CAPÍTULO 151

Parálisis general progresiva

Eusebio Aristarco, Kratos de Campo de Marte, luchaba contra la desesperación. Los rusos estaban entrando en Bielorrusia y ya habían ocupado todo el Báltico. Por otra parte, cada vez el enemigo tenía más espacionaves de combate destinadas a operar como submarinos; ello trajo como consecuencia la disminución —a contar desde los tres meses anteriores a estos sucesos— en un 30% de las materias primas provenientes del mar, indispensables en los procesos del plástico. Los materiales estratégicos se hallaban cada vez más amenazados. Aún conservaban Protonia, y hasta Goria, ambos Chanchín y Protelia, pero ignoraba por cuánto tiempo. En efecto: tal como el Monitor había augurado, los sorias no atacaron en tres meses. Pero los rusos sí, ¡y cómo! Con una potencia insospechada: armamentos sofisticados que al Kratos lo llenaban de admiración tanto por la calidad, lindante con lo misterioso, como por la cantidad fantástica. Realmente, la Unión Soviética no era un país: era un planeta. Al parecer estaban en guerra con Saturno.

Ellos, por su parte, y sin embargo, en un esfuerzo también difícil de creer, sacaron al mercado bélico sus últimos descubrimientos. Tales novedades, unidas a la desesperación con que combatían, les permitió resistir más de lo que cualquiera podría haberse imaginado. Los soviéticos, pese a su ofensiva aterradora, avanzaban lentamente. El golpe de pinzas con el cual Segurinsky pretendía tomar Kiev y luego Protonia, fracasó por el momento.

El Kratos se esforzaba por encontrar en la patria, único lugar seguro por ese entonces, reservas orgánicas que aún no se le hubiera ocurrido utilizar. No las encontraba. Todo estaba siendo aprovechado ya y a máxima producción. Simplemente, los otros tenían más. Para solucionar la escasez de sustancias orgánicas había inventado un sistema de tanques hidropónicos de fácil manipuleo y cosecha. No hizo construir unos pocos gigantescos —pues ello los colocaría indefensos en manos del enemigo—, sino muchísimos, relativamente pequeños, y los desparramó por toda la Tecnocracia. Este procedimiento encarecía los costos pues aumentaba el número de toneladas de agua utilizadas y la cantidad de materiales para recipientes, aparte de muchas otras cosas: más personal especializado, productos destinados al crecimiento de los vegetales, que se desaprovechaban, etc. Pero no tenía una manera distinta de hacerlo. En cualquier forma que fuese, el método empezaba a dar sus frutos. Se maldecía por no haber sido lo bastante previsor como para iniciar el proceso en épocas de abundancia: «¡Claro!, el señor tenía de todo, qué se iba a preocupar. Pero si al último yo soy tan imbécil como todos los otros. No obstante y pese a mi idiotez, igual me las voy a arreglar. No va a conseguir ponerme de rodillas ese hijo de puta. Tiene que vérselas con un verdadero técnico, ¿eh? Con seguridad ya el año pasado pensaba meterme adentro de la bolsa con los gatos. Qué chasco se debe haber llevado». Eusebio Aristarco no estaba pensando en el Soriator y ni siquiera en Nekrosow, el Premier soviético. Su monólogo hacía referencia a Eduardo Almagro el Kratos de Soria. Sabía que existían técnicos análogos en Rusia, pero, como no conocía sus nombres, enfocó al de Soria para que sobre él convergiesen todos los rayos del desafío. Establecer competencia con los Kratos (llamémosles) soviéticos, era tan poco excitante como hacerlo contra una Sociedad Anónima. Eduardo Almagro se transformó para él en un símbolo: el invencible paladín, que sin embargo debía ser derrotado a cualquier precio. A veces tenía conversaciones imaginarias con él, casi comunicaciones astrales, donde le decía, por ejemplo: «¿Qué te pareció el último reciclaje que me mandé? Ni te lo soñabas, ¿cierto?». Y el otro le contestaba: «La verdad que no. Pero igual te voy a hacer cagar».

Él, que tanto despotricaba contra los delirantes, ahora encontraba —y era consciente de ello— que sólo mediante sus propios delirios (y los ajenos) podía sostenerse. A veces escuchaba dentro suyo una vocecita insidiosa y maricona —distinta a la del Kratos enemigo—, quien largaba lo siguiente, con tono burlón: «Dice un antiguo adagio que cada paso que uno da es un paso hacia la tumba». «Seguro, y no caminarlo son dos pasos hacia la tumba», replicaba él en el acto.

No debe pensarse que el Kratos tenía alucinaciones auditivas, Aquello provenía del libre juego de su imaginación y lo sabía muy bien.

Monitor, en su momento, regaló máquinas de la ilusión a todos sus Kratos. Estos mecanismos, además, servían para brindar a sus poseedores acceso a los vehículos subterráneos privados monitoriales. Aristarco estaba a punto de hundirse en los subsuelos de la capital, cuando a la distancia vio una nave soria —tripulada sin dudas por miembros de las Juventudes del Soriator—; desde el aparato comenzaron a bajar rayos plomizos, marrones, anaranjado-amarillentos. Una batería defensiva instalada en tierra le respondió con una descarga de un azul muy vivo, de soldadura eléctrica. Esa única réplica fue suficiente: la espacionave soria estalló en una pequeña explosión verde-azulada deslumbrante, que una fracción de segundo después adoptó cromatismo dorado filosofal, para luego alcanzar, en su máxima dilatación, el naranja gaseoso esplendente.

