El origen de la traición
Enrique Katel, Kratos de las Lenguas, caminaba por el piso superior de Terraza de las Águilas. Este alto jerarca había tenido una infancia muy pobre, Pobrísima. Todos nosotros, cuando nos esforzamos por imaginar situaciones que leemos, diálogos entre personajes o lo que fuera, a menos que exista una descripción muy precisa por parte del autor, tendemos —sin poderlo evitar— a introducir a quienes efectúan el coloquio dentro de un ambiente construido con materiales de nuestros recuerdos infantiles: la casa donde nacimos, por ejemplo.
Así, cuando el Kratos fabulaba un posible diálogo entre Monitor y él mismo, u otro Kratos, o con los generales, su fantasía era empobrecida por los materiales del inconsciente. De esta manera, sumamente fastidiado, veía al Monitor en un cuarto con paredes de madera, goteras en el techo de chapa, sillas incompletas y despintadas, piso de tierra e iluminado con velas, hablando sobre la producción de lingotes de acero, barras plásticas en miles de toneladas, y qué harían el año próximo si se perdía el wolframio de Chanchelia. «Como las cosas sigan así, esta puta imagen va a coincidir con la realidad», pensó amargado. Un momento antes, en un pasillo, había tropezado por casualidad con Ladrido von Malzam. Su breve charla con el alto oficial no contribuyó precisamente a tranquilizarlo o a levantarle la moral. El otro estaba nervioso en grado sumo y su disciplina militar no era suficiente para ocultarlo.
Mientras elucubraba éstos y otros sombríos pensamientos, pasó al lado de una puerta. Se detuvo en seco, pues algo le había llamado la atención. Lleno de curiosidad, retornó unos pasos. La puerta poseía los blindajes con que la construyeron, pero ahora tenía desmontadas sus principales defensas. Habitualmente tal tipo de ingenio contaba con una bolita; este monitor servía tanto para mirar al visitante como para pulverizarlo con un rayo si era detectado como enemigo. En el sitio correspondiente al mecanismo la puerta sólo tenía un diminuto agujero. Parecía una piedra preciosa que hubiese saltado de su engarce. No obstante, aun desprovisto de su gema, aquel hueco parecía vivo y continuar la vigilia de armas pues estaba enrojecido. Desde ese planeta gaseoso brotaban rayos y planos color bermellón: ondulaban, se movían, rotaban; algunos crecían a costa de los otros para quedar a su vez, acto seguido, en inferioridad de condiciones.
Intrigado y optimista, con la expectación debida a cosa tan fantástica, el Kratos abrió súbitamente la puerta. En el acto lo bañaron energías amarillas.
Vaya chasco. Se trataba de un cuarto lleno de manija. Sin duda adentro había tenido lugar un combate mágico: una infiltración detectada y reducida no sin lucha. Permanecía en el recinto una alta contaminación. Qué mal tenían que andar las cosas. En otro tiempo un lugar como ése era limpiado en un minuto. Ahora faltaba personal esotérico. Así como es arriba es abajo.
El Kratos se alejó con premura de aquella cámara maldita.
Frenó algo en una curva por si en dirección contraria se acercaba otro Kratos que pudiese chocar con él y luego, reiniciando su paso de marcha, llegó al Gran Vestíbulo de las Audiencias. El lugar ya no estaba iluminado a giorno como años atrás. Debido a razones de ahorro energético permanecían encendidas sólo unas pocas luces indispensables. Si por cualquier causa hubiesen desaparecido tres o cuatro fuentes luminosas, la sala habría quedado en penumbras. Tenía toda la apariencia de una ópera fantasmagórica. «Ya esto casi recuerda a La terraza de las audiencias a la luz de la Luna, de Debussy», meditó tristemente.
Allí encontró al Infravicesubsecretario del Kratos de Campo de Marte, quien justo en ese instante se alejaba. Enrique Katel consideró que era una gran suerte haber tropezado con este funcionario de menor jerarquía y no con el Súper. No existía simpatía mutua entre él y el Kratos Eusebio Aristarco desde el asunto del terratilus. Como se recordará la Monitoria de las Lenguas se interesó en la fabricación de vehículos subterrestres, proyecto que fue bloqueado con rapidez por el Kratos de Campo de Marte. En realidad Enrique Katel nunca autorizó tal investigación; fue un plan de su Secretario, pero como Kratos debió asumir el error. La verdadera fricción surgió por la manera descortés con que Eusebio Aristarco atacó a la Monitoria y, por ende, a su persona. A partir del incidente ambos se trataron con prudencia para evitar un nuevo encontronazo. Por ello, como el Kratos de las Lenguas tenía varios reproches que hacer a Campo de Marte, prefirió dirigirlos al Infravicesubsecretario y no al Kratos mismo.
Luego de un breve intercambio de saludos Katel fue directo al tema que le interesaba. Hallábase muy preocupado por los bombardeos enemigos, que cada día eran más destrozones.
El Infravicesubsecretario contestó:
—No se aflija. Aun en caso de un ataque masivo con cohetes por parte de los sorias, el resultado será por completo inofensivo en líneas generales. Créame si le digo, Kratos, que a ellos les cuesta más que a nosotros.
Aquí el Kratos estalló:
—¡Inofensivo! Sí, se ve. Otro ataque inofensivo como el de la semana pasada y desaparecemos. ¿Qué hacen los ingenieros de las pantallas energía?
El otro replicó sereno y con mucha amabilidad.
—Lo que pueden. Le recuerdo, Kratos, que las pantallas deben bajarse varias horas por día a causa del tremendo gasto que representan, ya no podemos permitirnos el tenerlas levantadas las veinticuatro horas, como en épocas de paz o tal como hicimos en los primeros años e guerra. Cuando quedamos sin protección el enemigo aprovecha.
—¿Y por qué diablos no las bajan a distintas horas para confundirlos?
—Lo hacemos. Pero ellos tantean las defensas día y noche, hasta comprender que han desaparecido. Entonces pasan.
—Se pueden bajar un minuto, a manera de trampa. Así, además de confundirlos, destruiremos a los pocos que hayan pasado.
—Eso también lo hicimos. Pero encender y apagar varias veces las Pantallas nos consume más energía que tenerlas prendidas todo el día. Las perdidas insignificantes que le causamos al enemigo con este sistema no lo justifican.
El Kratos optó por callarse. En ese momento salió el Chambelan de Audiencias, quien informó a Enrique Katel que el Monitor lo esperaba.
Monitor se hallaba en compañía de Barbudo, su amigo, charlando animadamente. Aquél, sobre todo, parecía encontrarse muy fresco y lleno de entusiasmo. «Vaya, parece que la situación del frente no lo afecta. Esperaba todo menos esto —pensó el Kratos de las Lenguas, lleno de admiración—. Sabía que era fuerte, pero no tanto».
Monitor:
—Llega en un momento inmejorable, Enrique Katel. Tenía muchas ganas de hablar con usted. ¡Si supiera…! ¡Sí usted imaginara los proyectos que tengo para el futuro. Obras tan vastas como las que me propongo demandarán ingentes esfuerzos! No podremos llevarlas por ahora a la práctica, naturalmente. Serán para después de la guerra.
Al Kratos el alma se le fue a los pies: «Está en pleno delirio. Con razón lo encuentro tan dicharachero». Sus intenciones eran hablar sobre lo conversado con von Malzam, pero vio que en ese momento sería inútil y contraproducente. Resultaba preferible dejar que se desahogara.
Monitor prosiguió a borbotones:
—Había comenzado a referirle mi proyecto a Barbudo Iseka. Se trata de un palacio con recinto interno para maniobras militares. El Campo de Marte medirá cien kilómetros por trescientos: treinta mil kilómetros cuadrados en total. Estará pavimentado con granito rojo. Estos bloques medirán cuarenta metros cúbicos cada uno. Sobre ellos marcharán con toda comodidad nuestros soldados en los desfiles; pero lo más importante es que podrán soportar a los cazadores rodantes súper pesados de tres mil toneladas cada uno. Y tenga en cuenta que le estoy hablando sólo del recinto interior. Las paredes del edificio serán de veinte kilómetros de alto. Allá arriba, quien desee darse un paseíllo por las amplias terrazas voladizas —que se extenderán por sobre la llanura varios miles de metros—, deberá hacerlo munido de escafandra y traje de presión, como si se dispusiera a una caminata lunar.
»El patio interior que ya mencioné además tendrá adosada una gran tribuna de estadio, con forma de herradura o semicírculo, como un anfiteatro, donde la gente podrá presenciar las maniobras y desfiles. Capacidad: diez millones de personas sentadas. Será tan inmenso que el público ubicado en las gradas altas deberá utilizar telescopios para observar las maniobras que tendrán lugar abajo, a cuatro o cinco kilómetros.
»Luego de la victoria haré desfilar frente a la parte inferior de la tribuna a toda la población rusa: doscientos ochenta millones de prisioneros. Y si es cierto lo que dicen mis generales, esto es, que los —chinos existen—, pues entonces también ellos marcharán con las cabezas bajas: mil millones de chinos. Será el Triunfo Completo más grande de todos los tiempos. ¿Qué héroe, qué Emperador de la antigua Roma soñó con tener uno igual?
»Nada más que hacer los cimientos del palacio, nos llevará setecientos años. Note usted que incluso la roca sólida sería muy débil para servir de base. Primero será preciso echar kilómetros cúbicos de plásticos extraduros.
Comentó el Kratos, por decir algo:
—Pero mi Monitor: usted no vivirá tantos años como para ver el desfile de los rusos.
Barbudo acotó por su parte:
—Eso pensaba decir yo, justamente.
Monitor sacudió la cabeza:
—Ustedes no entienden: lo verá alguno de mis sucesores. O quizá yo mismo, si los ingenieros, descubren una manera de acortar los plazos.
