Acerca de la tesis del Martillo Misterioso
(Los idus de marzo, Segunda parte)
Una pesada neblina cubre la escena. Oprimido por aquélla, el Dios Donner reúne las nubes a fin de poder descargar una terrible tormenta que luego deje claro y brillante el cielo. Subido a una alta roca, comienza a llamar hacia sí a esas grandes masas grises mientras empuña su martillo:
Heda! Heda! Hedo! | He da! He da! He do! |
Zu mir, du Gedüft! | ¡Ven a mí, niebla! |
Ihr Dünste, zu mir! | ¡Vapores, acercaos a mí! |
Donner, der Herr | ¡Donner, vuestro señor, |
ruft euch zu Heer! | os conmina a ello! |
Auf des Hammers | ¡Al golpe de su martillo, |
Schwung schwebet herbei | suspendeos aquí, |
Dunstig Gedämpft | sombríos vapores, |
Schwebend Gedüft! | fluctuante neblina! |
Donner, der Herr! | ¡Donner, vuestro señor, |
ruft euch zu Heer! | os conmina a que vengáis! |
Heda! Heda! Hedo! | He da! He da! He do! |
(Donner ha quedado envuelto completamente entre los nubarrones que, poco a poco, se condensan y ennegrecen. Los golpes de su martillo sobre la roca se escuchan con estridencia. Un prolongado relámpago rasga la nube, continuando un fortísimo trueno.)
VOZ DE DONNER
Bruder, hieher! | ¡Hermano, ven aquí! |
Weise der Brücke den Weg! | Traza el camino de luz[179] |
En una reunión con sus oficiales, en la Sala de Situación —no había más que mirar los mapas llenos de rupturas de frente por todos lados para aterrorizarse—, César dijo al general Pálido Bestial Iseka, comandante del Grupo de Ejércitos Sur, encargado de frenar en el sector la ofensiva del Grupo de Ejércitos Segurinsky:
—Es preciso auxiliar a nuestro cerrojo con un Martillo Misterioso que se descargue detrás de las líneas rusas.
Y no agregó nada más, luego de pronunciar estas extrañas palabras.
El clamor que se elevó entre los comandantes legionarios allí presentes, llegó casi a la falta de respeto: que «en la guerra no caben agentes sobrenaturales, o algo así»; que «si se refiere a una suerte de reserva estratégica, del tipo que fuera, sepa que ésta ya no existe. Ya están siendo empleadas en el combate, no obstante haber respetado en un todo —como a usted no puede menos que constarle— la economía de fuerzas». Etc.
El más fogoso, en tal sentido, era el propio comandante del Grupo de Ejércitos Sur: el general Pálido Bestial.
Entonces, Julio César, echando a todos, se quedó con Pálido Bestial a fin de hablarle a solas. Nadie sabrá nunca qué le dijo. Lo cierto es que Séptimo Pálido Bestial Iseka, sin tener el menor coloquio con nadie, saludando apenas por pura disciplina militar, voló esa misma noche al frente en una espacionave de combate para sumarse a sus efectivos, los cuales ya se encontraban cercados sin remedio a cincuenta kilómetros al suroeste de Kiev. Abajo la situación era tal que la astronave no pudo aterrizar, debiendo el oficial, por consiguiente, arrojarse en paracaídas. Llegó vivo por puro milagro; entre otras cosas, porque un viento casi lo arrojó sobre las líneas rusas.
Un solo romano logró escapar al cerco. Se llamaba Odioso Pericón Hugo y era ayudante de campo de Séptimo Bestial. Según declaró, la última frase pronunciada por el comandante con referencia a la situación general del Imperio fue: «Antes estaba en desacuerdo con César. Ahora, por el contrario, comparto plenamente su punto de vista. Sólo un Martillo Misterioso puede ya salvarnos».
