CAPÍTULO 122

Las armas secretas

A esa hora Monitoria estaba desierta. Personaje Iseka encendió un cigarrillo. Marchaba a toda prisa pues necesitaba información para la saga infinita que estaba escribiendo. Era casi la madrugada. No sabía cuánto tiempo había caminado. Se internó por un vacío callejón de hierro, cemento y piorno. Aquello proyectaba un espejismo deliberadamente borroso, un triple color camuflante virando hacia el gris.

Personaje sacó del bolsillo derecho de su gabán una cajita con píldoras para la invisibilidad. Tomó dos y luego comenzó a manipular sobre un extraño aparatejo lleno de botoncitos que extrajo de su faltriquera. Por fin logró que una puerta disimulada, de cuatro toneladas de peso, se abriera haciendo clic. El eco del callejón le devolvió un CLOC. Se apresuró a pasar por la abertura recién formada y encendió una luz. Estaba en un recinto pequeño, de 7 x 9 = 63 metros cuadrados, íntegramente cubierto de polvo. Mientras echaba un vistazo en torno, la pesada puerta cerró por sí misma a su espalda.

El ambiente contenía sillones desvencijados con resortes asomando sus puntas, cuadros descoloridos, una mesa con platos y vasos huyendo los unos de los otros en despavorido desconcierto. Botellas vacías en los rincones y enormes arañas que caminaban y tejían. Era una de las entradas secretas a los colosales sistemas de túneles de Monitoria, Tecnocracia Central, que el Jefe del Estado utilizaba en sus andanzas. A Personaje le había llevado ocho meses descubrirla. Pero muy bien pudo continuar ocho siglos en la misma guisa, de no recibir una importante ayuda que él ignoraba.

Decamerón de Gaula lseka, el Maestro de Maestros, reparó en la importancia de que alguien diese testimonio de la epopeya tecnócrata. Si la guerra se perdía, de todos ellos no quedaría ni el recuerdo; salvo los fragmentos de realidad que conservasen vagabundos y linyeras. Resultaba indispensable un testimonio, una crónica por dentro de los sucesos acaecidos, rogando a los Dioses que de alguna manera se conservase. Una máquina del tiempo escrita la cual, por precaria que fuera, viajase al futuro.

El mago no eligió a Personaje Iseka para la tarea por sus grandes méritos, virtudes o clarividencia, sino porque era un hombre dispuesto a aprender, no del todo malo y demostraba tener intenciones de purificarse de sus chichis internos. Además alguien debía realizarlo. Los pocos individuos Mozart, con aptitud para escribir esa obra, estaban agobiados con tareas abrumadoras. Quienes realmente conocían la tragedia, tenían el drama adicional de no contar con tiempo.

Así, pues, Decamerón de Gaula había decidido abrirle a Personaje Iseka varias puertas a fin de que atisbara en los secretos. Claro está, Personaje creía todo el tiempo deberlo a sus grandes progresos en magia. Cuán vanidoso. ¿Pensaba por ventura haber descubierto él solo una de las entradas secretas, cuando todas las asociaciones esotéricas de Soria fracasaron? ¿Acaso suponía tener poder para penetrar los blindajes astrales con los cuales De Gaula y otros magos bloqueaban al Monitor? ¿Cómo pudo ser tan tonto de creer que sus débiles máquinas vencerían a las Máquinas Maestras encargadas de sellar todos los accesos a los Grandes Archivos y ambientes herméticos? Todo lo antedicho debió hacerle sospechar que alguien lo ayudaba; ¿y quién si no Decamerón de Gaula mismo? Pero la vanidad de los discípulos es así. Largo camino tenía por delante antes de aprender la necesaria humildad.

Luego de mirar con detenimiento el piso del cuarto, Personaje Iseka se colocó sobre un rectángulo negro pintado sobre el pavimento y con su aparato hizo saltar otra orden electrónica. Toda la sección marcada se hundió, arrastrándolo a cada vez mayor velocidad. Arriba una plancha reemplazó a la viajera dejando el lugar como antes.

Luego de bajar cien metros aquello se detuvo durante algunos segundos y después, con lentitud al principio, marchó adelante en movimiento uniformemente acelerado. Personaje estaba entrando en los grandes túneles de Monitoria.

Viajó así cerca de veinticinco minutos atravesando media ciudad, pese al enorme tamaño de ésta. El tapiz de Aladino entró en movimiento uniformemente retardado y, de manera simultánea, dio principio a su ascenso.

Mediante un chasquido con relámpago de espejos, Iseka apareció tras los pesados cortinados rojos del Recinto de Sesiones tecnócrata. Como de momento era invisible, pudo salir de su escondite y mezclarse muy ufano con los presentes. En los Archivos Blindados de Monitoria existía algo así como media tonelada de carpetas donde, en letra chiquitita y sobre papel de arroz, estaban consignados los proyectos para destruir a sorias y rusos en menos de un quinto de segundo, mediante una sorpresiva lluvia de dólmenes y menhires y otras invenciones trasnochadas. Muchos de estos planes —debemos confesar— debidos al ingenio sobrecalentado de altísimos funcionarios tecnócratas. Cada tanto, en la Tecnocracia, se declaraba la Peste Negra de la patafísica. Hasta que alguien recuperaba su respeto por la realidad y lo imponía a los demás pasaban largos meses.

Personaje acababa de arribar al Recinto de Sesiones justo en el momento en que Monitor, adláteres y científicos se encontraban discutiendo aquellos importantes temas.

Uno de los sabios:

—Padrecito. Deseo adelantarle algunos de los detalles de nuestras mil ciento treinta y seis armas secretas. Muchas de ellas en etapa final de investigación y otras en el comienzo de la producción febril. Dije febril, de fiebre y no fabril. No me corrijan —remató el profesor con un principio de enojo, paseando su mirada en torno para observar las expresiones de los rostros de los presentes, quienes lo miraban respetuosísimos, sin soñar con corregirlo y ni siquiera juzgarlo para sus adentros.

Monitor:

—¿Producción en series y sucesiones de Fibonazi?[143]

—Así es. Permítame que le presente a mi colega, el profesor Albert Julius von Destripante, distinguido glaciólogo. Una autoridad en glaciaciones, grandes y cortos icebergs y extensiones heladas sintéticas.

El Terrible Monitor pareció animarse:

—Ah, magnífico. Le suplico, profesor von Destripante, que exponga sus ideas sobre nuestras heladeras voladoras y otras armas gélidas.

