El fin de Personaje Iseka (Primera parte)
Personaje Iseka, desde su casita de guardián de campo, participó al lado de su Maestro y del legendario Decamerón de Gaula en la última gran batalla mágica de la guerra. Ahora estos dos últimos estaban muertos, como muchos otros, y él mismo permanecía vivo por gracia providencial. Atrincherado tras sus máquinas —muchas de creación suya—, supo resistir los ataques y actuar como importante centro de apoyo logístico para quienes lo superaban en grado. Sin embargo, esta hazaña le había costado la destrucción de todas sus armas mágicas y dispositivos de defensa. Si ahora lo atacaban estaba frito, pues ya no estaría su Maestro para defenderlo.
Sentíase muy solo y deprimido. Para colmo Liliana estaba enferma. Con una entereza que jamás le habría supuesto, ella le dijo que no se afligiese. No tenía miedo a la muerte pues a su lado había sido dichosa. «Yo supe, no bien te conocí, que eras un tipo muy dulce y capaz de hacer feliz a una mujer, No te preocupes si las cosas no resultaron como queríamos».
Esa noche ella estaba durmiendo en el otro cuarto. A lo lejos se oían explosiones; luces vivísimas parpadeaban en la ventana con fulgores blancos, rojos, amarillos, azules. Tales imágenes y sonidos no disminuían un solo instante en intensidad, ni tenían pausa.
Personaje miraba sus manos sin saber qué hacer, sentado junto a la mesa. De pronto se sobresaltó. Una voz ronca y chirriante comenzó a hablar desde las sombras:
«Personaje Iseka. Soy la última máquina que te queda. Soy una máquina-abuela. No hay signos de ataque por el momento. Pero si se presenta algún combate, yo te defenderé. Mientras yo viva, he de protegerte. Lástima que estoy muy viejita. Pero no te preocupes, Personaje. ¡Viva el Monitor!».
Personaje Iseka quedó muy impresionado, pues no sabía que aún le quedasen máquinas; pero sobre todo porque lo conmovió profundamente aquel acto de abnegación por parte del bicho. Pensó que no podía ser menos que su máquina y tomó una decisión. Fue hasta el otro cuarto para despertar a Liliana y, abrazándola, le dijo qué pensaba hacer. Entrególe un frasco con veneno «por las dudas» y él marchó a reunirse con las últimas brigadas, las cuales juntamente con jovencitos y ancianos aún defendían Monitoria.
Personaje Iseka, por su largo entrenamiento en las I doble E, había recibido el grado de teniente de reserva. Lo pusieron al mando de un pelotón, integrado por ocho chicos de doce, trece y catorce años, y dos viejos. Una verdadera leva napoleónica, durante los famosos Cien Días después de Elba.
Tenían como misión defender una zona de los arrabales del norte de Monitoria, sector donde casi terminaba la ciudad y empezaban los campos. Algunos kilómetros más allá se extendían las trincheras, nidos de láser cubiertos con cemento (llamados «hoyas» en el argot militar tecnócrata) y demás construcciones que constituían el perímetro defensivo externo que rodeaba la ciudad. Personaje y sus subordinados ignoraban que las defensas mencionadas acababan de ser perforadas por los blindados rusos. No era una ruptura demasiado grande, únicamente consiguieron pasar unos pocos cazadores, pero la brecha, podía ampliarse. De cualquier manera, aunque nada sabía de la circunstancia señalada, y como para defenderse contaban sólo con los láser precarios que Campo de Marte había construido para la emergencia —luego de diez disparos se les terminaba la energía—, Personaje dispuso levantar parapetos con los escombros. De estos últimos existía una cantidad inmensa a causa de los bombardeos.
Pero sus órdenes fueron constantemente desgastadas por uno de los viejos, anciano gruñón, quien deseaba hacerlo todo distinto. Decía:
—Yo estuve en la vigésimo segunda guerra carlista y sé cómo se hacen las cosas. Tú no puedes saberlo porque eres novato.
Jacobo, uno de los pibes, estudiante secundario, le contestó:
—¿En la vigésimo segunda? Yo creí que usted había estado en la primera, abuelo.
—Cállate, mocoso insolente, si no quieres qué te de vuelta la cara con un revés. Guárdate, pues si te doy una golpiza quedarás gimoteando.