El comandante se mantuvo firme hasta el fin. Éste fue el último comunicado que envió por telégrafo al Monitor y al ejército romano, antes de suicidarse con un shock, viendo que la resistencia de sus efectivos estaba terminando:
«Como soldado tengo el penosísimo deber de informar a César y al pueblo de Roma que la resistencia de las tropas confiadas a mi mando llega a su fin. Un enemigo abominable y abrumador nos aplasta físicamente. Dicho enemigo fracasó, sin embargo, en su propósito de quebrantar nuestras fuerzas morales, que siguen intactas. Hemos rechazado las reiteradas ofertas del adversario a fin de que capitulemos. Preferimos morir antes que realizar tan vergonzosísima acción, indigna de nuestro uniforme. Así, la resistencia en su extremado límite que ofrecemos, empequeñece en forma directa la gloria del adversario. La sangre derramada en combate es lo más importante que existe; sin embargo, tenemos la esperanza de ofrecer algo aún más grande: nuestra inquebrantable fe en la victoria final, cualquiera sea nuestro personal destino. Bien sabemos que la fe, siempre implica un sacrificio mayor que el de la sangre.
Mis legiones muertas volverán a marchar, como cohortes de Dioses Lares, y sus espíritus formarán un escudo para cubrir nuestra eterna ciudad. Precisamente para defender la patria es que creamos una energía con este ejemplo de resistencia absoluta que damos».
Las últimas palabras del mensaje eran muy extrañas, como de un oráculo que ha caído en trance:
«Veo un crepúsculo. Mucha sangre y luego el olvido. Pero este vindex (vengador), pero este amor víndex realizará algo, más que vengarnos. Será en el futuro como era entonces y como ahora es. Nuevamente lo hará todo cuando bajen las aguas. Y aunque el procedimiento utilizado sea el fuego, también el fuego bajará. A la energía del amor futuro contribuimos nosotros con nuestra actitud, pues las potestades no lo pueden todo y necesitan de la invocación del hombre. Que los Dioses protejan a César. ¡Hasta la victoria!».
Monitor le hizo dispensar honras fúnebres y ordenó que en su honor se levantase un cenotafio.
Y los generales, jefes de legiones agrupadas en ejércitos, comandantes de los efectivos que aún se sostenían en Galia Transalpina, Soria Cisalpina, Iliria, las Españas y el de las legiones del Caspio (obligadas a retroceder casi hasta los Alpes), quienes fumaban nerviosamente cigarrillo tras cigarrillo, reunidos en una sala forrada con plomo, cuchicheaban entre sí: «Pero ¿cómo puede ser? ¿Qué tiene ese hombre en la voz, en su persuasión, en sus dotes de convencimiento, que bastó hablara dos minutos con Séptimo Pálido Bestial para convencerlo? Hay un límite hasta en el carisma. ¿Es que todos nos hemos vuelto locos aquí? Si hasta yo mismo tengo miedo de hablar a solas con él, no sea cosa que a mí también me convenza. Por otra parte, y en definitiva, ¿qué quiso decir con eso del “Martillo Misterioso”? ¿Habrá algo en sus razonamientos e intuiciones que se nos haya escapado?».
Viendo el peligroso giro hacia la duda que tomaban los ajenos pensamientos, el nuevo comandante de la Soria Cisalpina, Fulvio Quinto Metarrata Glotón, intervino nervioso: «Cayo Hircio: no permita que en su espíritu haga mella una impresión desgraciada del momento. Comprenda que todos estamos aún bajo el influjo, la emoción, que nos produjo la carta de Séptimo Pálido Bestial. Debemos conservar las ideas claras, por el bien de Roma. Lo fundamental es esto: resulta preciso liquidar a ese hombre y hacernos cargo… quiero decir: usted hacerse cargo de la conducción de la guerra, como el oficial de mayor graduación del ejército tecnócrata. Es indispensable hacer ahora, mientras todavía hay tiempo, la paz con el Dictator de Soria y continuar la guerra contra francos y germanos. El Gran Rey de Reyes no es tan estúpido. Está perfectamente al tanto de que después de Roma le tocará el turno a él. Ya los rusos lo traicionaron una vez no empleándose a fondo contra nosotros. Si Julio César muere, habrá desaparecido la única causa de fricción entre Soria y Tecnocracia. Haremos las paces con el sindicalismo. La aversión del Monitor a todo tipo de Sindicato o Asociación ya nos ha perjudicado bastante. Eso también terminará. Luego, teniendo libres las espaldas, estaremos en condiciones de enfrentar a los hunos y exigirles una paz honorable. Pero para ello es necesario liquidar a nuestro Dictator, purificar el Senado de obsecuentes y, sobre todo, impedir que aquél continúe hablando para que no pueda convencer a nadie más. Tan pronto como abre su boca de Medusa, perdemos a uno de los conjurados».