El aludido:

—Con el mayor gusto, Padrecito. El futuro de nuestra Vergeltungswaffe, o sea, Arma de Venganza…

No pudo terminar. Pedro Monitor, el Cruelmente Terrible, estalló:

—¡Me interesa un diantre el futuro de las armas voladoras; porque el mundo se acaba. Es ahora cuando hay que atacar a rusos, sorias, sindicalistas únicos, exateístas, icosaedristas y guerrilleros del general Vo Nguyen Teng, atrincherados en sus países y comejeneras chichis!

Von Destripante:

—Bien, mi Monitor. En realidad me refería al futuro de dentro de cinco días. El proyecto, ya muy avanzado, consiste en someter al ruso a un ataque aéreo con glaciares voladores de hasta ciento treinta y dos mil toneladas cada uno y, para completar la tumefacción sollozante producida, formar glaciaciones espontáneas en todos los vastos territorios «agrícolas» del ruso, con lo cual el ruso se morirá de hambre pa’ siempre.

—¿Y cuánto demorará ese ruso en morirse pa’ siempre, según usted?

—Diez o veinte años, nada más.

—No hay tanto tiempo.

Von Destripante se encogió de hombros:

—Lo siento, mein herr Monitor. Yo como buen titangermanio puedo hacer milagros. Muchos. Pero no el milagro.

Monitor, conteniendo su cólera:

—Bien. Sea como anti-fuese. Debe iniciarse sin demora nuestro operativo Venganza Total: sobre ese pedazo maldito y recalcitrante de Soria, cuanto menos. El cuadrilátero fortificado que rodea la capital del Soriator me tiene obsesionado. Pienso en esa puta área día y noche, sin cesar un solo instante. En mis sueños lo ataco de las más ingeniosas formas, únicamente con mi cuerpo. Me parece imposible que mis generales no lo hayan descubierto antes que yo y me digo: «¡Pero claro! ¡Esta es la solución! Pero si es tan fácil. ¿Cómo no lo comprendimos hace un año?». Salgo del sueño lleno de entusiasmo y entonces me doy cuenta de que todo es un disparate; un intento desesperado y absurdo de mi mente por rectificar lo incorregible.

Aquí intervino Arnaldus el Enorme, Brujo Oficial, Curandero de Cabecera y astrólogo Magister, más conocido como Súper:

—Contamos ya con el apoyo mágico del Gran Tótem de las tierras heladas de Manitoba. Así lo averigüé mediante una progresión de treinta y dos horóscopos aproximados. Permítame que le explique, Excelentísimo Señor. ¿No quiere antes que le haga probar uno de mis platitos: tripas de gato a la carbonilla? ¿No? Bien, como decía: el problema que nos aflige es de los más difíciles. Resulta análogo a la cuadratura del círculo; así que me he visto obligado a inventar el horóscopo irracional y la astrología no euclidiana. Pero calculo que con trescientos cincuenta y ocho horóscopos más voy a lograr una aproximación bastante aceptable para el número pi astral.

El dictador no pareció entusiasmarse demasiado con la afirmación anterior, limitándose a asentir distraídamente. Luego tornóse a un oscuro funcionario allí presente declarándole de un minuto para el otro:

—Queda nombrado Comisario Nacional del Carbón. —Antes de que el caído en gracia (casi se atragantó con un saladito de algas a causa de su inesperada exaltación) pudiese contestar, el Monitor prosiguió—: Supongo que para usted será cosa sabida, y si lo ignora le informo, que el carbón disponible, pese a ser mucho, no alcanzará para cubrir nuestros ambiciosos planes para el año que viene. —Con firmeza y siempre a partir de una autorreferencia—: No importa. Lo fabricaremos a partir del momio. Por fortuna poseemos gran abundancia de momias de faraones correntinos; así que las transformaremos en carbón y a partir de él sintetizaremos todo lo necesario: gasolina, manteca, porotos, etc. En siete palabras: toda clase de combustibles, alimentos y plásticos. Por la misma parte, ya he conjurado para traer nuevamente a la vida a cocodrilos de remotas épocas geológicas. Ellos existían antes, no sé si vocé m’entende. Así que si existían antes, ahora también pueden. Cocodrilos de hasta veinte metros de largo. Miles. De manera que debemos dar orden a nuestras costureritas a quienes hicimos dar muchos malos pasos, de fabricar grandes telas con antorchados y tecnócratas bordadas, para ponérselas en las colas a nuestros soldados sobrenaturales. Claro está que por más cocodrilos de veinte metros de largo que sean, los rusos igual los cagarán a cañonazos y así estaremos igual que antes. Me preocupa, eso.

El coronel Tulio Flaco Esquelético:

—No es así, Benefactor. Si los lanzamos bruscamente al combate, aprovechando el momento inicial en que la batalla entra en confusión y realizamos un ataque en el ala derecha, produciendo una posterior torsión hacia el centro, desarticularemos el dispositivo ruso obligándolos a una gigantesca batalla de frente invertido de resultados catastróficos.

Un metido:

—¿Catastróficos para quién?

El coronel le lanzó una mirada de arma secreta:

—Callesé, puto.

El metido contestó en el acto:

—Y usted más puto.

—Y usted todavía más que más puto: reputísimo.

—Chichi.

—Anti-Mozart.

—Soria.

—Comunista.

—Que un flamenko te pique las bolas.

—Que te fornique un chancho del monte cuando estés entretenido juntando uvitas.

—Que un orangután te meta una mano en culo y te arranque un puña’o’e de hierba.

Al oír esto el coronel ya no aguantó más. Pasando de las palabras a los hechos le hizo un mudra de castración. El otro, para no quedarse atrás, previo bloqueo con mudra de anillo y cruzar los dedos gordos de los pies, invocó al ve corta para que bajase a homenajearlo ahí mismo sin falta. El militar, quien sintió cómo aquel misil intercontinental bajaba raudo sobre su parte trasera, veloz como una centella hizo el mudra de la Montaña para que rebotase en su cono de energía y después, con un nuevo signo mágico, ordenó: «¡Zapateo! ¡Zapateo!», se proponía obligarlo a bailar un malambo, para hacerlo quedar en ridículo delante de los otros.