Jacobo era un muchacho alto y fuertísimo. Dijo con placidez, mirando al anciano iracundo y diminuto:
—Está bien, abuelo. No se enoje. Yo decía, nomás.
El otro viejo, si bien no pretendía dirigir nada, se negó terminantemente a colaborar en la construcción. Según él no le correspondía levantar escombros, ni siquiera los más livianos, pues era un «filántropo condecorado con medaia de órrrro», ponía los acentos sobre las palabras, en los lugares más insólitos; o bien en los debidos, pero con fuerza exagerada.
No obstante, como por suerte los chicos no les hacían caso, pudieron levantar las defensas.
Mientras esperaban su encuentro con el destino, el viejo gruñón, a quien se le había pasado la furia, comenzó a cantar para deleitarlos. Canturreó con la melodía de Because he is a good fellow, graznando hasta volverla casi irreconocible:
Yo soy un viejo soldado,
yo soy un viejo soldado,
yo soy un viejo soldadooo…
al pie de mi cañón.
Luego, en el acto, varió de partitura y de libreto, ya lanzado a las marchas militares de su tiempo, limitándose a cambiarles las letras:
Yo no temo garduñas ni bandurrias,
pues soy un buen cazador;
meteré en una gran bolsa,
a los enemigos de nuestro Monitor.
Rusos, sorias y chanchinitas,
en nuestra tierra quieren mandar;
qué patada redonda y limpita,
en el culo les vamos a dar.
Tirilón, tirilón…
La ruptura que implicaba la inclusión del tirilón sería sin duda una influencia schonbergiana.
El otro viejo no le prestaba atención. Al parecer, con su filantropía había logrado el autoabastecimiento. Era un extranjero, soria de origen y naturalizado tecnócrata por alguna caprichosa e ignorada razón. Enfrentó a Jacobo y comenzó a parlotearle extasiado:
—Yo soy un viejo filántropo condecorado con medaia de órro por mejores sociedades platoniTRRRopas suitzas. Yo diseño casas SUBrnannas para cuando la Tierra esté superpoblada.
Jacobo:
—¿Por qué no se calla y se deja de joder, abuelo? ¿Usted ni a los peces quiere dejar tranquilos?
Impertérrito:
—Yo llevé planes al Gobierno, pero estos íGnorantes no aceptaron. Yo soy un viejo filantropo suitzo.
—Filántropo, querrá decir.
—Filántropo suitzo. Condccorado con medaia de órrro por mejores sociedades platonitropas suitzas.
—¿Por qué no se mete en el culo la medalla de oro y el Anillo del Nibelungo? Qué sociedades placonitrópicas ni qué mierda. Como si no tuviéramos bastante con los rusos y los sorias, además tenemos que aguantarlo a usted.
—Más respeto, jovencittto. ¿Cree que estudia parrra mí? Estudia parrra su propppio beneficccio. Cuando sea grrrANDE me va a dar la razón, pero ya no voy a estar para que me lo dígga. Con todos los favores que le he hechcho. Tengo la lista lista y complettta con todo lo que he hechcho por usted. Tantos años de sacrgificio inútil con todo lo que le he hechcho.
Jacobo lo escuchaba perorar extrañadísimo. Se volvió a Gustavo —quien hasta pocos días atrás había trabajado en un montaje de tanques— y le preguntó:
—¿Pero qué está diciendo?
—Dejálo, ¿no ves que está loco?
—Aaah, con razón. No entendía de qué carajo me hablaba.
Jacobo era evidentemente un imán para los chiflados. Todos le hablaban mostrando una extraña preferencia. Y si allí hubiesen existido más locos, a él se hubieran dirigido sin vacilaciones.
A todo esto, el viejo gruñón había dejado de cantar. Muy contento se afanaba con un artefacto de rara industria. Al parecer, huroneando por los alrededores, encontró un recipiente de plástico lleno de nafta. Vertía parte del contenido en una botella.
Personaje Iseka le preguntó:
—¿Pero qué hace?
—Tú cállate. Esto es un cóctel Molotov.
Jacobo intervino:
—Deje eso, abuelo. Mire que las cosas ya no son como antes.
—Qué saben ustedes. No hay como una botella de gasolina cerrada con un pañuelo. Qué me vienen a mí con rayos láser y pavadas. De esta misma forma yo, en la vigésimo segunda guerra mundial carlista, destruí tres tanques enemigos. Fue cuando el sitio del triángulo fortificado que iba desde Hinojosa de las Calaveras hasta Retortillo, pasando por Cienpesetiñas.