También quiero una cadena de jardines Colgantes, que superen a los de Babilonia. Se aposentarán sobre columnas de cinco mil metros de alto. Los Jardines serán como puentes y rodearán por completo el palacio. Soportarán diez metros de tierra; en ella se hundirán las raíces de grandes árboles, y para nutrirlas circulará sin cesar un río subterráneo. Atmósfera y temperatura se mantendrán artificialmente. Habrá ciento cincuenta mil jardineros atendiéndolos. Vivirán allí arriba, con sus mujeres y niños, sin estar autorizados a abandonar el lugar. En fin, no sé: esto tendría que conversarlo con Decamerón de Gaula. Los puestos se ocuparán con voluntarios, de todas maneras. Estarán rodeados con todas las comodidades y atenciones. Sus personas serán consideradas sagradas. Los cargos de jardineros, si bien podrán dejarse en herencia, no implicarán para los hijos la obligación de aceptarlos. Quiero verdaderos sacerdotes de plantas y flores. Tendremos allí pájaros exóticos, ranas, jirafas, leones. Los levantaremos en honor de los Dioses, de modo que el acceso estará prohibido. Incluso a mí se me negará la entrada.
De pie, frente a la Gran Puerta del palacio, estará la estatua ciclópea de una mujer desnuda, con las piernas algo separadas. Bajo ellas pasarán quienes penetren al palacio. El coloso representará a Rhea, la Madre Tierra, y superará con mucho al de Rodas. Medirá ocho kilómetros de alto. Lo construiremos en bronce, hueco, lleno de ascensores y compartimientos internos. Sus ojos serán dos tremendos reflectores, cuyos rayos bajarán a tierra iluminando los campos en las noches de nuestras fiestas sacras.
Las calles de Monitoria estaban heladas. Hacía un frío apenas inferior al de Rusia. Se cumplían exactamente dos inviernos desde que los tecnócratas habíanse visto obligados a evacuar Moscú.
Eusebio Aristarco, el Kratos de Campo de Marte, caminaba esa madrugada por la capital de la Tecnocracia, en medio del toque de queda, sin escolta alguna y protegido por su gabán gris. Desde uno de sus grandes bolsillos hacía funcionar una máquina de la ilusión, regalo del Monitor. Los mudras automáticos de este aparato manijeaban a los guardias, quienes seguían de largo sin pedirle documentos. Lo hacía para ahorrar tiempo y no ser molestado, pues deseaba desplazarse a pie. La máquina, cuyos resultados veía con claridad, por curioso que parezca no modificó su opinión sobre la magia. Para él ese mecanismo, cuyo funcionamiento ignoraba, era un anulador selectivo de campos cerebrales o algo equivalente. Servía y listo.
El apagón era general. Pese a que el enemigo tenía miras ópticas infrarrojas en los apuntadores aéreos robot que reglaban el tiro de sus cañones láser, eléctricos y congeladores, en los cohetes guiados, bombas orbitales y en las bombas trazadoras[176], de noche igual se apagaban todas las luces en las ciudades de la Tecnocracia, salvo aquéllas absolutamente indispensables. Esto no se hacía para evitar que el enemigo localizara los puntos de ataque puesto que, como ya dije, ello no se podía evitar, sino con el fin de ahorrar energía.
El Kratos estaba muy deprimido, entre otras cosas porque el frío siempre lo ponía mal. Como en numerosas oportunidades anteriores de su vida se dijo: «¿Qué sería de mí si supiese que sin remedio debo morir esta noche? ¿Hay un ser humano que soporte el pensamiento de su muerte inevitable en pocas horas con un frío así? Supongamos que me tuviera que dar un shock con mi pistola eléctrica: ¿sería capaz? El invierno es malo hasta para morirse.
Y sin embargo sé que algún día deberé morir. Si perdemos tendré que matarme antes de que me agarren los rusos, Lo menos que puede pretender un hombre, habiendo ocupado tan alta jerarquía como yo, es cagar fuego con un poco de dignidad. Sobre todo teniendo en cuenta que rusos y sorias me liquidarán de cualquier manera. La Monitoria que dirijo le alargó la vida a la Tecnocracia. Unos pocos hombres clave, en Campo de Marte, lo hemos hecho todo. Ahora bien, nadie dice ni dirá nunca esta verdad: también hay un Kratos de Campo de Marte que prolongó la vida de Soria, en los años difíciles en que la teníamos agarrada del cuello. De no ser por él —se llama Fernando Almagro, si mal no recuerdo—, Soria se hubiese derrumbado. Y ahí lo habría querido ver al Soriator, al Súper, con toda su ideología.
Por lo demás, la historia secreta de la Unión Soviética en esta guerra fue escrita por su Ministro de Amunicionamiento y por el de Industrias. A causa de estos dos hombres —no sé cómo se llaman porque los rusos se cuidan y cuidarán muy bien de hacerlos famosos: como si la abolición del culto a la personalidad pudiera suprimir el hecho de que la personalidad existe—, el país pudo seguir produciendo no obstante haber conquistado nosotros toda la Rusia eurisbérica. Menudo milagro de eficiencia y organización».
Poco a poco, debido a un autoajuste de su mente, la cual reaccionaba contra la traba de los umbrales depresivos, los pensamientos del Kratos cambiaron de nivel. Rió entre dientes al recordar a un loco que apareció en su Monitoria. El proyecto presentado era el siguiente: con piedras filosofales gigantescas, depositadas en el fondo de grandes espejos parabólicos, con centrar rayos sobre los tanques enemigos. Una vez transformados en oro, resultarían mucho más fáciles de perforar mediante disparos de bazookas, cohetes o láser.
Otras cosas, en cambio, no resultaban tan cómicas. A la Monitoria de Campo de Marte llegó un disparatado proyecto, pero esa vez no producto de un delirante cualquiera sino del Monitor en persona y debido a su propio diseño. Se trataba de los planos, a todo color, de un cazador blindado de diez mil toneladas y trescientos trece metros de altura.
Cuando el Kratos Eusebio Aristarco vio la maqueta a tamaño natural de ese bicho, se horrorizó. Aquel adefesio en forma alguna podría moverse sobre los terrenos pantanosos de Rusia. Era demasiado pesado. No habría orugas que pudieran sostenerlo y se hundiría irremisiblemente en el fango. Entonces la Fuerza Aérea o la artillería rusa, con todo el tiempo del mundo, traerían a la zona un anulador de campo para liquidar sus defensas electromagnéticas y lo partirían por la mitad con un simple disparo láser. Si por desgracia hubiese que cambiarle una pieza, no existirían repuestos. Todo carísimo, por lo demás.
El generalato en pleno expresó al Monitor —ante la furia e indignación de éste— que, aunque Campo de Marte lograra fabricarlo, no querían verlo ni de lejos y ni siquiera olerlo. Según ellos, con aquellas diez mil toneladas podrían construirse por lo menos cien cazadores blindados de bastante peso y potencia. Para colmo, la velocidad del mencionado chichi había sido calculada en alrededor de dos kilómetros por hora. Un escarabajo pelotero marcharía más rápido. Como es natural, ese monstruo era —ya en los dibujos— un ser absolutamente indefenso, pese a sus blindajes fenomenales (visibles e invisibles), a sus enormes pretensiones y al diseño megalomaníaco.
El déspota lo dijo en privado, estallando en una de sus rabietas legendarias, cual Monitor de otras épocas: «¡Estoy harto de esos generales incompetentes que se oponen a mis ofensivas cataclísmicas! ¡Harto! ¿¡Me entiende usted, Eusebio Aristarco!? Pensaba pintarlo todo de rojo, con un rojo maravilla, como el color de la capa de Superman en las historietas, para envidia de los rusos. Todos esos gaznápiros están en contra de mi obra maestra por cortedad de visión. Pues para que sepan se llamará Tisístenes: “el poderoso vengador”».
El Kratos lo justificaba para sus adentros, pensando que las demasiadas derrotas habían afectado el cerebro del Monitor, quien, dentro de la vigilia, se permitía cada tanto aquella especie de sueños compensatorios. En realidad, la próxima vez que el Kratos habló con el Monitor no necesitó convencerlo de la no viabilidad del proyecto, pues no volvió a mencionar a su tiranosaurio preferido, el Tisístenes Rex.
Eusebio Aristarco mantuvo con firmeza su paso. (Asociado con el Kratos pudo oírse el motivo de El Tarnhelm: el yelmo mágico; no sólo porque la máquina de ilusión lo tornaba invisible, sino por la propia capacidad de Aristarco para transformarlo todo.) Su aliento salía en grandes bocanadas. Estaba acercándose a Terraza de las Águilas. Ya se percibía el sordo rumor de los campos electromagnéticos de las defensas exteriores. La desesperación infinita, instalada en su cerebro como un mudra, lo había llevado a dar toda la vuelta. «¿Y si ganamos? —pensó lleno de esperanzas absurdas, maravillado ante la ocurrencia—. ¿Y si ganamos? Vamos a ver. Si yo logro triplicar la producción de cazadores rodantes este año, aunque el enemigo tenga cinco veces más no va a resultar demasiado importante. Nuestros tripulantes son mejores. Aparte, el nuevo equipo electrónico es cosa de ver. Si podemos aguantar el frente los próximos tres meses… pasaremos a la ofensiva y a Tuchaschewsky lo meteremos en una bolsa. Los científicos me aseguran que pronto dotaremos a nuestras espacionaves de combate con un motor tan potente, barato, adaptable y fácil de producir en serie que incluso podrán llevarlo nuestras viejas carcazas AB-32, que están guardadas por inútiles en los depósitos. Hay más de mil. Estaba por hacerlas desarmar, pues ocupan lugar y aparte necesitamos los repuestos. Me alegro de no haber cometido ese error. Las transformaremos en bombas voladoras. Hay que largarlas sobre Segurinsky, cuando pase a una nueva ofensiva, ésta sí que ni se la espera, Segurinsky hace avanzar perímetros defensivos al frente de sus tropas; ellos destruirán en el aire a casi todas estas bombas, impidiendo que tomen contacto con sus blancos. Eso también es verdad. Pero los técnicos me han prometido, para dentro de tres meses, un nuevo perturbador que anulará los campos rusos. Pongamos que para un mes después de ese plazo hayamos fabricado aunque sea mil. Suficiente: se los ponemos a los AB-32 y listo. Los largamos todos juntos sobre las tropas de Segurinsky. Si conseguimos retardar la progresión soria, y la rusa en centro y norte del frente del Este, podremos pasar a la ofensiva en el sur y arrollar a los soviéticos dentro, del sector. Esto a su vez repercutirá en todo el Grupo de Ejércitos Centro de Tuchaschewsky, al modificarse el equilibro de fuerzas, y ellos deberán enfrentar una crisis de incalculables consecuencias» incalculables consecuencias era la expresión favorita de Eusebio Aristarco.