El combate habría seguido indefinidamente, sin mayores daños para ninguno de los participantes —la energía utilizada resultaba poquísima ya que ambos eran magos pésimos—, de no ser porque el Monitor, quien había estado observando admirado aquel duelo de mudras, rugió enfurecido: —¿¡Pero qué hacen, pelotudos!? ¿Entre ustedes se ponen a pelear? ¿Por qué no les van a hacer mudras a los rusos, si se atreven? Quince días de arresto a cada uno —de pronto el 85% de su ira cayó sobre el Metido—: ¡Mejor dicho: a usted, por ser un metido y un civil, que lo castr…! Quiero decir: diez días de aislamiento en la Torre del Silencio.

Estuvo a punto de proferir su favorito «que lo castren», de otros tiempos, pero supo contenerse. Era un progreso. El Barbudo, quien había seguido con atención el curso de los acontecimientos, aprobó complacido esa muestra de ascetismo y autocontrol por parte del Jefe de Estado, al tiempo que decía en voz baja: «Muy bien, Monitor. Muy bien».

El flamante Comisario Nacional del Carbón, arguyó presa de la duda: —Mi Monitor, me quede pensando… en todas las toneladas de combustible, materias primas para fabricar plásticos de guerra y otras, con los cuales construir nuestros tanques, naves aéreas, etc. Todo ello a partir del carbón y éste a su vez, de los faraones correntinos que se encuentran sepultados en el Valle de los Reyes Chacareros, o dentro de sus pirámides, espirales de cemento, hélices amortiguadas de vidrio, hiperboloides de dos hojas de acero, cisoides de Diocles, caracoles de Pascal y estrofoides rectas; estos tres últimos tipos de sepulcros, elaborados con distintos materiales. Bien. Pero… he aquí el gran pero, yo dudo de que las momias sean suficientes como para sostener un esfuerzo de guerra.

—Transforme también en carbón las vendas con que están envueltas.

—Aun así.

—Y los sarcófagos.

—No se puede. Son de piedra.

Monitor, muy enojado, chilló como en un discurso ante miles de micrófonos conectados a millones de megáfonos:

—¡Pues convierta en carbón a los sindicalistas, entonces![144]

El otro, por primera vez desde que se atragantó con las algas, sonrió esperanzado, aprobador y luminoso. Quizá su satrapía tuviese después de todo algún valor. Así pues, comentó:

—Ésa sí es una idea.

Hacía cinco segundos más o menos que el Divino Déspota y Benefactor miraba fijamente al rincón donde Personaje Iseka permanecía invisible, escuchando todo, mientras cuajaba de anotaciones taquigráficas una libretita. ¿Se habría dado cuenta? Personaje observó su propio cuerpo, comprobando horrorizado que se empezaban a marcar sus contornos. Llevado por el entusiasmo olvidó tomar las pastillas y el efecto se disipaba con rapidez[145]. Casi atragantándose engulló dos que sacó de la cajita y aquéllas actuaron en el acto. Monitor parpadeó. Por un momento le había parecido… Debió estar borracho o soñando. No era posible que alguien, ni siquiera un alto mago, violase el dispositivo de seguridad. Se volvió al profesor von Destripante:

—Mi señor profesor. En cuanto a las armas altamente gélidas…

Los proyectos irrealizables continuaron discutiéndose de la misma guisa sus buenos cuarenta y cinco minutos largos. Eran como irrupciones espacio temporales de boludez colectiva. Como si todos ellos y por algunas horas o días pasaran por las cercanías de un campo patagravitatorio y no pudiesen substraerse así nomás de su influencia. Personaje Iseka consideró que ya era suficiente. Se zambulló tras los cortinados rojos y volvió a atravesar la pared con silente chasquido de espejos. Valga la paradoja. Como al entrar, las pesadas colgaduras amortiguaron los ruidos y fulguraciones.

El tapiz de Aladino —ése que el Monitor llamaba el subte de un solo hombre— comenzó a conducir a Personaje por el interior de un ramal distinto al que lo había llevado hasta la Sala de Sesiones. Ahora dirigíase a un sector de Archivos Blindados, cuya instalación correspondía a una de las zonas más profundas de Monitoria. Se trataba de una enorme caverna metálica, semejante a una torre de Babel truncada vista por dentro. Con barandas de acero dispuestas sobre las paredes, y que trepando por éstas dibujaban hélices hasta el techo. Sí es que podía llamarse techo a ese altísimo firmamento estrellado con máquinas de control. Las barandas, más bien monocarriles, no estaban adaptadas para uso humano sino para que por ellas circulasen los robots consultaarchivos; a tales máquinas también se las llamaba bibliotecarias, no obstante la total ausencia de libros. Y en verdad aquel sector de Archivos Blindados parecía una Biblioteca Nacional para gigantes; recuérdese por lo demás que se trataba sólo de una pequeña parte. La minuciosidad de los tecnócratas, superior a la titangermánica, únicamente podía compararse a la de un Landrú chino o a los Anales de la dinastía T’ang. Tal tremenda acumulación de datos no podía verterse en tarjeteros ni en libros, sino en computadoras electrónicas con grandes bancos de memorias y dentro de fenomenales agrupaciones de microfilms. Pese a ello y por razones de delirio —la orden provino del Monitor—, a cierta información selecta y apreciada podía encontrársela en carpetas escritas a mano por las máquinas amanuences, con letra chiquitita, muy clara y sobre papel de arroz. Los funcionarios de alta jerarquía muchas veces bajaban a los Archivos a consultarlas para refocilarse a gusto. Las referidas a las armas secretas —esto fue mencionado en su momento— pesaban todas juntas una media tonelada y estaban concentradas en un punto. Hacia, éste dirigió sus pasos Personaje Iseka.

A Personaje los tales folletones le venían de perillas como material delirante. Las tapas eran negras y tenían letras rojas, en gótico. Empezó a leerlas al azar:

Carpeta N.o 533

—Hemos realizado en nuestros laboratorios secretos (a prueba de bombas de aniquilación Súper de 40 tempotones), una buena parte de la infraestructura necesaria para la construcción de los tan añorados cohetes de cuádruple ofensiva. He tratado de convencer al Monitor —sin éxito hasta ahora, por desgracia— de la necesidad prioritaria que tienen estas armas patateológicas. Todo el dinero, todo el esfuerzo, la totalidad de la tecnología debe volcarse en ellas, ya que nos darán con toda seguridad la victoria.

—¿Y cómo actuarían estos cuádruples misiles, profesor Chanchinetti?