Jacobo se admiró:
—¿Cómo? ¿Usted combatió en Retortillo, el pueblo donde nació el Monitor?
—¿Que si combatí dices? Combatí tanto que lo conozco con conocimiento vivo de cada piedra. El mismo capitán Serrano en persona me dio la Sangre de Bronce, la metida entre laureles, pues además fui herido.
Jacobo, sabiendo ahora que el viejo gruñón había peleado en el pueblo del Monitor, lo admiraba de verdad. El otro prosiguió:
—Para que sepas llegué a alférez, aunque ya ese grado no me sirva.
Jacobo no preguntó en qué bando había peleado el viejo, ni le importaba. Se cuadró sin ironía y dijo:
—Pero mi alférez, los cóctel Molotov ya no sirven. Los Evtushenko tienen campos de fuerza que…
—Conque no sirven, ¿eh? Pues ahí tienes uno y voy a demostrártelo.
En efecto, un blindado ruso había aparecido entre esquinas ruinosas. Era de los más grandes, modelo VI. Daba miedo nada más que de verlo. No obstante, el viejo gruñón debió haber combatido en serio durante la vigésimo segunda guerra mundial carlista, pues se portó como un valiente. Sin poderlo impedir, vieron cómo el anciano se precipitada sobre el cazador blindado con la botella en alto y el tapón ardiendo. Aún alcanzó a cantar:
A cargar con las bayonetas,
no hagas caso amarillo del temor;
que se les claven en las jetas,
es un saludo de nuestro Monitor.
Y arrojó el artefacto. El vidrio, violentamente rechazado por los campos de fuerza del Evtushenko, se rajó. En el acto formóse una campana en llamas alrededor del coloso. La nafta inflamada flotó varios segundos, sin tocarlo; como esos fuegos producidos en pantanos y otros terrenos al quemarse espontáneamente el fósforo de las osamentas.
Fue lo mismo que intentar destruir un elefante con un hacha de goma.
El blindado, casi con displicencia, disparó en corta descarga uno de sus cañones eléctricos.
Nadie quería confesarlo, pues habían estado peleados con él y ahora sentían vergüenza. Pero la verdad era que estaban encariñados con el viejo gruñón, y habrían deseado que, por lo menos, hubiese destruido ese tanque aunque luego perdiera la vida. Llenos de odio se aprestaron a vengarlo.
Personaje Iseka pensó con rapidez, en sus posibilidades. Aparte de los láser ligeros, tenían granadas de congelación y un fusil lanzafrío: Nada de ello servía por separado, pero ¿qué ocurriría si se los combinaba? El Evtushenko tenía sus campos en mínimo. Lo dedujo por la distancia a que de él se formó la campana de fuego cuando el viejo gruñón arrojó la gasolina. Simplemente los rusos sabían que, a esa altura de la guerra, los tecnócratas no contaban con elementos capaces de hacerles frente. Los viejos modelos de cañón láser ya no podían penetrar los nuevos tipos de Evtushenko. Así, pues, la tripulación del blindado procuraba ahorrar energía por si, pese a todo, se presentaba algún combate de consideración.
Gustavo:
—¿Le tiramos ahora?
—Todavía no —respondió Personaje—. Tal como estamos sería inútil. Hay que dejarlo pasar para pegarle de costado, porque ahí las pantallas son más delgadas.
Jacobo no podía creerlo:
—¿¡Dejarlo pasar!? Nos va a liquidar a todos.
—No. Se me ocurrió un plan. Vamos a ver si resulta. Por fuerza va a tener que dar un rodeo para evitar el parapeto. Cuando asome por aquel lado, ahí le damos.
Personaje continuó explicando. A una orden suya, dispararían simultáneamente y en la misma zona. Les explicó que eso no destruiría el tanque, pero sí calentaría la zona de las impactos. Acto seguido, él atacaría con el lanzafrío sobre el sitio antes de que bajara la temperatura. Los otros colaborarían arrojando algunas granadas de congelación. Personaje Iseka tenía la esperanza de que la brusca variación de las condiciones termodinámicas hicieran entrar en divergencia los motores del blindado. Era un riesgo terrible, quizá no ocurriera nada y entonces estarían perdidos. Pero otra cosa no podían hacer.
