Samantha Soria
Los señores Crk Iseka y Moyaresmio Iseka estaban en algún lugar de la Tecnocracia Meridional, tendidos al sol entre grandes bambúes, muy cerca de un río y conversando.
—Ni se imagina qué colección tan rara tenía el Monitor antes de la guerra —dijo el señor Crk.
—Francamente…
—Con la excusa de que sus enemigas lo eran porque mostraban en sus espíritus tal o cual tendencia soriática, les hacía cortar las tetas y luego las embalsamaba.
—¿A las mujeres o a las tetas?
—A las tetas. Según él, ésta era su forma de componer canciones de protesta. Tenía así una necrotetateca vastísima, que para él poseía un valor incalculable. Palmoteaba clamoroso al verlas así, todas reunidas, aprobando sus distintas formas y colores, cual mercenario alabardero de un teatro, ya entrando definitivamente en aura fetal. Para su gusto resplandecían cual trozos de jade. Le encantaba tocar aquellos objetos antiguos, así como un paleontólogo, lleno de cariño, palpa sus fósiles.
»Dicen los chinos que si un fragmento de jade acompaña a un hombre por largo tiempo termina por convertirse en parte de su alma. Esta grave situación personal, en el Monitor, empeoraba con cada año que transcurría. Era progresiva e irreversiblemente invadido por los objetos monstruosos de su museo.
»Más allá del hecho de que ellas fuesen unas manijeadas, cosa de la que no dudo, no era como para tanto. Pero aunque lo hubiesen merecido, lo peor no es el crimen de la mutilación sino el daño que él mismo se infligía. Sobre todo teniendo en cuenta que el gobernante debe ser el sacerdote de su pueblo. Un religador, frente al altar, puede realizar un holocausto de ramas, flores, frutos y, en otro orden y aunque no sea agradable decirlo, animales. Hasta podría entender que ciertos pueblos primitivos llegaran en ocasiones muy especiales, de gran peligro para la tribu, a la inmolación humana. No dije “lo apruebo”, dije “podría llegar a entenderlo”. En tanto que nunca, jamás de los jamases, fue sacrificado el sexo. Hasta donde yo sé, las piedras sacrificiales nunca conocieron la mutilación de órganos reproductivos ni fragmentos de ellos. Si hay algo que nunca pude comprender fue la existencia en Roma de las Vírgenes Vestales, por más fuego sagrado que cuidaran. Y que me perdonen los romanos, gente que en otras cosas me parece admirable.
»Según ya le dije, Monitor forjó su colección saturnina y nibelunga durante la paz. Incluso continuó aumentándola cada tanto durante la primera parte de la guerra. Dos hombres lograron el milagro de anular a este chichi, hasta el día de hoy ignoro cómo. Su amigo el Barbudo, en parte: él preparó el terreno induciéndole su amor por la vida; Decamerón de Gaula hizo el resto, que fue mucho. Desconozco los detalles. No me explico de qué manera lograron arrancar de su manija a un hombre así, totalmente jugado con la perversión. Quizá lo salvó el hecho de ser una especie de zar ruso, altamente primitivo. Si Monitor hubiera sido un intelectual, no sé si lo habrían logrado. De cualquier manera, aquí está la prueba de que Hasta un monstruo puede cambiar si tiene algún valor adentro y se lo propone.
—¿Qué fue de su colección?
—La tiró a la mierda.
Moyaresmio Iseka —ex Moyaresmio Soria— había escuchado las revelaciones de su amigo con sumo interés y atención. Viendo que el otro había finalizado, declaró:
—Pues mire usted. ¡Qué notable coincidencia! Esto me recuerda una historia que muy pocos saben. Es un hecho fundamental ocurrido en Soria, luego de la muerte del Soriator. Fue algo tan importante y comprometedor para ellos que los magos de ese lugar lanzaron un conjuro de olvido, a fin de borrar toda memoria en el mundo exterior, en los propios sorias y hasta en ellos mismos. Tan sólo nosotros, los mendigos de Soria, lo recordamos.
—¿¡Pero cómo!? ¿Se trataba de una cosa fundamental, que todos sabíamos y después ellos nos borraron?
—No veo de qué se asombra, a esta altura —encendió un cigarrillo—. Todos creen que el Soria Soriator fue el último Soriator de Soria. En cierta manera es verdad. No obstante, no fue el triunvirato de generales quien se hizo cargo del país, luego de la muerte del dictador, sino un hermano de éste. ¿Lo que le digo no hace resonar algo dentro de usted?
—No, para nada. Después del Soriator subieron los militares.
—Eso cree usted. Sí, claro. Ya sé que no puede conservar ninguna memoria. El bloqueo mágico ha sido total.