Ovidio Chanchinetti, si no le molesta. Nombre completo. Actuarán afectando al mismo tiempo la tierra, el agua, el aire y el fuego del enemigo. La tetraaniquilación o muerte cuarta, tendrá lugar congelando el fuego y todo calor por debajo de los 200° C bajo cero, esterilizando absolutamente la tierra y sus beneficiosas bacterias para transformar el lugar atacado en áreas lunares o marcianas, aire antiséptico y agua venenosa.

—Ah, pero me parece genial profesor Ovidio Chanchinetti. Lo que no sé es cómo lo vamos a conseguir.

—Es una especie de trompetazo de Jericó pero más grande. Le pediremos ayuda a Exatlaltelico y a los otros Cinco Chichis. Por esta sola vez y sin que ello sea tomado como antecedente. Después que nos mandemos este milagrito, les pedimos perdón a los Dioses y no lo volvemos a hacer más. Y listo.

Las máquinas transcriptoras del diálogo antes referido consignaron, entre otras cosas, los peligrosos tics que el profesor mostraba en su cara. Sólo ellas sabrían la causa por la cual consideraron importante registrarlo. Debe aclararse de cualquier manera y en honor al Monitor, que éste, antes de aprobar cualquier proyecto, consultaba las carpetas escritas a mano por sus robots, puesto que tenía gran confianza en sus opiniones. Como ellos expresábanse de manera indirecta era preciso estar atento para leer entre líneas. «Ah, qué lástima que este chichi no me dio ninguna pauta de que estaba loco. Lo hubiese colgado de los pelos», dijo el Monitor enfurecido luego de una pregunta. «Seguramente él le dio pautas de sobra sólo que usted no supo verlas, mi Monitor —respondió la máquina amanuense: un flamenko diminuto, grande como la mitad de una tarántula, aferrado con sus patitas a una pared y que, por cortesía hacia el Jefe de Estado, se había vuelto visible—. El zorro pierde el pelo pero no el surrealismo ni la patafísica. Eso es válido tanto para el profesor Chanchinetti como para usted». A Monitor esta respuesta no le hizo ninguna gracia, pero como sabía que sus máquinas no mentían se las tuvo que aguantar. Todavía recordaba el día que visitó el Centro de Computación con su amigo el Barbudo y las máquinas, enojadas ante uno de sus exabruptos, le hicieron un mes de huelga de silencio.

El final del asunto, según Personaje pudo verificar, fue que Ovidio Chanchinetti fue echado a patadas.

Iseka tomó el siguiente infolio y continuó leyendo:

Carpeta N.o 534

Anteayer, 7 de agosto, se presentó un inventor con los planos completos y en colores, para la construcción de un robot militar. El autómata, según diseño, constará de un enorme pene lanzallamas. Ello ha de capacitarlo para atacar blocaos y casamatas repletas de sorias, rusos o guerrilleros del general chichi Vo Nguyen Teng. Obrará según una muy «penosa» acción.

Proyecto aprobado.

Carpeta N.o 535

Aclaración de la máquina amanuense. Lo que sigue refiérese a la aparición en las pantallas de una masa compacta de pequeños proyectiles, en apariencia provenientes del espacio exterior. Luego pudo comprobarse que se trataba en realidad de un arma secreta soria. Eran cientos de miles de sexollaves. Mediante la creación de campos electromagnéticos, que configuraron a gran altura un Agujero Negro o Falsa Femineidad para atraerlos y que finalmente se los tragó, pudieron conjurar la amenaza. Pero al principio la catástrofe parecía inevitable.

Decían confundidos los científicos, mientras resolvían una ecuación diferencial tras otra frente a las pantallas:

—Es una proyección espacio-temporal proveniente del sistema Géminis. Si las llaves consiguen acercarse suficientemente, todas las mujeres tecnócratas del pasado quedarán —luego de quince minutos de tratamiento— embarazadas en forma irreversible. Socorro. Nosotros, que somos sus hijos, nietos, biznietos, tataranietos y tararatátara, desapareceremos por mecanismo de exclusión de nuestros padres. Auxilio. Entonces: si la presión del campo llávico temporal logra acercarse a nuestras masas gravitatorias sexuales, cagamos fuego. Sólo nacerán hijos extraterrestres y la Tecnocracia se disolverá en la nada. En vez del Monitor, quedará dirigiendo este país el Mntr Arzchclmñrgftrchvktl; una especie de checoeslovaco de Canopus. Sería horrísono pronunciar ese nombre sin vocales.

Otro científico:

—Dejando por un momento de lado el chauvinismo del señor profesor, que no quiere ser mandado por un checoeslovaco —en todo caso a mí me preocupa mucho más el hecho de que no estaré allí para vivar al nuevo líder—, dejando el chauvinismo de lado, repito, analicemos las posibilidades. Si las llaves se limitan a embarazar a nuestras súper tátaras, la cosa no pintará tan mal ya que los mestizos extraterrestres lo serán sólo en un 50%, y aun así en primera generación. Ya los nacidos en segunda tendrán un cuarto, y los en tercera un octavo. Etc. Aparecerán, eso sí, cada tantas generaciones un tipo extraterrestre puro: un Vzkt, o un Frgtg; pero muy de tanto en tanto y según una recurrencia perfectamente establecida por leyes de Mendel. Podremos transformarlos en chanchos con nuestras varitas mágicas —alla rústica Circe— a medida que vayan apareciendo. No es tan terrible.

Otro:

—Sí. Todo muy bien. Pero lo que no tiene en cuenta el señor profesor, es que las leyes de Mendel no se aplican ante la situación genética planteada. Las llaves no se limitarán a embarazar a la súper tátara, sino a su hija; la vice súper tátara, y después a la hija de la vice súper tátara, etc., según el desplazamiento en el tiempo de la contaminación genética. Al llegar a nuestros días, ya no quedará ningún vestigio humano.

Todos muertos de miedo:

—Hórrido.

—Tórrido.

—Gárrido.

—Fúlvido.

—Pérrido.

Carpeta N.o 536

(En la Monitoria de Campo de Marte.)

—¿Y sí rociáramos a los sorias con un par de pocas polifétidas para que la salmonelle typhosa haga de las suyas entre esos cerdos, bellacos, pelafustanes, perdularios, apaches, follones y bergantes, y los mate de a cardúmenes?

Distraído, estudiando en ciertos papeles una aleación impenetrable:

—¿Y qué es la salmonelle typhosa?