Y así continuó delirando por largo rato el Kratos de Campo de Marte. Incluso, sin darse cuenta, en su imaginación sonaban marchas militares y hasta marcaba el paso. Pero cuando en la entrada de Terraza de las Águilas los soldados le pidieron documentos e identificación esotérica —allí de nada valían mudras ni máquinas de la ilusión, gracias a la cobertura establecida por De Gaula—, perdió voltaje como quien dice y los resplandores en delirancia se apagaron. No obstante, estaba lejos del umbral depresivo de una hora antes.
Casi enseguida de haber entrado dejó de sentir el zumbido de los campos electromagnéticos. Los sucesivos blindajes de la entrada eran tantos que apagaban cualquier clamor. Como ya se dijo, ese tipo de ruido únicamente volvíase a escuchar en el piso superior, a causa de las defensas exteriores y autónomas de la zona alta.
Intentaría ser recibido por el Monitor.
Terraza de las Águilas en esa época tenía un aspecto sombrío, con muchos cuartos clausurados por razones económicas y sólo unas pocas luces indispensables. Estas medidas resultaban inútiles en su intención por dar el ejemplo. La burocracia general, que debió ser reducida a la cuarta parte ya al comienzo de la guerra y mientras ésta aún se estaba ganando, consumía en un día más energía eléctrica, horas-hombre, toneladas de papel, etc., que Terraza de las Águilas en un año. Y eso que el mencionado edificio, además de sede gubernamental, era una construcción enorme y que al Estado coscaba mucho mantener.
El Kratos Eusebio Aristarco tomó un ascensor que habría de conducirlo al piso superior. No estaba citado pero deseaba hablar de manera bastante urgente con el Jefe del Estado.
Cuarenta minutos antes, cuando Eusebio Aristarco aún no había llegado a Terraza de las Águilas, Monitor, Barbudo y Kratos de las Lenguas todavía continuaban conversando sobre las futuras construcciones ciclópeas. En una pausa, el Kratos Enrique Katel aprovechó para introducir algunos de los problemas que le preocupaban. Condujo hasta su terreno con gran habilidad, procurando no imponer los temas de manera violenta o que sonasen poco naturales. Monitor lo escuchó sin interrumpirlo y con gran atención. No obstante podía notarse el esfuerzo. El Kratos, gracias a su gran experiencia en psicología, usos y costumbres monitoriales, se percató en el acto; pero prosiguió, haciéndose el desentendido. Él estaba muy interesado en replicar al bombardeo que sorias y rusos efectuaban con naves aéreas y cohetes, mediante ataques análogos sobre las poblaciones civiles de ambos países. Barrios enteros de Monitoria habían sufrido destrucción total o parcial. Según él era indispensable tomar medidas. A esto contestó el Monitor: «En primer Iguar, el enemigo no va a dejar de bombardearnos porque nosotros empecemos a hacerlo. Segundo, siguen un método erróneo: en esa forma no conseguirán rendirnos; lo único que van a lograr es que nuestra población se llene de odio contra ellos. Ignoran la psicología popular. Procuremos no cometer el mismo error. No han podido realizar un ataque masivo, a full, en todos los lugares y al mismo tiempo por diversas razones. Se vieron obligados a efectuarlo progresivamente. Un bombardeó de esta clase, sólo habría logrado su objetivo de paralizarnos si lo hubiesen llevado a cabo de la noche a la mañana, de manera aplastante y aterradora. Pero nuestras pantallas de energía nos defienden bastante. Más de lo que cree. Y en tercer lugar…». «Pero la gente exige represalias. La población tecnócrata se vería en cierta forma compensada si…». «Usted perdone. Antes lo escuché sin interrumpirlo; le ruego que ahora me permita finalizar». «Disculpe». «Es comprensible. Todos estamos sometidos a presión. En tercer lugar, debo informarle que yo tenía su misma idea. El generalato en su totalidad, sin una sola excepción, se pronunció en contra de las represalias. Necesitan hasta la última espacionave de combate en los frentes, donde todos los días estalla una crisis. Por una vez estuve de acuerdo con ellos. Además, razonemos un poco: este tipo de bombardeo, ¿qué propone, aparte de hacer sufrir innecesaria y perjudicialmente a la población civil?». «¿La vez pasada queríamos liquidar a la mitad de los sorias y ahora vamos a pasarnos al otro lado, justo cuando el enemigo no se detiene ante nada? —Al ver el cambio en el rostro del Monitor, Katel prosiguió—: Sí, me enteré del proyecto y estoy contento de que no se haya llevado a cabo. Pero ahora no es cuestión de…». Monitor estaba muy enojado. No obstante, contestó con fría calma: «Kratos: le prohíbo que vuelva a sacar ese tema en su vida. No deberá hablarlo conmigo ni con nadie. Mucho menos, estando terminado para siempre. No es por blandura —a esta altura debería conocerme un poco— que me niego a bombardear civiles. Sino por razones exclusivamente militares. La decisión ha sido tomada. Carece de utilidad el seguir hablando sobre tal asunto».
Viendo que con respecto a esto habían llegado al punto final, el Kratos encaró otro tema. Pese a no ser de incumbencia de su Monitoria, no podía menos que mencionarle los últimos movimientos de tropas sorias. Temía un ataque en el sector. Desde que habló con Ladrido von Malzam, no podía sacar de su mente la imagen de los ejércitos soriatoriales avanzando arrolladores y ocupando media Tecnocracia. Como en teoría no podía saber estas cosas, dio un rodeo. Monitor le aseguró: «Por nuestros amigos los sorias no se preocupe. Hasta dentro de tres meses no pueden ni soñar con un ataque. Van a estar ocupadísimos pensando en otras cosas». «¿Y qué dice la observación aérea?», el Kratos ya estaba enterado por von Malzam, pero si lo admitía pondría en descubierto a su informante. «La observación aérea podrá decir lo que quiera; pero los sorias, se lo repito, no estarán en condiciones de atacar hasta dentro de tres meses. La vez pasada les dimos una pateadura. Perdieron casi un ejército, y para ellos eso es mucho,»
Pero el Monitor, ese día y en tan especial madrugada, por lo visto no estaba interesado en asuntos militares —o por lo menos a discutirlos con civiles—, pues casi enseguida derivó la conversación al tema del arte. Con el Barbudo se enfrascó en una discusión sobre literatura. Monitor le dijo: «Rara vez me intereso por una novela contemporánea. Todos esos personajes me parecen aburridísimos, con sus dramas de masoquismos alternados. Hoy día casi no existen novelistas: o se cobijan bajo la protección de una idea política, o bien en las preferencias populares. Recuerdan a fulleros, de esos que usan palabras marcadas. No les importó nunca que el desprecio viniera junto con el pan. Viniera o viniese, y mejor si al mismo tiempo: vinivinieerase. La autoestima es lograda mediante la afirmación ajena. No bien abro sus libros, tengo la sensación de algo reptante, como de un monstruo velamentoso, lleno de membranas pendientes, listo para atrapar al lector». Barbudo: «Me parece que exagerás bastante. Sos tan excedido en tus cosas que te movés mediante afirmaciones absolutas, sin dar más explicaciones. Por otra parte, el ser absoluto en tus afirmaciones es lo que las hace interesantes. Lo reconozco. Pero tus ataques son tan vagos y generales…». «Ah, ¿vos creés? Será porque no escuchás mis palabras con atención. Oscar Wilde, al menos, cultivó el arte marcial de la paradoja. Harto lo pagó, según se sabe.
»Aquí hemos suprimido todo tipo de censura sexual. Yo considero que hasta la pornografía es un arte, para horror de los puritanos. Nuestros atletas, masculinos y femeninos, son paseados desnudos sobre sus carros triunfales, como se hacía en Grecia hace miles de años. Nosotros, al igual que ellos, tampoco nos avergonzamos del cuerpo, y lo mostramos cuando es hermoso.
»Lo que ocurre es que la gente no tolera el humor, lo nuevo y lo grande. Es preciso estar dotado de grandeza para no meter al artista creador dentro de la gran bolsa de los ruidos.
»Detesto la literatura “testimonial y comprometida”. Hasta la nuestra. También nosotros tenemos bastante de eso en la Tecnocracia, cosa muy lamentable. Es bueno defender las cosas que se sienten, pero hay que sentirías y para eso hace falta algo más.