El Evtushenko, de acuerdo a lo previsto, comenzó a operar rodeando el parapeto. Se movía con tranquilidad, con esa calma que poseen quienes son conscientes de su poder.
—¡Fuego!
Los ocho disparos láser, concentrados en un punto, generaron un calor terrible. Éste, sin embargo, gracias a las pantallas de energía —las cuales no permitían que nada tocase la superficie del tanque—, se desaprovechó en su mayor parte. Pese a ello fue suficiente para actuar desde lejos, en forma indirecta, poniendo al rojo uno de los blindajes. Sin perder un instante, Personaje Iseka empezó a gatillar enloquecido del fusil lanzafrío. Pedro, Eduardo y Celestino arrojaron granadas.
Aquello fue como meter una pava con agua hirviendo en la heladera y cerrar la puerta. El Evtushenko se detuvo en seco. Toda la maquinaria sufrió un terrible estremecimiento. La señal de que las pantallas protectoras ya no funcionaban fue que un nuevo disparo láser que lanzó Gustavo lo atravesó limpiamente.
—¡Va a explotar! ¡Cúbranse! —gritó Personaje.
Apenas tuvieron tiempo de hacerlo, cuando las pilas del Evtushenko entraron en divergencia. El estampido fue tan formidable que permanecieron largo rato atontados. Después miraron. Toda la parte superior del blindado, que contenía el sistema de cañones autónomos, había desaparecido. Sólo quedaba la base, aplastada contra la tierra —combada y hundida en ella— y parte de las paredes, rebatidas hasta el suelo. El dinosaurio tenía ahora una altura de pocos centímetros.
Cuando comprendieron que el súper chichi estaba destruido, empezaron a saltar y abrazarse locos de alegría.
El filántropo, quien se había mantenido durante todo el proceso a prudente distancia, se acercó a ellos y declaró:
—No hay que fumar. Tengo un amigo que por fumar se quemó en la cama.
Los otros se miraron, sin poder creer en la existencia de ese tipo. Luego estallaron en una risotada.
El filántropo se indignó:
—Són IGnorantes. Fumar un vicio trae ciento veintiocho enfermedadess. Si fuma pierde olfato al poco tiempo. Yo no fuma, toco flauta. Flauta suitza. Yo no fuma ni toma vino, ni todas esas stiupideces. Yogur mucha mejor, mucha.
Personaje. Iseka, al oír lo del yogur, dejó de reírse:
—¿Cómo dijo, viejo puto?
—Toma yogur. Buenísssímo para el pelo y las uñas.
—Será por eso que usted es pelado, roñoso. ¿No habrá nacido en Soria, usted, por casualidad?
—Soria, Soria, gran país, todo muy lindo. Allí nadie toma vino. Nada más que yogur: mañana, tarde y noche. En Soria no se venden bebidas alcohólicas. Si alguien toma un solo vaso de vino, juez soria da veinticinco años de trabajos forzados. Si reincide, perpetua. Si reincide otra vez, pena de muerte en silla eléctrica.
Personaje, con odio zumbón:
—¿Y si reincide otra vez? ¿Qué pasa si se toma un cuarto vaso de vino?
El viejo se percató de que el otro estaba burlándose. Así, pues, contestó con la astucia propia de los reblandecidos:
—¿Eh? Ah, no, no reincide. Si muere ya no reincide.
A Personaje el vejete le había hecho gracia hasta que mencionó el yogur, porque ahí se acordó de los dos hermanos Soria con los cuales vivió en la pensión. Por eso, pese a su reciente reconciliación con el derivado lácteo antedicho, todo su pasado volvió a él. Se preguntó qué posibilidades tendría una sugerencia suya para someter al viejo a un fusilamiento sumarísimo. No sabía si los otros estarían o no de acuerdo, y era evidente que no podía limitarse a ordenarlo.
Pero felizmente todo se resolvió solo. Apareció una caravana de tres Evtushenko, todos del modelo V. Cuando vio aparecer a los blindados soviéticos, Personaje dijo al filántropo:
—¿Y? ¿Qué le parece? ¿Podremos detenerlos si les tiramos yogur?
El otro picado, respondió:
—Sepa, IGnorante, que a una sola palabra mía se detendrían. Yo soy hombre de paz,. Guerra no gusta. Cuando humanidad sea platoniTRRRopa, y unida alrededor de estatua de GRRRAn filósofo Platón, vendrá país de Jauja. Con mi proyecto de impuesto. GRRRAnde GRRRAnde y filanTRRROppo, habrá un pollo en cada sartén y un litro de vino en cada vaso.
