CAPÍTULO 132

Proyectos militares irrealizables
(Conversaciones en la Sala de Situación)

Hacía ya bastante tiempo que los tecnócratas concentraban divisiones al oeste de los Urales. La idea del Monitor, desde el arribo de sus ejércitos a esas cadenas montañosas, era preparar las condiciones para la futura ofensiva. De acuerdo al plan, periódicos rastrillajes de la Fuerza Aérea sobre las posiciones rusas al este, se encargarían de mantenerlos desorganizados a fin de no permitirles concentrar suficientes efectivos como para efectuar un contraataque, molestar sus líneas de aprovisionamiento y ganar tiempo, hasta que la Patria pudiese restañar las heridas y compensar el desgaste.

Ahora bien, los pertrechos tecnócratas llegaban día a día, puntualmente y en cantidades cada vez mayores, pero no según el crecimiento necesario para apuntalar la nueva ofensiva que la Tecnocracia preparaba contra el este de los Urales. Por otra parte los rusos también concentraban divisiones de su lado y reequipadas con el armamento más moderno. Parecían haberse repuesto de los terroríficos golpes recibidos, en un tiempo que sorprendía por lo corto. Sólo una Siberia en plena producción pudo lograr tan increíble milagro. El crecimiento militar tecnócrata, en cambio, sufrió retrasos inesperados; ello dio al soviético varias ventajas que, en su momento, supo aprovechar muy bien. Cuando el Monitor dio finalmente la orden de ataque, la progresión tecnócrata sobre el enemigo fue lenta y dificultosa. En nada se parecía a los antiguos avances fulminantes.

Como si lo anterior fuese poco, las líneas de aprovisionamientos, las comunicaciones por tierra, etc., resultaban cada vez más largas y expuestas. El aumento de guerrilleros en los territorios ocupados obligó a la incrementación de las tropas en retaguardia para prevenir ataques a puntos vitales y sabotajes, puesto que no todo podía protegerse mediante pantallas de energía.

Por otro lado, el proyecto de mantener desorganizados a los soviéticos mediante periódicos ataques aéreos, hasta que llegara el momento de invadir la Siberia, no fue posible debido al progresivo aumento de la eficacia antiaérea del enemigo. Los tecnócratas habían encontrado la manera de anular el cohete con cabeza láser que los sorias les regalaron a los rusos, pero ya éstos, al poco tiempo, inventaron un cohete muy superior, dotado de una más poderosa interferencia de campo. Aquello era tres veces más eficaz y perforaba sin dificultades las pantallas de energía. Por suerte todavía se encontraba en etapa experimental, pese a sus primeros éxitos, y recién comenzaría a ser producido en serie en los próximos meses. De cualquier manera, y mientras tanto, cada ataque aéreo tecnócrata más allá de los Urales encontraba que la capacidad de réplica rusa había crecido con respecto a la vez anterior; de tal respuesta encargábanse no sólo las baterías de misiles sino también las astronaves de combate soviéticas, que día tras día progresaban en calidad y número. Cada enfrentamiento costaba a las fuerzas monitoriales el 15 o el 20% de sus efectivos. Y era obvio que el porcentaje iría en aumento.

Todas las guerras se deciden por la aceleración del crecimiento que un país puede imponer a su fabricación de armamentos, y su capacidad mayor o menor para la inmediata puesta en marcha de una economía que se adapte sin concesiones a los fines bélicos. En esto fallaron los tecnócratas, según veremos más adelante. Curioso que, justamente ellos, equivocaran el camino en un problema de organización y técnica. Son los riesgos de la exaltación del delirio como cosa en sí. Dicho delirio es —al menos de alguna forma— un fin en sí mismo y la más alta aspiración del hombre cuando no se trata de algo patológico, pero es preciso trabajar con él a dos puntas para no ser aniquilado. Resulta indispensable apuntalarlo con realidades.

El operativo próximo consistía en ocupar toda la parte de la Siberia comprendida entre los Urales y el río Yenisei. O sea: hasta la línea imaginaria entre la ciudad de Norilsk e Irkutsk, al sur del lago Baikal. El plan tenía dos tiempos. En el primero se ocuparía Omsk, Karaganda, Samarcanda y Novosivirsk —toda la curva del Obi—; mediante el segundo llegarían hasta la desembocadura del Yenisei para controlar hasta el lago Baikal.