»Ésta —la falta de sentimientos— también es la razón por la cual detesto el atonalismo, la música concreta, la escritura serial, el componer sin un tema, los ruidos aleatorios, el acervo estoque de la estocástica, las interferencias mutuas y otros chichis. —Se rió sardónico entre dientes—: Allí tenemos a nuestras maravillitas: Béla Bartók, el buenazo de Honegger, Stockhausen, Antón Webern… Y no prosigo porque podría llegar a sorprendernos el fin de la guerra. Sus canciónsucas serán archivadas en nuestros polvorientos himnarios. Son dialécticos triunfantes, en el fondo. Pero también a ellos los tirará a la mierda la “marea de la historia”, como dicen nuestros amigos los rusos. La marea de la contaminación roja. Nunca escribió mejor Shostakovich que cuando el Partido le prohibió ser modernoso. Fue la única vez en la vida que el Partido tuvo razón». «Te contradecís. Hace un momento, todavía no pasó un minuto, decías que estabas en contra de la censura estética». «En primer lugar yo hablé en contra de la censura sexual, no de la estética. En segundo término habrás notado que aquí no hicimos eso. La música de los autores que te mencioné se escucha en la Tecnocracia. Pero como yo también soy un ciudadano, tengo derecho a opinar. No obstante, Monitoria de las Lenguas cumple una función importantísima en el reino de la música. Nuestro Estado pide música Trascendente y dice por qué». Aquí el Kratos de las Lenguas se sintió tocado: «Poco a poco he ido compartiendo sus ideas, bien lo sabe, pero en cualquier forma no podemos negar la contribución de Arnold Schónberg. Naturalmente se trata de un intento. Debemos avanzar hacia…». «¿Schónberg? ¿Schónberg? Me parece haberlo oído nombrar. ¿Se refiere usted a ese músico dodecadente, a ese tecnócrata sin trascendencia? Mire, Kratos, volverse amigo de ese hombre es desperdiciarlo. Prefiero hacerlo mi enemigo —tornóse al Barbudo—. Los otros días escuché Ciclos, de Stockhaussen. ¡Ah, picarón! Es cosa de ver cómo vende su tramposo pan. Dentro de sus manjares de acrílico esconde fosos llenos de cocodrilos, ciénagas y pirañas; trampas para cazar leones bobos: de ésas con resortes de acero al cromo-níquel, que enganchan ruidosamente una pata y ya no la sueltan; o un pozo repleto de estacas afiladas». Barbudo: «No es para tanto». «Puede ser que a veces yo exagere para hacer notar determinada cuestión. Si te tengo que hablar con franqueza, he de decirte que en mi fuero íntimo creo en la honradez del intento de Stockhaussen y de todos los otros. Pero han seguido un camino estético erróneo y cuanto antes lo abandonen, mejor para codos». El Barbudo hizo un chiste sardónico: «¡Qué pasión por el clasicismo! Un poco vos sos el Darwin de la teología: en el principio todos los Dioses fueron griegos. Predicás el evolucionismo celestial y el retorno a las fuentes». «Seguro, porque lo que Darwin olvidó decir es que hay evolución pero sólo para atrás: adelante está el Megachichi, esperándote con sus zarpas, seriadas y dodecafónicas babas verdes». Ambos rieron la broma. El Kratos, previo asegurarse de que el Monitor no estaba enojado, se sumó a la risa. El jefe del Estado prosiguió: «Cómo me gustaría que algún músico tecnócrata completase la Inconclusa, de Schubert. ¿Acaso no puede hacerse? Claro que sí. Nadie quiere emprender la tarea para no exponerse a las críticas y al desprestigio. Saben que la continuación, la realización de los dos movimientos faltantes, no traería fama a su autor sino acervos ataques, por bueno que fuese el trabajo. Si el mismo Schubert resucitara de incógnito también dirían que la composición del tercer y cuarto movimiento no está a la altura del talento de los dos primeros. Porque así es la gente. Debería existir por lo menos un tecnócrata de coraje que no cerniese a las burlas y al desprecio. Schubert escribió los primeros compases del movimiento N.o 3. Puede partirse de allí. Si mis astrólogos conocieran música, habría dado orden de que esos movimientos fuesen completados en base al horóscopo personal de Schubert. Determinar cómo los habría compuesto él si viviera. Realizar esa tarea enorme así fuera necesario un horóscopo para cada compás. Tengo astrólogos que son además físicos, o químicos, o matemáticos. Hasta hay en mi equipo un astrólogo poeta. Pero ningún músico. No hay uno ni para remedio. Qué mala suerte. De todos los compositores vivos y extintos, sólo uno o dos están a la altura de nuestro gran movimiento social. Si Ravel viviese, estoy seguro de que compondría una Cantata a la Tecnocracia. Es el único lo bastante sensible como para comprender la idea de la máquina para el hombre, que nosotros llevamos hasta sus últimas consecuencias. De todos los músicos posibles, digamos nosotros lo que digamos, no será ciertamente Wagner quien podrá entendernos o apoyarnos. En forma alguna. El Anillo del Nibelungo es, en cierto sentido, la obra humana más completa. Tiene genio y trascendencia. Sin embargo, nada tan confuso y contradictorio como sus improntas argumentales. Hace de los Dioses —a quienes comprende sólo a medias— una suerte de Capitalistas de Estado, a la manera rusa. ¿Quién se cree que es Wotan? ¿Un pequeño burgués? Alberich en cambio, el Antiser, está magníficamente diseñado. Es impecable.
»Todos ustedes creen que el trance apurado por el cual pasamos no es otra cosa que la aflicción de la propia Tecnocracia reflejada en nosotros; mis fanáticos sólo ven mi tragedia, y hasta no faltará el egoísta que imagine todo como su derrota personal. Cómo no comprenden que éste, más que el drama de la Tecnocracia, es el drama de Wotan[177]. Los Dioses no se destruyen por la avaricia de Oro y Poder del Dios Wotan, sino porque los hombres se han alejado de ellos haciendo el juego de Alberich. Wagner debió expresar claramente que la tragedia comienza con la Renuncia al Amor para con sus Dioses que realizan Brunilda, Sigrnundo y Sigfrido. Esta Renuncia es mucho más funesta y definitiva que la cometida por Alberich a fin de apoderarse del Oro del Rhin.
»Yo le dije todas estas cosas a Ricardo Wagner Iseka en una carta. Ni me contestó. Miren si no será arrogante. Según me dijeron, se limitó a encogerse de hombros y a reír.
»Exteriormente, puesto yo en el papel de Jefe de Estado, a ese hombre lo ensalzo, Pero por dentro estoy lleno de muchos odios. Sin duda mi amor por su música es superior a lo muy sinceramente que detesto las manijas y comodidades metafísicas de él como individuo. Pero así en general, hablar de esa persona me trae unos cuantos dolores que no se van. —El Monitor hizo una pausa, encendió un cigarrillo, y prosiguió—: Me pregunto, en otro orden de cosas, por qué no han surgido aquí pintores que merezcan ser llamados tecnócratas. La técnica y los arquetipos están íntimamente ligados. Alguien, por lo menos, debería expresarlo. Aún estoy esperando ver el pintor que realice un gran cuadro donde figuren los personajes del Anillo wagneriano. Todo igual, si él quiere, tanto seres como situaciones; pero con una diferencia importantísima: manejarán amas que para el evento resulten fantásticas. Sigfrido empuñará una espada láser; Wotan, un lanzallamas; Brunilda, en lugar de su corcel mágico Grane, cabalgará un tren blindado que vuele por el cielo; el dragón Fáfner será un tanque ruso, un Evtushenko; para los antros profundos y sulfúreos de los nibelungos, yo visualizo una fundición de acero; Donner, Dios del Trueno, podría utilizar un mortero de quinientos milímetros para descargar la tormenta; las Ninfas, custodiarán con sumergibles el Oro del Rhin; Walhalla sería representado por una ciudad tecnócrata, con edificios altísimos, kilométricos, llena de miles de máquinas, ardiendo por los cuatro costados —los otros se miraron entre sí pero no abrieron la boca—. Todo esto que digo, puede sonar muy ridículo. Pero esperan a verlo pintado, esculpido o en cine: con toda la magia y persuasión de un verdadero artista».
Al Kratos la referencia a una ciudad tecnócrata devorada por las llamas no le había hecho ninguna gracia. Le pareció de mal agüero. Con toda evidencia el Monitor estaba ese día bajo el influjo de tensiones especiales; caso contrario jamás se le habría escapado una comparación tan tenebrosa, propia casi de un derrotismo triunfal.
Eusebio Aristarco, Kratos de Campo de Marte, arribó por fin al Gran Vestíbulo de las Audiencias. Venía dispuesto a tener una larga charla con el Jefe de Estado sobre materiales estratégicos. Luego de un par de minutos, el Chambelán lo introdujo en el despacho. Para esa altura, la conversación entre el Kratos de las Lenguas, Barbudo y Monitor, había retornado al tema de las construcciones. Aristarco, pese a no tener la menor gana, se dispuso a escuchar simulando profundo interés, acechando la más leve oportunidad que le dieran de introducir su tema.
Hablaban de arquitectura sepulcral. «¿Dónde nos sepultarán a nosotros, mi Monitor? Me refiero a los altos jefes», preguntó el Kratos de las Lenguas. Eusebio Aristarco estuvo a punto de largar: «Donde nos dejen los rusos», pero, por fortuna, se contuvo a tiempo. Monitor contestó: «En lo que a mí respecta me embalsamarán, naturalmente. Se practicará una incisión dentro de una gran secuoya, como las que tenemos en el sur; mi cadáver, de uniforme y puestas las insignias del mando, será introducido en el árbol. Luego taparán la entrada. De esta forma, mi cuerpo, no obstante estar embalsamado, se transformará poco a poco y a lo largo de miles de años en parte, del árbol». El Kratos de Campo de Marte se preguntó: «Si quiere integrarse a la secuoya, cosa que me parece bien, ¿por qué ordenar que lo embalsamen? Eso es una incongruencia».
Eusebio Aristarco no era capaz de desenvolverse políticamente, pues toda su vida se negó a comprender las claves, jamás procuraba convencer a los interlocutores: limitábase a ordenar. Sus directrices debían cumplirse en el acto de emitidas, al pie de la letra y sin rechistar. Tenía escaso cariño por los opositores. Incluso en presencia del Monitor, controlaba a duras penas su impaciencia. Como resultado, tanto esfuerzo y tensión se notaban. Si un hombre sabe cómo hacer las cosas puede y debe ordenar las soluciones, sin aguardar a que los otros se pongan a sabotearlo y hacerle perder el tiempo con interminables discusiones. El problema era que él tenía una manera torpe e inhábil de imponerse a los demás. Tales actitudes le habían ganado fama de intolerante y tirano; los otros también lo eran, si a eso vamos, pero poseían cierta manera candorosa de ordenar las cosas más terribles, que les permitía operar con fluidez y por líneas exteriores. Habría caído largo tiempo atrás, de no ser por la protección del Monitor. Varios Kratos —entre los cuales se encontraba el de las Lenguas— formaron contra él un cerrado frente. Chocaron sin embargo contra la voluntad del Monitor, quien respetaba su eficiencia. Puso punto final: «Ustedes no simpatizarán con Aristarco pero yo a ese hombre lo necesito».
