Pasados unos meses, mientras seguíamos pagando plazos y letras, llegó una carta a mi nombre, de la inmobiliaria, citándome para entregar cien mil pesetas a cambio de la entrega de las llaves.
—Me llaman para entregarme las llaves, Susan. El chalet está terminado.
En las excursiones de fin de semana, alguna vez nos habíamos asomado la Susan y yo a mirar la marcha de las obras, y nos parecía que siempre estaban igual, paradas, esto va a ser la obra del Escorial, decía la Susan todas las semanas.
O sea, que me fui a General Sanjurjo, no sé si se sigue llamando así, que hasta las calles les han quitado a los generales, o sea, la democracia, que allí estaban las oficinas de la inmobiliaria. Me hicieron esperar, una señorita me preguntó muchas cosas que ya sabían de sobra y al fin me pasó al despacho de un hombre joven, ancho, de ojos azules, peinado a raya, delante del cual la señorita, que no valía nada, me tomó y recontó el dinero, mientras él me alargaba un manojito de llaves y un llavero que era una minúscula rueda de neumático, como si yo fuese un niño y me estuviera regalando caramelos de menta.
Nada más salir de allí cogí un taxi y me fui al pueblo a tomar posesión de mi verdadero hogar, que hasta entonces vivíamos en un piso viejo que mi señora suegra nos había cedido, y de donde procedía el armario con olor a Cánovas del Castillo.
Cuál no sería mi sorpresa cuando llego al chalet y me encuentro en la puerta una cortina de saco.
¿Y para qué coños se necesitan llaves para vivir con una cortina de saco en la puerta? El primer cabreo fue de infarto, luego se me ocurrió mirar otros chalets por si yo me había equivocado de número, pero de eso nada, monada. Los otros ni siquiera tenían saco. Di la vuelta a toda la urbanización, pagué el taxi y me fui andando solitario hasta el bar de la estación, a tomar un vaso, porque necesitaba pensar. En seguida caí. Lo que pasa es que el contrato marca un plazo para la entrega de llaves y los tíos han cumplido el plazo, yo ya tengo las llaves, pero de puertas no dice nada el contrato. Joder con la política de la vivienda, estas cosas tenía que saberlas Felipe González.
Pero después del vaso dejé de politizar el tema, esto es una cosa comercial y económica, ahora mismo vuelvo a General Sanjurjo, o como coños se llame esa calle, y me van a oír, tomé el primer tren que pasaba para Madrid y luego otro taxi, que mi impaciencia no estaba para autobuses y por la zona no había metros, entré en la oficina muy decidido y me fui al despacho del guapito de cara, mientras la secretaria fea me seguía pegando gritos y carreras de gallina, tome usted, señor inmobiliario, y le eché las llaves sobre la mesa del despacho, con el llaverito de rueda de coche, ¿para qué quiero yo esa mierda de llaves si lo que hay en la puerta es una cortina de saco, que vengo de verlo hace menos de una hora mismamente? El tipo me mandó sentar, me ofreció rubio, gracias, no gasto, se sentó frente a mí sin mirar ni tocar las llaves para nada, señorita, déjenos solos, y me acariciaba con sus ojos azules, como si fuéramos maricones, pero no le dejé hablar, mire usted, esos adosados los están haciendo ustedes con un crédito de mi banco, el banco donde trabajo y soy accionista, puedo hacer que les retiren el crédito y se acabe esta estafa, esto lo va a arreglar el socialismo en cuatro días y entonces van ustedes a vender peines en la Puerta del Sol, el tipo fumaba muy fino y me miraba frío y casi sonriente, pero yo notaba que le estaba haciendo efecto, que se me acojonaba, verá usted, dijo, revolviendo papeles, sin duda ha habido un error, un pequeño error, nada, su vivienda está prácticamente terminada, ni error ni leches, lo que pasa es que el contrato les obliga ya a la entrega de llaves por estas fechas, y las están entregando sin puertas, nos toman por gilipollas, mire usted, don Asís, yo le prometo que su puerta está colocada en una semana, las puertas están ya hechas, pero tenemos a los cerrajeros y carpinteros muy atareados en otra urbanización, le prometo que una semana antes de que hable usted con el director del banco, de hoy en ocho días, ya no me recuerdo cómo salí de allí, estaba deseando contárselo a la Susan, ¿y no les has pedido las cien mil?, qué huevón que eres, si soy yo le arranco los ojos azulitos al tipo, que ya sé quién dices, mañana sábado vamos a ver el efecto, de todos modos, una llave sin puerta, parece de los hermanos Marx, la Susan es muy leída.
Al día siguiente, sábado, cogimos el fotingo y nos fuimos derechos a nuestro nido de amor, que de momento sólo era una casa sin terminar y con una cortina de saco. Las dos plantas estaban bien distribuidas, aquello parecía más espacio del que era, la Susan me explicó por dónde entraba el sol y por dónde salía, cosa que a mí me ha tenido siempre sin cuidado. O sea, que me la suda. Si hay sol te da de todos modos y si no hay sol qué más da por dónde salga. Aquello olía a cemento mojado, a cal y humedad, pero los retretes eran de mucha higiene.
La Susan me estuvo explicando también cuál era nuestro dormitorio y cuál el de servicio, aunque no íbamos a tener servicio, y cuál la cocina y las ventajas que le veía al adosado, como si ella fuese la vendedora y yo el comprador, pero la Susan es que es muy explicoteadora y si la escuchas un rato aprendes, lo que pasa es que yo me distraigo, y a ver si aquí no me meas la tabla, como en casa, que hay que ver cómo me la tienes, no se quita ni con estropajo, luego me enseñó por una ventana el camino de la estación, y el que iba a tomar ella para coger la carretera, por las mañanas, el garaje era lo justo para el auto de la Susan y yo quería tener un gato, pero la Susan que no, que los animales sólo traen enfermedades y ladran mucho por la noche, yo no he tenido nunca un gato que ladre, pero a la Susan conviene no llevarle la contraria porque es peor, lo primero nuestra nueva vida, que ahora empezaba de verdad, como me parece que ya he dicho, en un país socialista y en un pueblo serrano donde respiras salud, oyes, salvo el armario de mi señor suegro, que Madrid tiene un hongo de contaminación, lo cual que volvimos muy satisfechos de la visita y el saco de la puerta ya era lo de menos, se nos había olvidado, el chalet era una monada, como decía la Susan, hasta podemos recibir gente, amigos, me dijo dice, como las marquesas de Madrid, o dar guateques, y yo pensaba que mi amigo era Bustarviejo (en el banco no tenía ninguno) y que Bustarviejo y el armario de mi señor suegro se llevaban muy mal, no quise recordarle esto a la Susan por no estropear un sábado tan alegre, lo que no he contado, porque quería dejarlo para el final, es que allí en el adosado, con las paredes desnudas, sobre el santo suelo, bajándonos los vaqueros, echamos un caliqueño muy gustoso y yo dije cuando terminamos, poniendo la voz de Fraga, queda inaugurado este chalet, y la Susan, «bendigo cada rincón de esta casa», la verdad que un poco rojos sí que somos, Asís, la Susan es que tiene unas salidas.