—Me extraña muchísimo, mi querido amigo, su enorme ignorancia. Es el bacilo del tifus.

Por sobre los anteojos, una sombra de duda:

—¿Eh?… Oh, no no. Si los rociásemos con bacilos o virus de cualquier clase ellos también lo harán sobre nuestras ciudades y campos, civiles y soldados. Es preferible para nosotros no ser los que empiecen. Además no olvide que los tecnócratas somos honrados, probos, íntegros, fieles, rectos, justos, dignos, morales, decentes, incorruptibles y conscientes. Lo que sí debemos fabricar es una aleación impenetrable, a fin de lograr que nuestras fuerzas blindadas no se vean afectadas en lo más mínimo por los antitanques rusos y sorias.

—Eso es una pérdida inútil de tiempo. Está probado que siempre se logra encontrar la manera de penetrar un blindaje.

—Lo admito. Pero también está probada la imposibilidad de evitar que alguien construya un blindaje tan superior a los existentes en el mercado bélico, que detenga la penetración de cualquier proyectil conocido. Vaya lo uno por lo otro.

—Pues su opinión me parece malísima, deplorable, destestable, peyorativa, rematada, funesta, infernal, ful, de pacotilla.

—Yo en cambio estimo mi punto de vista o idea total —Vogeltung—, en el orden de todos los antónimos. No diré que mis conceptos sean geniales porque sería valorarlos en demasiado poco; pero sí que son óptimos, bonísimos, excelentes, inmejorables, extras, superiores, preciadísimos, memísimos, magníficos, espléndidos, envidiables, espuma, crema, flor, nata y esencia. Yo también leí los diccionarios Sopena, tonto.

El otro contuvo su furia:

—Bien. Pero hasta usted deberá admitir que es mucho más fácil construir un arma cuyos proyectiles penetren cualquier blindaje ultramoderno, que fabricar una coraza que detenga dichos proyectiles.

—Ésas son idioteces. Hay tantas pruebas a favor de lo uno como de lo otro. Acá lo único que cuenta es el tiempo. Si nuestros físicos teóricos e ingenieros son más capaces que los científicos sorias, iremos lanzando a la guerra mayor número de inventos, más efectivos y superiores en calidad.

Encolerizado:

—De manera que según usted ninguna de mis ideas es buena.

—Yo no digo que ninguna de sus ideas sea buena. Simplemente afirmo que sus esfuerzos deberían encaminarse a conseguir para el país una buena protección aérea. Digo, como usted está en ese rubro.

El otro desestimó con un gesto la opinión y declaró:

—Aéreamente siempre hemos sido los mejores y así continuaremos, a pesar del nuevo cohete soria y del Evtushenko ruso. Ahora, en cuanto al salmonelle

Pero el otro no lo dejó continuar. Interrumpió sombrío como una variación para piano de la sinfonía en re menor de César Franck:

—Trate de mejorar nuestra potencia aérea y no se confíe. No sea cosa que el enemigo descubra la manera de penetrar nuestras pantallas de energía, porque ahí sí que entonces toc.

Carpeta N.o 537

(Invención del triángulo místico denominado el destructor maravilloso)

—Mira, fíjate: lo obtuve revisando viejos librotes de magia. Es un secreto perdido hacía siglos. Perteneció al Maestro Apolonio de Triana y servirá para matar a todos los comunistas.

—¿Y a los sorias no?

—También también. Es un triángulo de madera, dos de cuyos lados están articulados sobre el tercero. Así, se puede variar el valor de los ángulos. Espera, voy a dibujártelo.

Fue hasta el pizarrón donde su prisa febril le hizo romper tres tizas y dibujó toscamente:

—Como ves, en la posición A el triángulo está más cerrado y en B más abierto. Tienes todas las variaciones posibles de los ángulos entre dos extremos:

Otra vez el pizarrón, donde rompió dos tizas más:

Sudando de manera increíble, continuó:

—Ya te habrás dado cuenta, imbécil, de que en cualquiera de estas posiciones absolutas, la superficie de los triángulos es cero. Con humildad:

—Sí. Me doy cuenta, Maestro. Pero no llego a captar cómo afectará todo esto a los comunistas.

Tono condescendiente, como el que utilizaría alguien para hablarle a un paralítico general progresivo:

—No me extraña en absoluto que no captes. Más bien me pasmaría lo contrario. Eres un discípulo tarado, pero no importa. Mientras yo viva te cuidaré para que no caigas en un hoyo. Siento por ti un cierto afecto irracional que no me explico, ya que tu inteligencia es pobrísima y ni hablemos de tu cultura: un antropoide podría al menos aprender ciertas gracias. Contigo ocurre lo mismo que al escribir una sentencia sobre la arena: el primer viento la borra. Como si lo anterior fuese poco, además eres distraído, perezoso, esquizofrénico, histérico, glotón y cobarde. Te gustan los dulces como si fueras un niño, un loco o una mosca. Quiere caramelos y turrones, el nene. Tan dividido que ni malo del todo es. Cuando le va bien, se pone mal; siempre largando malas ondas. Cuando le va mal está en su elemento. Los otros días estaba escuchando cómo tu subconsciente casi homosexualoide del todo decía «violonchélenme rápido». Estuve a punto de largarte un ve corta para ver qué pasa. Pero que te deje empavesado en serio, cual vistoso paramento. Al primer «cástrenme» habría que dejar que te agarren los flamenkos o las bandadas de curucuses que te acechan. Ahí se iban a oír tus gritos pidiendo auxilio: «¡Por favor, Maestrito! ¡Sálveme!». Y yo nada. Impertérrito. Que te coman los huevitos. Qué habré hecho yo, Dioses míos, para tener discípulos tan inútiles. La comida la devora a la disparada, sin masticar y sin la menor idea de qué ha tragado. No podrías decir cuál fue tu comida de ayer ni aunque de ello dependiera tu vida. De tus novias mejor ni hablemos. Si no te acostaras con ellas porque tu llave fuese inactiva, vaya y pase. El señor no lo hace de puro haragán. Siempre está cansado y con ganas de dormir. Cuando miro la piltrafa subhumana que eres, me pregunto lleno de admiración y extrañeza por qué motivo o razón no hago bajar un rayo del ciclo, aprovechando la primera tormenta, cosa de ahorrar energía, para exterminarte como a una cucaracha. ¿Tengo o no razón?