Cuando el Kratos Eusebio Aristarco intentaba transigir, debido a su falta de experiencia negociativa casi era peor. Lo que él consideraba enormes concesiones, para los otros resultaban gentilezas comunes, propias del trato diario, y por lo tanto imperceptibles. En cambio sí notaban su gesto exagerado, el cual les hacía pensar que el otro venía con ocultas intenciones.
Terco, tenaz, infatigable, omnipotente, con tendencia a considerarse infalible. Sin embargo, en sus años como funcionario tecnócrata, algo había cambiado en él. De las pasiones ajenas entendía tanto como antes, pero ya no se atrevía a juzgarlas abiertamente. En una persona como ésa, era mucho. Comenzó a sospechar que algo se le escapaba. Tales ocurrencias no conmovían su mundo, muy lejos de ello, pero resultaban un adelanto.
Para lograr su objetivo de conducir la conversación al tema de los materiales estratégicos inició un operativo que, según él, sería perfecto desde el punto de vista psicológico. Como primera medida introdujo un comentario: «Monitor: tenía entendido que ese problema ya había sido resuelto con el proyecto del Valle Mecánico de los Reyes. Todos los jefes de cierto nivel estábamos destinados a parar ahí, incluso usted mismo. ¿Ahora ha decidido que lo pongan en una secuoya?», dijo todo esto para llamar la atención sobre su persona, no porque una posibilidad le importase más que otra. A partir de aquí pensaba conducir el diálogo hacia nuevos derroteros.
Monitor contestó: «Es una opción que no descarto. Quizá después de la guerra, cuando se completen los estudios de la producción controlada de energía mediante bombardeo con antimateria, decida ajustarme al viejo proyecto. Pero si éste no se concreta a tiempo… Tenga en cuenta que me puedo morir antes».
El Kratos de Campo de Marte, para sorpresa del Monitor, estalló en exageradas protestas: «Usted no se morirá en muchísimos años. Vivirá durante siglos para bien de la Tecnocracia y del mundo». Si se lo hubiese dicho algún otro, ni lo habría notado. Pero Aristarco jamás era servil. El Kratos finalizó con tono firme: «En efecto. Usted no tendrá nada que temer siempre y cuando no perdamos el cobre y el selenio de Chanchín del Norte». A este exabrupto, bien propio de su falta de tacto habitual, Eusebio Aristarco lo llamaba «una manera de conducir progresivamente la conversación hacia el tema deseado».
Monitor se quedó mirándolo estupefacto. Después comenzó a reír a carcajadas, libre y sin disimulo. Aquello era tanto que no podía enojarse. Pensó: «Es como una bestia de los bosques. El yeti tomando el té. Lo quiero, pese a todo. Es mi rinoceronte de bolsillo». Luego le dijo con tono irónico; «Mi querido Kratos: tengo la sospecha de que desea hablarme sobre esos materiales estratégicos». «De ésos y de otros. Si usted me permite…». «Mire, Eusebio Aristarco, el selenio y el cobre tienen una altísima importancia. Se sorprendería si pudiera saber cuán dignos de atención me parecen. Todo tiene prioridad aquí. Por eso, también tienen importancia nuestros sueños». «El cobre hace que los sueños existan». «Ya lo sé. No me lo diga a mí que soy tecnócrata. Pero…». «De cualquier manera que sea, yo no sueño jamás —dijo el Kratos desde el fondo de su subconsciente—. Tengo una misión que cumplir».
Se produjo un pesado silencio. Cualquier otro que no fuera el Monitor, lo habría reventado. Él, en cambio, luego de observarlo durante un largo minuto, le dijo con mucha calma y paciencia: «Mi misión, en cambio, Kratos, consiste en no abandonar mis sueños, por grave que sea la hora vivida. ¿Sabe una cosa? Al norte del Mar Blanco existen los hielos más antiguos del mundo. Son de color azul oscuro y tienen miles y miles de años. Aprisionadas entre ellos, pueden encontrarse burbujas de aire fósil. Los científicos las analizan pues son trozos de la atmósfera que existía en el pasado. Pues bien: a veces me da la impresión de que yo respiro aire de otros tiempos, Eusebio Aristarco. Aquí nadie entiende nada. Pero, por favor, hábleme de sus materiales estratégicos».
Luego de algunas consideraciones generales sobre plásticos, equipo electrónico, estado de los transportes y nuevos armamentos, el Kratos pasó directamente al tema: «Mi Monitor: la última rectificación de frente nos hizo perder el cobre y el selenio de Chanchelia. Tal suceso me causó una considerable preocupación, debo confesarle. Ese país tiene las minas de cobré más grandes del mundo». «Nos quedan, entre otros, los yacimientos de Goria, que son considerables», replicó el Monitor. «Es cierto, y también los de Protonia. Pero son lugares lejanos y amenazados». «Los catalanes cuidan nuestro flanco en Goria y estabilizan la región. ¿O lo ha olvidado?». «No, no lo olvidé. Pero si los sorias atacasen…». «Usted ya es el segundo en este día que me habla de un ataque soria. ¿Quién hace correr esos rumores? Los sorias no podrán atacar hasta dentro de tres meses, y si atacan peor para ellos. Continúe». «También tenemos algo de cobre en la Tecnocracia, pero escaso y de difícil extracción. No obstante, si no tenemos otro remedio, comenzaré a explotarlo. Es por eso que si se ordena un repliegue, yo debo enterarme para efectuar a tiempo las inversiones necesarias». «No se preocupe. No estoy planeando ningún retroceso». «Bien, alivia saberlo. El selenio también es importantísimo y, como se obtiene refinando el cobre, al perder el uno perderíamos el otro automáticamente». «No perderemos ni lo uno ni lo otro, no se preocupe». «Otra de las cosas que me afligieron con la eliminación de Chanchelia, fue que su territorio era un gran aprovisionador de petróleo, osmio y columbio. Como de plásticos andamos escasos, nos vimos obligados a darle al hierro casi la misma importancia que otrora. ¡Paradojas de la guerra! Todo plástico que puedo reemplazar por acero, lo hago. Ahora bien, el columbio es un elemento bastante raro que disminuye la corrosión en los aceros inoxidables. Protelia es el único país productor de columbio que nos queda. Tiene también gigantescos yacimientos de hierro, wolframio, osmio, iridio y molibdeno. Este último es indispensable para construir máquinas que corten metales a altas velocidades». «¿Por qué no los cortan con láser?». «Hay trabajos que sería muy difícil hacerlos con láser. Eventualmente podemos construir máquinas complicadísimas, pero a veces es más fácil usar el método antiguo. Por tales razones es indispensable que conservemos ese país. Otra cosa que debe preocuparnos es la actual amenaza rusa sobre Protonia. Aparte de cobre, hay allí fabulosos yacimientos de hierro —nosotros también tenemos mucho en Tecnocracia Central, pero de bajo rendimiento y difícil explotación—; además Protonia tiene petróleo, cobalto, titanio y zirconio. Estos dos últimos son elementos extremadamente raros, de alto precio. El cobalto se necesita para aceros de alta velocidad y aceros magnéticos. Da la desagradable casualidad de que muchos de los elementos que he mencionado no sólo se utilizan en altos hornos, sino también en nuestros plásticos secretos. De modo que una eventual escasez en un proceso nos la traerá también en otro. Diga usted que yo, como la hormiguita del cuento, guardé en mis depósitos importantes cargamentos de columbio, titanio, cobalto, zirconio y hasta molibdeno y wolframio. Esta previsión la tuve en nuestras épocas victoriosas; si se hubiera iniciado a tiempo una economía de guerra, como aconsejé, cosa que usted no puede olvidar, ahora todo sería distinto. De cualquier manera que sea la situación está lejos de ser desesperada, en cuanto a materiales estratégicos extremadamente raros, pues mis reservas nos pueden sacar de un apuro.
Por el cromo y el manganeso no me preocupo. En el sur tenemos de sobra. En cuanto al níquel, poseemos los yacimientos más ricos del mundo. De bauxita andamos más o menos. Hay algo de osmio y un poco de iridio, pero las cantidades no son suficientes. Nuestra hulla es poca y mala, difícil de extraer… Pero como al hierro lo fundimos en hornos eléctricos, a la hulla la podemos derivar hacia la producción de plásticos; lo que no es poca cosa, le diré de pasada». «Trate de ser breve en los detalles técnicos, Eusebio Aristarco. De casi todas estas cosas ya me habló en otras oportunidades». «Sí, lo sé. Pero de cualquier manera quería actualizarle una visión global de nuestras posibilidades, luego de la última retirada estratégica».
Eusebio Aristarco prosiguió hablando largo rato más. Tenía perfecto conocimiento de los temas tratados y estaba dispuesto a que el Monitor supiera a qué atenerse en caso de una nueva rectificación del frente.
La progresiva disminución del suministro de materias primas para los procesos del plástico había transformado una vez más al hierro en un metal básico, indispensable para el esfuerzo de guerra. A fin de aprovecharlo todo, hacía largo tiempo que el Kratos había ordenado la recolección de ferrodesechos. A este reciclaje escapaba todos los años un diez por ciento, sólo en concepto de corrosión. De aquí la importancia de elementos como el titanio y el columbio, que la prevenían. Si bien con el níquel se lograba el mismo objetivo y de él tenían mucho, por sus elevadas condiciones antimagnéticas no siempre convenía utilizarlo.
Procuró también informar al Monitor sobre la geografía del mineral de hierro en la Tecnocracia, distribuido como hematitas rojas, limonitas, hematitas azules y marrones, de la vital magnetita, y de todos los trastornos y disgustos que sufrirían por la baja calidad de estos yacimientos.
Si por una razón u otra se viesen reducidos a los recursos naturales de Tecnocracia y Califato de Córdoba (este último país, en apariencia no contaba con petróleo, pero sí con estaño, platino, zinc, oro, placa, silicatos y grafito); en particular, si perdían el acceso a materiales estratégicos extremadamente raros como wolframio, titanio y zirconio, ello traería «una crisis de imprevisibles consecuencias».
