Lo cual que otra noche, que estábamos la Susan y yo viendo en la tele una de niños redichos, de esas que hacen los americanos, bajé un poco el sonido, que el mando a distancia lo había dejado la Susan descarallado, pero tiraba, y le saqué el tema de la familia, o sea, la descendencia, o sea, los niños, o sea, los hijos, por la peli que estábamos viendo, mayormente, y la Susan que vaya una fijación que te ha entrado con la familia, yo todavía soy joven, quiero vivir la vida, no estropear ya mi cuerpo, tu cuerpo a mí me gusta así y me va a gustar siempre, le dije, y se quedó callada, haciéndose la sorda, mirando la peli, yo pensaba que nuestro matrimonio iba a pique y que la única salvación era un hijo, pero la Susan andaba muy volada con su trabajo, todo el día en Madrid, más el mosqueo que yo me tenía con su jefe, el señor Garay, de modo que volví a poner la voz alta de la peli, aunque oíamos perfectamente las chorradas que decían, papá, la ley está de tu parte, los niños americanos son unos redichos, ya digo, pero a mí se me había metido en la cabeza un niño, que siempre es un lazo, y por la compañía, joder, que la Caperucita es muy mona, pero un gato no tiene tanta conversación como un niño, dónde va a parar, bueno, un niño, al principio tampoco, y la Susan que si quieres arroz, Catalina, es que las mujeres ahora ya no tienen instinto maternal, con la píldora y todo eso se ha acabado el instinto maternal, le tengo que preguntar al Bustar a ver, pero desde luego éstas no son como nuestras madres, lo que sí voy a hacer, dijo la Susan cuando nos íbamos a la cama, es buscarte una chica panameña o así, ahora vienen muchas a servir, ya sabes, y yo ando muy atropellada con la oficina, que cada día tengo más responsabilidades, una chica que limpie y friegue y te haga la comida, que no te vas a estar alimentando siempre de fabada de bote, cobran barato esas chicas y parece que son mejores que las españolas, bueno, españolas no se encuentran, que todas se han vuelto señoritas y prefieren una fábrica, a ver, esta casa necesita una limpieza general para que el Bustar no diga que el armario de mi padre que en gloria esté huele a Cánovas del Castillo, ni que hubiera estado meando dentro Cánovas del Castillo, olvídate de la descendencia por el momento, que somos muy jóvenes, y además tenemos que estar disponibles para el partido, siempre hay campañas, elecciones y reuniones, cosas, yo voy a muchas reuniones en Madrid, ya se nota por lo tarde que vienes, dije digo, y ella como si no me oyese, lo cual que un sábado se me presenta la Susan con una panameña, digo yo que sería panameña, aquí Cruz, que es panameña, aquí mi marido, bueno, sin cumplidos, ésta es la casa que tienes que limpiar y a éste le haces la comida, ¿sabes guisar?, en la agencia me han dicho que sabías guisar, la panameña era una doncellona, qué pedazo de hembra la julai, se la veía segura y enterada, y qué hago yo con este pedazo de tía en casa, me dejaron solo en el salón, sin reaccionar, y la Susan le estuvo enseñando a Cruz el resto de la casa y lo que tenía que hacer.

Tras los primeros días de empanada mental, empecé a entender la situación, o a querer entenderla. La Susan se levantaba temprano para ir a Madrid y no volvía hasta muy tarde, más tarde ahora que había otra persona en la casa para cualquier necesidad. Cruz la panameña ocupaba el cuarto de servicio, con su ducha y su espejo, y madrugaba para hacerme el desayuno antes de que yo me fuese al banco, que iba siempre dando un paseo, eso es muy sano, en cualquier época del año, medio dormido y con hambre, me tomaba el café y lo que veía en torno eran unos brazos desnudos, de mujer joven y fuerte, ese tipo de brazos femeninos que tienen un poco de bíceps y que a mí me gustan mucho porque el músculo de la mujer siempre es más alargado, más fino que el del hombre, y el bíceps hacía juego con el hombro de Cruz la panameña, unos hombros fuertes pero también alargados, esbeltos y del mismo color dorado que toda la piel de la chica o mujer o señora o lo que fuese, y a veces aquellos brazos me pasaban muy cerca, trayendo un plato o quitando una taza, y yo pillaba el olor de Cruz la panameña, un olor a madrugada, fresco, se conoce que ella había salido temprano a la terraza a colgar algo, o sólo a respirar, y se había traído todo el perfume del día que empezaba, hasta me estoy poniendo poeta al recordar a aquella mujer que no era precisamente una santa ni una musa de esas que diría Bustarviejo, todo lo contrario, que a la larga nos salió un poco bruja, pero ya lo contaré a su tiempo y dolores de cabeza sí que me dio, y hasta llegué a pensar que la Susan me la había metido en casa a ver si nos liábamos, para romper el matrimonio y largarse ella con su jefe, el señor Garay, que era un separado con mucha pasta, las cosas que se llegan a pensar dentro de un matrimonio, hasta crímenes matrimoniales salen por la tele.