Con humildad:

—Sí, maestro.

—Por admitirlo eres aún peor que antes. Todavía más chichi. Preferiría oírte la distinción de una mentira. Conste que todo lo que he dicho hasta ahora de ti, es tan sólo la enumeración de tus virtudes, Tus defectos son tales que su mención, así fuese en forma vaga y elíptica y apelando a todas las parábolas, eufemismos, alegorías y metáforas, bastaría para hacer enrojecer a la estatua blanca de un vampiro. Tus abyecciones son tales que no las confieso ni a mí mismo, pues ello me obligaría como maestro a practicar la hendedura de los cátaros o el hara kiri para salvar por lo menos el honor. Tener un discípulo como tú es una vergüenza peor que la muerte. ¿Has comprendido mi posición?

—Sí Maestro.

—Trata de enmendarte.

—Sí Maestro.

—Es posible que con los años, no obstante las dificultades, logres aprender alguna maestría. Aunque más no sea plagiándome. Trata de ser menos omnipotente y putocéntrico. Y más humilde.

Con humildad:

—Sí Maestro.

—¡Y más orgulloso!

Con orgullo:

—Sí Maestro.

El Maestro lanzó un largo suspiro:

—En fin, prosigamos —comenzó a buscar en una bolsa roja que llevaba consigo. Luego de refunfuñar, sacó de ella un triángulo articulado como el descripto al principio—: He dudado bastante sobre si mostrártelo o no, porque hacerlo me costó muchas horas. Tú desacralizarías a la misma ciudad de Lhassa, sólo con mirarla. Pero, correré el riesgo. ¿Sabes qué es esto?

—Uno de los triángulos mágicos que usted me describió, Maestro.

—Veo que tu memoria alcanza a registrar sucesos de veinte minutos atrás. No lo esperaba, lo reconozco. Es todo un progreso.

—Me alegro, Maestro.

—Yo también. Este triángulo articulado que ves, fue construido por mí con varias maderas preciosas cortadas de diversas plantas y de acuerdo con los días y horas de los planetas. Habrás notado que cada lado tiene yuxtapuestas innúmeras vetas de diferentes colores. Esto no es por razones de estética, precisamente, aunque también se aprovecha. El diseño responde a una matriz cabalística que Apolonio, en su librote, da. Todo carísimo y difícil de conseguir. Gracias que pude construir un triángulo de treinta centímetros de lado. Esto nos da una superficie interna de trescientos noventa centímetros cuadrados, más o menos, en su articulación óptima. Ahora bien. Debido a cierto orden cósmico que sería inútil explicarte así fuese en su versión más sencilla, pues no retendrías la menor imagen, es necesario construir figuritas de papel. Cada una de éstas representa a un soldado soria, un ruso o un chichi cualquiera que nosotros anhelemos destruir. No es indispensable ser un gran dibujante como Beardsley para diseñar los papeles de defixión. Pero sí deben ser realizados con la mayor escrupulosidad posible, pues mientras más detalladamente dibujados estén, la hechicería da superiores resultados. Además hay que disponer las figuritas de defixión dentro del triángulo en forma tal que no se toquen las unas con las otras, ni rocen los lados de madera. En uno como el mío, caben muy cómodos hasta nueve enemigos:

—Si los dibujamos más chicos entrarán más.

—No. Hay un límite por debajo. Luego de que los chichis están todos en el mortífero interior, tú pronuncias el secretísimo conjuro de Apolonio de Triana: «Chororínaronó, pichonéchoronó, cachibóyagoró, teresínaronó, solofínaronó, agonígarogó, cuchtdiánaronó, ogroguílagoró, catedrélaronó, falotróparosí, tetatílagoró, cucaráchoronó, ratonsílagoró, pirañégarogó, cocodrílagosí, sustotróparonó, terrorílagosí, horrorílagoró, perezósarosf, pdresílagoróoooo…». Fíjate bien en el tono del «ooooo…» final, el cual debe ser pronunciado en forma horrísona porque de lo contrario la brujería no funciona.

—Maestro, me parece que algunas de esas palabras mágicas son dichas hoy día, en la Tecnocracia, sin ton ni son y por tipos que no saben nada.

—Claaaro. Eso se debe a que una parte de la tradición hermética se ha filtrado entre el pueblo. Todos lo repiten al pedo sin saber de que se trata. Son palabras del tecnócrata antiguo, idioma que a su vez deriva del murcio, según parece. Al idioma murcio lo hablaban los habitantes de Murcia, de acuerdo a los jeroglíficos de la Tabla Castaña. La ciudad perdida de Murcia estaba habitada por gente inteligentísima, magos todos ellos, autores del alfabeto y del idioma antes mencionado. Al principio lo hablaban sólo los sacerdotes murcios, pero después el idioma pasó al pueblo vulgar, desacralizándose. Recuerda mis palabras pues pertenecen a la tradición oral y no las encontrarás escritas en ningún lado. Pero déjame que prosiga. El mantra anterior se repite ciento ochenta y cuatro veces seguidas tras lo cual ¡cháft!: cierras el triángulo de golpe haciendo que uno de sus ángulos sea de ciento ochenta grados y los otros dos de cero; entonces todos los tipos enganchados por las figuras de defixión, se mueren pa’ siempre. Si el Monitor y Decamerón de Gaula me ayudan, podremos construir triángulos gigantes con miles de sorias y rusos dentro y librarnos de enemigos.

—Pero, digo yo, ¿si hacemos más grandes los triángulos no habrá que dibujar a su vez de mayor tamaño las figuras? Estaríamos igual que antes pues sólo entrarían nueve adversarios.

El Maestro se puso pálido.

—Es verdad. No lo había pensado. Voy a hacer un astral para verificar. Cualquier cosa, me cantas el «ooOoooOOooh…» para sacarme del trance.

—Sí Maestro.

Carpeta N.o 538

Mediante bruscos calentamientos de ciertas zonas del mar, crear gigantescos movimientos rotatorios que den como resultado vientos huracanados de trescientos cincuenta kilómetros por hora. Mediante máquinas monitoras insumergibles conducir la perturbación hasta las costas del enemigo. Si el enemigo no tiene costas, como en el caso de Soria, se efectuará la penetración a través de otro país que sí las tenga y con el cual estemos en conflicto, hasta llegar a la masa mediterránea soriática.