Por primera vez los tecnócratas oyeron hablar con firmeza —en el transcurso de los interrogatorios a soldados siberianos tomados prisioneros—, de un inmenso país llamado Catai, o País Central, que los rusos denominaban China y que, al parecer, se había vuelto comunista. Se decía que el número de sus habitantes era el triple que el de la Unión Soviética. En cuanto a su extensión nadie se ponía de acuerdo. Algunos sostenían que tratábase de un territorio tan grande como la Siberia. Otros argumentaban que como Rusia eurisbérica. Al parecer hacía rato que se habían convertido al bolchevismo y poseían un desarrollo tecnológico importante.

Los generales tecnócratas se horrorizaron. Con todo lo que les costaba la Unión Soviética, ¿deberían luchar contra una segunda, más allá de los Urales?

Cierto que por la Tecnocracia circulaban unos pocos hombres de piel amarilla, quienes se llamaban a sí mismos chinos o habitantes de País Central; el Monitor, incluso, tenía varios de estos chinos a sus órdenes trabajando como verdugos. Pero las historias increíbles que contaban acerca de un país de mandarines, guardias rojos, porcelanas y sedas, eran demasiado disparatadas para ser creídas. Se pensaba más bien que estos mentirosos chinos serían alguna tribu pequeña del Asia, la cual no llegaría ni al millón de habitantes; muchos de ellos, como pobres montañeses, habrían decidido emigrar a Eurisberia.

Pero los militares tecnócratas hacía tiempo que ya no creían en estas explicaciones tranquilizadoras y empezaban a tomar muy en serio los relatos de los chinos.

En una conversación de sobremesa donde se encontraba el Jefe del Estado, los Kratos, Vicés, Subvices e Infrasubvices, el sector castrense trató de marcar la probable necesidad en que se vería la Tecnocracia de llegar a un acuerdo con aquella amarilla especie de segunda Unión Soviética, dividir zonas de influencia en Asia, etc. Los consejeros militares pensaban que de ninguna forma la Tecnocracia estaría preparada, ni en el tiempo próximo ni nunca, para ocupar aquellos vastos territorios, derrotar fuerzas militares tan importantes como las que se sospechaba existían y controlar una población enorme como la del País Central.

Monitor no estuvo para nada de acuerdo. Según él, permitir la existencia de una suerte de duplicado de la Unión Soviética, lindante su frontera con la Tecnocracia, no podía conducir sino a la guerra a corto o largo plazo, como había ocurrido con la original. Para consolidar la victoria, no había otro expediente que derrotar al bolchevismo en todo el mundo. Podía efectuarse una paz provisoria chino-tecnócrata, pero a cortas o largas sería indispensable ocupar toda Catai.

Los consejeros militares no veían según qué forma podía lograrse esto último, si hasta ocupar la Siberia era ya altamente problemático. Pero al verlo decidido y en última palabra, se callaron.

Los recientes noticias sobre Catai daban cuentas de que el jefe del Gobierno —Emperador Tao— había decidido cambiar el nombre del país, el cual a partir de ese momento ya no se llamaría Catai, ni País Central y ni siquiera China, sino República Popular China.

Supieron además que en el borde del mundo, tan lejos que casi no podía concebirse, existían otros países: Corea, Japón, Mongolia y el Estado de Annam[162]. Más allá todavía sólo abríase el Océano Pacífico o Mar del Fin.

De cualquier manera que fuese, los generales —para sus adentros y sin dárselo a entender al Monitor— pensaban que carecía de sentido preocuparse por China. Lo más probable era que las tropas tecnócratas jamás llegaran a tomar contacto con las de la República Popular. Indudablemente habría que llegar a una solución de compromiso, política, con los propios rusos, en el medio de la Siberia.

Cuando faltaban sólo unos pocos meses para el comienzo de la ofensiva al este de los Urales, el generalato propuso al Monitor que no se efectuara tal operativo; invitaron en cambio a pensar si no convendría atacar Baskonia, liquidar el Estado exarcal que este país tenía enclavado al norte y, atravesando los Pirineos —que separaban Baskonia de Soria—, caer sobre la capital enemiga haciéndola sucumbir de revés. O, si ello no resultaba factible, invadir Aragón y Musaraña; así, por lo menos, se cortarían los continuos aprovisionamientos soviéticos a Soria. Una vez liquidado este último enemigo, seria mucho más fácil volverse para ajustar cuentas con los rusos.