Crk se manifestó incrédulo:
—¿Pero es posible que me haya olvidado de una cosa como ésa?
—No sólo es posible, sino que así ocurrió —pitó profundamente—. Le voy a contar. Después de la muerte del Soriator, un hermano de éste se hizo cargo del gobierno por un período muy corto. Cortísimo. Fueron tales los actos altamente soriáticos por él realizados, que los mismos sorias, asqueados, lo mataron. Usted sabe que nunca me metí con los homosexuales. Es cierto que yo no lo soy, pero no por ello me siento autorizado a elaborar juicios morales o a lanzar diatribas. El suyo es un problema humano, que deben resolver ellos mismos; de una forma o de otra, como seres humanos que son. Le aclaro esto porque el hermano del Soriator era invertido y de una clase muy especial que por suerte no abunda: de ésos que odian con toda su alma a las mujeres. Se lo describiré con una frase: era vigorosamente puto. Tan jugado estaba en su putismo que se había hecho platinar el pelo, el cual se lo dejaba largo y lleno de ondas, a lo Julia Irene Córdoba. Él admiraba muchísimo a esta actriz —aunque estuviese lejos de perdonarle su condición femenina—, y trataba de imitarla en todo. Para recibir a sus Kratos en audiencia hizo construir una escalera toda blanca, con un piano albino debajo. Entonces él bajaba sonriendo luminoso, con el pelo platinado y en suaves ondulaciones, arropado dentro de costosas y níveas vestiduras y con una ceja levantada. Todo igual que ella. Sus colaboradores debían mostrarse deleitados aunque lo encontraran ridículo. Las Reuniones de Estado no podían empezar sin que antes todos escuchasen fragmentos de «españoladas», que tocaba en su piano cantando con voz de contralto.
»El proceso descripto implicaba violencia e incomodidad suma para los Kratos. Pobre de aquél que tuviera la desgracia de sufrir un ataque de risa. La sombra del antiguo Soriator aún rondaba por el Palacio. Los feroces soldados, heredados del régimen anterior, y que acompañaban al nuevo gobernante, atentos a sus menores indisposiciones y deseos, no tenían nada de graciosos. La férrea y disciplinada máquina que había creado el dictador muerto acompañaba al vivo por inercia. Un suspiro no autorizado, un carraspeo equívoco o una mueca sospechosa podían generar un hundimiento de costillas a culatazos. En cierta forma, los Kraros temían más al nuevo amo que al anterior; del otro, al menos, conocían sus manías y antojos. Éste, en cambio, era una selva en un planeta de Berelgeuse, umbría, titánica, llena de horrendas maravillas y trampas desconocidas.
»El flamante Soriator decía de sí mismo: “Tengo nombre de bruja. Adivine, adivine… —Si el ocasional visitante (el embajador ruso, por ejemplo) no conocía su nombre secreto, él agregaba para brindarle una ayudita—: Empieza con ‘ese’ y termina con ‘a’». El otro arriesgaba: “¿Sara?”. “¡Pero no, brujo! Samantha”.
»Estaba enamoradísimo del Monitor. Su desesperación consistía en que éste no se dignaba a prestarle atención, pese a las súplicas de varios Kratos del Jefe tecnócrata, quiénes, al enterarse de la pasión del nuevo soriator, le sugerían contestar aunque más no fuese en forma ambigua los billetitos perfumados que el marica le mandaba mediante su correo secreto. Debe tenerse en cuenta que el otro le ofrecía nada menos que la paz con Soria. Es más: una alianza bélica para hacer juntos la guerra contra la Unión Soviética. Todo ello, “a cambio de un poco de amor”.