Jacobo se mostró interesado:
—¿Por qué no se muere y deja sitio a los otros, eh? ¿Hasta el último día de su vida usted hace planes para joder a los demás?
Pero entonces intervino Gustavo, que en toda su corta vida había sido obrero y, aunque no lo leyó a Darwin, tenía implícita aquella salvaje razón de la naturaleza en lo que se refiere a la supervivencia del más apto. Le dijo con intención, por razones de selección natural y con cara de bueno:
—Tiene razón, señor. Es como usted dice. Dejen de molestarlo al hombre. Él nos va a salvar. Vaya a ver a los rusos, señor. Usted les dice quién es, así no nos hacen nada.
Pero el otro no era tan estúpido. Pese a estar reblandecido, no cayó en el garlito. Comenzó a contar historias:
—En Suitza, mi patria soria chica, único lugar de Soria que habla idioma suitzo, yo iba por sierra de Cebollera buscando la flor del edelweis. Pero pisé un hielo roto, un glaciar…
Gustavo:
—Me lo cuenta otra vez, abuelo. Si quiere se lo puede contar a los rusos.
Personaje ordenó el repliegue; para la posición que ocupaban los nuevos tanques, sus efectivos estaban muy avanzados. El viejo, pese a sus años, se comportó en la retirada como un muchacho de dieciocho años. Incorporóse con un salto elástico, difícil de imitar hasta por un trapecista. Mientras superaba obstáculos y pilas de escombros con la agilidad de un hombre en la Luna, aún le sobró energía para continuar transmitiendo información:
—Pisé un hielo roto, en el glaciar, y casi me vengo abajo. Desde entonces tengo miedo de alturrras.
Pero los rusos corrían más que él; además, para su desgracia, se metió en un callejón cerrado por los escombros. Ni él podía escalarlos. No obstante lo intentó. Subió hasta la mitad, pisó en falso y rodó. El soruirzo exclamó:
—¡La flor del edelweis!
No estaba herido, pero, en la entrada del callejón, ahora había un cazador rodante. Cuando vio el blindado soviético, dijo en voz alta para convencerse:
—Qué me PRRRcocupo. Si puedo detenerlos yo. Yo flauta toco, como Hamelin flautista de, y a mí no pasarme nada puede. Se detendrán sepan cuando filanTRRROppo soruitzo soy.
Al parecer, con la excitación, sus construcciones gramaticales se habían vuelto francamente suitzas (o quizá soruitzas). Se precipitó Sobre el tanque con los brazos en altó:
—¡No disparen! Soy filanTRRROpo, pacifista, platónico, condecorado con medaia de órrro por mejores sociedades platoniTR… glof, glof, gluf.
Un cañonazo láser lo carbonizó al instante. Ese pacifista y condecorado filántropo se transformó en un objeto muy raro, de apariencia humana. Esto, a primera vista, puede parecer algo natural. Pero es que no quedó como una momia achicharrada —tal hubiera sido lógico—, sino como si todo el carbón, suelto y sin forma por la incineración violenta, luego se hubiese reconstituido hasta adoptar las características de un gólem. Algunas partes de este objeto parecían una suerte de café tornasolado, rarísimo. Otras eran de un negro mate, intenso y sin nitidez. Ciertas pequeñas regiones tenían colores arratonados. Había como trapos viejos, oscuros grises sucios, vértices análogos a narices amarillas. Acumulaciones de tiza mojada, cosas semejantes a papeles comidos por las ratas y un cromatismo de madera podrida en gama baja. El espíritu de Picasso estaba allí, con sus lunares negros sobre fondos blancos. La «cabeza» era análoga a un feto muerto y sumergido en alcohol, visto a través de un verde botella. Existían algunos rojos, pero tan extraordinarios que únicamente podrían hallárselos en una historieta; con exactitud, se trataba de esta clase de encarnados: los imposibles tonos de color de una pandilla de garduñas que se ruborizan.
Quedó allí, como una acusación importantísima, propagando emanaciones amarillas, enmascarado el fulgor a causa de la luz del día.
