El Museo Bélico y el Valle Mecánico de los Reyes
Al comienzo de la guerra, el Monitor Iseka ordenó la creación de Un gran Museo Bélico, en el cual pudieran verse los distintos tipos de armas arrebatadas al enemigo en las campañas, así como también las empleadas por los tecnócratas en esa lucha histórica. Figuraban allí: enormes carcazas, restos de naves aéreas sorias y rusas; cañones láser semifundidos; pistolas láser; cañones eléctricos y congeladores; cohetes tierra-tierra, tierra-aire y aire-tierra; bombas orbitales; robots; cazadores blindados; uniformes y mil cosas. Había también tres ejemplares intactos del legendario cazador blindado de los soviéticos, el Evtushenko IV, que fueron capturados en el teatro de operaciones del Grupo de Ejércitos Norte. Fueron las últimas adquisiciones del Museo, ya que inmediatamente después vino Samarcanda y aquél fue cerrado.
Ni siquiera faltaba el famosísimo cohete con cabeza láser que inventaron los sorias; aunque unos pocos años después fue superado por los mismos sorias, tuvo el mérito de ser el primer ingenio que penetró las pantallas de energía de las astronaves tecnócratas.
Sobre los pedestales, con tarjetitas y cubiertas de polvo, existían bombas de todo tipo: temponucleares —de baja potencia y que sólo fueron empleadas antes de la guerra contra los guerrilleros de Chanchín del Sur—; bombas congeladoras, trazadoras (sorias), de fragmentación, de fósforo, incendiarias con combustibles plásticos, etc.
Pero, como ya se dijo, cuando la guerra comenzó a perderse fue abandonado por completo el afán de enriquecer el Museo con nuevas muestras. Dadas las dificultades crecientes en los transportes, no se justificaba recorrer las distancias enormes de Rusia con un poco de chatarra. Es más: al Kratos de Campo de Marte no le faltaban ganas de reciclar los objetos del Museo. Se contenía a duras penas y sólo porque no ignoraba que el Monitor se pondría furioso. En los últimos años de la guerra el Kratos Eusebio Aristarco entró en un estado crepuscular de ahorros minuciosos y obsesivos; al no encontrar nuevas materias primas, pues ya había echado mano a todo, intentaba disminuir de una manera absurda los desajustes fricciónales, pretendiendo modificar lo que ya estaba en sus límites, e incluso contradiciendo sus conocimientos de ingeniero. Tal afán de reaprovechar ridiculeces era propio de un hombre a quien las circunstancias llevan a la desesperación.
El Museo Bélico tenía un sector aparte denominado Sección Mágica. Aquí figuraban las armas empleadas por los esoteristas desde que el mundo existe para los hombres. Había máquinas materializadas (flamenkos, harañas, chimpanzés, zerpientes, cururuses y otras muchas), varitas, pentaculos, fórmulas cabalísticas, invocaciones, libros tan antiguos e inencontrables que constituían rarezas históricas, mandalas, trípodes y todos los objetos de los rituales. No cometieron el error de olvidar el menor chichi. No necesito decir, me imagino, que esta sección era más grande que el resto del Museo.
Pero la gema de la colección era la cabeza de una ve corta, nada menos lucía sin su cuerpo —el cual se desintegró— y clavada en una pica. Se trataba de un vurro algo menos trompudo que el común. Su cabeza —básicamente invisible—, al materializarse tenía cierta apariencia humana: dos orejas puntiagudas y resecas, grandes ojos y piel amarillenta. Pero lo más impresionante era la boca, arrugadísima, como si perteneciera a una vieja de ciento cincuenta años.
El Valle Mecánico de los Reyes fue otro proyecto extraviado en el papeleo de la derrota cada vez más próxima. Los tecnócratas destinaron el fondo de un valle rodeado por el desierto para levantar en él una fantástica necrópolis. La región quedaba en las estribaciones del Bronce de Satanás, no muy lejos de donde el mago Decamerón de Gaula enfrentó al Antiser. En él reposarían los mariscales de campo de la Tecnocracia, Monitor y sucesores, Kratos, científicos, altos Maestros de la magia, astrólogos y otros héroes y próceres. El Valle estaría abierto también para los linyeras, pues como se recordará el Monitor los consideraba animales mágicos y archivos caminantes.
Con seguridad jamás hubo un cementerio parecido a éste. Los monumentos funerarios iban a ser inmensas máquinas, selladas sus aberturas por puertas blindadas redondas (como la que protegía la bóveda del Tesoro Nacional). Las cerraduras sólo podrían abrirse mediante una orden electrónica proveniente de Grandes Máquinas.
Los cadáveres, transformados en momias y ya en el interior de su respectivo ingenio, serían lentamente bombardeados con pequeñas cantidades de antimateria. La conversión completa de toda la materia en energía, llevaría quizá miles de años. Gracias al Valle, los tecnócratas pensaban iluminar en el futuro las ciudades.
La tumba del Jefe de Estado tendría una pequeña placa, muy sencilla, escrita en Tecnócrata:
Iseka, primer Monitor de la Tecnocracia
Como si el Monitor, luego de muerto, se hubiese convertido en aquel ser inmenso.
Al Barbudo la idea del proyecto no le gustó: «Los chichis van a decir: “¿Vieron? Es típico. Muy propio de la Tecnocracia, donde las máquinas son la tumba de los seres humanos”. Yo sé por qué lo hacés, pero nadie va a entender el símbolo». Monitor estaba furioso —no con su amigo, por supuesto—: «Bien conozco ya a todos esos falsos metafísicos de origen soria, fabricantes de espejismos y tramoyas corredizas. No se rebajan a tener el menor contacto con lo existente. Van patinando por el mundo, aceitados y sin razonamientos. Hace tiempo que les vi la cola a esos amantes de los desiertos. Ellos odian la realidad, por supuesto —luego prosiguió como si hablara con un tercero invisible y sin embargo presente a través de su campo gravitatorio—. La malevolencia para con la técnica es el lugar del que no se vuelve, intelectual picarón. Ya conozco todo eso y no me importa. Fijáte: no me importa. El Valle Mecánico de los Reyes ha de ser el último legado a los vivientes por parte de quienes ya no existan. Obligaremos a la antimateria a trabajar en conjunto con la Muerte, a favor de los seres vivos. Sólo un ciego o un mal intencionado podría ver otra cosa. ¿No comprendés? Éstas son las nuevas pirámides, las esfinges, los obeliscos. Cada muerto glorioso tendrá una enorme tumba de acero, memorias electrónicas y campos electromagnéticos». Barbudo sacudió la cabeza: «Yo sí comprendo, pero…». «Pero nada. Va a ser así y listo. Quiero que la realidad sea un piano al cual los mejores tengan acceso. Para lograr eso hay que empezar por despertarlos. En tal sentido, nuestro Valle será muy didáctico. Y ya es hora, porque hasta el momento la mayoría de nuestros… pianistas sólo obtienen ruidos o disonancias. Si no nos jugamos, todo seguirá siendo así por los siglos de los siglos».
El desarrollo desfavorable del conflicto bélico, por desgracia, desvió las investigaciones sobre la antimateria hacia el campo de los armamentos. El Valle Mecánico de los Reyes —o El Valle de los Súper Reyes, como algunos lo llamaban—, fue archivado entre las carpetas de proyectos para después de la victoria.