»Los Kratos tecnócratas ya mencionados, que fumaban nerviosísimos toneladas de cigarrillos, cagados en las patas porque rusos y sorias estaban cada vez más cerca, se hallaban sobremanera interesados en que el Monitor hiciera “ese pequeño sacrificio” en aras de la patria. Pero al Monitor eso le parecía demasiado pedir: La cosa le resultaba repugnante en exceso. Nada más que de pensarlo se ponía lívido. Por primera vez en la vida se lo notaba inseguro. Le daba la impresión de haber caído en una trampa más mortífera que una guerra perdida. No atinaba a dar con un argumento que rebatiese los de sus Kratos, ni tampoco a echarlos a patadas como habrían sido sus deseos. “Si la Tecnocracia, para sobrevivir, necesita que sus hijos se vuelvan sorias, ¿para qué hemos luchado?”, arguyó débilmente. Su carisma se había esfumado. Eusebio Aristarco, Kratos de Campo de Marte, contestó con frialdad: “En una ocasión usted me convenció de que debía tener fe. Lo recuerdo casi palabra por palabra: ‘Si tiene suficiente fe, el milagro se dará’. Pues bien: lo imposible se ha dado. Ya tenemos nuestro milagro. Usted cree en los Dioses, ¿verdad? Bueno. Digámoslo en esta forma: agradezca a los Dioses el hecho de que el nuevo Soriator es francamente puto”. “Los Dioses podrían haber enviado un milagro más fácil”. Sardónico: “Sus Designios son incognoscibles. Si el milagro viene de esta manera, es porque no pudieron dárselo en otra. Quién sabe cuánto les habrá costado, por lo demás, esto que usted ahora quiere rechazar”. Con vacilación: “Sí, pero yo…”. Eusebio Aristarco estaba chocho. Parecía un oráculo: “Criticarlos es blasfemia. Tome lo que le dan con agradecimiento y sin hacer preguntas”. Monitor se enfureció: “¿Desde cuándo se volvió teólogo? ¡Grandísimo ateo!”. Con calma: “Los Dioses pueden valerse de cualquier instrumento para comunicar sus verdades: hasta de un ateo como yo”. Rabioso: “¿¡Y por qué no va usted a hacerle mimitos al tipo ése!?”. Aristarco, plácidamente: “No es de mí de quien está enamorado. Por lo demás, piense un poco: no es indispensable que duerma en serio con él. Mándele una carta haciéndole creer que sí. En esa forma ganamos tiempo y mientras los ejércitos de Soria permanecen inactivos, desenganchamos nuestras divisiones de allí y las mandamos al frente ruso para contraatacar. Después, cuando el tipo exija algo más antes de intervenir militarmente a nuestro favor como parte de su… dote, digamos, usted dará largas al asunto alegando que por el hecho de vivir ambos en distintos países, rodeados de testigos y en plena guerra, no es posible de momento consumar el himeneo. Por razones técnicas. Pero después de la victoria, usted lo visitará a nivel de gobernante de un país amigo y entonces…”. Monitor refunfuñó: “No es tan sencillo. Si yo le mando una carta como la que usted sugiere, los magos de Soria la interceptarán y de alguna forma se las ingeniarán para hacerla pública. Van a decir: ‘¿Ven? El Monitor es bienaventuradamente puto’. No me parece justo”. Aristarco era escéptico respecto de la magia, como se sabe, no obstante se avino a considerarla como cosa factible, a fin de ganar la discusión: “Tengo entendido que nosotros también tenemos magos”. “Sí, pero no nos podemos arriesgar. Impediré que empañen nuestro honor militar con mentiras”.
»En realidad, el miedo secreto del Monitor consistía en la posibilidad de que la paz se firmase de inmediato y debiera viajar a Soria para entrevistarse a puertas cerradas con su nuevo aliado Samantha, ya mismo sin falta.
»Monitor pensaba velozmente. Las noticias de todos los frentes eran malísimas. Enrique Esteve, su aliado catalán, hacía tiempo que no podía aportarle ayuda alguna. Tenía demasiados problemas propios en Cataluña, con un tercio del territorio nacional invadido por sorias, gorias, garduños, dervios (que habían vuelto a declararle la guerra), y por los ejércitos chanchinítas del general Vo Nguyen Teng. Digamos de paso que este anciano militar ya había completado la ocupación de Chanchín del Norte y del Sur, unificándolos bajo el nombre de Imperio Democrático de Chanchín. La profecía del difunto Premier de Chanchín del Norte, Ngo Din Chin, se cumplió. Poco antes de morir había pronosticado a su por entonces triunfante primo hermano Ngo Din Chan la muerte por estrangulamiento. Chin dijo en su último discurso que el destino del otro era “morir ahorcado dentro de pocos años, cualquiera sea nuestro destino personal”. A Chan este augurio funesto lo obsesionó durante toda la guerra. A veces el general Teng lograba infiltrar a un seguidor suyo por entre las defensas de Chan, para dejarle un pedazo de cuerda en el piso de su cuarto. Al otro día, el Premier, con los ojos desorbitados, veía en el suelo el terrible objeto. Las órdenes de Teng eran no hacerle daño alguno; así, pues, pese a que pudieron matarlo varias veces, se limitaron a eso.
