Las guerras tardías
Los tecnócratas habían ya retrocedido en el oriente hasta la línea Leningado-Moscú-Lugansk. No pudieron impedir este nuevo desplazamiento del frente, pese a todos sus esfuerzos. Monitor, en un principio, se propuso conservar Gorki aunque más no fuera. Sus generales lo disuadieron al argumentar que, dada la nueva línea establecida, esa ciudad formaba una peligrosa saliente que invitaba al embolsamiento.
Como en anteriores oportunidades, la ofensiva soviética se combinó con fuertes ataques por parte de las tropas del Soriator —al mando del general Tarascón von Dobermann— en el frente soria. Violentos combates en las cercanías del cuadrilátero fortificado hacían que los tecnócratas, sintiéndose aferrados, no pudiesen desconectar una sola división de tal sector para enviarla al frente del Este.
La situación ese año era especialmente comprometida. Los generales habrían deseado trasladar el nuevo frente todavía más al oeste: hasta la zona de Smolensko. Monitor y algunos altos oficiales, partidarios de la tesis «retroceder siempre cuesta más», rechazaron la opción de un retroceso mayor. Según el parecer monitorial, si no se podía defender el Don, del cual ya estaba perdida la curva sur, menos aún podrían conservar el Dnieper. Era preferible aguantar el chubasco de la ofensiva —la potencia del ataque ruso no mostraba tendencia a incrementarse— y luego, con los nuevos armamentos prometidos por su Kratos de Campo de Marte, contraatacar de inmediato.
Muchas divisiones, que se echaban de menos en oriente, se encontraban estacionadas en Chanchín del Norte, en previsión de un posible ataque desde Cataluña y Goria. Pero de pronto, cuando nada lo hacía suponer, sucedió algo que hizo crecer nuevas esperanzas en el Monitor, sobre un cambio en el signo desfavorable de la guerra.
El Primer Ministro de Cataluña, Enrique Alberto Esteve (quien había firmado la declaración de guerra contra la Tecnocracia en los difíciles momentos del comienzo del conflicto), como buen catalán, en circunstancias donde era obvio que la guerra por fin se estaba ganando y la derrota del enemigo sólo cuestión de tiempo, cambió de ruta ciento ochenta grados y, de la noche a la mañana, se puso de parte de las causas perdidas.
Le sobraban razones, por cierto. Con la excusa de mantener pertrechados a los guerrilleros del general Vo Nguyen Teng que operaban en Chanchín (del Norte y Sur, ahora país unificado por los Tecnócratas) contra el ejército monitorial de ocupación, Garduña utilizaba el territorio catalán. La alianza militar entre ambos países lo prevenía y permitía. Pero era el caso que los garduños, como quien no quiere la cosa, iban equipando de pasada a los elementos más radicales de Cataluña. Esteve comprendió inmediatamente que, luego del fin de la guerra, la subversión armada por Garduña se apoderaría del país. Y no le gustó. En un discurso incendiario denunció el pacto con Garduña, acusando de traición al gobernante de este país. Pronunció un ultimátum: los garduños debían salir del territorio nacional en cuarenta y ocho horas; caso contrario, daría al ejército catalán la orden de actuar. El Gorión de Goria, que pretendió mediar en la disputa, fue acusado de ser «un lobo vestido con la piel del cordero», y de estar secretamente, aliado con los garduños.
El país catalán, por hallarse entre Garduña y Goria, sufría la amenaza de fuegos cruzados.
A todo esto, el Presidente Vitalicio de Garduña, acusó a Esteve de ser un agente tecnócrata y de haber traicionado a Cataluña. El Jefe del Estado garduño era el coronel Evaristo Franco, que se había negado a recibir el grado de general pese a que los militares subordinados, quienes ya tenían mayor graduación que él, le decían: «Un coronel no puede ser Jefe del Ejército». «A mí me costó mucho llegar a coronel —arguyó sin dejarse convencer—. Infinitamente más que a general. Así, pues, ahora me gusta ser coronel y no tengo intenciones de cambiar».