El Kratos tenía sensaciones pavorosas. Casi se volvió poeta del susto: «Vendrán los incendios y sus rapsodias crepitantes, las naves aéreas con sus alfombras de bombas, los cohetes como arpas birmanas». Con toda probabilidad esta frase la había escuchado de otro tecnócrata —el Kratos de las Lenguas, acaso—; luego la memoria, instalada en la subconsciencia como una máquina de reposo, comenzó a funcionar por cuenta propia, disfrazada de pensamiento personal.

El miedo de Aristarco no se originaba en el combate aire-tierra presenciado. Resultaba mucho más integral que eso, en todo caso. Provenía más bien de la situación como un todo, visualizada en la graduación completa de su terrible espectro mediante el agente desencadenante del hecho que mencionamos. Era verdadero y real, la guerra existía. Así se peleaba en aquel mismo instante en Rusia y Soria, sólo que multiplicado por diez mil. Por primera vez y en la propia carne sintió cuán alejadas de la realidad están las personas realistas. Al menos, tanto como las que no lo son.

Gracias al vehículo subterráneo, en poco tiempo arribó a un montaje de tanques instalado en los suburbios de Monitoria. Allí se fabricaba el cazador blindado Agathor V; en éste el Monitor había depositado todas sus esperanzas, ya que se trataba de un arma muy superior al Evtushenko IV de los rusos. Lo que por aquel entonces no sabían ni el Monitor ni el Kratos de Campo de Marte era que los soviéticos estaban a punto de lanzar al mercado bélico los Evtushenkos V y VI, comparados con los cuales, el temible modelo IV se transformaría en un adorno inofensivo. Como Eusebio Aristarco nada sabía de todo ello —no obstante su desconfianza y fina intuición de técnico—, se le había incorporado por osmosis algo de la fe monitorial.

En su caminata de inspección se acercó a dos ingenieros de la Fraternidad Matemática que, por ese entonces, tenía afiliados a una buena parte de los científicos de la Tecnocracia, pese a que tales asociaciones habían sido expresamente prohibidas por el Monitor.

Científico I:

—Pienso que la guerra está llegando a su fin.

Científico II:

—En cuanto a eso no le quepa la menor… —en ese instante vio acercarse al Kratos. Sin perder un segundo pivoteó hacia el idioma de la secta, en el cual palabras y hasta frases enteras del lenguaje normal habían sido reemplazadas por fórmulas. Estas fórmulas y ecuaciones, una vez yuxtapuestas, perdían todo sentido desde el punto de vista matemático. Verlo escrito era como mirar ideogramas chinos taquigrafiados, si se me permite la expresión. Científico II prosiguió—: …no le quepa la menor ve sub dos sobre dos ge ce.

El Científico I, dándose cuenta en el acto de que había moros en la costa, dijo:

—Claro. Pero no hay que preocuparse demasiado. Nosotros sumatoria de e más pe sub ve todo por diferencial eme.

—¿Diferencial con respecto a te de integral curvilínea de ro por c diferencial ve?

—Seguro. Energía almacenada por unidad de tiempo igual a cero.

—Me temo que sí, en efecto. Integral entre menos, infinito y más infinito de efe de equis igual certeza.

Científico I estuvo de acuerdo con el criterio anteriormente expresado por su colega:

—Entalpia de estado indicado / flujo unidimensional / factores de conversión de Gauss, insuficientes. Integral entre menos infinito y más infinito de efe de equis igual certeza, como usted muy bien lo dijo. Ahora, claro que integral entre ve sub uno y ve sub dos diferencial ve sobre te más integral entre ve sub uno y ve sub dos de pe sobre te diferencial ve.

Surgió una pensativa pausa. Luego retomaron su lenguaje de pasillo matemático monacal, su lenguaje monacal de pasillo matemático, su lenguaje matemático de pasillo monacal.

Científico II:

—Sin embargo todavía podemos derivada de pe con respecto a re a ve constante igual a derivada de ese con respecto a ve a te constante.

—No. Se equivoca. Sólo por un tiempo. Ha de saber que ya no es posible ere por logaritmo neperiano de pe sub dos sobre pe sub uno.

Científico II, con ironía:

—Sí. Ya se que nos falló la ley de Fourier.

Ambos rieron como locos de ese chiste excelente.

Científico I dijo señalando disimuladamente al Kratos de Campo de Marte que los escuchaba:

—El que le raíz cuadrada dije, muestra tendencia al cero absoluto.

Volvieron a reír.

El Kratos no sabía el nuevo lenguaje, pues a quienes se le acercaron en su momento los echó diciendo: «A mí déjenme de historias. No tengo tiempo para esas pavadas». Ni se afilió ni los denunció. Así, pues, repito, no entendía una palabra de este idioma rarísimo. Pero era menos estúpido de lo que esos dos se imaginaban. Aun dormido un técnico comprende los vericuetos mentales de otro técnico. Intuía claramente que habían hablado de la guerra, expresando pensamientos derrotistas. A lo mejor podía adivinarlos en otros porque él también los tenía. Pensó que luego de la debacle, aquellos dos chichis se pondrían a servir al triunfador; ello no era tan terrible como el hecho de que ahora conspiraban. Se dijo acongojado: «Aunque ganemos, este monstruo permanecerá con nosotros. He sido demasiado poco severo con ellos. Los dejé hacer lo que deseaban. Ahora veo que debí vigilarlos más. ¿Éstos son mis hijos y herederos? Puta: son dos científicos jóvenes. ¿Hemos luchado para que estos pelotudos no entiendan nada y formen un Sindicato o Sociedad Esotérica y se llenen de caca la cabeza con un lenguaje falsamente trascendente?».

Pero Eusebio Aristarco era una persona muy variable. No siempre tenía profundidades así. En un instante de iluminación había fustigado duramente a los dos científicos. Ni se imaginaba que el Monitor tenía de él conceptos equivalentes.