»Radio Chanchín Libre tenía veinticuatro emisiones diarias, de una hora cada una: la mitad en lengua chanchinita y el resto en tecnócrata. Alternaban una y una, a fin de ablandar psicológicamente a sus enemigos. Cuando transmitían para los oficiales y funcionarios de la Tecnocracia se referían al “ehército fantoche de Chan”, a “los crímenes salvahes” que, según ellos, cometían los soldados de ocupación, pero, sobre codo, a las continuas derrotas que los monitoriales sufrían en los frentes de batalla y antes que nada en Rusia. Con Chan seguían otro procedimiento. A veces lo llamaban “el Primer Ministro Cáñamo”, pues estaban perfectamente al tanto del terror del Premier. Las emisiones clandestinas en chanchínita jamás empezaban sin esta pregunta: “¿Cómo durmió anoche el Fibroso?”, (por las fibras de la cuerda). Luego seguían referencias a lo mismo, que, traducidas al tecnócrata, hubiesen dado algo como esto: “El Fibroso no puede dormir por la noche. Siente que algo le aprieta el cuello. Fue al doctor pero él no lo puede curar. El Primer Muñeco reaccionario del ehército a cuerda se la pasa escondido detrás de sus muheres. Tiene miedo. Tiene mucho miedo de la venganza del pueblo y les pide a sus muheres que lo escondan detrás de sus polleras. Pasado mañana es el cumpleaños del Fibroso. Le vamos a regalar un hilo gordo al títere para moverle el cuello. El Primer Ministro Cáñamo se parece al viejo general zarista Kuropatquin, porque es derrotado día y noche. No gana nunca. Siempre pierde. El Cocodrilo de Felpa de los tecnócratas, que se hace llamar Primer Ministro de Chanchín, ha convocado muy nervioso a sus generales a pilas. El glorioso general Vo Nguyen Teng le ha destruido tres divisiones la semana pasada. Mira a sus lacayos de librea y cordón y chilla como una rata porque ha comprendido que ya no es tan fácil como antes reprimir al pueblo. Pero las pilas de sus generales se están quedando sin enerhía, a pesar de que los tecnócratas las cargan todos los días. Sus generales eléctricos se mueven cada vez más despacio y se chocan unos con otros ante cualquier pregunta”.
»Luego vino el colapso. Chan quiso huir a la Tecnocracia en una astronave de combate que muchos años antes le había regalado el Monitor. Ahora bien, las naves aéreas tecnócratas nunca se descomponían; sin embargo, ésta se negó a levantar vuelo. “Es la maldición del cráneo encantado”, dijo Chan. Casi enseguida llegaron sus enemigos. El general Teng deseaba formar un Tribunal Popular para juzgarlo; pero sus soldados por primera vez en la vida desobedecieron sus órdenes. Ahorcaron a Chan allí mismo, usando como rama el cañón de un tanque.
»Al recordar todo esto el Monitor se estremeció, y no de miedo precisamente. Sentía lástima por Chan y furia por su fin deshonroso, que no pudo impedir. Había terminado por encariñarse con ese chanchinita loco que le hablaba del famoso cráneo encantado, cada vez que se encontraban. “Después de todo, y tal como salieron las cosas, es como para pensar que tenía algo de razón”, meditó el Jefe del Estado. Pero no era cuestión de llorar lo perdido; más bien resultaba indispensable rescatar el futuro, ver que medidas aún estaba a tiempo de tomar. Si Soria, Cataluña y Tecnocracia se aliaban, no sólo pacificarían la región, sino que además lograrían imponer una paz tolerable a los rusos. Ya era demasiado tarde para ganar la guerra contra la Unión Soviética, ni siquiera con la ayuda de Soria, pues la Tecnocracia estaba derrumbándose. Quizá, si todos los países del mundo se unieran en ese momento contra los rusos (cosa imposible), serían igualmente derrotados. De la Tecnocracia quedaba sólo la sombra de lo que fue, en tanto que Rusia había crecido hasta tomar un tamaño colosal. Únicamente un planeta, como el que era esa nación, podía producir armamentos en cantidades tan fantásticas, inagotables.