Coronel Evaristo Franco y Gorión de Goria llegaron a la conclusión de que era necesario liquidar a Esteve antes de continuar la guerra contra los tecnócratas. Por esa causa comenzaron a concentrar efectivos en las fronteras; mientras tanto, las divisiones garduñas estacionadas en el país catalán fueron puestas en estado de alerta.
El Primer Ministro Esteve, por su parte, nombró Jefe de las Fuerzas Conjuntas al mejor general que tenían los catalanes por aquel entonces: Jacobo Terencio Pupitre. Este militar, al hacerse cargo, habló a Esteve con mucha sinceridad: no sería posible derrotar al enemigo, a menos que consiguieran batirlo por partes operando a través de líneas interiores. «Los armamentos actuales hacen muy difícil una acción sucesiva sobre dos o más enemigos, mi señor Primer Ministro, ya que los procesos suelen darse todos al mismo tiempo. Recomiendo una acción política que nos procure algunos aliados y un ataque inmediato sobre las divisiones garduñas acantonadas en nuestro país. Si no nos libramos del enemigo por lo menos en el interior de la patria, no tendremos ninguna probabilidad de vencer».
No bien el Monitor se enteró de este inesperado conflicto en las filas adversarias, ni corto ni perezoso ofreció la paz a Cataluña y su apoyo militar. Esteve aceptó la paz pero no la ayuda bélica. «Éste es un asunto de Cataluña», dijo. En todo caso… si los tecnócratas querían, entretener a las tropas del Gorión de Goria mientras ellos ajustaban cuentas con Garduña, no veía de qué forma podía impedirlo.
Captando la insinuación al vuelo, Monitor dio a sus tropas, estacionadas en el antiguo territorio de Chanchín del Norte, la orden de pasar a la ofensiva contra Goria. Los ejércitos del Gorión, que ya marchaban contra Cataluña, debieron volver sobre sus pasos para enfrentar la nueva situación. Estos soldados no iban a ser pan comido para los tecnócratas, pues eran aguerridos, fanáticos, amaban al Gorión y estaban bien armados. Contaban con una Fuerza Aérea pequeña pero dotada con los últimos adelantos.
Ahora bien, como si las armas de Goria fuesen poco, a los monitoriales se les presentó un nuevo problema. Luego de la ocupación de Chanchín del Norte, y según recordamos, su anciano ex Ministro de Defensa, el general Vo Nguyen Teng, pasó a la clandestinidad juntamente con los efectivos de su división preferida, la 66 A-12, que jamás había sido derrotada. Durante todos los años de la Tecnocracia victoriosa, Teng fue el único que ganó batallas. Desde sus cuarteles de hojas y subterráneos salía como un fantasma empleando eso que él llamaba «la táctica del dragón que muerde y retrocede». Por cierto fue la misma que empleó el general prusiano Blücher contra Napoleón en Waterloo y otros lados. El Emperador estaba muy acostumbrado a batir a sus enemigos por partes: primero ofrecía combate a uno y lo derrotaba, acto seguido empleábase en batalla contra otro, etc.; en esa forma, los iba venciendo a todos. Pero cuál no sería su desagradable sorpresa cuando un buen día se encontró con Blücher, un general creativo y que sabía tanto como él. Bonaparte movía sus ejércitos contra Weilington, Blücher atacaba entonces su retaguardia. Napoleón se volvía para ajustar cuentas con el nuevo enemigo, que tenía la descortesía de no esperar a que hubiese acabado con el inglés. El prusiano rehuía la colisión frontal y combatía en retirada alejando a Bonaparte de Weilington. Luego de perseguirlo en vano, el Emperador frenaba su empuje y tornábase una vez más contra los ingleses; Blücher, en el acto, volvía a establecer contacto con la retaguardia napoleónica. No bien Wellington comprendió la táctica del prusiano se decidió a colaborar. Así, mientras Bonaparte perseguía a Blücher, los ingleses le caían por la espalda. No estaban dispuestos a permitir que el Emperador disfrutase de una sola de las ventajas de las líneas interiores.
