Eres el Monitor de todas las cosas
Las actitudes de las personas ante Samarcanda fueron muy variadas. Algunos, precisamente en la derrota, alcanzaron el fanatismo total. Así, un poeta:
Eres el Monitor de todas las cosas
Los focos se encienden y te toman como centro
y entonces tú sales al palco
envuelto en una luz deslumbradora.
Mil veces diez mil veces cantan nuestros corazones
y así tú eres nuestra fe,
inquebrantable.
Y ni las bombas y ni la traición
y ni las blasfemias con que pretenden ensuciar tu nombre,
nos mueven del sitió.
Oh Monitor
oh padre
conductor armado con una espada.
Nos miras desde arriba,
enrojecido,
entre banderas afiladas y tensiones máximas;
cuando se disipa el humo, tú dices:
«Éste es el año de la voluntad total»
y ahuyentas las dudas amarillas de los débiles.
Tú vives para siempre en esta gran respiración,
en el templo de nuestra fe
y frente a este pórtico,
bajo esta blanca escalinata,
nosotros tus soldados
por siempre viviremos.
Esta actitud no era compartida por todo el mundo. Ahí lo teníamos a Pedro Gorovín Iseka, sin ir más lejos. Con respecto a este asunto, Monitor tuvo un diálogo con el Barbudo.
Los dos jefes se hallan en cierta habitación. Una espesa neblina parece brotar del pavimento. Mediante los colores, toda la escena desciende a las cavernas de Niebelheim. Por entre las junturas de los mosaicos brota un rojo lava. Éste tiñe con su cromatismo las brumas inferiores. Las paredes —más brillantes a medida que nos acercamos al piso— se tornan amarillo verdosas. Pequeños chisporroteos de bronce donde los planos se cortan. Estos fulgores no bastan y la tendencia es a la penumbra.
Monitor:
—Lo que más me indigna es que estuvo a punto de rendirse. Casi lo hace. Menos mal que murió antes.
El Barbudo se encogió de hombros:
—Lo hubieses reemplazado a tiempo.
—A tiempo le hubiese pegado cuatro tiros, querrás decir.
—Como comprenderás ya es tarde. Ahora la cagada está hecha. Es inútil tratar de fusilarlo retrospectivamente. No hay que pensar más en este asunto.
Monitor pareció no escucharlo:
—¿Rendirte, como un cagón? ¿Pero cómo es posible siquiera pensarlo? Tenés que hacerte responsable de los muertos, ¿o qué se creía? El pueblo nunca se enterará de su vacilación y falta de lealtad para con su propio ejército. Lo ascenderé post mortem a mariscal de campo. Así pasará al panteón de nuestros héroes. Total ya está muerto. Da lo mismo que en el obelisco se ponga un nombre u otro. Sólo importa que si él no estaba dispuesto a resistir, otros en su lugar sí lo habrían hecho. Tuvo suerte, dentro de todo. Demasiada, yo diría. No a cualquiera le cae una bomba antes de que pueda capitular. Por lo general no suceden así esas cosas. El destino suele probar hasta el fin. Si un hombre, por falta de carácter, no toma una actitud viril en el momento adecuado, después le resultará cada vez más difícil. Irá descendiendo progresivamente hasta la última humillación. Los rusos lo habrían metido en un agujero de ratas y allí se terminaría de hacer pedazos.
Mientras el Monitor habla, emanaciones violetas se mezclan con los rojos dando un resultado frío. La temperatura parece descender y el techo se ha vuelto absolutamente negro.
El Jefe de Estado continúa diciendo:
—Después firmaría cualquier cosa, haría proclamas antitecnócratas, etc. Tuvo suerte de que una bomba le rompiera la cabeza. Mucha. Si a uno lo han enganchado, lo menos que puede hacer es shockearse. Uno dice: estoy reventado pero por lo menos doy un ejemplo al ejército. A fin de cuentas, ¿somos o no somos militares? Saco la pistola eléctrica y me doy un shock.
La orquesta golpea una sola vez con las semicorcheas del funeral y el cráneo del Monitor enrojece súbitamente.
El fulgor de su cabeza disminuye, pero adquiere —estable— el calor de las maderas rojas. El negro profundísimo del techo se transforma en azabaches militares, como nubes aceradas que bajasen del cielo. Azules refulgentes y amarillos de cadmio avanzan desde las cuatro paredes hacia el centro.
Monitor continúa:
—De cualquier manera que sea, el comportamiento de algunos oficiales en la bolsa de Samarcanda fue vergonzoso. Casi veinte altos oficiales se entregaron prisioneros, cuando los rusos los coparon dentro de una de las bolsas menores. Sin embargo, por sectores, algunas unidades combatieron hasta el fin. Es curioso y tristísimo: se portó mejor, en general, la tropa que la oficialidad. Ni la muerte puede borrar una vergüenza tan horrenda.
El azabache del cielo tiene ahora partículas de óxido en suspensión. La atmósfera es gaseada mediante violáceos. Del techo bajan celestes sucios; lentamente. Son como cintas ondulosas de celestes mezclados, los cuales carecen de nitidez; al llegar al pavimento se achatan, formando sucesivas capas de pasta.
Monitor:
—Puedo ponerme en el lugar de Pedro Gorovín y comprender su drama. Creéme: puedo hacerlo. Pero debe entenderse que el suyo es el drama de la falta de carácter. Él, en su pasado, permitió que la relatividad fuera el centro de su alma. Y cuando alguien en la vida llega a una situación crítica, cae inevitablemente en ese soporte. Si adentro uno tiene un relativo en vez de las ideas claras o un principio inamovible, es natural qué entrara en el terreno de las vacilaciones. Y si uno vacila, siempre elegirá lo peor. Son las leyes de la naturaleza humana. No las inventé yo.
Los dos hombres permanecen en silencio, pensando. El paisaje queda ajardinado. La habitación se llena de estatuas. El techo parece una fotografía antigua, marrón rojiza. El piso es verde gendarme, por su alto contenido de negro. Azul de metileno las cuatro paredes. Desde el firmamento del cuarto comienzan a caer discos delgados, de círculos perfectos. Descienden con lentitud, girando rápidamente sobre sí mismos. Su color es rojo, como el de cierta hojas en otoño. Cada rotación los hace ir desde la casi invisibilidad de una raya, hasta la plenitud cromática que limitan las circunferencias.