»Pero, por otro lado, también las fuerzas de Soria habían crecido. Si entre sorias y tecnócratas estrangulaban la ofensiva soviética, aunque fuera durante un año; Tecnocracia, pese a su deterioro, podría recuperar algunos de sus potenciales perdidos. Tal vez, tal vez… fuera aún posible retorcerle el cuello a la derrota. “Voy a Soria y lo enculo a ese tipo, qué tanta historia”, pensó el Monitor. No bien terminó de elucubrar esto, se imaginó a sí mismo a los besitos con Samantha y se le vino el alma a los pies. “¿Y si en cambio me quemo vivo como Sardanápalo? Oh, Padre Wotan, ¡ayúdame!”. Desesperado consultó a Decamerón de Gaula. Éste le dijo muy serio: “Lo siento, mi Monitor, pero no va a tener otro remedio que hacer ese sacrificio por la patria”. Con horror: “¡Pero Maestro…!”. Implacable: “Usted pidió un milagro y él llegó. Los milagros siempre cuestan, tanto para el que da como para el que recibe. A esta altura ya debería saberlo”. “¡Es que no voy a poder ni aunque quiera! Nada más que de pensarlo se me hiela el Monitor del Sur”. De Gaula no pudo impedir una media sonrisa. Reprimiéndola al instante, continuó con tono didáctico: “Usted quiere decirme que no se excitará con Samantha. Bah, no crea. Me han dicho que tiene todo el pelo platinado, muy largo y en suaves ondulaciones. Imita bastante bien a Julia Irene Córdoba, por lo demás. Hasta levanta una ceja igual que ella. Allí tiene usted los elementos eróticos que busca”. Monitor tenía en el rostro un curioso color intermedio entre leche, nieve y almidón. Equidistante, diríamos. Viéndolo de tal guisa, y considerando que ya estaba lo suficientemente vengado de todas las que el otro le había, hecho pasar con sus manijas, De Gaula soltó la carcajada. “Bueno, mi Monitor. No se preocupe. Mire, haremos lo siguiente. Enviaremos a Soria un robot con su misma apariencia”. Con esperanza anhelante; “¿Es posible hacer eso? No se me había ocurrido”. “Sí, es posible. Para que el equipo esotérico de los sorias no se percate, daremos al robot una falsa aura astral bien detallada y todo lo que haga falta”. “Pero los magos de Samantha terminarán, por advertirlo”. “Deje eso por mi cuenta. Yo bloquearé lo que haga falta”.
»Describir el alivio del Monitor no es tarea sencilla. Sólo el respeto le impedía abrazar a De Gaula y decirle que, en su opinión y luego de profundas meditaciones, había llegado a la conclusión de que él era su verdadero padre carnal. Al jefe de Estado —quien momentos antes parecía un chino vicioso al cual han desprovisto durante dos semanas de sus pipas de opio—, ahora la vida le sonreía. Estaba dispuesto a perdonar a los chichis más alevosos.
»Sin embargo, y por desgracia para él, nada de lo planeado llegaría a ponerse en ejecución. El nuevo Soriator, con sus excesos, estaba labrando para sí un destino con brusco final.
»Ya se dijo que Samantha Soria odiaba al otro sexo. En particular su envidia estaba referida a los senos femeninos. Así, todos los días le hacía cortar las tetas a una hermosa mujer y se las ponía sobre su pecho, sosteniéndolas con hilos de plástico rosado, como si fuesen corpiños. Con ellas al aire se pavoneaba por todos los rincones del Palacio Soriatorial. Naturalmente, los senos duraban un solo día, cómo las flores; luego perdían su lozanía marchitándose, descomponiendo el juego ilusionista montado por el marica. A la siguiente jornada era inevitable volver a robar ajenas turgencias.
»Se permitía antojos: durante quince días se ponía tan sólo tetas de negra. Luego se encariñaba con chinas, japonesas, etc., que los traficantes le traían desde lejanas y desconocidas tierras. Eso lo mantenía erotizado. “La rutina mata el amor” era su lema.
»Tenía varios vates a su servicio, homosexuales como él, quienes le escribían poemas, elegías, dísticos, cuartetas, sonetos y otras: “¡Oh, Soriator Samantha, cuyos senos se marchitan todos los días, pero resurgen con la aurora como dos fénix!”. Estos bardos, como nubes de extraños pajarracos, se ponían a chillar, graznar, parpar y croar sus lindezas ante el más leve gesto de su desviado señor. Solía encontrárselos enfrascadísimos en disputas bizantinas, sobre si las poesías debían ser espetadas con o sin acompañamiento de laúd. Unos sostenían que “la música mata al arte”; otros, por el contrario, afirmaban que “el arte mata a la música”.
»Era muy grande, la rivalidad que existía entre rapsodas, versificadores y juglares, cristalizados en poliédrico pelotón, y el selecto elenco de los músicos. Ambas piaras se toleraban dificultosamente. Sólo la autoridad del Soriator impedía que se atacasen a mordiscos y arañazos. Ello no evitaba que deliberasen en capítulo, los unos contra los otros, tramando golpes palaciegos, intrigas y conjuras, o que cuando se encontraban en los pasillos, los poetas denostasen a los músicos: “Ustedes son unos miserables putos de culos insolventes”. A lo cual retrucaban los compositores: “Somos putos y a mucha honra, pero no maricones como ustedes, los menesterosos de Príapo, que lloran por su ausencia”.
»Samantha Soria, a fin de reconciliarlos, hizo construir dos estatuas en granito gris, como la del faraón Tuthankamón, con su mismo estilo y dimensiones. Representaban al Músico y al Poeta; sonreían sobre un pedestal único y se daban la mano.
»Por la noche, alguien escribió con lápiz de labios sobre el Músico: “Putos”. La réplica sobre el Poeta no se hizo esperar: “Maricones”.
»Estábamos igual que antes.