Luego de su larga exposición, el Jefe de Estado autorizó al Kratos a retirarse. Si algo había quedado muy claro para el Monitor, después del realista panorama de materias primas que había mostrado Eusebio Aristarco, era que la mitad de los procesos industriales y tecnológicos se vendrían, abajo si perdían a Protonia en el oriente y a Protelia en el noroccidente.
Se volvió entonces a quienes habían quedado y dijo sacudiendo la cabeza:
—Es lamentable. La situación de hombres como Aristarco, digo. Iluminan sus campos específicos con luz meridiana; sin embargo, son tipos incapaces de asimilar la menor ideología, del tipo que fuera. Cualquier cosmovisión superior siempre será en ellos un barniz. Si los presiona sólo conseguirá desmoralizarlos, que dejen de trabajar para la ciencia. Se dejan penetrar por la culpa, ¡ah, eso sí! No comprenden ni comprenderán jamás una idea elevada, pero en cambio están dispuestos a abrazar el pacifismo o cualquier otra concepción absurda que deje indefenso a su país. Lo mejor es liberarlos de culpa, porque ella no los hará mejores. Su técnica, su arte, no es lo único que necesitamos de ellos; también resulta indispensable que tengan ideología tecnócrata. Pero esto es difícil o imposible de lograr. Conformémonos con la producción que aportan. A su vacío ideológico lo debemos llenar nosotros.
»En el caso particular de Eusebio Aristarco —a quien considero prototipo en cuanto a su personalidad de técnico—, dudo de que cambie mucho. Él supone que la Tecnocracia lo está cambiando. Me he percatado. Injustificada creencia, por lo demás. Él es un hombre sellado: no debe esperarse el menor crecimiento, ni ahora ni dentro de mil años. En el fondo ha reelaborado la metafísica mágica de la Tecnocracia, enanizándola, hasta que coincidiese con su propia y vieja cosmovisión. No está comprometido porque en el fondo nada comprendió, y no comprendió porque no está comprometido. —Al observar cierto gesto en el Barbudo, prosiguió—: Veo en tu cara una duda. ¿Suponés que me equivoco o soy injusto? Ojalá. Pero dejemos este tema. Hoy no estoy “abierto al diálogo”, como se dice.
El Kratos de las Lenguas, quien odiaba al Kratos de Campo de Marte, no estaba dispuesto a dejar pasar la ocasión. Para reventarlo siguió —en apariencia— el procedimiento opuesto. Sus primeras palabras fueron elogiosas:
—Pero mi Monitor: Airstarco es tan eficiente, tan intuitivo…
—Intuitivo según para qué.
—A mí me parece —desmiéntame si me equivoco— que el Kratos hace grandes esfuerzos para entender la cosmovisión tecnócrata. Si lo consigue logrará una reserva moral que lo protegerá en épocas de crisis. Ante cualquier vacilación, quiero decir.
Monitor, quien comprendía perfectamente a dónde quería llegar el otro, se limitó a sonreír. No estaba dispuesto a dejarse envolver por los mutuos odios de sus Kratos. De cualquier manera le dijo, no dándose por enterado:
—Alguna vez alguien tendrá que poner en una novela alguna importante sección dedicada a los técnicos de esta clase. En ciertas circunstancias y por algún motivo, uno de ellos se hace famoso. Esto puede llevar a la falacia de creer que su personalidad, es muy especial y única. Es un error que comete toda la gente que no pasó por ingeniería. Si se hubieran movido en un ambiente de técnicos como yo, sabrían que una personalidad como la de Eusebio Aristarco no es rara ni muchísimo menos. ¡Cuán acostumbrados me tienen los técnicos a sus características! Cuántas veces encontré fuera de él su misma competencia genial, su falta de sentido para la trascendencia y, sobre todo, su maldito blasón: «La técnica por la técnica misma». Son justamente ellos quienes han enmascarado a la Tecnocracia —a nuestra Tecnocracia—, de manera que parezca un vulgar «gobierno de técnicos». —Furioso—: ¡Gobierno de técnicos! ¡Malditos técnicos! Se creen la crema de las naciones. ¡Pero si hacerles entender la cosa más mínima cuesta un mundo! ¿Usted supone por ventura que Eusebio Aristarco existe sólo aquí, en la Tecnocracia? ¡Qué va! Hay un tipo en Soria, exactamente igual que él y con las mismas funciones. Los rusos siempre se hicieron los misteriosos y además no les gusta la exaltación de la personalidad; pero yo estoy seguro, y esto créanlo como si fuera la saga de Odín, que en la Unión Soviética tenemos otro Eusebio Aristarco. O varios. A ellos sólo los mueven dos cosas: el reconocimiento ajeno, con todos los honores y halagos de la vida que trae consigo, y el poder llevar a cabo sus proyectos. Oiga: todo esto me parece bien, pero hay que acompañarlo con una aspiración superior, lealtad, capacidad para reconocer la grandeza en otro cuando se la ve. Si nos falta un órgano debemos ser humildes y reconocerlo. Son los que jamás comprendieron a su pueblo, a su patria, a su nación. ¿Cómo puede él entender el delirio creador ni el sueño tecnócrata? Mire, Kratos: Eusebio Aristarco no es malo del todo, tiene grandes valores y hasta es un buen tipo, pero en un sentido es un grandísimo chichi.
»Me gustaría que alguien dijese estas cosas en un libro. Sería bueno que se terminara para siempre el espejismo de Eusebio Aristarco. Debe quedar en claro de una vez por todas que su personalidad, lejos de ser exótica y única, ha salido de una matriz de fabricación en serie. Comprendo que esto sea difícil de creer para quien no pasó por las aulas técnicas. Impermeable a toda ideología, mal puede entender los sueños de su Monitor. Ni los de nadie, salvo, como ya dije, los de un pacifismo absurdo y suicida: algo así como arrancarse del cuerpo la varita mágica delante de los chichis. Él cree que “sueños” es sinónimo de “proyectos”: puentes, caminos, edificios de un kilómetro de alto. Y lo es en parte, pero no únicamente.
Viéndolo tan dolido y excitado, el Kratos de las Lenguas evitó recordarle que, de la confusión al identificar «Tecnocracia» con «gobierno de técnicos», no sólo eran culpables los hombres como Eusebio Aristarco, sino también él, por haberle puesto ese nombre al país.
Monitor miró la hora.
—Kratos: tengo ya mismo una reunión con los generales. Pero todavía quédese un momento. Deseo que los vea entrar. Fíjese bien en ellos; luego, mientras nosotros partimos hacia la Sala de Situación, usted se despedirá de mí. —Sin prestar atención a la extrañeza de su Kratos, se volvió al Barbudo—: En cuanto a vos, te ruego que me hagas un favor. Partí en el acto. Situate en el cubículo observatorio de la Sala de Situación del Cuartel General. Mirános llegar. Se acerca la época en que voy a necesitar testigos. Obsérvalos bien: veinte o treinta minutos, no es necesario más. Después retiráte. No hace falta ser sigiloso: ya sabes que el cubículo es a prueba de ruidos.
Barbudo asintió. Luego de que hubo partido, Monitor apretó un botón. Un minuto después la habitación se llenó de generales.
Comienza el tratamiento y la interpretación del suceso mediante los colores. Un plano color violeta secciona el tórax del Kratos de las Lenguas. Desde dicho plano ondula una masa fluida azul verdosa —parece iluminada por una antorcha submarina— y que sube hasta envolver su cabeza. Muy amarilla, con amarillo primigenio, como el Oro del Rhin cuando aún era cuidado por las Ninfas, se ve su única condecoración, la cual reluce a través de las resplandecientes aguas. Sin embargo, cuando el Kratos observa concentradamente a los militares, desde el plano antes descripto se elevan brumas rosadas, como vahos de cavernas fantásticas. Por momentos, el microambiente es atravesado por ráfagas de energías de ocre aureolar, altamente contaminadoras, y la condecoración desaparece o se transforma en otra cosa. Bajo el plano violeta se observa el resto de su cuerpo. Los colores son como los de arriba salvo un matiz casi imperceptible, pues el despliegue cromático es espejo de la zona superior.
Un plano idéntico, pero vertical y dorado imperio, divide al Monitor en dos partes. Su mitad diestra es roja. Se hunde el color en su carne transparente, mediante llamas profundas. Su ojo derecho es un carbón de gules. La mano de mismo costado resplandece mostrando venas y nervios. Todo el costado izquierdo es de hielo azul ártico; lo recorren explosiones de hiperbórea, vetas verdes y rieles blancos deslumbradores.
Los nueve generales son terrosos, marrón negrizos; algunos tienen los ojos del girasol de un Van Gogh falsificado y aquéllos refulgen, como un metal imitación oro al cual se hubiera elevado prodigiosamente su temperatura, hasta casi hacerlo alcanzar el punto de fusión, Incluso, varios han arribado a él y, tras resquebrajarse las costras de los discos, caen gotas pesadas y brillantes. Estos seres lloran fundidos sustitutos metálicos. Tienen los tobillos divididos por un plano común, azul nitrógeno, paralelo al suelo. La parte cercana al piso parece estar conectada, de alguna extraña manera, con la mitad derecha del Monitor; por ello no debe asombrar, que los pies de los militares sean rojos, con incandescencia de bronce en horno, hasta el punto de transmitir sobre el pavimento sangrientos reflejos de viva sangre, sangre viva reflejada, sangrientos reflejos de lo viviente.
Cuando un rato antes Eusebio Aristarco hubo abandonado la reunión, encontró afuera a su compinche y rutero válido el Kratos de Seguridad Interna; En el acto sellaron su alianza patológica de Kratos disidentes. Dijo el de Seguridad Interna:
—Por lo visto, con usted estoy destinado a encontrarme en los vestíbulos. Le debo dar la sensación de ser una parte de la sala de espera, algo así como una holografía. ¿Y sabe una cosa?; debe ser cierto. ¿Qué le dijo el Monitor?
