Los trabajos de Hércules
Todas las profecías del Maestro Decamerón de Gaula se estaban cumpliendo en forma exacta. Según dijo, la guerra era inevitable: total con Soria y desde el principio, con Rusia casi nominal. Poco después, sin embargo, la guerra con este último país se tornaría completa. Sus vaticinios habíanse confirmado en los hechos. Tenía otros augurios, muy secretos, referidos al futuro.
El Maestro, con su enorme poder e increíble grado —legendario dentro del esoterismo hasta el punto de ser considerado invencible—, con todo y no obstante mostraba signos de cansancio. En la magia, pero antes que nada en el reino de lo humano, había llegado en su heroísmo a la extrema abnegación. Como Hércules, realizó los Trabajos Tecnócratas: ahogó al león del bosque de Nemea, mató a la hidra de Lerna y cazó vivo al jabalí de Erimantéa. Todos los días de su vida fueron una lucha contra el tiempo: «Hércules le ganó una carrera a la cierva de los pies de bronce». «¿Ah, sí? Pues yo le gané varias». Matar a flechazos los pájaros del lago de Estinfalia; limpiar los establos de Augías y cambiar de signó a sus caballos para que, a partir de ese momento, se alimentasen con la inhumana carne de los sorias; robar las manzanas de oro del jardín de las Hespérides; arrancar diariamente a Teseo de los Infiernos, aunque éste no lo supiera y separar las columnas que llevan su hombre, fueron únicamente algunos de sus trabajos y no los más difíciles. Pero su mayor logro fue liberar a Prometeo de las águilas que devoraban su hígado. A tal condena el mencionado la debía a la envidia del Antiser, quien andaba por ahí haciendo de las suyas (luego, no conforme con su hazaña, desvió la atención echándoles la culpa a los otros Dioses).
Hacía muchos años que no se permitía descansar ni sentir agotamiento. Nadie podía entender cómo aguantaba las tensiones, ni de dónde sacaba la energía, fortaleza y bestial capacidad de resistencia. Hallábase recargado de trabajo. Si utilizáramos un nombre, sacándolo de los hechos fantásticos, tendríamos que hablar del gigante Atlas.
La progresión militar soria y rusa, luego del desastre de Samarcanda, coincidió —por supuesto— con el avance mágico de los enemigos de la Tecnocracia. Esto gravitó aún más pesadamente sobre sus espaldas, que ya sostenían buena parte del mundo esotérico tecnócrata.
Se había empeñado en defender al Monitor de toda clase de chichis, tales como ataques robots y manijas varias. Anuló incluso varias agresiones físicas contra el Jefe del Estado (desde que gobernaba, no menos de diez locos habían intentado asesinarlo: uno quiso largarse en kamikaze con un avión a hélice cargado de bombas; otro llevaba veinticinco litros de napalm bajo el sobretodo; no faltó quien inventara una escopeta con quince caños recortados y hasta uno que procuró envenenarlo disfrazado de heladero). Aparte, como si lo dicho fuese poco, debía realizar astrales y horóscopos para averiguar las providencias militares del ruso en el frente del Este, y combatir contra sociedades esotéricas —ramas ídem del enemigo—, que lo atacaban por defender a la Tecnocracia.
Pese a sus esfuerzos el Monitor a veces incomodábase con él; ocurría esto cuando no le daba respuestas precisas, o un horóscopo salía oscuro. Parecía no comprender del todo las dificultades del trabajo. Diremos de paso que su astrólogo de cabecera —como solía llamar a Arnaldus el Enorme—, tampoco tenía contestación para algunas preguntas. Tales inconvenientes eran lógicos. Los astrales son la inversa de los horóscopos. Resultan puntos de vista opuestos. Cuando un Maestro hace un astral efectúa un viaje cinematográfico; en él ve sucesos pasados, presentes o futuros. Exactamente como en un cine. Pero determinados detalles se le escapan o sólo puede observarlos en forma incompleta y con mucho esfuerzo. Entonces viene el astrólogo, quien nada ve, pues muévese dentro de los abstracciones de los números, pero descubre sobre el mismo asunto una cantidad de cosas que al otro le están vedadas. Así, la solución aparente para conocer todos los pormenores de un problema sería efectuar un astral y un horóscopo, unir los resultados y tener la verdad. Pero no es así. Ellos nos están mostrando dos partes de una trama intrincada, mas no el todo. En el centro de las encrucijadas suele haber un nódulo oscuro de difícil interpretación. Porque en realidad el todo no existe y sí la decisión última de los hombres. Por ello resulta imposible prever algunas, cosas; ni siquiera con la ayuda de la magia. Si además tenemos en cuenta la existencia de magos adversarios interesados en producir bloqueos, atiborrar el astral con datos falsos para que astrales y horóscopos patinen en sus chascos —tal ocurría en el caso del Monitor—, iremos comprendiendo algunas dificultades que se presentan.