»Una sola vez en la vida Samantha Soria tuvo relaciones sexuales con una mujer. Fue casi un acto de lesbianismo. Se trataba de la esposa de su Kratos de las Lenguas, caído en desgracia por haberse negado a tener un idilio con él. Ordenó que la atasen desnuda a un potro de tormentos, y que luego le azotaran con varas el seno derecho hasta rebajárselo de altura. Después se efectuó el mismo procedimiento con el izquierdo. Por fin en la entrepierna. Ya saciado, la violó contra natura. Luego dijo mirando aquel despojo gimoteante: “¿Por qué nadie habla del daño que ella me causa estimulando mi sadismo?”, y lanzó una risotada histérica (él mismo asombrado de lo que había hecho), coreada en el acto por su horda. Aquello fue demasiado para la totalidad de los músicos, quienes huyeron asqueados y vomitando, seguidos por varios poetas. Esta involuntaria disidencia estomacal fue duramente burlada por los fuertes que permanecieron en sus puestos.
»El hombre de Soria sí que las odiaba en cuerpo y alma.
»Quizá pudiera creerse que los homosexuales de Soria —al menos los de sexo masculino— estaban encantadísimos con el nuevo gobierno, el cual en teoría iniciaría para ellos el reino de Jauja. Nada más lejos de la verdad. Los homosexuales odiaban a Samantha Soria; lo temían, y sus buenas razones que tenían para ello. Durante su dictadura los invertidos tenían prohibida, bajo pena de muerte, la amistad con cualquier mujer, aunque fuesen lesbianas. Estas últimas, en particular, eran perseguidas con un ensañamiento peor, si cabe, que el destinado a las heterosexuales.
»Los homosexuales masculinos, con tendencias ambidextras, si eran sorprendidos en el intercambio sexual con mujeres, eran castrados en el acto.
»Pobre del invertido que insinuase el menor desagrado, reprobación o crítica ante las lujurias tetales del Soriator. En el país y durante todo su corto gobierno, el único erotismo permitido y seguro fue el de su clase. Como es lógico, esta cosa tan grave, que afectaba a todos, no podía realizarse a la luz del día. El Soriator Samantha era consciente de ello, pese a su locura, y actuaba en las sombras. Cuando hacía castrar a alguien no decía que era porque lo habían sorprendido con una mujer, sino por su malvado intento de vender secretos militares al enemigo o mentiras equivalentes.
»Cuando los sorias destruyeron a Samantha —de la manera tan especial con que lo realizaron—, no lo hicieron porque fuese homosexual: esto no tenía importancia; ni siquiera por haber querido hacer la paz con la Tecnocracia justo cuando Soria ganaba la guerra, pues a lo sumo lo hubiesen matado y listo. Resultaba indispensable que la historia olvidase que hubo en Soria un Soriator así, porque, al ser el tipo un soria hasta sus últimas consecuencias, denunciaba a todos los sorias, aunque éstos se dedicaran a actividades menos obvias. El verdadero motivo por el cual le dieron destrucción y muerte eterna, fue que Samantha, en uno de sus delirios, se propuso matar a todas las mujeres de Soria. Las tropas arrestaban a miles de mujeres bajo la acusación de conspirar contra el Estado. Luego eran enviadas en vagones hasta campos especiales, donde había hecho instalar cámaras de gas y hornos crematorios para exterminarlas. Consiguió gasear a doscientas cincuenta mil personas del sexo femenino antes de que los sorias se percataran de sus intenciones y lo mataran a él.
»A los campos iban a parar todas las mujeres, sin distinción: viejas, jóvenes, adolescentes, niñas y hasta bebés. Si las madres, por razones operativas, no habían podido ser separadas de los varoncitos, éstos eran arrancados de sus brazos al llegar a los campos y llevados a reformatorios. Allí, por orden secreta del Soriator, serian reeducados en purismo para tratar de borrar las malsanas influencias femeninas.
»La suya era una locura de rara especie puesto que, de salirse con la suya, los sorias se hubiesen terminado en pocos años, con la muerte de la generación más joven. Curioso que siendo homosexual no deseara futuro alguno para el homosexualismo.
»Las guardianas de los campos —que eran muchas— ni en sueños se imaginaban que a ellas les esperase el mismo destino que a las presas, a quienes arreaban a patada limpia.
»En unos grandes depósitos guardaban los objetos pertenecientes a las asesinadas, agrupados en enormes pilas: dientes de oro, polleras, blusas, pantalones, zapatos, corpiños, calzones, etc. Hasta había algunas piernas y brazos ortopédicos.
»El operativo costó millones de pesetas de Soria o, si se prefiere, soriatores, de acuerdo a la nomenclatura de la nueva moneda. A Samantha no le importaba pues, según él, los elevados costos serían cubiertos al poco tiempo con la producción. Los objetos recolectados y vendidos reciclarían hacia las arcas del Estado el dinero invertido.