—Al principio me quiso hablar de construcciones sepulcrales gigantescas. Usted ya sabe que no me caracterizo por mi gran paciencia. Estaba en lo mejor, cuando yo le corté el chorro. Coitus interruptus. Con gran habilidad desvié la cosa hacia el tema de los materiales estratégicos y ya no pudo escapar.
—Bien hecho. ¿Tuvo alguna palabra sobre la Seguridad Interna?
—Ni una.
—Era de esperar. Supongo que tampoco le habló del hecho de que nos va como el culo.
—No. La verdad es que no hizo mención al culo de nadie.
—Maravilloso. Él sin duda esperará que yo liquide a los saboteadores en las fábricas sin un instrumento adecuado. Es sencillamente maravilloso. ¿Ve estas canas? Las tengo desde el segundo mes que pasé a cargo de la Monitoria de Seguridad Interna. Perdone, tengo la desagradable impresión de que la memoria me juega una mala pasada: ¿sobre qué asunto pretendía explayarse hasta que usted lo cortó?
—Me hablaba de edificios sepulcrales grandes como nubes, para ser construidos después de la guerra. Con altorrelieves monumentales; ellos solos, enormes como cordilleras. Y con bajorrelieves tan profundos que por ellos podría circular el río Nilo.
—¿Y usted qué le responde, cuando le viene con esas fantasías?
—Yo lo dejo soñar.
El otro Kratos estaba casi insubordinado:
—Pero escuche, la situación militar es gravísima, ¿y él se permite delirios de grandeza?
Eusebio Aristarco, pese a todo, no pudo evitar un pensamiento luminoso: «Si a este tipo le diesen lo que pide y se afirmara su posición, olvidaría en el acto todas sus otras objeciones». Pero se limitó a contestar:
—En todo lo que no sea tarea específica de mi Monitoria, prefiero subordinarme a su criterio. Lo contrario sería arrojarme yo mismo al libre juego de mis paranoias y la vida se me haría insoportable. Si él dice que vamos a ganar, es porque vamos a ganar y listo.
Ambos continuaron conversando durante largo tiempo. Al rato apareció Enrique Katel, Kratos de las Lenguas, quien acababa de dejar al Monitor con sus generales. Katel se acercó a sus colegas, sin mostrar beligerancia de ninguna especie. Eusebio Aristarco se puso tenso pero lo controló. El de Seguridad Interna, encogió sus hombros; en ese momento de nihilismo, tanto le daba que se acercara el Kratos de las Lenguas como la dentadura flotante y vestida con puntillas de la blanca Muerte.
Aristarco y Katel se enfrascaron en una conversación sobre la situación militar. Aunque parezca raro, el de Seguridad interna no sabía gran cosa. Cada vez que preguntaba algo, los otros lo miraban de manera muy extraña. Para no seguirse desprestigiando, optó por callar. «Es al pedo —pensó—, soy el último orejón del tarro, nomás». Bien sabía que, cuando se hiciese vox populi, todos le harían el vacío; a cortas o a largas lo reventarían, cuando la boca sin dientes de la Caída en Desgracia susurrase su nombre a oídos del dictador.
Eusebio Aristarco, en ese momento preguntaba despavorido:
—Pero… ¿¡y qué vamos a hacer!?
Katel se encogió de hombros:
—Por ahora nada. La iniciativa hace ya un rato largo que no nos pertenece a nosotros sino al ruso. Usted se asusta. Por lo menos usted es un técnico. ¿Y yo? ¿Y yo que estoy a cargo de la Monitoria de las Lenguas y debo explicarle al pueblo la causa de las derrotas? Ya no me quedan mentiras por inventar. Horrísono.
Aristarco:
—¿Y el frente soria?
—La observación aérea ha revelado movimientos del enemigo nada tranquilizadores. Están concentrando divisiones en su ala derecha. Así por lo menos me dijo en confianza Ladrido von Malzam. ¡Cómo tendrá que estar cagado en las patas para condescender a hablar conmigo, que soy civil!
»Y odiándome como me odia, por otra parte. En realidad, la explicación al misterio es muy sencilla: por mi intermedio deseaba expresar sus inquietudes al Monitor. Supuso —erróneamente, por supuesto—, que yo tengo más influencia sobre sus opiniones que él. Por lo de más —y esto tampoco puedo decírselo—, tengo más confianza en el criterio militar del Monitor que en el suyo o en el mío. Ha de saber que a mí toda la vida me interesaron las ciencias militares. He leído más de cien tomos de libros publicados para oficiales. Así, pues, si bien no soy un militar ni muchísimo menos, tengo una leve noción. Sería apasionante mirar los combates de la actual guerra, si no fuese porque nos va tan mal. —Se volvió al Kratos de Seguridad Interna, como para no dejarlo totalmente de lado—: Justo hace un rato hablé con el Monitor sobre estas cosas. Según él los sorias no estarán en condiciones de efectuar un ataque general hasta dentro de tres meses. Yo no estoy tan seguro, pero si él lo dice… —Retornó su atención a Eusebio Aristarco—: En otro orden de cosas, ¿podremos arreglarnos aunque perdiéramos Protonia de aquel lado y Protelia y Goria de éste?
—Mire, hay momentos en que uno piensa «si ocurre tal y tal cosa, estaremos perdidos». Pero después, si realmente ocurre, descubrimos que la necesidad nos lleva a inventar soluciones, o a apelar a recursos todavía no utilizados. Yo creo muy sinceramente que la segregación de tales países nos traería consecuencias incalculables. Perder todo acceso a nuestras últimas fuentes aprovisionadoras de cobalto, columbio, titanio, wolframio y zirconio, evidentemente no me haría ninguna gracia. Pero así en general, como tengo guardadas muchas cosas en los depósitos, más de lo que la gente cree, podremos seguir peleando mientras tengamos recursos orgánicos suficientes para los procesos del plástico —sus ojos brillaron—. Continuaremos sosteniéndonos. Ya lo tomo como una cuestión de desafío personal. Es una partida de ajedrez entre yo, por un lado, y el Kratos de Soria y los Ministros de Amunicionamiento e Industrias rusos, por el otro. Vamos a ver quién doblega a quién.
Dijo el Kratos de las Lenguas, aprobando su actitud con asentimientos de cabeza:
—Bien dicho: la cosa está por verse. Ahora, eso sí, le tengo que decir algo en confianza. Resistencia como la del Monitor para aguantarse los desastres, he visto pocas. Algunas de sus actitudes al principio no las entiendo, pero con el tiempo siempre me llenan de admiración.
Aquí el Kratos de Seguridad Interna no aguantó más:
—Sí, ya sé, qué gracia. Él saca fuerza de sus delirios.
El de las Lenguas, algo enojado:
—Bueno, después de todo, también hay que tener coraje para delirar en un momento así.
El otro calló por prudencia.
Una media hora después se retiró Enrique Katel pero apareció el Barbudo por una puerta lateral. Cuando lo vieron acercarse, en el dúo se declaró una alerta general. Dijo el de Seguridad Interna:
—¡Ojo! Ahí viene el pirata Barba Negra. Cuidado con lo que diga, mire que es un fanático.
«Yo también soy un fanático», tuvo ganas de responderle Eusebio Aristarco, ya fastidiado y contradictorio como siempre. Pero el otro no se percató de los reflujos y vaivenes; así, pues, continuó:
—El cerebro gris de la Tecnocracia ya está con nosotros. —A medida que hablaba engolosinábase con sus propias palabras—: El Hombre Fuerte, la Mano Derecha monitorial, la pieza de resistencia, la máquina irreemplazable… —Recibió al recién llegado con una sonrisa irónica—: Bienvenido, señor Barbudo. La felicidad es puramente nuestra. Ahora sí que estamos casi todos. Ya sabe que nosotros los tecnócratas somos los Súper Reyes de la Torre de Babel. El Kratos de las Lenguas acaba de irse en medio de la confusión, cosa que es típica también.
El de Seguridad Interna se permitía estos chistes, porque como intelectual que era consideraba al otro demasiado silvestre como para comprenderlo. Grave error, pues el Barbudo entendió todo al instante. Contestó:
—Es muy factible que ésta sea la Torre de Babel, pero yo estoy de acuerdo y lo asumo.
El Kratos, en otro momento hubiese tenido ganas de morderse la lengua; pero como estaba levemente histérico, no le preocupaba demasiado si lo entendían.
Sin prestarle atención, Barbudo se volvió al Kratos de Campo de Marte y le declaró que, dos días atrás, el Monitor le había informado sobre la posibilidad de efectuar una leva general de veteranos mayores de cuarenta y cinco años. «Como es natural, usted será consultado a fin de no quitarle mano de obra». Aristarco estaba medio distraído y asintió. El de Seguridad Interna, en cambio, hizo un comentario sardónico:
—Darán su sangre en barras por el país. Esperemos que el esfuerzo se aproveche debidamente.
En otros tiempos, en otro momento incluso, Eusebio Aristarco se habría molestado por esa frase, considerándola traidora. Ahora la bloqueó para luego pasarla detrás, al fondo del subconsciente.
Barbudo, por el contrario, hervía de indignación, asco y furia. Contúvose lo suficiente como para notar que el otro no se hallaba en sus cabales.
—Está usted pálido —declaró el Barbudo con la primera frase cerrojo que le vino a la cabeza. Su comentario tenía como objeto tapar lo que en realidad deseaba decirle. De manera subliminal se percataba de que las manos del otro, pese a estar inmóviles, iban y venían hasta y desde su cuello, estrangulándolo sin cesar, una vez y otra, en una explosión de envidia y odio. Él mismo se sorprendió de sus propias manos quietas, siendo que, en verdad, en el lapso de diez segundos había tenido tiempo de ser asesino varias veces.
Barbudo limitó sus palabras a la fría elocuencia:
—De todas las cosas abominables de este mundo, no puedo menos que decírselo, sólo detesto la ecuación, la impronta del sadomasoquismo espiritual.
El Kratos de Seguridad Interna se encogió de hombros:
—No entiendo a qué se refiere.
