Una vez fuimos a la fiesta del PCE, en la Casa de Campo, que eran los primeros tiempos y se ponía a tope, una idea de la Susan, claro, cómo no, pero nosotros no somos comunistas, Susan, nosotros no somos nadie, Asís, y nadie nos va a decir nada, al fin y al cabo, comunistas y socialistas, primos hermanos, es una fiesta muy alegre, va mucho personal y hay comidas variadas de todas las regiones españolas, y mucho vino, que a ti te va la priva, luego están los discursos de Carrillo, Pasionaria y todo el rojerío, un espectáculo, pero no hay que tenerles miedo, ya ves los votos que han sacado, están en la cola, pero hay que conocerlo todo en esta vida, Asís, que es que siempre te quedas corto, lo cual que fuimos a la Casa de Campo, una multitud, no veas, luego dijeron los periódicos que un millón de personas, aquello no parecía comunismo ni nada, allí estaba Ana Belén, guapísima, aunque es lo que decía la Susan, qué tendrá ésa que no tenga yo, y un gentío que lo mismo podía ser sociata, por qué no, muchos padres con los niños a hombros, muchas madres dando la teta mientras tiraban del porrón, y sitios donde comer, muy variados, y carteles de cuando la guerra por todas partes, es lo que tienen los comunistas, que están ceguerones con la guerra aquella que hubo, siempre vuelven a lo mismo, lo suyo es una fijación y así les va, pero alegría sí que vi yo, alegría a tope, en plan revolución pacífica que había tomado la Casa de Campo.

Dimos vueltas hasta cansarnos, comimos y bebimos, y en una de éstas el pabellón de los Hexágonos, el sitio donde se reunía el Politburó de la cosa, que estuvimos allí, en una mesita, mirando a los jefazos que habían matado tanto cuando la guerra, imponer sí que imponían, que los vienes viendo en los papeles y en el cine de toda la vida, Pasionaria, muy señora, Carrillo, el de la peluca, uno que hace películas, corpulento él, y un hombre de melena blanca y cabeza así como de profeta, que me sonaba, pero yo no caía, o sea que le pregunté a la Susan:

—Ése es Federico García Lorca —me dijo.

Ya decía yo que me sonaba, la Susan es que está a todo, con nosotros no se metió nadie, quitando algunos que nos decían como de toda la vida, buen provecho, camaradas, o compañeros, según, se estaba bien en el pabellón de los Hexágonos, que también vaya nombre, a mí es que me parecía mentira estar tomando unas tapas en el cuartel general de los comunistas, digamos, con todos los famosos al lado, nadie diría que aquéllos iban a arrasar España y entregársela a Rusia, los mismos que habían puesto fotos de Lenin y Stalin en la Puerta de Alcalá.

Volvimos a seguir vagabundeando por la Casa de Campo, un pinchito aquí, una copita allá, hasta la hora de los mítines, al atardecer, y había muchos conjuntos tocando música y la cosa regional, si con los mítines se enrollan mucho nos marchamos, dijo la Susan, lo malo va a ser encontrar ahora el coche.

A la entrada del pabellón de los Hexágonos me recuerdo que había una rueda de hierro, grande, con muchas figuras raras, y me dijeron que la había hecho Alberto, un panadero de Toledo que salió comunista y se fue a Moscú cuando la guerra, que si no aquí lo apiolan los fachas, sí, hombre, Alberto, Alberto Sánchez, te tiene que sonar mucho, compañero, estuve sentado en la hierba, con un porrón de Valdepeñas, mirando la rueda de Alberto y pensando cosas, la Susan se había ido a por unas sardinas asadas que vendían los comunistas vascos, la verdad es que me había impresionado el ver de cerca a los santones del bolchevismo, tan pacíficos, y toda aquella movida alrededor, ellos eran los rojos, y no sólo porque llevasen pañuelos de ese color por todas partes, ¿entonces nosotros, los del puño y la rosa, qué coños éramos?, ya sabía yo que había dos izquierdas, la nuestra y los bolcheviques, y por los votos se veía que el pueblo estaba con nosotros, pero éstos no eran unos tristes, como parecía mirando las estadísticas, sino que tenían una marcha total y unos jefes históricos, o sea, que estaban ya en la historia de España, digamos, de modo que dejé de estar en posesión de la verdad, tengo que preguntarle a Bustarviejo, ¿con qué se come esto?, me han impresionado todos, claro que uno es socialista de familia, por parte de un tío de mi padre que murió en el exilio, pero éstos imponen, coño que imponen, ¿y no estaría más completa la izquierda, y más fuerte, si se unieran los Alberto Sánchez con los Felipe González?, pero eran ya demasiadas preguntas, el descubrimiento del comunismo en crudo me había aguado la fiesta, de modo que hay muchas cosas pendientes, no somos los amos del mundo, éstos pueden levantarse cualquier día, y si son los de ley ¿por qué el público no les vota?, me sentía menos cómodo con mi carnet de socialista, como si dijéramos, aunque con el carnet entre los dientes me lanzo yo contra todo comunista y todo fascista, lo cual que las cosas son más complicadas de lo que parece, a todo este gentío no se le puede olvidar como le olvidamos en el partido, Bustarviejo me dirá, ahora tengamos la fiesta en paz, el sol tardío pasaba por las filigranas de la rueda de Alberto y hacía bonito, la Susan llegó con las sardinas asadas, que eran grandes como tiburones, y yo, aunque estaba hasta arriba, me las metí para adentro con pan y el porrón de Valdepeñas, y la Susan también se despachó, no sabía yo si contarle mis malos rollos políticos, sólo porque habíamos visto a Pasionaria y a García Lorca, esto mejor a Bustarviejo, me dije, la Susan pasa total, está aquí de romería y me va a decir lo de siempre, que votos son amores, empezaban los mítines y había mucho silencio, venía el relente de la sierra y sin decir nada nos fuimos a buscar el coche, la voz de Pasionaria llegaba desde todas partes, enérgica y temblorosa, la vieja tiene un par, dijo dice la Susan, menudas salidas tiene la Susan.

En casa nos quitamos la ropa llena de polvo y nos duchamos juntos, yo estaba ya pensando en el caliqueño, pero la Susan no estaba por la labor, estoy muy cansada, vaya por Dios.