»No bien Samantha Soria tomó su decisión fatal, habló en privado con Fernando Almagro, su Kratos de Campo de Marte —que ya había ejercido estas funciones con el difunto dictador—, a fin de que éste lo ayudase en su proyecto de matar a todas las mujeres. Él, como ingeniero, diseñaría las cámaras de gas, los hornos crematorios y todo lo que fuera necesario.
»Sin duda llamará la atención que Samantha Soria dispensase tanta confianza a su Kratos, si en numerosas ocasiones se había mostrado sumamente prudente. Tal falta de recelos, sólo podía justificarse ante un adicto incondicional, un devoto que le rindiera fanática obediencia, adoración y vasallaje místico, o un hombre con el cual hubiese de por medio un juramento de sangre. El otro no era su favorito ni su confidente; es más, ni siquiera se trataba de un homosexual. La tranquilidad que le inspiraba el Kratos tenía otros orígenes. Cuando Samantha se hizo cargo del poder, simpatizó en el acto con Fernando Almagro. Se dio cuenta del heterosexualismo de este último y lo lamentó como una desviación en un hombre que, en otro caso, hubiera sido absolutamente perfecto. Sin embargo no intentó presionarlo. Él pensaba, como en su momento el difunto Soriator, que ese individuo podría llegar un día a serle muy útil. Así, pues, sin que la simpatía que el Kratos le inspiraba hubiese disminuido un ápice, no obstante la espantosa aberración sexual que le había descubierto y deplorado, Samantha Soria llevó al colaborador hasta el cuarto de su hermano, sellado desde el día de su muerte. Quería que Fernando Almagro participara del secreto. Soriator hizo saltar el sello de la rata de patas plegadas con sus propias manos y entraron en la cámara donde el otro pasó sus últimos días. Era como penetrar en la tumba de Tuthankamón. Sin embargo no fue por eso que se tambalearon a los pocos pasos, sino por el espantoso olor a excrementos y encierro que flotaba en el recinto. Todavía estaba allí el cubo de plástico que contenía el cuerpo putrefacto de la bienamada del antiguo Soriator. Sobre este horrendo sólido aún podían verse las últimas evacuaciones del muerto. “¿Se da cuenta? —dijo Samantha—. Ésta era la tragedia secreta de mi hermano. ¿Puede concebirse algo más absurdo y ridículo que su pasión escatológica por esa muerta?”. El Kratos, previo asegurarse de que el otro hablaba en serio, se apresuró a reconocer que, en efecto, no podía haber nada tan ridículo. Samantha Soria prosiguió: “A causa de su locura y desviación sexual, mi hermano jamás pudo gozar de la vida. Por eso se fabricó un monstruo, un cabeza de turco, como se dice, y odió a muerte al Monitor; persona que, le diré confidencialmente, no es un ser tan desagradable como por allí se cuenta. Sí, en efecto, nada tan trágico como una desviación sexual. Este pedazo podrido de carne —golpeó el cubo de plástico— tiene la culpa de todo. Logró engancharlo con su abominable masoquismo de mujer. Son una torpeza de la naturaleza y una desgracia para la raza humana. Me contrista el hecho de que debamos tolerar entre nosotros a esos seres parásitos que tanto daño hacen”. Entonces el Kratos, para congraciarse con el nuevo amo, dijo: “Viendo la triste vida de su hermano, un hombre tan grande y magnífico, desviado del recto camino por un gusano abyecto como el que yace a nuestros pies…”. “Lo haré quemar”, interrumpió el Soriator. El Kratos de Campo de Marte prosiguió: “… no puedo menos que pensar en lo bueno que sería la desaparición de este agente infeccioso”. Fernando Almagro había dicho lo anterior como una baja y servil adulación, lejos estaba de suponer que el otro se lo tomaría en serio. Samantha, estupefacto y encantadísimo, pensó que se había equivocado con el Kratos. Se dijo: “Carajo, es de los míos”.
»No debe asombrar entonces que, algún tiempo después, comunicara al otro su proyecto, dándole las órdenes pertinentes. Samantha pensaba: “Si se me echa atrás, siempre estoy a tiempo de hacerlo matar”.
»Pero el Kratos no era tan estúpido y disimuló su horror. Aparentando una calma que no sentía, manifestó estar de acuerdo con todo. Comprendiendo que el nuevo Soriator estaba loco, preparó con los militares el golpe de Estado que terminaría por derrocarlo.
»Pero no pudo establecer contacto de inmediato, pues se sabía vigilado. Antes de revelar su secreto debió diseñar las cámaras de gas, los hornos y hacerlos funcionar. Recién allí Samantha aflojó la vigilancia y el otro pudo actuar.