Cruz la panameña era alta y plantada, no te vayas a creer, con el pelo muy cerrado, que le salía de las sienes, y parecía hasta guapa, mayormente de perfil, pero tenía una risa un poco salvaje, por donde se veía que era de la selva, digo yo, aunque vete a saber si en Panamá, capital Panamá, tenían selva, y un tetamen grande y un culo para forrar pelotas y unas piernas también musculosas, como los brazos, pero de músculo fino, ya digo, toda una hembraza, o sea, lo cual que uno ha sido siempre tímido para las mujeres, que no sé ni cómo me ligué a la Susan, gustarme me gustan como al que más, pero un socialista no debe andar por ahí pendoneando, hay que dar ejemplo que estamos en el poder.

Cuando yo volvía del banco, a primera hora de la tarde, Cruz ya había hecho la casa y la cena y había dormido la siesta, ya ve el señor que una se comporta y si a vos se le ofrece algo, nomás, pídamelo ahora, que luego ahorita viene mi fin de jornada, las ocho horas, y ya no puedo servirle ni un vaso de agua, que me lo prohíbe el sindicato, señor, vos sabés, aquí le explican a una sus derechos, no es como allá en mi patria, ya vos ves, señor.

De modo que Cruz la panameña me obligaba a cenar más temprano, cuando todavía no tenía hambre, porque me daba corte devolverle la bandeja, me lo traía en bandeja, llena de cosas, para que lo tirase a la basura, como hizo la primera vez, yo no puedo servir más tarde ni un vaso de agua, señor, ya se lo dije al señor, es tiempísimo de cenar, el sindicato, o sea, Comisiones, me prohíbe atender a vos cumplida mi jornada, son mis derechos, lo dijo Marx, ahorita mismo a la basura o se lo doy a los perros de la comadre, hasta que, harto de cenar sin hambre, le dije digo, mire usted, Cruz, a mí no me haga la cena ni la comida ni nada, yo me lo haré todo, como siempre, y usted disfrute sus derechos mientras yo me como mi fabada de bote cuando me dé la gana, como antes, nada mejor que solo, que el buey suelto bien se lame, como dice Vivero, uno del banco, soltero él, joder con los sindicatos, yo soy de la UGT y entiendo que las protejan a ustedes, pero que no me jodan a mí, a un trabajador como yo, hasta que un día me acerque yo a hablar con los compañeros del sindicato y verá usted cómo se arregla esto, me calenté la fabada de bote y después de comer o cenar o lo que coños fuese aquello, estuve fregando los platos, ya en plan recochineo, mientras Cruz la panameña veía la televisión, disfrutando sus horas libres, sentada en el sofá, en el sitio de la Susan, el día que la coja la Susan ahí sentada a ésta la arrastra del moño, o sea, que veíamos la tele juntos, sin hablar, y yo no me atrevía a cambiar de canal porque ella andaba con el culebrón.

¿Y por qué en vez de estar aquí con esta marxista de mierda no me voy yo a la sede a buscar al Bustar y a tomarnos unos vasos, como toda la vida?, y entonces comprendí que dos tetas tiran más que dos carretas y que, cabreado y todo, prefería quedarme cerca de ella, sintiendo su cuerpo no sé cómo, imaginándomelo, mejor que volver al rollo político de Bustarviejo.