Cuando el general Vo Nguyen Teng comprendió que los tecnócratas estaban atacando a Goria, sacó a su división —que ya no era división sino un ejército completamente equipado por los rusos vía Soria— de las selvas de Chanchín y enfrentó por sorpresa a la retaguardia monitorial. Miles y miles de chanchinitas, un verdadero aluvión. Aquellos hombrecitos amarillos, andrajosos, delgados como bastidores de bambú que enmarcasen papel de arroz, no temían la muerte. Inútiles eran las bombas de congelación: saltaban, llenos de furia por sobre los cadáveres de sus compañeros helados, quemándose los pies (por el frío que despedían los cuerpos) en plena selva tropical. Siempre venían más. Tan chiquititos e insignificantes y, sin embargo, resultaba cosa de ver cuánto costaba matarlos. Si los generales paraban el ataque contra las fuerzas del Gorión y volvíanse contra los hombres de Teng para sacárselos de encima, los chanchinitas efectuaban retrocesos escalonados y contraataques. Exactamente igual que Blücher.
Con respecco a la invencibilidad de Teng, el protecnócrata Ngo Din Chan, Primer Ministro de Chanchín unificado, tenía una teoría muy personal. Para él ya no habría otra época jolgoriosa como aquélla en que pudo hacerle cortar la cabeza a su derrotado primo hermano y adversario suyo, el ex Primer Ministro de Chanchín del Norte Ngo Din Chin. Ahora estaba muy preocupado pues recordaba que su primo, algo antes de morir, expresó en un discurso que él (Chan) moriría ahorcado en unos pocos años. Un día, cuando el Jefe del Estado tecnócrata estaba de visita en la capital de Chanchín, el Primer Ministro aprovechó para confesarle sus temores secretos. Monitor lo miró algo extrañado e intentó quitar importancia al asunto. Pero Chan no se convencía: «Ustedes, los blancos bárbaros —y por favor no se ofenda—, no pueden comprender ciertas cosas. Tenga en cuenta que a tal profecía la dijo mi primo poco antes de que yo le cortara la cabeza. Eso es un horóscopo mortuorio. Y el horóscopo hecho por una persona que va a morir nunca falla». «Pero mi querido amigo, su primo hizo un horóscopo falso. Él ya sabía que usted lo iba a matar y dijo eso para vengarse». «No, no. El alma de mi primo se ha reencarnado en el general Vo Nguyen Teng, para vengarse. Por eso Teng es invencible: porque mi primo le cuchichea cómo va a ser todo antes de las batallas. ¿No se dio cuenta de que Teng parece conocer por anticipado todos nuestros movimientos? Es el muerto quien se los dice». «Ahora escúcheme con atención, Premier, pues resulta importante que usted lo entienda: Teng es el mejor general que ha tenido el mundo en los últimos cien años. Bien que a mí me gustaría tenerlo de nuestro lado. Yo también creo en la magia, a lo mejor —quién le dice— más que usted. Pero le aseguro que éste no es el caso». «Usted está equivocadísimo. Es el cráneo encantado el que se lo cuenta todo a Teng». Impaciente, al estadista tecnócrata le salió de adentro el viejo Monitor descortés de otras épocas: «Bueno, viejo: entonces hágale un exorcismo a la cabeza y listo». Chen, sin ofenderse por el exabrupto, respondió: «Pero es que ya le hice miles». «Quémela, entonces». «Sería peor. Menos mal que tengo aunque sea ese resto material. Si fuera nada más que espíritu estaríamos perdidos. Al cortarle la cabeza cometí un error. Debí conservarlo vivo en Un palacio. En vez de matarlo tendría que haberlo rodeado de atenciones y darle muchas mujeres para tenerlo distraído».
Mientras los tecnócratas se debatían contra las fuerzas de Teng y el Gorión, el general catalán Jacobo Terencio Pupitre, por su parte y sin perder un segundo de tiempo, mientras daba al cuarto ejército estacionado en la frontera con Garduña la orden de resistir hasta el fin, dirigió personalmente las operaciones contra las divisiones garduñas acantonadas en territorio catalán. Tras siete días de combate logró aniquilarlas. El secreto de tan rápida victoria fue que los tecnócratas destruyeron en tierra, mediante un ataque aéreo fulminante, la totalidad de las astronaves garduñas.