Monitor rebatió un plan tras otro. Aleccionado por su mala experiencia en Chanchelia, sostuvo, que no sería cosa fácil ocupar Baskonia; aparte, la campaña, por rápida que fuese, jamás podría tomar sorprendidos a los sorias, quienes siempre estarían en condiciones de establecer con sus reservas un nuevo frente al norte. Según él tampoco servía el segundo plan. Un ataque contra Aragón y Musaraña haría que las fuerzas de invasión quedasen considerablemente expuestas por el flanco y retaguardia. Un contraataque soria podría cortarlos de las divisiones estacionadas en Rusia. Monitor temía, en particular, un ataque soria combinado con una ofensiva soviética contra los Urales.

Por una vez, Monitor se mostró más prudente que sus generales. No debe haber estado ajeno al ánimo de la alta oficialidad, al proponer tal invasión, el hecho de que el Exarca, desde Velolar (capital de Exaspirifacia), lanzaba continuadamente sus tetragonias, pentaclorias y exateridades contra la Tecnocracia. Dorado parecía el fruto si se tiene en cuenta que, una vez conquistada Baskonia, sería cosa de un minuto destruir el Estado exateísta. «Ustedes no comprenden —les dijo el Monitor—, el poder del Exarca no radica en su Estado y ni siquiera en su persona: su poder proviene de los seis Dioses que lo potencian. Es un problema teológico y como tal sólo puede ser refutado con otra teología. El dominio del Exarca radica en la potestad de lo Invisible sobre los hombres».

Monitor se inclinaba más bien por un nuevo ataque relámpago, que liquidase las divisiones rusas que el enemigo estaba concentrando en las proximidades de los Urales; prueba clara, a su entender, de que los soviéticos estaban preparando una ofensiva. Si desplazaban parte de las divisiones que apuntalaban el Frente del Este para comprometerse en un nuevo sector invadiendo Baskonia, Aragón y Musaraña, por ejemplo, los rusos atacarían combinadamente con los sorias, y la ofensiva en el nuevo frente se transformaría en un desastre.

Los generales argumentaban que sería interesante la conquista de nuevos territorios, siempre y cuando en ellos estuviesen concentrados las industrias soviéticas de armamentos. Pero no era así, ya que ellos las habían trasplantado muy al este. Las principales líneas de montaje, laboratorios y fábricas de todo tipo se desplegaban a remota distancia, detrás de la curva Tiksi - río Lena - lago Baikal.

Monitor trató de convencerlos: una nueva derrota soviética —digamos el embolsamientos de tres o cuatro ejércitos— pondría a los rusos en una nueva situación crítica. En el frente, durante los últimos combates, se habían tomado como prisioneros a soldados de catorce y quince años, así como también a hombres de cuarenta y cinco. Todo ello probaba que ya no tenían efectivos. Aún podían reclutar dos o tres millones de soldados, pero desmoralizados y de inferior calidad combativa. Luego de que hubiesen avanzado hasta la línea: desembocadura del Obi - Omsk - Karaganda - Samarcanda - Alma Ata, y llegado hasta la frontera con la República Popular China, produciendo una nueva sangría a los rusos y la destrucción de importante material bélico; una vez realizada esta expedición punitiva, podrían volver a la vieja marca tras los Urales, pero con un tiempo ganado; entonces sí efectuar el gran ataque contra los tres países tapón que protegían a Soria por el norte. En esta forma el Soriator quedaría cortado de sus amigos los rusos y de los continuos aprovisionamientos que ellos les enviaban.

El generalato se miró entre sí. Pero, órdenes son órdenes. De modo que se dispusieron a dar toda su capacidad para la ofensiva, pese a no creer en ella totalmente. En verdad los generales no formaban un bloque unido. Muchos de ellos estaban de acuerdo con el Monitor. Otra enorme cantidad se hallaban indecisos.

Así, el plan monitorial salió adelante. Por lo menos mientras los rusos no se opusieron.