«OTAN, de entrada, no». Estuvimos la Susan y yo pegando carteles, todavía me recuerdo, antes de casarnos por lo civil, que vivíamos ya enrollados, como todo el mundo, a ver, y la Susan y yo formábamos un comando de trabajo, ella desenrollaba los carteles y yo los pegaba en la pared, por Maravillas y Malasaña, que era el barrio que nos había tocado, los dejas todos arrugados, vaya una mierda de carteles, me dijo dice la Susan, y cogiendo la brocha se puso a pegarlos ella, la Susan era muy bravita, por entonces, yo es que no he nacido para pegar carteles, macha, uno es un bancario y no un obrero manual, qué te habías creído, y la Susan que esto no es un curro, Asís, que esto que estamos haciendo es política, mierda para la OTAN, la OTAN no va con Felipe ni con nosotros ni con el socialismo, y el gusto que me da a mí ver cada cartel pegado, un No como una casa, y se echaba para atrás mirando el cartel, como los pintores cuando miran el cuadro que están haciendo, la Susan iba en vaqueros, con una camisa de batista o algo, tacones altos y el pelo corto, yo lo que estaba deseando era acabar con los carteles para irnos a la cama a echar un casquete, ya me dirás, a ver si no, colega, que es lo suyo, o sea, lo propio.

Y por todo Madrid la movida de los carteles, que daba gusto ver al personal, qué noche más hermosa, extraños en la noche, hasta me puse a silbar lo de mis tiempos.

Al día siguiente, Bustarviejo y yo nos tomamos unos vinos a la caída, como siempre, en el bar que hay frente al banco, o Rioja o del Duero, que estos antiguos, aunque sean republicanos socialistas, saben elegir el vino, el pescado y todo. Le conté lo de la noche anterior. Bustarviejo tiene la cabeza grande, el cuerpo fuerte, y gasta media barba, gafas de cuatro ojos y la cara seria y como preocupada, siempre. Sólo el riojita le anima un poco:

—En ese eslogan hay una trampa, Asís. Eso es un juego de palabras. Quiere decir que de entrada no, como cuando se dice a un vendedor ambulante, de momento no, pero voy a pensarlo, a lo mejor otro día. Tiempo al tiempo, ya te acordarás de esto que te digo y de los carteles que habéis pegado.

—No hay que ser tan negativo, Bustarviejo. Ya sé que esto no es la Segunda República, pero tampoco hay que ser tan negativo.

—Lo que no hay que ser es tonto. ¿Por qué han retorcido tanto la frase? Bastaba con decir que OTAN no. En ese «de entrada» está el truco. Parece decir que de entrar nada, pero también dice que de entrada —de momento—, no. Luego ya veremos. Es una frase ambigua, Asís, no tiene la rotundidad requerida, es el viejo barroquismo del lenguaje político español, como cuando Cisneros decía «estos son mis poderes», pero no se sabía bien qué poderes. ¿Los cañones, la Iglesia…? Bustarviejo se rascaba dulcemente la barba, se complacía en sus rizos, hablaba con los ojos casi ciegos en el vacío, parecía haberse olvidado de mí. Me decía yo que eso era mucho pesimismo y ganas de darle vueltas a las cosas, pero no tenía el habla de Bustarviejo para llevarle la contraria, y además que el tipo me imponía un respeto, a ver.

—Bueno, Asís, ¿hace otro riojita? Nos vamos a casa y mañana será otro día.

No veas cuando llegué a casa y se lo conté a la Susan, que ese viejo es un aguafiestas, que no vuelvas a salir con él, que te está comiendo el coco, a lo mejor es un comunista infiltrado, ya me está jodiendo a mí el anciano, no hace más que llenarte la cabeza de viento, pero cómo se puede hablar así de una cosa tan bonita como lo de anoche, pues que se vaya del partido y nos deje a todos en paz, ése tiene la fijación de la República porque entonces era joven, aunque ese tío yo creo que nunca ha sido joven, y además es un resentido, eso, un resentido, que anda jodido y amargado porque no le dan nada en el partido, ningún carguete, el intelectual de mierda, para hacer la revolución no necesitamos intelectuales, Asís, lo que yo te diga.

Y en este plan. Me fui a la cama y me dormí pensando en el día siguiente, que don José estaría ya enterado de la pegada de carteles y me diría no vuelva usted a meterse en política, pollo, los bancos no hacen política, le vamos a poner a usted unas notas en el historial, que lo suyo no es el engrudo, lo suyo es la contabilidad, pollo, que pegando carteles no se llega a ministro.

A la mañana siguiente, tal cual. Don José que se me acerca, con su cara de gato y sus ojos claros y serios, va usted a tener que corregirse, Asís, se lo digo por su bien, usted no está aquí para pegar carteles, los bancos no hacen política (yo no creo que hagan otra cosa), lo suyo no es el engrudo, con el engrudo no se llega a ministro, lo suyo es el ordenador, que no se le daba a usted mal el ordenador, pollo, ¿qué dice su señora de esas locuras políticas?, mi señora viene conmigo a pegar carteles, don José, sí, las mujeres tienen mucha culpa de estas cosas, pero dígale de mi parte a su señora que no sea ambiciosilla, que lo seguro es un banco y que se deje de OTAN sí o no, eso allá los políticos, el dinero no tiene color, y aquí se le paga a usted bien ¿no?, no me puedo quejar, don José, pues eso, hombre, pues eso, no se hable más y quiero verle al ordenador.

A la Susan no le cuento nunca mis problemas con el banco, pues buena es, no sé por dónde puede salir, siempre fue vivaracha, a lo mejor me dice que deje el banco, o que mande a don José, el interventor, a la mierda, ella no sabe lo que es el interventor de una sucursal como la nuestra, tiene mucho poder, todo el poder, no veas, de modo que prefiero aguantar los chaparrones de don José a tener otra tarascada con la Susan, en sentido contrario, el único que me entiende es Bustarviejo, pero a Bustarviejo le veo yo poco porvenir en el partido, lo cual que el socialismo me tira cada día más, pero no sabía yo que esto era tan complicado, la culpa la tiene Felipe por andar dándose la lengua con los bancos, Escámez, Pedro Toledo y todo eso, el Central, el Bilbao, el Vizcaya, la verdad es que Felipe es grande y se mueve entre los grandes, el otro día le vi en la tele, con una trinchera azul, porque llovía, pasando revista a las tropas, como un capitán general, olé tus cojones.