La máquina insumergible encargada de producir el calentamiento, además tendrá la propiedad de aprovechar la energía dinámica de los millones de toneladas de agua evaporada, cargando sus acumuladores, con lo cual reciclará parte de la potencia perdida. Posteriormente —luego de producido el huracán y los torbellinos catastróficos— la máquina retornará a la Tecnocracia y proporcionará energía a todas las usinas durante un año.

El artefacto insumergible se moverá en el centro del huracán que, como se sabe, es el único lugar en calma de este centro rotacional. Nuestro chichi deberá gastar energía sólo al principio, para producir el calentamiento o súper sopa de mil kilómetros cuadrados alrededor de sí mismo. El huracán, cuando nos acerque a la masa mediterránea soria, como postre destruirá todos los anemómetros. Ello, además de privarlos de aparatos con los cuales medir las velocidades de los vientos, les costará la bonita suma de 504,20 monitores de conversión a nuestra moneda. No es mucho ni significativo comparado con los dos mil millones de soriatores que a causa de nuestro ataque deberán pagar como si fueran chanchos ingleses o duques zaristas, pero es un poquito más.

El ojo de un huracán llega en algunos casos a medir veintidós kilómetros de diámetro. Este centro en calma será espació más que suficiente para que la máquina insumergible pueda moverse con comodidad, y realice sin ser molestada todas sus hechicerías. Además, aunque el ojo del huracán se redujese o el ingenio se acercara peligrosamente a los bordes en convulsión, su insumergibilidad de preservarlo ha.

Nota de la máquina transcriptora: El 35% de los escribas —funcionarios— y escritores de la Tecnocracia, sean científicos o no, han adoptado últimamente la costumbre de construir frases como si fueran traducidas literalmente del titanio. Nosotras mismas nos influimos de los humanos y hemos empezado a escribir así.

La nota finalizaba de esta manera, limitándose a informar y sin juicio en favor o en contra, según costumbre de los robots. Pero el Monitor dictó enfurecido una directriz, según la cual la ritanización absurda de las construcciones gramaticales debía terminar (debía terminar la ritanización absurda de las construcciones gramaticales).

Texto corregido por la máquina, según orden monitorial «… su insurmegibilidad ha de preservarlo».

Continúa el texto del inventor. Por lo demás, todo el instrumental robótico de a bordo estará preparado contra las bruscas variaciones de inercia.

Puesta en práctica:

Al principio todo marchó lo más bien. Se produjo el calentamiento y las primeras mil doscientas toneladas de agua se levantaron del mar en forma de vapor. El inventor sonrió: estaba de fiesta. La cosa continuó así largo rato, elevando la espiral y el torbellino luminoso de su júbilo. Por desgracia, el ojo del huracán Chechela recién formado fue muchísimo más chico de lo que se esperaba: veinte metros de diámetro. La máquina medía sus buenos quinientos metros de proa a popa; era insumergible como ya se sabe, pero este hecho no tuvo la menor influencia en el curso de los acontecimientos. Arrebatada por los aires y las olas, fue a parar a un desierto del sur oeste de la misma Tecnocracia donde se hizo bolsa. Quedó destruida, para decirlo en lenguaje culto y tecnocratahablante. Por pura casualidad no cayó sobre una ciudad costera situada a unos pocos kilómetros más arriba. Gran alegría de los sorias. Los sorias, contentos. El inventor no.

Lo peor fue que el huracán —el cual siguió viaje fuera de control— causó incalculables daños en el Califato de Córdoba, que no tenía nada que ver y que era país aliado. Abderramán XVIII dio veinticuatro horas al Gobierno tecnócrata para dar satisfacciones; pasado ese plazo, firmaría una paz por separado con Soria. Si bien la influencia del Califato en la guerra era nula, ya que su beligerancia resultaba sólo nominal, un tratado de paz con Soria podría haber significado algunos problemas para la Tecnocracia. Por eso este último país se apresuró a pagar una indemnización de dos millones de libras esterlinas moneda omeya del reino califal. Únicamente así pudieron amansarlos.

No obstante, los tecnócratas consideraron que el experimento bien valía la pena; el inventor no fue fusilado y continuó gozando de la confianza del Monitor. Por lo demás no todo fue pérdida: el hierro de la máquina insumergible —que había quedado reducida a un montón de rueditas y media carcaza— fue a parar a un alto horno. «Le beneficiamos el astral a la industria pesada mediante un reciclaje. Las máquinas también deben tener sus Marilyn Iseka y sus erotismos mínimos, qué tanto fregar», dijo el inventor lanzando una tremenda risotada para festejar su chiste hermético.

Carpeta N.o 539

Lograr que en mil kilómetros cuadrados de Soria llueva dos metros en diez minutos.

Se calculó que evaporar del mar las dos mil millones de toneladas de agua necesarias para conseguir el propósito declarado y conducirlas sobre Soria implicaría un gasto de energía de 4,5.1020 ergios. Algo así como un Krakatoa en miniatura.

El proyecto fue abandonado, por considerarse que existían maneras mucho más baratas de poner fuera de combate a mil kilómetros cuadrados de Soria o del lugar que fuese.

Carpeta N.o 540

Proyecto del profesor Burricotti, alias El Bélico, que fue rechazado sobre la marcha y cuando todavía no había acabado de pensarlo:

—Es indispensable descargar sobre Soria, en la parte del país que aún no hemos ocupado, un kilómetro cúbico de bombas de fósforo. Golpear en todos lados simultáneamente, antes de que tengan tiempo de reaccionar.

—¿Y de dónde quiere que saquemos tal cantidad de bombas, profesor?

Enojado y luchando contra la depresión que le habían causado las últimas palabras:

—Del culo. Con caquitas que le pediremos prestadas al Soria Soriator.

Carpeta N.o 541

Entre los proyectos delirantes que fueron archivados sin ser tenidos en cuenta, figuraba el de un tal Patrón Calvo de las Rejas, quien realizó un estudio sumamente concienzudo para la elaboración del «Operativo Apocalipsis», como lo denominó.

Su plan no estaba destinado a ganar la guerra, pese a lo que podría pensarse, sino a tomar las providencias necesarias para tornar inútil un posible triunfo soviético o soria.

Consistía en producir un brusco deshielo en el Polo Norte.

La hecatombe consiguiente impediría al enemigo disfrutar de su victoria.