Olvidé informar algo importante. Este señor, antes de morir y transformarse en aquellos restos, logró tirar tres horribles pedos. En realidad, y pensándolo bien, fue una lástima que muriera. Los tecnócratas, con un poco de ingenio, hubieran podido utilizarlo como arma secreta (el objeto en que se transformó lo probaba), Con sólo reunir cinco iguales a él, ponerlos en una habitación para que tomasen vino (o si no yogur alcohólico, como los exateístas), largaran gases y charlaran estupideces hasta altas horas de la noche y teniendo un poco de suerte, en el momento menos pensado una de esas ventosidades alcanzaría la masa crítica. Sabiéndola controlar y dirigiendo sus efectos en la dirección adecuada, hubiesen borrado del mapa a la Unión Soviética.
Muy contentos a causa de la muerte del chichi, el teniente y sus ocho soldados, desde un nuevo refugio, se dispusieron a actuar. En realidad les repugnaba atacar a los soviéticos, quienes acababan de prestar un gran servicio a la humanidad. Es cierto que sin saberlo, pero de todas maneras. No obstante decidieron sobreponerse y bloquear el desgano. La guerra tiene sus exigencias y se veían obligados a destruir a esos rusos magníficos. Simplemente trataron de verlo como una película de ciencia ficción erótica.
Dos Evtushenko aparecieron simultáneamente, asomando sus trompas por encima de una cordillera de escombros. Luego de apuntar arriba —de manera tan clásica que los asombró, pues recordaba a los viejos noticiosos de la vigésimo segunda guerra mundial—, con una ostentación impúdica de costillitas y cremalleras como dispositivos téticos de actrices con alta pechugosidad tetal, bajaron ruidosamente los muy tetíferos, pendulando unas tetas metálicas y cubiertas las partes pudendas mediante costosos plásticos. En el mismísimo momento en que llegaron abajo aquellos orgiastas, los alcanzaron cuatro disparos láser y dos granadas congeladoras. No fue necesario más. Las explosiones no resultaron tan terribles como la que disgregó al modelo VI. Quedaron dos cascarones vacíos, sobre ruedas, echando humo y andando solos gracias a las inercias. Pero inofensivos y con su tripulación volatilizada. Terminaron por estrellarse contra los escombros de lo que fue un grupo de casas.
El tercer tanque ya estaba advertido, al parecer, pues avanzaba disparando todos sus cañones sobre las ruinas y con las pantallas puestas a plena potencia. De haber sido un Evtushenko VI sólo habría quedado huir. Pero como era un modelo anterior, aún podía intentarse. Como no pensaban dar al Evtu la oportunidad de utilizar sus cañones, no bien apuntó la trompa al cielo, mostrando el pupo y parte de su blanca pancita, los ocho láser dispararon dos veces cada uno en el mismo sitio, seguidos por el gatillero del lanzafrío. Las pantallas rechazaron violentamente la agresión y el retorno de la energía produjo quemaduras en dos soldados. Al principio pensaron que el intento había salido mal. El Evtu quedó inmóvil en la cresta de los escombros, sin retroceder ni avanzar. Luego, con un crujido de máquinas trabadas, explotó cayendo hacia atrás.
Treparon la cuesta para solazarse con el espectáculo de su enemigo muerto. Pero, al mirar, horror de horrores, vieron una formación enorme de Evtus que se aproximaba. Eran diez o quince por lo menos. Atacarlos en ese momento habría sido suicida. Habían destruido cuatro cazadores rodantes y sufrido una sola baja: el viejo gruñón (porque al otro lo contaban como una baja del enemigo). Así, pues, como además quedaban pocas granadas y cargas de láser, Personaje Iseka dio la orden de evacuar el sector.
Cuando un capitán tecnócrata los recibió en otra parte de la ciudad, no podía creer que, con tan pocos elementos, hubiesen puesto fuera de combate a cuatro Evtushenko, incluyendo un modelo VI nada menos. Naturalmente, podían ser mentiras. Pero ¿quién va a faltar a la verdad en la última batalla y estando del lado perdedor? Así, pues, los propuso para la Tecnócrata Solar, que sería otorgada unos pocos días más tarde por el Monitor en persona. Quién podría decir, sin embargo, si rusos y sorias darían tiempo para condecoraciones. Según las últimas noticias, el perímetro defensivo externo que rodeaba la ciudad había sido perforado en múltiples sectores. Los habitantes de los suburbios estaban abandonando sus casas y las tropas corrían más que de prisa para atrincherarse en los barrios más internos de Monitoria. El fin podía llegar de un momento a otro.