»Cuando el triunvirato de generales se hizo cargo del poder, para que no fuera a pensarse que mataban a Samantha Soria por ser homosexual, el juez que lo condenó a muerte también lo era y el fiscal, el abogado defensor y hasta el verdugo que le cortó la cabeza con un hacha, previo podarle su pelo platinado para hacerlo sufrir. El verdugo, como sabía que el otro era muy cobarde, fallaba en los golpes a propósito y lo fue decapitando con lentitud. Hizo befa de él, escarnio y mofa; ante cada alarido del ex dictador —quien le había suplicado que no lo maltratase y que fuera rápido— le decía: “¿Pero cómo, Samantha, ya no tenés músicos que en tu honor compongan oratorios y cantatas?”.
»Después de ejecutada la sentencia, el triunvirato pidió a los magos de Soria que intentasen borrar este suceso del cosmos, de los archivos y de las mentes de los hombres. De todos los hombres, hasta de ellos mismos, gobernantes y magos, dentro y fuera del Estado.
»Así se hizo. Fue una hazaña tremenda. Lo más difícil que los magos de ese país hubiesen realizado hasta la fecha, y estuvieron a punto de fracasar. Pero lo consiguieron pese a morir cientos de ellos, y a que otros perdieron sus poderes mágicos para siempre. En cuanto a los sobrevivientes, quedaron totalmente agotados por largo tiempo. Luego de esta proeza, el triunvirato de generales continuó la guerra que dura hasta hoy.
»De pasada le contaré otro suceso desconocido de la historia, tan secreto que son contados los crotos que lo conocen. Existió en tiempos remotos un pueblo de chinos blancos que vivía en cierta región de China septentrional, rodeada de montañas y desiertos. El país se llamaba Celeste Imperio del Níveo Na Be Minj. La Familia Real era muy curiosa, ya que tenía una suerte de primogenitura a la inversa. Heredaba el trono quien había nacido en último lugar. Si éste moría, su hermano inmediato anterior pasaba a ser el futuro emperador y así sucesivamente. De modo que constituía una desgracia haber nacido primero. Si los consortes imperiales tenían diez hijos, debían morir nueve de ellos antes de que el mencionado tuviera alguna probabilidad. Y digo probabilidad y no certeza, pues si nacía otro, aunque el emperador muriera un mes después, preferían hacer subir al trono a un bebé antes que al denominado despreciativamente “primerizo”. De todos los hijos era el peor alimentado, el menos querido y el más golpeado, para ver si se moría joven. Trataban de convencerlo de que éste es un mundo poco confortable, para que lo abandonase lo anees posible. Si pese a todas las precauciones no había otro remedio que coronarlo, en vez de hacer una fiesta, la nación entera celebraba durante tres meses ritos fúnebres. El flamante emperador, consciente de su origen despreciable, pedía perdón de rodillas ante el pueblo. Los miembros de éste, por su parte, en lugar de rendirle homenaje y pleitesía, según la tradicional manera china, lo abucheaban, lo escupían, le tiraban pasto, cáscaras, etc. La gente se pasaba todo el reinado pidiendo a gritos al Cielo que se llevara cuanto antes a este emperador maléfico, sin importar que él fuera bueno con ellos, ni que los gobernase sin abusos, con rectitud y justicia. Años después de su muerte —jubilosamente celebrada—, los viejos recordaban su reinado como “los Años Negros del Diablo Emperador”, aunque hubieran sido prósperos y ni siquiera se hubiesen presentado pestes, sequías, terremotos, inundaciones o cualquiera de las catástrofes tan frecuentes en China. Si el que le sucedía era cruel y ladrón, el pueblo sonreía contento. Ellos decían: “Está bien: aquél era un gobernante bueno y éste es un malvado, pero por lo menos no se trata de un abominable primerizo”.
»Cosas de chinos.
»Ahora bien, todos creen que este pueblo, así como su Imperio, fueron borrados del mapa. Pero algunos linyeras sabemos que los hombres de Na Be Minj hoy dominan el mundo. China antes que ninguna otra cosa; aunque los chinos, bien, lo sé, reirían al escucharme y existen en todos los Estados. Incluso en la URSS, que sería para esos directores secretos una de las tantas Repúblicas Federativas asociadas a Na Be Minj, así como Francia es uno de los muchos Estados Autónomos incorporados federativamente a la Unión Soviética.
El señor Moyaresmio Iseka hizo una pausa y, encendiendo otro cigarrillo, lanzó una bocanada de humo que subió al cielo como una bomba.
Prosiguió:
—Después de todo, ignoro la causa por la cual le he contado todo esto. A lo mejor porque se trata de un olvido, como el referido a Samantha Soria.