Al oír estas imprudentes palabras, saltó el jefe de las legiones de Iliria: «¡Un momento! ¿Por qué habla de conjura? Nadie decidió nada todavía. Estamos discutiendo. ¿Por qué magnifica nuestro coloquio hasta transformarlo en conspiración? Como romanos hemos jurado lealtad a César. Si en todo caso encontráramos una lealtad más grande…»
La Maldición
Fulvio Quinto Metarrata Glotón sonrió al operar dentro de su secreto. Durante una fracción de segundo estuvo a punto de no decir nada y responder sólo con su sonrisa. Pero, arrepentido en el acto, dijo muy serio: «Desde luego, desde luego». A partir del momento en que alguien pronunció la frase «Si en todo caso encontráramos una lealtad más grande…», ya estaba dicho todo y asumir la conjura era cuestión de tiempo. Horas después planeaban los pasos a seguir. Los aristócratas del Senado que se unieron a la maquinación eran, entre otros: Marco Bruto, Casio, Décimo Bruto, Cimber Telio, Casca. Entre los militares: Lucio Domicio Pansa, Valerio Pomponio, Cayo Hircio (propuesto para Jefe de Estado), Sexto Albutio Dolabella, Marco Fulvio Silo, Lelio Publio Escipión Ierendo, Marcio Asinio Flaco, Aneo Censorino, Plauto el Viejo, Junio Lucano, Auro Persio Séneca, Tigeuno Cicerón, Fulvio Quinto Metarrata Glotón y muchos más. Figuraban también dos cónsules: el de Seguridad Interna (que había reemplazado al anterior, recientemente caído en desgracia) y el de Transportes y Caminos Romanos.
Dijo Cayo Hircio, casi probándose la corona del Imperio: «Creo que ahora, de corazón, sólo lo apoya la plebe». Cicerón le salió al paso: «Sí, pero cuidado: los centuriones del Pretorio están con él». Marco Fulvio Silo; «Lo más probable es que el prefecto ni se meta». Cicerón: «Yo no estaría tan seguro».
Luego pasaron a planear la futura estrategia una vez tomado el gobierno; así, pues, entre otras opiniones oyóse la de Asinio Flaco: «Si no obstante la paz con el Gran Rey de Reyes nos vemos obligados a un nuevo acortamiento del frente, para aprovisionarnos de ciertos elementos vitales, sólo contaremos con los suministros de las Provincias Escuálidas del sudeste tecnócrata que, como su nombre lo indica, son francamente misérrimas». Etcétera, etcétera.
Todo lo demás figura en autos caratulados, de modo que allí puede leerse.
Dice Wotan mirando a Walhalla, el castillo de los Dioses, mientras el crepúsculo se aproxima:
Es nacht die Nacht: | ¡La noche cae: |
Vor ihrem Neid | puede que él nos |
Biete sie Bergung nun. | resguarde de la envidia. |
So grüss’ich die Burg | A ti, te saludo, castillo, |
Sicher vor Bang und Graun! | liberador de temores y venganzas! |
(A Fricka) | |
¡Folge mir, Frau: | Sígueme, esposa, |
In Walhall wohne mit mir! | reinarás en el Walhalla conmigo![180] |
El Martillo y Donner invocando la tormenta. El tema del Arco Iris se oye, pero esta vez interpretado fúnebremente. Se entremezcla con El Fuego Mágico, Walhalla, Sigfrido y La Muerte. Pero desde el fondo comienza a oírse el murmullo de las aguas del poderoso río, que aumenta avasallando todos los temas. La sugestión de las grandes masas líquidas, que nos transmite la orquesta con el Preludio al Acto Primero de El Oro del Rhin, crece hasta ocupar por completo el teatro.