tíos en bolas, de modo que el que se fue a la cama fui yo, que estaba viendo entrar a la Susan de un momento a otro y no le gusta a uno recibir hostias por todas partes.

Di las buenas noches, subí a acostarme, apagué la luz y me hice el dormido en la cama, pero estaba bien despierto y, dicho y hecho, a poco que la llave de la Susan en la cerradura, los tacones y los gritos, cogí algunas cosas, que tengo buen oído, mayormente de la Susan, que Cruz la panameña habla bajito o no habla, «mañana mismo a la calle», «no respetan ustedes nada», «yo no la pago para ver la televisión», «ay el huevón de mi marido?», «nos debe usted un respeto», «de modo que sus derechos y su jornada de ocho horas», «yo me fui a Madrid a trabajar a las siete de la mañana y termino ahora» (anda, que no tiene semblante la Susan, me dije digo), «lo que a usted le digan en el sindicato me lo paso yo por el coño», «soy más socialista que usted y además sé lo que me hago», y en este plan.

Me pareció entender, o sea, que la Susan le pagaba a Cruz toda la mensualidad más media paga extra para que esa misma noche hiciese sus maletas y por la mañana se fuera para siempre, «a Madrid o a tomar por el culo, que yo soy una señora».

Juraría que yo estaba ya dormido de verdad cuando la Susan subió a acostarse, lo cual que a la mañana siguiente la Susan se fue muy temprano con el coche, como todos los días, y yo en seguida llamé al banco, o sea, la sucursal, y pregunté por don Luis, el interventor, y le dije que tenía mis faringitis de siempre, fiebre, tos, sudoración, y que tenía que ir al Seguro, que me retrasaría un poco en llegar al banco, luego bajé la escalera y me fui a la cocina a desayunar y Cruz la panameña estaba en su cuarto recogiendo las cosas, vestidos de colibríes que no se ven en España, cosas que recortaba de las revistas, libros con billetes dentro, dólares y pesetas, flores secas, medallas de su país, zapatillas de su país y zapatos españoles de la calle Fuencarral o así, que la hacían más alta y muy mujer, atadijos raros, cartas, y entonces me di cuenta por primera vez de que la cocina, desde que estaba Cruz, olía de otra manera, como a la Pampa o yo qué sé, y yo qué rayos sé cómo huele la Pampa, ¿en Panamá hay Pampa?, y sobre todo a guiso mejicano, ya digo, a una cosa picante y dulce que me gustaba mucho, la panameña nos dejaba su olor y se iba, no nos estamos portando como socialistas, me dije digo, y si se enteran en el sindicato nos va a arder el pelo, que me lo había dicho Bustarviejo, a todos éstos los asesoran los abogados laboralistas de Comisiones y de UGT, y los utilizan, claro, como arma contra los burgueses españoles, les hacen saber sus derechos, les meten en la cabeza un marxismo rudimentario y les aconsejan siempre pedir más cosas, siempre más dinero, más horas libres, más días libres, más seguridad, más papeles, y además a mí me parece que hacen bien, decía Bustarviejo, es una manera de calcar a esta burguesía española que, socialista o no, se está durmiendo en los laureles, no podemos explotar a nuestros hermanos de lengua ni a nadie, no podemos hacer racismo con los inmigrantes, ahora es cuando el socialismo y el comunismo tienen que demostrar lo que son.

Cuando Cruz volvió de su cuarto, ya arreglada, después de haberme puesto el desayuno donde yo lo tomaba todos los días, le pregunté, por decir algo, que si ella no desayunaba, pero movió la cabeza diciendo que no, estaba seria y guapa y yo no sabía si a mí también me hacía culpable o qué, le voy a ayudar a llevar las maletas a la estación, Cruz, permítame que coja la maleta grande y usted lleva esas bolsas, pero Cruz no movía la cara ni me miraba, se fue al salón a pasar un poco el polvo y yo estuve en la cocina dando de comer a Caperucita, que por las mañanas le gusta el friskis o un poco de pescado crudo, Caperucita también le había cogido cariño al regazo de Cruz y se le estuvo haciendo ochos entre las piernas, como si adivinase que la panameña se iba, se nos iba.

Camino de la estación le pregunté lo de costumbre, que si tenía dónde recogerse en Madrid, que si sabía lo que iba a hacer después, que si encontraría otra casa para trabajar, y ella movía la cabeza sin hablar, decía que sí a todo, su maleta de cuadros no me pesaba, y ya en la estación, con el tren a punto de salir, le dije digo, perdóneme, Cruz, soy el hombre de la casa y no he sabido resolver la situación, Cruz levantó los ojos, que eran grandes y rubios, y me dijo con tristeza usted es bueno, señor, no se preocupe el señor, yo no tenía que haber venido a España, señor, y me dio una foto suya, tamaño sello, arrancada de algún pasaporte, donde casi no parecía ella y tenía los agujeros de las grapas en la cara, se subió al tren y levanté una mano para despedirla, pero no asomaba por ningún sitio, se fue el tren y me quedé mirando a la de la foto, una desconocida, como si dijéramos.