Volviendo sobre sus pasos, el general Jacobo Terencio Pupitre pasó a la ofensiva total contra los garduños; pero ya sobre el mismo territorio de éstos. Como los mencionados habían quedado sin Fuerza Aérea, invitaban a una guerra relámpago. Precisamente esto hizo Pupitre. En los primeros cinco días de lucha dividió a Garduña, que era un país delgado y largo, por su mitad exacta. Luego se dedicó a cortar a rebanadas a los garduños, sobre el cincuenta por ciento izquierdo del país, que contenía a Gardus, la capital.
Sintiéndose apretado por las tenazas catalanas, el Gobierno del coronel Evaristo Franco pidió la intervención militar de Soria, Dervia, Castilla, Aragón y Musaraña. El Soriator no podía distraer divisiones pues las necesitaba en su propio país; los tecnócratas aún eran fuertes y estaban lejos de haber sido derrotados, no obstante las palizas recibidas en el frente ruso. Pese a ello, mandó algunos armamentos. Los demás países mencionados decidieron acudir con sus tropas en defensa de Garduña, puesto que los gritos del coronel Evaristo Franco pidiendo auxilio se escuchaban en todas las capitales sin que hiciera falta radio alguna.
Si tanto Dervia como Musaraña, en vez de enviar sus ejércitos a Garduña, los hubiesen empleado en atacar directamente el territorio catalán con el cual tenían fronteras comunes, quizá otro habría sido el resultado del conflicto. Pero cometieron el grave error de tratar de salvar la capital garduña. Como resultado los aliados dervios, castellanos, aragoneses y musaraños recibieron la más espantosa derrota registrada por la historia de esos países. Fueron batidos por partes y a medida que iban llegando, ya que ni siquiera fueron capaces de elaborar un plan conjunto.
Después los catalanes tomaron a Gardus al asalto, con lo cual terminó la guerra en el sector. El coronel Evaristo Franco, quien intentó huir en calzoncillos, fue tomado prisionero, metido en una jaula de hierro y llevado a Cataluña como trofeo.
En realidad, el ejército catalán era el más fuerte y mejor armado de la zona. Únicamente las tropas de Goria o Soria podrían haberlo derrotado.
Dervia, Castilla, Aragón y Musaraña llegaron a la conclusión de que la aventura militar había resultado demasiado cara, y pasaron a cuarteles de invierno.
Libres ya las manos, el general Jacobo Terencio Pupitre volvió una vez más sobre sus pasos, dispuesto a invadir Goria para así ayudar a sus aliados tecnócratas, quienes estaban en apuros.
Las tropas del Gorión, tras los primeros combates contra los monitoriales, habían sido obligadas a abandonar casi la mitad del país; pero luego, repuestas de la sorpresa, contraatacaron no sólo frenando el ataque, sino logrando incluso hacer retroceder al invasor. A todo esto las tropas de Teng ya estaban actuando, pero independientemente del auxilio que pudiesen prestarles los chanchinitas, resultaba indudable que los ejércitos del Gorión poseían una fuerza tremenda. Los tecnócratas no lo podían creer. Temieron haberse encontrado con una nueva Soria.
Como era una vergüenza que los catalanes debiesen venir a ayudarlos, el Monitor, lleno de furia, ordenó la convergencia sobre Goria de las divisiones asentadas en el sur de Chanchín, Protelia y Tecnocracia, empleando la totalidad de las reservas que aún poseía. Mientras una parte de sus fuerzas entretenían al general Vo Nguyen Teng, el resto se sumó a la batalla principal. Solamente así pudieron derrotar al Gorión de Goria, quien, negándose a aceptar el asilo que le ofreció su colega el Soriator, optó por suicidarse en la capital una vez convencido de que la resistencia de sus tropas tocaba a su fin.