Las escasas máquinas enemigas que lograban llegar hasta el Jefe de Estado, le escribían en las paredes párrafos como los siguientes: «Monitor puto. ¡Viva S!», este símbolo era el de Soria y las ratas de patas extendidas, o plegadas, lo aprisionaban entre sus garras en los estandartes; «Vurrito santo: Vení rápido a fornicar a este homosexualoide»; «Esta noche te cortamos las dos bolas sin falta», y otras.
Monitor, pese a su inigualado respeto por Decamerón de Gaula y a la protección que le brindaba, solía preocuparse más por estas leyendas —inofensivas en el fondo— que por un problema militar verdadero en el frente ruso. Interpelaba al otro, casi violentamente: «¿¡Pero cómo!? ¿No me había dicho usted que los chichis ya no pueden pasar?». «Y se lo repito. Son tan sólo memorias astrales. Esas máquinas han sido destruidas hace mucho. Confíe en mí. Bastante me costó desmontarlas, a veces una por una. Lo hice yo en persona, de tal modo bien merezco que me crea. Ciertos sitios de Terraza de las Águilas aún están contaminados por las memorias de las máquinas muertas. Esas impresiones astrales durarán un tiempo todavía. Pero ya no tienen capacidad para causar daño. Despreocúpese». «Sí, bueno. Pero usted me dijo que cuando nos mudásemos del Palacio Monitorial —estaba lleno de chichis, bien lo sabe— a Terraza de las Águilas, ya no habría máquinas enemigas». «Y ya ve cómo cumplí. Éstas son falsas máquinas; apenas memorias de ellas, restos. No representan peligro alguno para usted. A fin de cuentas, ¿qué le importa a esta altura si alguien le dice “Monitor puto”? Si usted sabe falsa esa afirmación. “Te vamos a cortar las bolas”: ¡oh, qué miedo! Si a usted le consta, porque yo se lo dije, que no pueden». «Sí, pero esas leyendas las leen mis sirvientes, el Chambelán de Audiencias…». «Mire: el Chambelán de Audiencias le tiene a usted tanto miedo… Con seguridad se apresurará a borrarlas él mismo. Pensará: “A ver si todavía se cree que yo las escribí”, Recuerda muy bien el infausto fin del Chambelán anterior. Probablemente imagine todo como obra suya, para probar su lealtad». «Puede leerlas algún Kratos». De Gaula rió: «¡Los Kratos! Pero si le tienen más miedo que el Chambelán de Audiencias. Mi Monitor: nadie ha olvidado sus bromas terribles del pasado. Hasta que punto cambió, sólo yo lo sé. Pero los demás no lo creen del todo. Conservan fija la imagen del viejo Monitor». «El Kratos de Campo de Marte no me tiene miedo». «Cierto. Pero es tan tecnócrata en el mal sentido de la palabra que no acepta explicaciones sobrenaturales. De inmediato se pondrá a buscar saboteadores. Es tan paranoico que pensará: “Han organizado la cosa para ponerme en mal lugar frente al Monitor. Alguien quiere hacerme caer en desgracia”. En el acto mandará a sus ayudantes de la Monitoria para que espíen y borren». «Puede ser».
En su vida personal, de Gaula sufría bastante. Poseyó muchísimas mujeres pues era muy seductor, pero todas, de manera invariable, lo habían abandonado. Se negaba a usar su poder para mantearlas, pues creía en la libertad humana. Al parecer sentían que él les exigía, sin ser consciente y en forma implícita, una difícil toma de posición frente al mundo.
Como si las obligase al camino duro, pese a su naturaleza básicamente tolerante. Ello las forzaba a descender a profundos estratos, donde esperaba la esquizofrenia. Esas mujeres llegaron a odiarlo y amarlo, ambas cosas en grado superlativo. Terminaban por irse con alguien menor, aunque al final se arrepintieran. Lo combatían con toda la furia e impotencia de la división interior; sobre todo, porque comprendían lo que habían perdido.
De Gaula llegó a la contradicción de no poder ser feliz más que a través de alegría ajenas. Por medio de sus discípulos, o del propio Monitor —quien era un discípulo suyo al fin y al cabo, aunque el otro lo ignorase. Por eso rompió el bloqueo y dejó pasar a la Lujuriosa.
Sabía perfectamente que final tendría el otro, a menos que se diera un súper milagro. Deseaba verlo feliz en compañía de una mujer extraordinaria.