La ruptura de millones de toneladas de agua helada y su parcial licuefacción, arrasaría íntegramente a la Unión Soviética, Soria, casi toda la Tecnocracia, etc. Países como Garduña, Musaraña y otros, quedarían sumergidos a profundidades que, según los casos irían desde tres metros a cuarenta. El cono sur de la Tecnocracia y una parte del Califato de Córdoba serían los únicos territorios con algunas probabilidades de supervivencia.

Claro está, el proyecto contemplaba la previa construcción de Arcas y submarinos encargados de salvar a miles de habitantes, maquinarias, animales, semillas, etc.

Según cálculos, el 0,0001% de la población mundial, sería más que suficiente para repoblar la Tierra, luego de que la naturaleza se hubiese encargado de volver las cosas a su estado normal, bajando las aguas y congelando otra vez el Polo.

Para lograr la terrible convulsión planetaria buscada, sólo sería necesario detonar cincuenta bombas térmicas, de cuarenta megatones cada una, colocadas estratégicamente y con todo sigilo. Energía correspondiente: 6,6.1025 ergios.

Personaje Iseka cerró la última carpeta consultada. Ya tenía bastante. Quería abandonar pronto la oprimente masa de memorias sin fin. Mientras desandaba los pasillos de aquel museo magnético provisto de urnas electrónicas, trató de comprender mejor sus sentimientos. ¿Era el Archivo eso que lo oprimía? ¿Pero cómo puede alguien no estar orgulloso de la memoria? La construcción resultaba un Dios mecánico preparado por los hombres para destruir el olvido.

Súbitamente comprendió que su malestar provenía de lo encerrado en algunas carpetas. No era el delirio lo que desaprobaba alarmado, sino cierto contenido histérico. Y las máquinas amanuenses, quienes obedientes copiaban todo, parecían darse cuenta.

El tren subterráneo lo condujo todavía más abajo, tan hondo que ya rozaba los confines, casi a los comienzos de la roca sólida. Se dirigía a las extremas profundidades de Monitoria: al inmenso palacio automático donde ningún ser humano entraba jamás. Sólo robots movíanse allí. Eran los Jardines Colgantes de las Grandes Máquinas. Las computadoras de Rodas. El Valle de los Reyes, construidos éstos con diales, memorias y toneladas de circuitos microscópicos.

Personaje ansiaba dar remate a la Kalevala fisicoquímica, a la epopeya de los altos hornos y blindajes. El libro de las Hordas: el gran poema nacional tecnócrata. La saga mitológica de los primeros habitantes de tecnocracia, la nueva Suomi[146]. Él sabía que la guerra era algo más que una lucha entre naciones. Dos cosmovisiones opuestas e irreconciliables se enfrentaban. Eran más de dos, por supuesto, e incluso cada bando se subdividía; pero en el fondo tratábase de lo antedicho.

Recorrer Monitoria semejaba atravesar la ciudad de Ur o Babilonia con la máquina del tiempo. Era como si todo se hubiese jugado ya. Análogo a una reconstrucción de la entrada del templo de Khafadji, repleto de mujeres sumerias en actitudes orantes, o a las paredes de mosaicos de conos de Uruk. Cascos de oro y liras de plata, haciendo compañía a las tablillas de arcilla. Curiosamente —y Personaje Iseka no sabía bien por qué— campeaban a través de todo ello ciertas enigmáticas frases del Monitor que poco tiempo atrás había leído en un diario: «La Tecnocracia es la proyección mental de un Monitor que sueña. Qué sería de la Tecnocracia si yo dejase de soñar». Y otras por el estilo.

Personaje había llenado su archivo con cientos de cintas grabadas con discursos y declaraciones; tenía guardados por lo menos veinte kilos de microfilm con distinta información. Era una especie de espía, sólo que del futuro.

Durante meses tomó fotografías de los monumentos megalíticos y de las grandes pirámides productoras, que llevaban a la Calzada de los Colosos y unían Terraza de las Águilas con el Arco de los Mariscales. «Tecnocracia es la proyección mental» / Esfinges encristaladas y móviles sobre altos cables. Estanques hidropónicos con acero fundido en vez de agua; los edificios, creciendo hacia arriba como vegetales monstruosos o el poroto de Jack / «Qué sería de la Tecnocracia si yo» / Y abajo de todo, las Grandes Máquinas de Monitoria: como antiguas ciudades sepultadas bajo desiertos artificiales, tapadas por arena plástica / «Sueño debe entenderse como voluntad. No como un simple soñar». / Los túneles de Metrópolis, en capas independientes y superpuestas, recordando las construcciones abandonadas de diferentes poblaciones de origen cada vez más remoto, encontradas por los arqueólogos bajo las ruinas de Troya. Los ladrillos planoconvexos y las superficies abovedadas. Vasos de plata de Entemena, arcaico rey de Lagash; fragmentos de la Estela de los Buitres, sobre la cual estuviese grabado de una manera u otra El poder de la voluntad. En pantanos de aceite, cigüeñas y pelícanos electrónicos. Hipopótamos montados sobre orugas de muchas ruedas, entre cañaverales de aluminio. Diversos robots en la confusión de lenguas de la Babel de sus distintas informaciones de computadora. Murallas y torres. Viejos canales de regadío y templos escalonados de metal. / «La tecnocracia es el sueño de todos. La Tecnocracia es la voluntad de todos».

Y Personaje Iseka arribó finalmente, con su alfombra de Aladino, a la parte más profunda y prohibida. De no ser por Decamerón de Gaula quien le hacía cobertura, él y su máquina protectora habrían sido destruidos en un segundo por el dispositivo de seguridad.

Abría y cerraba puertas de toneladas de peso, a medida que avanzaba por el largo pasillo de plástico. Se acercaba al último ingenio. Al cerebro electrónico que dirigía todo.

El sello de acero, grande como una montaña, se soltó mostrando un anfiteatro. Abajo, en el centro, estaba la enorme caja oblonga que contenía el Gran Secreto. Tardó una hora en bajar las gradas. Ya en el fondo, caminó unos pocos pasos y pulsó la orden de apertura. Con un chasquido se corrió la puerta blindada y postrimera que tapaba el interior del cerebro electrónico; era semejante a las que cierran las cajas fuertes de los bancos. Personaje pasó, buscando el corazón iluminado.

Adentro de la impresionante computadora, de la Máquina Maestra de Maestras, en el centro del jardín de los megahierros, no había la menor cosa. Ni siquiera las cápsulas de fundación.