Cataluña declaró la guerra a Soria y a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Naturalmente, la declaración bélica contra este último país sólo podía tener carácter simbólico. No ocurrió lo mismo con respecto a Soria, en cuyo frente las tropas catalanas hicieron muy buen papel y lucharon con bravura.
Dervia, al verse casi completamente rodeada de enemigos, pidió la paz. El Monitor se apresuró a aceptarla antes de que pudieran arrepentirse. Estas guerras locales ya le habían costado un buen desgaste.
En un sentido fue una guerra menor —pese a que en ella murieron trescientas cincuenta mil personas, entre civiles y soldados de todos los bandos—, pero su consecuencia militar inmediata fue que el Monitor pudo apuntalar el frente soria con los ejércitos catalanes, y enviar todas sus divisiones paralizadas en Chanchín al frente ruso. Sólo dejó en la región las fuerzas indispensables para seguir combatiendo contra Teng. Este general, diremos de paso, acababa de cumplir noventa años y no daba muestras de querer morirse. Comía arroz sin sazonar, fumaba ocho cigarrillos por día y, al llegar la noche, se premiaba con una taza de té que bebía lentamente. La ceremonia del té duraba media hora y sus oficiales sabían que no debían molestarlo por ningún motivo.
La correlación de fuerzas había sufrido un vuelco favorable a la Tecnocracia. El Monitor, contento. No así el Soriator, como es de imaginarse, y menos los rusos.
Gracias a los sucesos ya relatados, la línea Leningrado-Moscú-Lugansk pudo ser sostenida por los tecnócratas un largo tiempo. En todo caso, durante un período mayor al previsto.
Monitor envió al Soriator un mensaje que decía lacónicamente:
«Pitty»[174]
Soriator, por su parte, y como respuesta, le envió una carta mucho más larga:
«Ya vas a ver dentro de poco en qué consiste la “lástima”, hijo de puta. Vos reíte ahora. Cuando mis hombres entren en Monitoria y me traigan tu cráneo para que yo me haga un nuevo cenicero, ahí te vas a reír como a mí me gusta. Tu calavera sobre mi mesa será una fiesta. ¿Qué pieza de orfebrería diseñada por Benvenuto Cellini se le podría comparar? Ni la joya más preciada de un Emperador chino, ni el perfume más caro de Samarcanda. ¡Samarcanda! ¿Te recuerda algo? Yo diré mirando los parietales: costaron más oro, tiempo y sangre que la piedra filosofal. Demoré siglos, miles de años, pero al fin te agarré. La alegría bien valía la pena. Como un disfrute más te miraré adentro de las órbitas vacías. Tus ojos invisibles, por primera vez me parecerán hermosos. Corriendo la coma repito la frase: Tus ojos invisibles por primera vez, me parecerán hermosos.
A tu mujer mis soldados la van a traer hasta Soria a la rastra, atada de su lindo pubis. Todas las noches me va a tener que hacer lo que ya te imaginás, guacho reventado.
Tu amigo, el Soriator».
El Jefe de la Tecnocracia contestó la carta con un segundo mensaje:
«You shock me».
Luego de que lo mandó, tuvo una intuición. Fue al diccionario inglés-tecnócrata, y al encontrar los significados de la palabra shock comenzó a reírse entre dientes. Algunas de las traducciones de shock: «chocar, ofender, disgustar, horrorizar». Como adjetivo: «afelpado, lanudo, desgreñado; en Rusia, voluntario para trabajos difíciles»[175]. Era todavía más gracioso de lo que se imaginaba. Mientras se reía a carcajadas, empezó a inventar traducciones: «Según esto, you shock me podría entenderse como “tú me afelpas”, o “me transformas en lanudo”, o “tú me desgreñas”, o bien “me mandas a Rusia como voluntario para trabajos difíciles”».
Pensó que, tal como, estaban las cosas, era una suerte para el Soriator el carecer de antena receptiva para captar la sutileza en el humor ajeno. Dicho en otra forma: como no tenía sentido del humor, su misma tosquedad lo salvaba. Un chiste que le llegase a pleno, en toda su gama, podría llegar a destruirlo.