—Mire qué lástima.
Luego el Barbudo se volvió al de Campo de Marte:
—¿Y usted nos reprochaba excesos? Me extraña mucho que no lo sepa: más se ve la verdad, tanto más el ser humano está expuesto a desviarse de ella sin querer y a causa de un delirio. Pero es justamente el delirio lo único…
—De acuerdo. No obstante, a cierta gente se le fue la mano —interrumpió Aristarco.
En la discusión que siguió, los dos Kratos volvieron a estar juntos. Cerraron filas contra los sueños. Fustigaron al Barbudo diciendo: el uno, que sus opiniones no eran científicas; el otro, que no veía la realidad tal cual era.
Harto ya, el Barbudo puso el punto final:
—Bueno, hablando ex cátedra les diré que uniendo dos cíclopes no se obtiene un ser humano con la vista completa.
Los dos Kratos, absolutamente manijeados, no volvieron a dirigirle la palabra (salvo frente al Monitor).
Monitor. Nueve generales. Otros oficiales. Sala de Situación. Cuartel General Monitorial. Terraza de las Águilas. Monitoria. Tecnocracia Central.
Monitor: —Descríbame la situación militar. Brevemente, si fuera posible.
Von Malzam: —Sí, mi Monitor. En las últimas horas el ruso se movió de aquí a aquí. Concentra efectivos en este lado.
Monitor: —¿Y usted cómo ve el asunto?
Von Malzam: —Más bien pienso en una diversión. O quizá deseen sinceramente saber si hay defensas en profundidad. Si es así se llevarán un lindo chasco. Justo a ese sector llegaron hace dos horas trescientos cincuenta Agathor III, con un equipo electrónico de primera. Me acabo de enterar. Esta madrugada todavía no lo sabía.
Monitor: —¿Y los sorias?
Von Malzam: —Según la observación aérea, siguen moviendo efectivos hacia su ala derecha. Antes, eso me preocupaba mucho. Ahora, en cambio, considero que su valoración de ayer era exacta. En la actualidad yo tampoco creo que los sorias se muevan, después de la paliza que se llevaron la semana pasada. Se quedarán bien quietos, si saben lo que les conviene. Los Agathor, en el otro frente, contribuyeron a darme una gran tranquilidad. Están apoyando con su diversión los movimientos rusos. Ahora, claro que si es así, el otro podría llegar a hacerlo después de todo. Sólo así tendría sentido. Quiero decir, los que al final se moverían serían los rusos. Además, para algo hacen todo esto. Y bueno: que lo hagan. Estamos fuertes ahora.
Monitor: —De acuerdo. Y seguiremos en la misma forma. Bueno. Quería hablarles de lo siguiente. Ya saben ustedes cómo es la situación en el sector norte. Hay que ver lo que se puede sacar de ella. Aquí conviene estar preparado. El cemento, así como lo tenemos hoy día, es completamente inútil contra cañones láser. Campo de Marte no puede garantizarme fibra plástica, con ese fin. Tampoco cabe imaginar que voy a llenar todas las hoyas con equipo electrónico. La situación no está muy bonita ahí arriba. Mire, general Patroclo: confío mil veces más en estos momentos en el camuflaje de nuestras hoyas que en otra cosa. Ponga en cada una un láser de 3,7 y estará listo. Es preferible esto que todo lo otro.
Terencio Patroclo: —Pero entonces, ¿hay equipo electrónico para camuflaje?
Monitor: —Sí, para esto sí.
Terencio Patroclo: —Eso está mucho mejor. Había creído…
Monitor: —Nuestros láser de 3,7 pueden oponerse perfectamente al armamento de las naves aéreas. Quiero decir: a los cañones de 7,6 mm o 12,2 mm rusos.
Otro asunto del cual debemos hablar es de las nuevas defensas contracazador. Campo de Marte me ha dado setecientos ochenta torpedos terrestres. En los tres meses próximos, Eusebio Aristarco ha prometido decuplicar esa cantidad. Saben ustedes en qué consiste esta arma secreta, supongo.
Emeterio Paravecino: —No en sus detalles, mi Monitor.
Monitor: —Bien. Se trata de un diminuto tanque magnético, cargado de explosivos y defensas electrónicas que lo tornan prácticamente invulnerable —(«Estamos perdidos». «Cállese la boca.»)—. No bien se acerca a un Evtushenko se le pega como una lapa. Y ahí les cuento. Se trata de una baja segura para ellos.
Von Malzam: —Setecientos ochenta son demasiado pocos para aguantar la primera ola. Aun tres o cuatro mil serían insuficientes.
Monitor: —Esto, más las fortificaciones, más las fuerzas móviles que operen. Sí. Mire, yo haría una cosa, von Malzam: la fortificación de este sector reclama su propio Estado Mayor de fortificación —(«Mis soldados están muriendo». «Cállese la boca, puto. Póngase firme.»)—. Aunque llegásemos a controlar absolutamente aquí, yo volvería a la idea de reducir las fortificaciones en este lado y me dedicaría a la fortificación en profundidad de la franja que va de aquí a acá.
Julián Garza: —Pero todo el asunto de las fortificaciones es demasiado para un comandante supremo del sector noreste que además es jefe del Grupo de Ejércitos Noroeste. Ni está ni puede ocuparse. Ni se le ve un pelo. Y no por falta de voluntad. Simplemente es demasiado. Pensemos si no llegó la hora de un nuevo comandante supremo.
Monitor: —De acuerdo. Y le diré Julián Garza que vuelvo a mi opinión primitiva: por querer: conservar todo dejaremos de lado lo esencial y nos quedaremos sin nada. Repito: defensa en profundidad sobre esta franja. No importa que perdamos eso; si nos sostenemos aquí, lo reconquistaremos.
Julián Garza: —De eso no caben dudas. Mi Monitor: quiero que vea las fotografías infrarrojas de nuestras propias posiciones.
Monitor: —Ya comprendo que quiere decirme. Esto lo vería hasta un mono con anteojeras. ¿Las hoyas pueden resistir las bombas que tienen ahora?
Julián Garza: —Las sorias, puede ser. Las perforantes de los rusos no creo, mi Monitor.
Monitor: —Yo tampoco lo creo —(«Resistir. Resistir o me fusilo a mí mismo por desertor.»)—. Es cosa del enmascaramiento electrónico, entonces. Una cosa tenemos que comprender bien: si nos echan de aquí, se terminó para nosotros toda posibilidad operativa. Esto está claro como el agua. Toda la posición, está amenazada, pero si en el noroeste soltamos el cerrojo que contiene a los sorias, entonces ellos y los rusos nos empujarán abajo sin remedio —(«Resistir ya es una victoria. No debo aflojar. Ni una mueca o todo se vendrá al suelo.»)—. Un nuevo acortamiento de líneas nos daría una ventaja ilusoria. Podremos disponer de nuestras tropas en el noreste para operar; pero una vez suelto el cerrojo, también los sorias tendrán disponibles sus tropas. Por lo demás no quiero ni oír hablar de líneas de aprovisionamiento cortas. La experiencia nos dice que ante cada repliegue nuestro la Fuerza Aérea del otro nos persigue. Si estamos todos juntitos también podrán darnos mejor. No. Ni hablar. Cada jefe debe imbuirse de este concepto: ya no tenemos las distancias inmensas de Rusia, con todas sus posibilidades operativas. Antes, si un comandante me decía: «Sería conveniente acortar el frente hasta aquí», cabía discusión. Se podía o no estar de acuerdo. Ahora no tiene caso. Casi estamos en la Tecnocracia. El próximo repliegue será hasta Monitoria. Por lo tanto hay que hacer comprender a los comandantes de cada unidad que no cabe soñar con ningún retroceso. Tienen que combatir con máxima convicción y fanatismo. Ésta es todavía Tecnocracia Perisférica. Incluso el Frente Noroeste, digo. Pero si bajamos hasta la Tecnocracia Central como quien se guarece en casita, nos llevaremos un chasco. Cada cerrojo que salte, son treinta, cuarenta, cincuenta divisiones libres para el enemigo. Gormaz, San Esteban de Gormaz, deben ser defendidos a ultranza. Si abandonamos el Duero se viene la debacle. No habrá ni que fantasear con que el año que viene yo pueda estar otra vez de este lado. Chanchín del Sur es sólo un tapón. Aparte de eso no tiene nada. Pero si la situación se vuelve difícil y rusos y sorias forman enlace, perderemos Protelia y tendremos entonces que decirle adiós a las tres cuartas partes de las minas de titanio, zirconio y wolframio que todavía nos quedan. Si bajamos de Soria y Chanchín del Sur, ¿ellos que harán?, ¿mandar a sus tropas a casa como premio? No. Las usarán para invadir Protelia.
Von Malzam: —Y ni siquiera eso.
Monitor: —Y ni siquiera eso. Se limitarán a continuar la presión al sur. Si saben que en ese caso igual tendremos que abandonarla para no ser cortados en dos. Nos iremos solos. Así que a no soltar el cerrojo del Duero. Por otra parte, la situación en el Frente del Este para mí es clarísima. Von Malzam: hay que sostenerse en Kiev cueste lo que cueste. Por malo que sea, siempre será peor con un retroceso. Yo bien sé que algunos ven con buenos ojos un nuevo acortamiento. Esos señores piensan: «¿Que rusos y sorias formen enlace? ¿Y qué? Vaya una maravilla. Nosotros tendremos un solo frente que defender y no dos como hasta ahora». Estas lumbreras me hacen gracia. También ellos tendrán un solo frente, y con toda la capacidad operativa. Es mil veces preferible combatir allá arriba que en la patria. Qué más quieren ellos que tenernos a todos mimosos y juntitos. Ni soñar. Sépanlo, señores, porque esto es una cosa muy seria: podemos arreglarnos mal que mal con el poco cobre y el casi inexplotable hierro del sur tecnócrata, pero si perdemos el wolframio de Protelia, adiós electrotecnia, adiós herramientas y acero magnético. Se hundirá para siempre nuestro proceso de fabricación electrónica y también buena parte del plástico.